Rol Memorias de Idhún
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Historias de un bardo

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06092011

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Me aburria, no es muy buena, pero mejorara... (esto solo es como el trailer ^^)
esto es para que os situeis: https://2img.net/r/ihimg/photo/my-images/13/mapacopian.jpg/

Tan pequeño… y tan bello… No era más que un punto en la lejanía, y aun así, lo amaban. Lo habían creado de la nada, por amor, y lo seguían protegiendo, por amor. El mundo. Y cuando una sombra se cernió sobre el mundo, su mundo, no dudaron en ir a defenderlo.
Estaban cerca de su mundo, y a la vez tan lejos… pero esa sombra seguía ahí, el pecado, el caos, el desorden… Kerzer, el dios oscuro. Los otros cuatro dioses le rodearon: Akillah, dios del aire, el Dios Libre; Fyannah, diosa del fuego, la Diosa Apasionada, Grasieddah, diosa de la naturaleza, la Diosa Curandera; y por último, Nerovvah, dios del agua, el Dios Sabio.

Mucho más abajo, en el mundo tan preciado por los dioses, miles de ojos se asomaban a las ventanas, mirando atemorizados el espectáculo que se estaba aconteciendo sobre sus cabezas. Una espiral negra, que absorbía la luz del sol, se cernía sobre sus cabezas. Y cuatro extrañas luces arremetían contra la negrura… y desapareció. El cielo volvía a ser claro, como si nada hubiese sucedido nunca. Y así fue para cuatro familias que no pudieron salir a ver tal espectáculo.
En los cuatro puntos cardinales, cuatro mujeres daban a luz. Al norte, en Reyom, nacía entre paredes de nieve y hielo una joven de ojos castaños y pelo más rojo que las brasas abría los ojos por vez primera mientras lloraba en manos de su madre, la reina de Guerlán. Al este, en Portaria, nacía de las entrañas de la esposa de un comerciante de Peninsia un niño de ojos azules como el mar y pelo castaño. Más al oeste, la hija del jefe de la tribu más importante de Omnia, Amínida, tría al mundo a una pequeña de ojos verde musgo y pelo también verde. Y al sur, en Ilíabes, nacía un chico de pelo blanco y los ojos más claros jamás vistos. Cuatro bebés perfectamente normales. Pero la noche trajo consigo algo que cambiaría sus vidas para siempre.


Última edición por Irkan el Jue Sep 29, 2011 6:01 pm, editado 1 vez
Irkan
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Datos
Su personaje es: Irkan d'Ayora, mestizo feérico humano, Archimago (magia telúrica)
Trabaja de: Maestro de la Torre
Pertenece a: UUPSC Miembro #1, CDI Miembro #3

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Historias de un bardo :: Comentarios

Anonymous

Mensaje Mar Sep 06, 2011 8:15 pm  Invitado

arggg mola *_* que intriga!! >>.<< siguela pronto xDD

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Irkan

Mensaje Mar Sep 06, 2011 9:01 pm  Irkan

Ambas lunas brillaban en el firmamento, creciente la pequeña y apenas un arco brillante la mayor. Y brillaban también las estrellas, cinco estrellas, cinco astros brillantes que se hacían más y más grandes. Cinco estrellas fugaces. Los mundanos las cargaron de deseos de felicidad y de paz, pero las estrellas no podían oírles. Solo caían, envueltas en llamas, en hielo, en aire o en musgo… o en la negrura más absoluta. Como ángeles abatidos… como dioses inertes.
17 años más tarde…
-¡Atrápame si puedes! –gritaba una joven montada en su caballo.
-Mi señora, no deberíais alejaros tanto –dijo otro jinete tras ella.
Ambos caballos cabalgaban sobre el suelo árido que constituía las praderas de Guerlán. A lo lejos se avistaba un castillo de nieve y hielo. Pero la joven solo tenía ojos para su soldado, un muchacho extraño, de su misma edad pero mucho más maduro… y con unos arrebatadores ojos azules que se escondían entre mechones de cabello castaño.
-Por el amor de los dioses, Ayrín, ¿viniste desde Portaria para vigilarme o para amargarme la existencia? –espetó la joven.
Ayrín abrió la boca para responder, pero la cerró al ver que la joven estaba mirando con sus ojos castaños a una figura que se acercaba andando, recostado en un largo cetro. Poco a poco, la neblina dejo adivinarse sus formas y mostraron un rostro anguloso y arrugado, con largos pelo y barba blancos.
-Princesa Fyora –dijo el hombre-, creo que el joven Ayrín tiene razón. No deberíais alejaros tanto, y más ahora que el reino está sufriendo las emboscadas de los piratas. –añadió.
-En estos momentos sois un blanco demasiado fácil, miseñora –añadió Ayrín, con una fría sonrisa- Ni siquiera yo lograría protegeros.
Fyora puso los ojos en blanco e hizo girar a su caballo, ondeando su melena roja, y se puso en rumbo hacia al castillo. Ayrín espoleó a su caballo y se apresuró a seguir a la princesa. Sonrió por lo bajo, la hubiese podido seguir con los ojos cerrados, dejándose guiar solo por la maldiciones que soltaba la chica.
-¡Rancios! ¡Sosos! –gritaba- ¿Cuándo he pedido yo a un Tutor tan rancio? –se fijó en que Ayrín ya la había atrapado- Y tú, ¿qué diablos haces con tu vida? ¿cómo puedes ser tan frío? ¡Argh! ¡Me sacáis de quicio!
-Perdone mi insinuación señora –respondió el guardia-, pero creo que mi gélido carácter –tiñó de sarcasmo sus dos últimas palabras- es en realidad una ilusión creada por el contraste con vuestro espíritu impetuoso.
Fyora ahogó una última exclamación y se alejo, a lomos de su corcel.

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Irkan

Mensaje Mar Sep 06, 2011 10:00 pm  Irkan

Mientras ambos princesa y soldado discutían, en Ilíabes, una sombra se movía grácil entre las rocas, saltando de un lado a otro armado con dos espadas cortas y un arco. Hizo un ágil cabriola en el aire mientras disparaba una y otra vez flechas, que volaban de su carcaj a las dianas, casi sin rozar el arco. Siguió corriendo, volteó las espadas de forma que apuntaban hacia el suelo y se plantó frente a los cinco muñecos de paja. Clavó un pie en el suelo, giró sobre éste y con un par de mandobles, cinco cabezas de paja volaron por los aires. Oyó carraspear detrás de él. Se giró. Ahí estaba, un hombre alto, calvo y fornido, que lo miraba con una mezcla de orgullo y reproche.
-Maestro –se apresuró a decir el joven, bajando la cabeza.
-¿Qué haces entrenando, chico? –dijo el maestro- Te hemos buscado por todo el monasterio, Koyju. Eres un alumno prometedor pero…
No pudo acabar la frase.
-¡Maestro! –gritó otro alumno que se acercaba corriendo. Cuando llegó prosiguió, jadeando- Maestro… traigo… malas noticias...
-¿A qué vienen tantas prisas? Cálmate ¿Malas noticias, dices? –preguntó el maestro, divertido- No, chico, solo traes noticias, ni buenas ni…
-Los… los piratas… han llegado a… nuestros muros… Maestro… –siguió el alumno.
El Maestro se mostró perplejo:
-Eso es una mala noticia –admitió-. ¿Pues qué hacemos aquí parados? ¡Rápido! ¿Arqueros? –gritó. Se oyó un lejano “listos”- ¿Murallas aseguradas? ¿Guerreros listos? ¿Aprendices a salvo? –ahora se dirigió a Koyju- Ven chico, necesitaremos la ayuda de alguien como tú.
El joven se puso muy recto, asintió con gesto brusco de la cabeza y le siguió.

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Irkan

Mensaje Miér Sep 07, 2011 12:14 am  Irkan

Más al norte de Ilíabes, en Amínida, una muchacha se paseaba entre los árboles, sorteando raíces y ramas caídas con una agilidad innata, observando las flores que parecían regocijarse entre sus dedos. Casi no se la veía, su pelo verde y su piel bronceada la confundían con el bosque, como si no estuviese allí. Pero lo estaba, y él lo sabía.
De repente, una flecha se clavó a sus pies. Ella dio un elegante salto hacia atrás y cayó grácil sobre una raíz. Se encaramó a un árbol y escrutó las sombras, oculta entre el follaje. No lo oía, a duras penas lo veía, pero estaba allí, lo sabía, lo sentía. Sacó un pequeño puñal de entre los pliegues de su falda. Y aguzó el oído. Nada. Aguardó. Al rato oyó un silbido y después un aullido de dolor. Después nada, de nuevo. Se decidió a bajar al suelo, se agachó para saltar y entonces vio un suave movimiento junto a ella. Inmediatamente se giró, enarbolando el puñal.
-Aún no entiendo como vuestra abuela acepta vuestros paseos a solas en tiempos de guerra. –dijo una voz cantarina entre las ramas.
-¡Arlet! –dijo la joven aliviada, al ver aparecer a su amiga entre las hojas, con su melena castaña y su piel verdosa, con un par de flores rosáceas trenzadas en su larga melena ondulada- Qué susto me has dado. Por cierto… ¿qué era eso?
-”Eso” es, era –se corrigió- un pirata. Parece ser que están llegando a todas partes. Ayer llegaron noticias de que Hongar está bajo asedio, y hace poco, unas aves mensajeras traían noticias de la caída de Portaria y…
No pudo dar el nombre de las otras ciudades porqué un sonido que ambas conocían bien les hizo girar la cabeza a ambas. Aún tan lejos del pueblo, el sonido de los cuernos se elevaba firme y llegaba hasta las entrañas del bosque, hasta donde estaban ambas chicas.
-Zayra –gritó Arlet para hacerse oír entre los cuernos- ¡Deberíamos volver!
Zayra asintió y las dos chicas se adentraron de nuevo en el bosque, de vuelto al poblado. Pero no llegaron a Amínida. Cuando estaban ya cerca oyeron el grito de guerra de los piratas, que se acercaban al pueblo. Zayra seguía avanzando, pero Arlet la retuvo.
-No podemos hacer nada –le dijo- ahora lo importante es ponerla a salvo.
Tiró del brazo de Zayra y se la llevó. La joven intentaba zafarse de su mano, pero se debatía en vano, sin duda, Arlet estaba entrenada y era más fuerte que la nieta de la jefa de la tribu.
-¡Déjame, Arlet, déjame! –chillaba, entre sollozos- ¡Abuela! ¡Déjame! Déjame… –y rompió a llorar, rindiéndose a los tirones de Arlet.

En Reyom se daba una situación similar. Fyora y Ayrín se acercaban a palacio cuando el sonido de las campanas les indicó que no sucedía nada bueno. Se acercaron un poco más. Al poco rato les alcanzó el tutor, que se plantó a su lado sin una sola palabra.
-¡No! Por los dioses… –maldecía la princesa- Malditos bastardos… ¡Oh, malditos…! –se quebró su fortaleza. Cayó en un llanto lleno de rabia y espoleó a su caballo.
-¡Princesa! –gritó Ayrín.
-Traéla de vuelta –dijo el tutor, sereno-. Debemos sacarla de aquí.

El monasterio de Ilíabes también sufría una crisis por el estilo. Los piratas se encaramaban por las paredes, humanoides azulados de piel viscosa y cuatro dedos en cada mano. Los guerreros en la muralla interior disparaban sus flechas contra los enemigos, mientras que maestros y alumnos luchaban contra los piratas que conseguían superar las murallas.
-¡Maestro! –llamó Koyju- ¿Cree que resistiremos?
Se agachó para esquivar una estocada, hizo un barrido con la pierna izquierda y hundió su espada en los piratas que habían caído o perdido el equilibrio.
-No lo sé, chico… no lo sé… –respondió el Maestro.

Éste es mi último post antes de irme, epero haberos dejado con la intriga... malo

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Irkan

Mensaje Sáb Sep 10, 2011 10:33 pm  Irkan

Fyora galopaba todo lo rápido que podía, con Ayrín pisándole los talones y llamándola. Cuanto más se acercaba, mayor eran su rabia y su frustración. Pronto llegó al castillo. Descabalgó. Salió corriendo, sin oír cómo se acercaba el caballo de Ayrín, sin darse cuenta del peligro que corría. Solo avanzaba. Paso a paso, firme y segura… e ignorante. Oyó un grito a su lado y se giró para ver como un pirata se abalanzaba sobre ella, blandiendo un sable. Alguien se interpuso entre ellos. Con un largo báculo, bloqueó el golpe con insulsa facilidad para después golpear con el extremo en el pecho al pirata con suavidad. El pirata cayó al suelo, inerte.
-¡Princesa! –Ayrín llegaba corriendo, jadeando- Princesa, ¿estáis bien?
Fyora no le hizo caso, se giró para ver a su salvador, pero ya no quedaba más que el cuerpo del pirata como única prueba de lo sucedido. Ayrín la cogió por el brazo, pero ella se zafó y salió corriendo de nuevo.
-¡Maldita sea! –escupió Ayrín- ¡Princesa!
Y salió corriendo tras ella. Lo llevó hasta la sala del trono, donde se acontecía un horrendo espectáculo. Sentado en su trono, el rey de Guerlán ostentaba un horrendo corte en el pecho, con la camisa rasgada y manchada con negra sangre. Y a su lado la reina, en brazos de un pirata, enarbolaba un sable manchado de sangre. La reina se debatía, pataleba y gritaba, pero el pirata era más fuerte. Fyora acababa de entrar en la sala y había corrido hacia el vándalo, pero ésta la empujó a un lado como si se tratase de una muñeca de trapo. Con Ayrín no fue así. Cuando él llegó, los gritos habían cesado y la reina estaba tirada en el suelo, con la hoja de la espada sobresaliéndole por la espalda. Ayrín corrió hacia el pirata y de un sagaz mandoble, le rabanó el cuello. Pero la reina ya había corrido su suerte. Se acercó y se agachó junto a ella.
-Alteza… –comenzó, pero ésta le cogió por el brazo y él calló de inmediato.
-Ayrín… –murmuró- Ayrín, cuida de Fyora… No sabes hasta que punto… sois importantes… –puso especial énfasis en el “sois”, aunque en su estado casi no se notaba la diferencia. Le dirigió una última mirada- Ilíabes…
Y cerró los ojos.
-¡Alteza! –se moría de ganas de echar a llorar por la mujer que le había acogido, casi criado, cuando era nada más que un niño. Pero no derramó una sola lágrima.
Se dirigió hacia Fyora, que estaba sollozando allí donde había llegado por la embestida del pirata. Se había hecho un ovillo, se abrazaba las rodillas y se mecía, murmurando: “Mamá… mamá…”. Ayrín la alzó y la tomó en brazos, y Fyora no se debatió esta vez, estaba demasiado cansada. Pero si que le dirigió una mirada interrogante.
-Debemos irnos… –dijo Ayrín- A Ilíabes. Vamos a los establos.
-Pero no podemos ir a Ilíabes en caballo… –se quejó Fyora.
-¿Quién ha dicho nada sobre caballos? –se esforzó por esbozar una sonrisa.

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Irkan

Mensaje Dom Sep 11, 2011 11:16 am  Irkan

Éste es el primer post de la jornada de posteo intensivo que me he planteado, espero avanzar bastante.

Llevaba un buen rato corriendo. Arlet estaba exhausta, jadeaba profundamente y a duras penas conseguía arrastrar a Zayra, que, pese haber dejado de llorar, no se molestaba en sortear las raíces ni las ramas, solo se dejaba arrastrar por Arlet, sumida en un silencio sepulcral. Avanzaba dirección este, el bosque era cada vez menos espeso y pronto se abrió ante ellas una larga playa de arena fina, con un pequeño embarcadero. A lo lejos se podían ver los barcos piratas, ocultos tras una ligera neblina. Pero Arlet centró su atención en otro barco, barco mercante.
-¡Mercaderes! –gritó- Deberíais partir, los piratas están atacando la isla…
No había nadie en cubierta, así que Arlet dejó a Zayra en el suelo y se encaramó a la embarcación. Iba gritando “¿Hay alguien?” de vez en cuando, pero no obtuvo respuesta. Tropezó con algo y cayó al suelo. Se giró para ver que era. Allí en el suelo había un hombre, con el cuello desgarrado, tumbado sobre un charco de sangre que empezaba a secarse. Se levantó, aún aterrorizada. Sacó una flecha de su carcaj y tensó su arco. Tirados por cubierta había unos pocos cuerpos más, cinco, pero eso no podía ser la tripulación de un barco como ése.
-¿Dónde están los demás? –murmuró para sí misma.
Los camarotes estaban vacíos, y no se oía nada… Bueno, sí, algo sí. Cuando se aproximaba a la bodega oyó un suave murmullo, pero no entendió nada. Decidió bajar. Allí sí encontró alguien. En la bodega había alrededor de veinte hombres y mujeres, vestidos con la ropa típica de los comerciantes peninsios. Estaban todos acurrucados, manchados de sangre pero sanos y… ¿a salvo?
-¿Mercaderes? –preguntó Arlet- ¿Qué ha pasado?
Uno de los mercaderes alzó la cabeza y respondió, titubeando:
-L-los piratas… –hablaba casi susurrando, Arlet tuvo que acercarse más- Los… piratas… Los piratas… –no paraba de repetir los mismo, una y otra vez.
-¿Os atacaron? –insistió Arlet.
-Los piratas… el monstruo…
-¿Qué monstruo? –Arlet se estaba desesperando.
-¡Aaaah! –se oyó un grito en cubierta.

En el monasterio de Ilíabes, la pelea seguía en pie. Los piratas se iban retirando y los alumnos y los maestros luchaban contra los últimos rezagados, piratas que ya no se salvarían. Desde los barcos piratas, embarcaciones bajas y alargadas, con las velas abiertas a los lados como unas alas membranosas, se oían el retumbar de los cuernos y los gritos de “¡Retirada!”. En unos pocos minutos, las embarcaciones se alejaban de las islas, pero los monjes no se quedaron a celebrarlo sino que inmediatamente se pusieron a trabajar en los desperfectos y otros iban corriendo a las jaulas con los pájaros mensajeros, que salieron volando hacia Magécit para informar de su victoria.

Ayrín y Fyora llegaron a los establos. Un asqueroso olor a deposiciones de ave les golpeó las narices a ambos e hizo que Fyora se tapara la boca, con un tremenda cara de asco.
-¿No pretenderás que viajemos en oulú, verdad Ayrín? –dijo la princesa, aún aguantando las arcadas.
Ayrín siguió avanzando hacia el establo, arrastrando a Fyora, que se negaba a acercarse más. Para su sorpresa, allí les esperaba alguien, montado sobre un oulú y con dos más ensillados cogidos por las riendas. Los oulús eran pájaros de grandes dimensiones, de la altura de un humano normal, con enormes alas y largas y potentes patas. Los había por todo el mundo, de distintos colores, aunque los de Guerlán, como los demás animales de la zona, eran blancos. La sombra les tendió las bridas de los animales, y cuando Ayrín las tomó, se fue. Fyora no pudo evitar fijarse en un báculo atado a su espalda… Ayrín ayudó a Fyora a montarse en su oulú antes de subir el al suyo. Lo espoleó y éste salió corriendo en dirección a las islas Orún. La princesa le siguió.

Última edición por Irkan el Dom Sep 11, 2011 2:17 pm, editado 1 vez

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Irkan

Mensaje Dom Sep 11, 2011 12:45 pm  Irkan

En cubierta, Zayra gritaba aterrorizada, viendo como una horrible criatura se alzaba entre las crestas de las olas. Solo le veía la cabeza, que no era más que una boca con tres hileras de afilados dientes al final de su largo cuello. Era negra y tenía la piel lisa y viscosa. Emitía potentes rugidos y buscaba a tientas a Zayra, lanzado mordiscos a diestro y siniestro. Parecía tener un cuello retráctil, pues cada vez que daba un bocado al aire, el cuello empezaba a acortarse, retirando la boca para después lanzarse de nuevo hacia adelante. Estaba preparándose para atacar de nuevo cuando tres flechas se le clavaron en el cuello. La bestia rugió, molesta, y se lanzó a por la arquera. Arlet no se dejó asustar. Tensó tres flechas más en su arco, con una destreza fruto de su entrenamiento en Amínida, y disparó de nuevo. Las flechas se clavaron de nuevo en su cuello, pero, pese a los gritos que profería, parecía que no servían de nada. El monstruo se estaba preparando para atacar de nuevo cuando, de repente, frenó en seco. Arlet se había quedado de piedra. Había cerrado los ojos para no ver como el monstruo se le lanzaba encima y, cuando los volvió a abrir, se sorprendió al ver una silueta humana, montada sobre un oulú blanco y enarbolado un báculo con la mano derecha mientras con la izquierda sostenía las riendas del pájaro. No podía verle bien, la larga barba blanca le tapaba el rostro. Todo el cuerpo del hombre estaba en tensión bajo la túnica grisácea y Arlet se fijó en que murmuraba unas palabras extrañas. Comenzó a hablar más alto y una arremetida invisible embistió la bestia, que se hizo atrás y cayó de vuelta al mar. Se giró hacia Arlet.
-Vamos, muchacha. Ve a llamar a los marineros, debemos irnos –había algo en su tono de voz, un autoridad y fuerza escondidas tras su aspecto anciano, que hicieron que Arlet obedeciera sin rechistar.

Las dos aves corrían veloces sobre el hielo, hundiendo su zarpas en la nieve e impulsándose hacia delante con una fuerza increíble. Los jinetes iban sujetos a las riendas, vigilando que no variasen el rumbo. A las pocas horas de viaje, Fyora y Ayrín llegaron a un acantilado, pero no frenaron, siguieron adelante, directos al abismo. Y justo en el borde, los oulús saltaron y extendieron las alas con elegancia. Eran los mejores del establo, con una envergadura de casi cuatro metros, batiendo las alas suavemente. Volar sobre oulú era maravilloso, pero las circunstancias no permitían a los jinetes disfrutarlo ni regocijarse en las vistas, las luces de las aldeas de las islas Orún. Pronto, no eran más que dos siluetas recortadas contra las dos lunas, llena la mayor y nada más que un hilo la pequeña. Bajaron. Estaban llegando a las tierras de Peninsia, y debían dejar descansar a las aves. Tomaron tierra y se arrimaron a unos árboles que había allá cerca. No llevaban nada, así que se acurrucaron junto a un árbol de gruesas raíces y se quedaron dormidos.

Bajo la luz de las dos lunas, un velero mercante zarpaba rumbo a Ilíabes, por orden de un misterioso anciano. En uno de los camarotes, tres personas mantenían una conversación:
-¿Quién es usted? preguntó Zayra.
-De momento llamadme Tutor –respondió el anciano.
Zayra y Arlet cruzaron una mirada llena de dudas, pero no dijeron nada.
-De acuerdo, em… Tutor –siguió la joven-, yo me refería más bien a cómo ha hecho eso.
-Este no es lugar para hablar. Un par de amigos míos esperan en Ilíabes –dijo-. Allí hablaremos.
Tanto misterio y secretismo no ayudaban a que las chicas se sintiesen más seguras, pero no se atrevían a insistir.
- ¿Y por qué a Ilíabes? –Arlet habló por primera vez desde que habían zarpado- ¿Por qué no Magécit o Kerzak?
-Espero visita allí… –respondió- una visita que os incumbe a ambas –miró a Zayra durante un buen rato-, sobre todo a ti. Y ahora –se levantó y apoyó ambas manos sobre la mesa-, deberíamos ir a dormir, ¿no os parece?

Son caps cortos pero es para manteneros con la intriga de uno a otro malo

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Irkan

Mensaje Dom Sep 11, 2011 2:32 pm  Irkan

Éste es mi mensaje número 100, y hay que celebrarlo con una buena intriga... fiesta a ver que os parece^^

Los primeros rayos de sol se escapaban de entre las montañas del oeste, rozando juguetones los rostros tranquilos de los viajeros. A los pies del árbol, Ayrín se levantó enseguida, y empujó un poco a Fyora para que se despertase también.
-Princesa, princesa, despertad… –murmuraba.
La princesa entreabrió los ojos. Estaba muy confundida, no tenía ni idea de que sucedía, hasta que los recuerdos la golpearon como un mazo. El palacio, los piratas, sus padres… sus padres. Retuvo las lágrimas.
-Vamos –habló con brusquedad, más de la que pretendía.
Ayrín la miró con los ojos llenos de comprensión y compasión y ese brillo de madurez que tanto la irritaba.
-¿Os encontráis bien? –preguntó Ayrín.
-¿Debería estarlo? –respondió secamente. No quería hablarle así, pero no podía evitarlo. Giró la cabeza con brusquedad e hizo acelerar su montura.
Los oulús habían empezado a volar en dirección al sur, hacia Portaria. Cuando pasaron por encima de una de las aldeas cercanas, Ayrín vio algo que le pareció anormal. Humo. En Peninsia, todas las máquinas eran a vapor, ninguna echaba humo, y menos humo como aquel. Descendió un poco para ver mejor lo que estaba pasando. El pueblo estaba quemado, había piratas por todas partes. Guió a su oulú de nuevo junto al de Fyora.
-Bajemos –dijo- Esto está infestado de piratas y llamaríamos demasiado la atención si volamos.
Fyora no pudo evitar una mueca de asco al oír hablar sobre los piratas. Bajaron y, una vez en tierra espolearon a sus oulús de nuevo. Se empezaba a oler el mar, que apareció en el horizonte como una línea azul, y a lo lejos se divisaban las murallas de Portaria. Al anochecer, acamparon cerca de la ciudad, entre unos árboles. No encendieron ninguna hoguera por miedo a que les vieran.

En Ilíabes, repicaban las campanas y se oía una voz desde lo alto gritando “¡Visitantes!” una y otra vez. El barco atracó en un sencillo puerto, donde les esperaban tres personajes, uno de ellos oculto entre las sombras. Los comerciantes no bajaron del barco, insistían en que debían volver a Portaria, por mucho que les insistiesen en que no lo hicieran. Arlet fue la primera en bajar del barco, seguida de cerca por Zayra. Después, con su característica parsimonia, bajó el Tutor. Se acercaron los dos anfitriones. Entre la neblina se iban descubriendo sus figuras, uno calvo y fornido, muy musculoso e imponente, el otro atlético y delgado, de pelo blanco y ojos claros. El Tutor se les acercó.
-Maestro –dijo solamente.
El aludido bajó la cabeza y saludó:
-Tutor –le temblaba la voz.
El Tutor se acercó al muchacho.
-Koyju –le miró atentamente-, no te he visto desde que naciste… Veo que entrenas duro.
Koyju abrió y cerró la boca varias veces, no sabía que contestar. Y desde las sombras, alguien que lo había visto todo se retiraba…

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Irkan

Mensaje Dom Sep 11, 2011 5:36 pm  Irkan

Ayrín se despertó, era de noche, pero un suave centelleo rojizo en el cielo le indicaba que ya casi era de día. Echó un vistazo a su alrededor, faltaba algo, notaba como una ausencia… ¡Fyora! ¿Dónde se habría metido? No se atrevía a llamarla por miedo a que pudiesen oírle. Tampoco quería alejarse mucho del campamento. Los dos oulús estaban ahí, por lo que supuso que se había marchado a dar un paseo. Salió del pequeño campamento improvisado, no se preocupó por los pájaros, sabía que no se moverían de allí; y se dirigió hacia el río Gan, que cruzaba Portaria y desembocaba al mar. La encontró allí. Fyora estaba tomando un baño, completamente sumergida en el río, que bajaba calmoso. Ayrín giró la cabeza y vio la ropa de la chica colgada de una rama. Enrojeció. Se acercó, con la cabeza torcida para no ver a la princesa. Se aclaró la garganta.
-Princesa… –comenzó.
-¡Ayrín! –exclamó ella.
Se llevo una mano a los senos, aunque Ayrín no miraba y se tenían confianza, para ella aquello no era del todo… apropiado.
-¡Haz el favor de irte! –ordenó.
El chico dio media vuelta y marchó enseguida. Cuando se hubo perdido entre la maleza, Fyora salió del agua y se vistió. Volvió al pequeño campamento, donde la esperaba Ayrín, que ya había preparado los oulús.
-Vamos a entrar en la ciudad –le dijo. Aún no se atrevía a mirarla- Será mejor que os pongáis esto… –le tendió una capa- Lo encontré en las bolsas de los oulús.
Fyora tomó la capa y se la puso. Se cubrió la cabeza con la capucha.
-Ayrín –empezó Fyora-, deja de tratarme de vos. Ya no estamos en palacio, ¡ni siquiera estamos en Guerlán! –dijo esto con cierta melancolía.
-De acuerdo, em… Fyora… –respondió, titubeando-, ya os tutearé…
Se cubrió él también con una capa y montó en su oulú. Avanzaron los dos hacia la entrada de la ciudad. La puerta de la muralla estaba abierta y no había guardias. Entraron. Ayrín se quitó la capucha, pero Fyora siguió cubierta.
- Ven –dijo Ayrín, haciéndole un gesto con la mano-. Dejaremos los oulús en los establos.
Se dirigieron a los establos, que estaban casi al lado de la entrada. Siguieron avanzando por las calles más estrechas, para que no les vieran. En una de las calles, vieron venir a un pirata, haciendo una especie de patrulla… y no vieron nada más. Una puerta se abrió tras ellos, unas manos les taparon la boca y les arrastraron al interior de la casa.

Lejos de allí, en una sala de altas paredes cubiertas de estanterías repletas de libros, dos personas mantenían una silenciosa conversación. Ambos sentados en un escritorio, uno enfrente del otro, ambos encapuchados con unas capuchas que les cubrían también las caras. Solo una vela iluminaba la estancia, y el pergamino que uno le acababa de pasar al otro. “Se están reuniendo”, decía el papel…

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Anonymous

Mensaje Dom Sep 11, 2011 7:11 pm  Invitado

Waaa me dejaste con la intriga de nuevo hummmm cry
((Bien,ya me tocara a mi hacerlo... malo ))
Siguela,es genial! fiesta

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Irkan

Mensaje Dom Sep 11, 2011 10:13 pm  Irkan

Fyora intentó gritar, perola mano de su captora se mantenía firme sobre sus labios. Ayrín, por lo contrario, se había quedado mudo. Su mirada estaba llena de confusión, toda su seguridad y su irritante madurez habían desaparecido de sus ojos azules. Se giró, poco a poco, y un brillo melancólico lució en su intento de sonrisa cuando vio el rostro de la mujer emerger de entre las sombras. A Fyora no le sonaban sus ojos verdes ni su pelo rizado y claro, pero estaba claro que a Ayrín sí.
-¡Madre! –Ayrín se lanzó a sus brazos, con los ojos lagrimosos.
-Ayrín, hijo mío –lo estrechó entre sus brazos y después lo empujó suavemente hacia atrás para ver a su hijo de pies a cabeza. Su pelo castaño recogido en una coleta, sus profundos ojos azules… De repente, Fyora sintió una profunda envidia mezclada con un sentimiento de melancolía que venía junto a otro de culpa. Recordó a su madre, reina de Guerlán, muerta en manos de un pirata, sabía que ya nunca volvería a verla. Y se sintió impotente y furiosa, demasiados sentimientos para sentirlos todos, le empezaba a doler la cabeza, todo le daba vueltas…
-¡Fyora! –Ayrín colocó rápidamente el brazo bajo la chica para evitar que cayese.
La levantó un poco y vio que tenía los ojos cerrados, la cabeza le caía hacia un lado. Estaba inconsciente…
Abrió los ojos poco a poco, lo veía todo borroso, aún le dolía la cabeza, pero no le concedió importancia. Miró mejor a su alrededor. Estaba tendida sobre una pequeña cama con sábanas azules en una habitación pequeña, paredes empapeladas a trozos alternando azul y blanco y un pequeño baúl. Se levantó y se acercó al baúl, lo abrió lentamente y echó un vistazo. Una espada de madera, un escudo de madera y un casco de cuero, aparte de otros juguetes como dragones de madera, un barquito con ruedas y el muñeco de un soldado.
-¿Curioseando mis juguetes? –dijo una voz a sus espaldas, suave y madura.
-¡Ayrín! –cerró el baúl todo lo deprisa que pudo- Yo no…
-No os… te preocupes, Fyora –esbozó una sonrisa. Se le veía feliz, como hacía años que no lo veía. Recordó aquel primer día que lo vio en Guerlán, un mocoso asustado que lo miraba todo con sus vivaces ojos azules- En diez años solo he entrado una vez en tu habitación y solo porque una inmensa bestia –no se molestó en ocultar su sarcasmo- os… te estaba acosando…
-¡Era la araña más grande que había visto! –le cortó- ¡Solo tenía ocho años!
-Y aún así, el primer día que entráis en mi casa, ya dormís… duermes –se corrigió- En mi cama.
Fyora se lo quedó mirando. No parecía enfadado, sino que sonreía de oreja a oreja. Iba a decir algo, pero otra voz, tan suave y dulce como la de Ayrín llegó a sus oídos.
-¿Ya se ha despertado nuestra invitada? –la madre de Ayrín apareció de detrás de la puerta, sus rizos claros rebotando contra sus hombros. Llevaba una bandeja en sus manos con una manzana, un pedazo de bizcocho y una taza de leche caliente- Toma hija, come un poco.
Fyora dirigió una mirada confusa a ambos: a Ayrín aún sonriendo y a su madre mirándola afectuosamente, con un familiar brillo en sus ojos verdes.
-¿Qué…? –empezó- ¿Qué me ha pasado?
-Te desmayaste –respondió Ayrín. Giró la cabeza hacia su madre- ¿Dónde está papá? Necesito el barjak.
-¿El barjak? –repitió su madre- ¿Vas a irte… de nuevo?
Ayrín titubeó. Realmente no quería abandonar su hogar tan pronto, pero sabía que debía llevar a Fyora a Ilíabes, dónde estaría a salvo. Miró a su madre con esos ojos suyos. Ella suspiró.
-Está en la Torre…

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Irkan

Mensaje Lun Sep 12, 2011 7:05 pm  Irkan

Aquí va uno largo... espero que os guste ^^

-¿La Torre? –preguntó Fyora.
-La Torre del Comercio –explicó Ayrín-. Allí es donde se realiza todo el comercio importante y también está allí el puerto de barjaks. Es allí donde vamos a ir.
Marcharon a las pocas horas, después de tomar un ligero almuerzo en casa de Ayrín. Fyora miraba todo con atención bajo la capucha de su capa, las calles, las casas… para ella era todo muy diferente, en Guerlán las calles no estaban pavimentadas porque la nieve siempre las cubría y las casas estaban hechas de un material cristalino y opaco, que emanaba un reconfortante calor. Y sobre todo, todo era frío… En cambio, en Portaria todo era piedra, teja y madera, las casas de ladrillo y las calles embaldosadas. Además, le llegaba un suave brisa marina que no tenía nada que ver con la brisa guerlandesa, que era áspera y fría, sino que llevaba consigo un salado olor a mar.
Llegaron al puerto, formado por grandes estructuras de metal, embaldosadas con piedras redondeadas y llanas recubiertas completamente de algas, moho y humedad. Ante ellos se abría el mar y se veían revolotear mecidas por la brisa unas pequeñas aves blancas, con el vientre y la parte interior de las alas azul claro y el pico pequeño, plano y ancho. Fyora se fijó en que, pese a estar el sol en su cenit, el puerto estaba sumido en la sombra. Miró hacia arriba e inmediatamente entendió por qué. Una plataforma exactamente igual que en la que estaban se abría encima de ellos, como una réplica del puerto de abajo. Había también algas en la parte de debajo de la plataforma superior.
-Doble embarcadero –explicó Ayrín. Fyora no se acordaba de él y dio un respingo cuando lo oyó-. Es para evitar que las mareas inunden el puerto. Ahora venimos del Barrio Inferior. La Torre está en el Superior.
La guió a través del puerto, hasta llegar a otra extensión de agua, el río Gan, el río que dividía Portaria en dos. A ambos lados del río se alzaba dos escaleras de piedra blanca que se curvaban para unirse justo sobre el río, formando una pequeña plaza en la que había unos cuantos árboles, una fuente en el centro hecha también de piedra blanca, con la figura de dos hombres entregándole uno una jarra al otro, de la cual salía el agua. Más allá de la plaza se volvía a ver el río, Y a lo lejos, dos pilares blancos se recortaban contra el cielo, como garras (esa era su forma) que se alzaban una a cada flanco del Gan para coger una presa invisible. Y en lo más alto de la torre, una plataforma unía ambas torres.
-Simboliza el comercio –siguió explicando Ayrín, refiriéndose a la fuente. Miró a lo lejos, con los ojos perdidos en la lejanía de los recuerdos- Y eso, es la Torre del Comercio. ¿Ves esa plataforma? –ella asintió- Es el puerto de barjaks.
Se pusieron en marcha de nuevo. Avanzaban al lado del río, bajo el ardiente sol de medio día y los gritos suaves de los pájaros del puerto.
-Ayrín… –le llamó Fyora. Él se giró- ¿Por qué abandonaste esto? ¿Por qué viniste a protegerme? Si solo eras un crío cuando te fuiste de aquí…
Él se limitó a regalarle otra sonrisa.
-Viste mis juguetes… –dijo cuando Fyora creía que ya no contestaría- Puedes imaginarte lo que me gustaba, a quién admiraba… –hablaba con voz suave y lenta, una voz que venía de lo más remoto de sus recuerdos- Cuando era solo un niño, mi padre me llevaba a ver los desfiles de los soldados, y yo… yo quería ser uno de ellos. Me entrenaba, imagínate –la miró divertido- un niño de 3 años encerrado en su habitación con una espada de madera. Y a los siete años… llegó una carta de Guerlán. No tenía remitente, pero llevaba el sello de palacio, aunque más tarde descubrí que el sobre no era el oficial… Decía que quería que fuese el nuevo guardián de la princesa y ofrecía una suma de dinero para mis padres si aceptaban. –paró un rato. Se le había borrado la sonrisa, y había un brillo triste en su ojos azules- Pero no aceptaron. Vi mi sueño roto, pero yo no dejaría de luchar por él. Y me fui. Un día, por la noche, tomé un barco que llevaba pescado a Guerlán…
-Nunca… –dijo Fyora conmocionada- Nunca me habías contado eso…
-Pero ya da igual –le quitó importancia con un gesto de la mano.
No hablaron más hasta que llegaron a la Torre del Comercio. La entrada en la Torre fue distinta a lo que Fyora había imaginado. Espera pasar en secreto, pero no fue así. Para nada. Ayrín se cubrió la cabeza con la capucha. Las sombras le cubrían la cara, pero el brillo de sus ojos aún llegaba hasta Fyora. Y echó a correr hacia los tres piratas que controlaban la puerta. Desenvainó su espada y la descargó contra el primero, extendió la pierna e hizo tropezar al segundo mientras propinaba un puñetazo al último pirata, que se quedó aturdido el suficiente rato como para que Ayrín hundiera la espada en su pecho. Clavó el pie izquierdo en el suelo, giró sobre sí mismo y atravesó el cuello del último pirata en pie con la espada.
-¡Vamos! -le gritó a Fyora.
Se adentraron en la Torre. Dentro, nadie sospechaba nada sobre la masacre que acababa de suceder fuera, aunque ninguno de los dos aflojó el ritmo por ello. Subieron al ascensor y Ayrín presionó el botón con el número 62. Cuando se abrieron las puertas, los recibió el cielo abierto. Ayrín cogió a Fyora y la ató con una cuerda que llevaba ceñida a los tobillos y al pecho y echó a correr de nuevo. Se acercó a un artefacto, un pilar de madera con dos grandes velas a cada lado y otra más pequeña atrás. Se ajustó las correas que había en el mástil que sostenía las dos velas mayores y, con último esfuerzo, corrió con todas sus fuerzas hacia el borde de la plataforma. Y de repente, el vacío apareció bajo los pies de ambos, él planeando y ella, colgando a poca distancia del chico.

Última edición por Irkan el Jue Sep 29, 2011 7:14 pm, editado 2 veces

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Anonymous

Mensaje Lun Sep 12, 2011 9:22 pm  Invitado

adsdasdsffredsfcasfs!!! que mas da que sea largo si acaba igual de intrigante que los otros!!!! xDDDDD me encanta love engancha demasie ligón

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Irkan

Mensaje Mar Sep 13, 2011 9:32 pm  Irkan

-¡Visitantes! –gritaba el vigía una y otra vez, contra el repicar de las campanas del monasterio- ¡En el cielo! ¡Visitantes!
Una sombra cruzó la plaza del monasterio, que momentos después estuvo completamente despejada para que el barjak pudiese aterrizar.
-¡Vamos a aterrizar! –gritó Ayrín para hacerse oír contra el viento.
Hizo una complicada con las ala-velas, las plegó junto a la viga central del barjak y comenzó a caer en picado. Cuando estaban a menos de diez metros del suelo, plegó la vela trasera con un golpe de los pies y volvió a extender los brazos. El barjak se frenó en el aire y comenzó a descender poco a poco. Fyora se posó primero en el suelo de piedra y se apresuró a quitarse la cuerda que le rodeaba el vientre y el pecho. Ayrín cayó a su lado y se quitó las correas de las muñecas, se las frotó para que le volviera a circular un poco más la sangre y se aflojó las cuerdas que tenía atadas al pecho y las piernas. Una vez libre, se giró hacia las cinco figuras que habían llegado a la placita sin reparar en otra presencia, oculta aún en la sombra de los pilares que sostenían el monasterio.
-Bienvenidos –dijo una figura que se había adelantado.
-¡Tutor! –exclamó Fyora, sin molestarse en ocultar su sorpresa.
A Ayrín también le cambió la cara, pero no dijo nada.
-¿Qué hace aquí? –siguió Fyora- ¿Quiénes son ellos? ¿Por…?
-Sssh… –la cortó el Tutor- ¿Qué tal si vamos a un lugar más privado? –miró hacia los pilares- Lo digo por vos, Zaiko.
Todos se giraron, nadie había notado la presencia del tal Zaiko, pero la sonrisa del Tutor dejaba claro que hacía tiempo que lo sabía.
-En realidad, sería bueno que nos acompañase –hizo una pausa antes de acabar con una mezcla clara de solemnidad y burla-, Padre.
Los invitados estaban cada vez más sorprendidos, y aún se levantaron más murmullos cuando la sombra dejó ver su rostro. Era viejo, mucho más que el Tutor, pero aún así se veía fuerte y sereno. Era calvo y llevaba una larga barba blanca que nacía solo de debajo de sus labios, y tenía también las cejas muy largas. Las arrugas no dejaban ver si sus ojos estaban cerrados o abiertos, pero él parecía ver con absoluta claridad. Koyju y el Maestro se pusieron rígidos de repente.
-Padre Zaiko –gritaron a la vez, y se doblaron en una exagerada reverencia.
El Padre no pareció inmutarse. Se acercó al grupo y habló, con voz firme aunque marcada por demasiados años.
-Entremos, pues –dijo, y se dio la vuelta para entrar en el monasterio.
Les guió por multitud de pasillos hasta que incluso el Maestro y el Tutor parecían perdidos, aunque este último intentaba no demostrarlo. Llegaron a un pasillo de piedra, al final del cual había una amplia sala pentagonal. En una de las esquinas había un pequeño manantial, en otra una antorcha y en otra un árbol cuyas ramas se mecían por la suave brisa que entraba por una ventana situada en otra esquina. Y el vértice central estaba vacío. En el centro de la sala había un grabado en el suelo, con cuatro ángeles girando alrededor de un agujero. Zaiko se hizo a un lado y miró al Tutor, con un destello de gran experiencia escapándose entre las arrugas de sus ojos. Él simplemente asintió y se acercó al grabado, alzó su báculo y lo clavó en el agujero. La sala entera pareció temblar y poco a poco los ángeles del suelo comenzaron a girar en torno al báculo. Se oían murmullos de voces profundas y lejanas que repetían palabras indescifrables. Y el suelo se abrió, dejando un agujero de poca profundidad en el centro de la sala. El Padre se agachó y tomó en sus manos un pequeño pergamino. Se lo tendió. Y el Tutor lo desenrolló.

desenrolla el pergamino:
El pergamino estaba repleto de extraños símbolos que ninguno de ellos lograba descifrar. Fue Koyju quien habló por todos ellos.
-Padre ¿qué pone?
-Yo no lo sé ni puedo saberlo… –respondió él, tranquilamente- solo hay un reducido grupo de personas que puedan descifrar esto…

Última edición por Irkan el Jue Sep 29, 2011 7:20 pm, editado 1 vez

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Anonymous

Mensaje Mar Sep 13, 2011 10:09 pm  Invitado

Waaaaaaaa love Szuuuuupeeeer! <3<3<3<3<3
Esperando el siguiente caaaaap clap
fiesta Oootro,oootro! *party*

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Irkan

Mensaje Jue Sep 15, 2011 8:21 pm  Irkan

Un nuevo cap corto para avanzar información importante...

-¿Quiénes? –soltó Zayra de pronto, sobresaltándoles a todos, que se habían quedado callados.
-Los Lectores –respondió el Padre, sin inmutarse-. Son una hermandad que se dedica a las letras. Solo leen y escriben, y lo leen y lo escriben todo. Es lo único que hacen: leer y escribir… no hablan, no comen, no duermen…
A todos les dio un escalofrío al oír qué eran los lectores. Al Tutor, no. Se quedó mirando largamente al Padre, con la duda pintada en sus ojos grises.
-Creía que la Biblioteca era imposible de encontrar…
-He vivido muchos años –respondió el Padre, impasible-, hay secretos que se han perdido y uno de ellos es la localización de la Biblioteca. Pero los que conocimos en su momento su paradero, jamás lo hemos olvidado, ni tampoco lo hemos compartido, por eso cada vez hay menos lectores. Porque mueren y nadie les reemplaza…
- ¿Entonces…? –comenzó el Maestro.
-Deberéis ir al Bosque Silente, más allá de la Cordillera de Seyra, al oeste de Portaria, siguiendo el río Gan.
-¿Y cómo iremos hasta allí? –preguntó Koyju- Sólo tenemos tres oulús en los establos.
-Yo puedo llevar a alguien en el barjak. –añadió Ayrín.
-No va a hacer falta –dijo el Tutor-. Hay vías mucho más rápidas…

Por entre las estanterías se movía un encapuchado. No se oían sus pasos, ni el roce de su túnica contra el suelo, ni su respiración. Se movía entre el silencio, a oscuras, sin mirar a los lados, sin vacilar, por los pasillos tapizados por estanterías. Llegó a una gran sala, redonda y con un escritorio en medio. Ése era el único escritorio decorado, el único que no se regía por la sencillez en que estaban basados todos los muebles de la Biblioteca. Esa mesa tenía cuatro ángeles en vez de patas, que arqueaban la espalda y doblaban las rodillas con una perfecta mueca de esfuerzo y sufrimiento. Al fin y al cabo era su mesa. La mesa del Primero. La mesa dónde un hombre se sentó por primera vez a leer y olvidó los sentidos. La mesa en la que un único hombre se había sentado durante siglos, donde se había sumido tanto en la lectura que olvidó morir. Y allí estaba, siglos después. Leyendo y escribiendo. Copiando y traduciendo. Ajeno al mundo, pero nunca a los libros. Nunca. El encapuchado se presentó frente a él y le tendió una nota. El Primero no se inmutó. Tomó la nota con unos dedos largos y huesudos que salían de debajo de sus mangas y la leyó. Después la dejó a un lado y siguió leyendo. Y el lector se retiró.
“Vienen” decía la nota.

Última edición por Irkan el Dom Oct 02, 2011 7:57 pm, editado 1 vez

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Irkan

Mensaje Jue Sep 15, 2011 9:34 pm  Irkan

He vuelto a mis inicios con caps cortos, pero esque no me da tiempo a más... En este hay un pelín de historia, pero seguro que mola más que la de las clases ^^

Llevaban ya rato caminando a través de los áridos paisajes rocosos de las Islas Bélicas. Llanuras de piedra grisácea con algunas que otras plantas que se escabullían frágiles entre las grietas de la roca. Un paisaje marcado por la Guerra de los Tres Bandos, en la que los peninsios; los habitantes de Kerzak, la única ciudad del continente del sur, y los monjes del monasterio de Ilíabes se habían enfrentado por la posesión de las Islas Bélicas. Kerzak no tardó en perder a manos de peninsios, pero la guerra entre la tecnología de Peninsia y las artes del monasterio se había alargado diez años. La guerra finalizó cuando el rey de Magécit, capital de Peninsia, murió y tomó el trono su hijo, un joven que, al contrario de su padre, no quería seguir con esa guerra absurda. Ahora, las islas se resentían de esa guerra, con una muda pena que se apreciaba en cada rincón donde el grupo posaba la vista. Las dos chicas omnianas no se acostumbraban a andar por aquellos parajes desnudos. Miraban nerviosas de lado a lado, y caminaban haciendo eses involuntarias para acercarse a la pequeñas flores que se escapaban de entre las rocas.
Y lo vieron. Todos. Tras el horizonte, un suave resplandor azulado llegaba hasta ellos, llenándolos de curiosidad. El Tutor, como siempre, se mostró impasible, aunque se detuvo un momento a contemplar el brillo, que iluminaba la escena contra la noche, junto a las lunas que se habían alzado mientras caminaban. Pero reanudó la marcha enseguida. Lo alcanzaron al poco rato, una estructura de apariencia antigua formada por tres pilares triangulares acabados en punta y una piedra azulada flotaba en el centro, emitiendo ese característico brillo azulado. Se acercaron todos, aunque ninguno se aventuró a entrar en el círculo que conformaban unos extraños caracteres alrededor de los tres pilares.
-Tecnología peninsia… –murmuró Ayrín con un brillo de interés y admiración en sus ojos azules que recorrían la estructura de arriba abajo.
-En su máximo exponente –acabó la frase el Tutor-. Fue construida por lo peninsios para poder volver a Portaria y a Magécit durante la Guerra de los Tres Bandos –paró un momento que dedicó a mirar a Ayrín, como evaluándolo-. Pero su uso está restringido a los peninsios.
Ayrín asintió y dio un paso al frente, entrando en el círculo. Colocó ambas manos sobre la piedra y cerró los ojos con fuerza. Dio un último vistazo atrás y vio que los demás también habían entrado en el círculo. Cerró de nuevo los ojos y vio tras sus párpados esa preciosa vista de la Torre del Comercio, la plaza central y el puerto y murmuró.
-Portaria.

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Irkan

Mensaje Sáb Sep 17, 2011 3:53 pm  Irkan

Sintió tras sus párpados una cálida luz e inmediatamente le llegó un conocido olor a sal y a mar… Cuando abrió los ojos vio ante sí una vasta extensión azul. El mar. Esperaba encontrar la suave arena de las playas de Peninsia bajo sus pies, pero no encontró nada. Y cayó. Habían aparecido a pocos metros del suelo, pero no del suelo de la playa, como había supuesto, sino en una de las torres de la muralla, la que quedaba más cerca del mar. Se golpeó contra el suelo estrepitosamente y miró alrededor. Vio a todos los demás tendidos también sobre el suelo, algunos frotándose la cabeza o las manos. Todos menos uno. El Tutor estaba de pie, completamente imperturbable, mirándolos evaluando, con mirada apremiante. Ayrín se puso en pie enseguida, y vio que Koyju y otra chica en la que no se había fijado demasiado. Una chica de piel verdosa y melena castaña y ondulada. Vio como le tendía la mano a la otra omniana, Zayra, y la ayudaba a levantarse. Se apresuró a ayudar el también a Fyora. Una vez estuvieron todos en pie, el Tutor dijo:
-Bien, debemos irnos inmediatamente –se giró hacia Ayrín-. ¿Alguna idea?
Ayrín estuvo un rato pensando, dubitativo.
-Antes… antes había una escalera de emergencia… –paseó la mirada por el suelo, buscando algo- Pero puede que los piratas la hayan desactivado, hace años que no ven…
Se detuvo a media frase. Estaba mirando algo en el suelo, algo que los demás no veían, aunque lo observasen todo con su máxima atención. Ayrín se agachó y colocó la mano en el suelo. Los demás se habían acercado curiosos a ver qué había en la baldosa sobre la que descansaba la mano del chico. Ahora si lo vieron. No sabían lo que era, no eran más que garabatos, pero no dijeron nada para no romper la concentración del chico, que apretó un poco sobre una línea y… la arrastró. Se dieron cuenta de que los garabatos no eran más que tres círculos concéntricos, que giraron bajo los dedos de Ayrín hasta formar el dibujo de una estrella de cuatro puntas. Fyora recordó sus clases en Reyom, clases en que le enseñaban cómo era la cultura de los otros países para cuando llegase a gobernar un país que ya no era el suyo.
-Es el símbolo de Portaria, la Rosa de los Vientos, las cuatro puntas que apuntan a todos los puntos cardinales.
Ayrín le dedicó una sonrisa y el Tutor la miró con aprobación y un disimulado orgullo. Al fin y al cabo, era él quien le había enseñado eso. Una vez la estrella estuvo dibujada en el suelo, Ayrín presionó el dibujo con la mano. Nada. Lo volvió a intentar. Ningún resultado.
-Con permiso… –dijo una voz sobre él.
Alzó la cabeza y vio a Koyju propinando un pisotón a la estrella. Se oyó ruido de engranajes y después el sonido del roce entre rocas. Se asomaron todos a un lado de la torre y vieron unos pequeños escalones surgiendo de la piedra. Zayra, tan poco acostumbrada a la tecnología, no pudo evitar una exclamación de sorpresa. Koyju colocó la mano sobre la barandilla de la torre, saltó por encima y bajó corriendo los escalones. Ayrín lo siguió, no con tanta facilidad pero manteniendo una cierta rapidez. Arlet también se dejó caer por las escaleras, apenas apoyando los pies. Y se giraron hacia las tres figuras que les observaban desde arriba. Fyora comenzó a bajar, poco a poco, cogiéndose con desconfianza a los salientes. La siguió Zayra, aún más lentamente, sin atreverse a mirar abajo, apoyando los pies sobre los salientes con miedo. Y finalmente bajó el Tutor, que, ante la sorpresa de todos, bajó aún más rápido que Koyju, aunque con más ligereza y elegancia.
Una vez a los pies de la torre y aún asombrados por la impropia habilidad del Tutor que cada vez se envolvía más y más en una espesa aura de misterio, siguieron a Ayrín, que era el único que conocía la zona, hasta el río Gan, que bajaba suave y sinuoso desde las Cordilleras de Seyra. El río entraba en la ciudad por debajo de la muralla, donde había una reja para evitar intrusos. Cuando llegaron al Gan, Ayrín se detuvo y dejó que el Tutor se colocase a la cabeza del grupo. Casi no había tenido ocasión de hablar con ninguno de ellos, pero seguía mirando a Arlet, intrigado, había algo en ella que la hacía especial…

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Irkan

Mensaje Dom Sep 18, 2011 11:21 am  Irkan

Llevaban horas caminando siguiendo la corriente del río Gan, el sol ya se estaba poniendo y la primera de las lunas comenzaba a aparecer escondida entre los centelleos rojizos del atardecer. Las cordilleras seguían recortadas contra el horizonte, envueltas en una suave neblina dorada fruto de los rayos de sol, como un objetivo inalcanzable. Por mucho que se acercasen, las cordilleras parecían no moverse de su posición en la lejanía. Pero aún así, sabían que cada día estaban más cerca. Decidieron acampar. No era un terreno abrupto, todo lo contrario, la orilla del río era una llanura que permitía ver bastante lejos: al oeste, la Cordillera de Seyra; al este, el mar; al norte, la vaga silueta de las Islas Orún; y al sur, la Meseta Ebén.
Ayrín se jactaba en unas vistas de su tierra natal que jamás había visto, aunque, igual que los demás, estaba tan cansado que a duras penas se sostenía en pie. Incluso el Tutor, que les había demostrador poseer una habilidad inédita, se apoyaba en su báculo para andar.
-¿No deberíamos parar a descansar? –preguntó Zayra, extenuada, apoyando las manos en las rodillas y respirando profundamente.
-Estoy de acuerdo con ella –dijo Koyju-. Creo que todos estamos cansados, propongo pasar aquí la noche.
Al poco rato, seis figuras solitarias se sentaban alrededor de una pequeña hoguera que habían hecho a base de ramas secas que Arlet y Zayra habían recogido. Con un par de piedras, Arlet había encendido unas chispas que habían acabado convirtiéndose en llamas rojas y doradas que se entrelazaban sinuosas e iluminaban las caras de los viajeros. Se tendieron todos en la hierba, menos Arlet y Zayra, que se encaramaron a las ramas de un pequeño árbol que había cerca del campamento. Koyju y Ayrín se recostaron en el tronco, escrutando la lejanía en busca de cualquier cosa fuera de lo normal y Fyora estaba tendida bocarriba contemplando las estrellas con el Tutor sentado a su lado, también mirando el cielo. Recordó su niñez en Guerlán, cuando salía al balcón de su habitación por la noche a mirar las lunas y el Tutor le explicaba qué era todo lo que veía, cada estrella, cada brillo en el firmamento parecía tener nombre e historia. Miró al Tutor, dándose cuenta de cuánto había hecho por ella, cuánto había aprendido de él. Y se preguntó de dónde venía toda esa sabiduría, más allá de esa extraña agilidad… sacudió la cabeza. Recordar los días en que era una niña le traía recuerdos de sus padres, ahora muertos en manos de los piratas. Los piratas… ¿qué habría sido de ellos? No había oído hablar de ninguno desde que partieron de Reyom, aunque era verdad que se habían cruzado con alguno en Portaria. Oyó un suave murmullo, no le dio importancia. Pero volvió a oírlo. Se giró hacia a Ayrín y Koyju, que mantenían una conversación muy poco animada apoyados contra el tronco del árbol. Levantó un poco la mirada y vio a las dos chicas omnianas, Zayra jugando con una rama entrelazada en sus dedos y Arlet escrutando la lejanía, con la mirada perdida. Se volvió a oír el ruido, cada vez más fuerte, sibilante, aunque parecía que viniese desde lejos. Parecía que los demás también se habían dado cuenta del susurro, porque todos se habían puesto tensos y miraban nerviosos de un lado a otro. Se oyó un chapoteo y de nuevo ese silbido ronco. Se acercaron al agua, pero no se atrevieron a aventurarse más allá del círculo dorado creado por el fuego. Se oyeron más chapoteos y vieron una enorme figura alzarse del río. Zayra ahogó una exclamación. Conocía ese monstruo. Era el mismo que las había atacado a ella y a Arlet en las costas de Omnia. Una criatura de piel viscosa y negra, de cuello largo y sin cabeza, pero con una enorme boca con tres hileras de dientes como agujas. Profirió un rugido mucho más potente que sus anteriores silbidos y se abalanzó contra el grupo. Arlet ya había tensado una flecha en su arco y la disparó contra la bestia. La flecha se clavó en su carne, pero la criatura no se arredró, sino que siguió con su arremetida. Dio un mordisco al aire, justo allí donde había estado Arlet hacía un momento, y contrajo su cuello para cargar de nuevo contra el grupo. Dio un par de pasos hacia adelante, con unas patas planas con cuatro pequeñas garras que sobresalían de su sinuoso cuerpo. Contra las lunas se veía una espinosa aleta dorsal y una cola con una aleta caudal membranosa que se alzaba para después caer sobre el grupo. El monstruo atacaba a ciegas porque no tenía ojos, pero era lo suficientemente grande como para destrozar una buena superficie con cada ataque.
-¡Rápido, corred! –gritó Koyju- ¡Corred!
Se sobrepusieron a su sorpresa y arrancaron a correr hacia la cordillera que se veía de nuevo al fondo, bajo la luz de las dos lunas.

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Irkan

Mensaje Lun Sep 19, 2011 7:40 pm  Irkan

Oían los rugidos del monstruo mientras se alejaban, pero la bestia era demasiado lenta como para seguirles. Aún así, no pararon de correr, hasta que alcanzaron el pie de las primeras montañas. Llevarían una o dos horas corriendo, las lunas ya regresaba en brazos del horizonte mientras un resplandor dorado que se escaba entre la cumbres boscosas de Seyra indicaba el comienzo de un día que prometía ser agotador. El río Gan bajaba fuerte y sinuoso por la ladera de la montaña, saltando de roca en roca formando pequeños arco iris. Un pequeño sendero subía entre las rocas y se internaba en el bosque. Lo siguieron. Treparon por el caminito hasta la entrada de aquel extraño bosque, de árboles con troncos blanquecinos y hojas pálidas de tonos entre verde y dorado. El sol arrancaba destellos de refulgente oro y aún así, ese precioso bosque tenía cierto toque tétrico que les inquietaba a todos.
A medida que avanzaban, oían unas suaves risas cantarinas y murmullos burlones que llegaban a sus oídos como cánticos juguetones, invitándoles a perderse. Procuraban no salirse del camino, pero aquellas risas les turbaban, los desconcertaban y amenazaban con hacerles perder el camino… y acabaron haciéndolo. Se dejaron guiar por los murmullos que rozaban sus oídos, seduciéndoles con un suave olor a flores cuyo origen no podían apreciar… Cuando quisieron darse cuenta, estaban en un pequeño claro, dorado y pálido como todo en aquel bosque de locos. Unas luces flotaban a su alrededor: blancas, rosas, verdes o azuladas, tenían un brillo embriagador y dulce…
-Hadas… –murmuró el Tutor, a quién se le había posado una de esas lucecitas en el hombro.
Eran como pequeños humanos, del tamaño de un pulgar, cuyos cuerpos y alas de libélula desprendían esa luminiscencia. Se dieron cuenta de que empezaban a brillar más y que los árboles adquirían una tonalidad plateada… El sol se había puesto y las hadas y sus molestas risitas los envolvían con su suave luz y su acaparadora fragancia. Decidieron acampar en ese claro, que se iba oscureciendo por momentos, hasta que solo las hojas y algún que otro haz de luz que se había colado entre las ramas proporcionaron cierta iluminación al lugar.
Se oyó un aullido que les llegó a los huesos, helándoles la sangre y atenazándoles el corazón. Otro aullido. Aquel precioso bosque se estaba convirtiendo en una maraña inhóspita de negrura tal, como si una mancha de tinta hubiese caído en aquel lugar en el mapa. Otro aullido. Casi se podían oír los corazones de los viajeros latiendo a toda prisa contra el silencio interrumpido de la noche. Otro aullido. Y un ruido en los arbustos. Tres figuras cuadrúpedas se plantaron en el claro, aullando y gruñendo salvajemente. A duras penas se podían apreciar los contornos de los animales, pero se podía adivinar su apariencia, lobos de hocico corto y pelaje verde y largo y cola castaña y escamada, con la punta en forma de rombo. Tenían el pelo erizado y las cortas y anchas patas dobladas, listos para saltar sobre ellos. El de en medio tomó la iniciativa, abalanzándose contra ellos. Un destello plateado cruzó el aire y el lobo cayó al suelo, con una X de sangre negra marcada sobre el pecho. Y tras el cadáver del lobo, Koyju caía al suelo ágilmente con las dos espadas extendidas, manchadas de sangre. Ayrín le imitó. Se lanzó contra el segundo, el de la izquierda. Desenvainó su espada y giró sobre el pie derecho, haciendo girar la espada sobre su cabeza y dejando un corte limpio en el cuello de la bestia. Y cuando el último saltó sobre ellos, tres flechas se hundieron en su pecho, arrancándole un último aullido de dolor. Cuando creían que estaban a salvo, otro aullido rompió el silencio de la noche y otro y otro… Echaron a correr sin mirar siquiera hacia dónde se dirigían.
-¿Qué era eso? –preguntó Zayra, aún corriendo, jadeando ruidosamente.
-Eso –respondió el Tutor-, Eran galmords… –hizo una pausa- Y solo se encuentran en el Bosque Silente…

Última edición por Irkan el Dom Oct 02, 2011 7:59 pm, editado 1 vez

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Irkan

Mensaje Jue Sep 22, 2011 11:11 pm  Irkan

Aquellas palabras quedaron suspendidas en el aire, perezosas, como si se moviesen por algo más espeso que el aire que les separaba. Todos los sonidos sonaban desvaídos y desganados, llegando vagamente a sus oídos. Por más que avanzaban, el día no regresaba, aquella impenetrable oscuridad no se desvanecía en los destellos plateados del alba que estaba por venir. No había rincón que no quedase sumido en una negrura de eterna tinta... de eterno silencio... A duras penas llegaba ya la luz de las lunas a los rincones entre los árboles, y cada vez era más difícil seguir el sinuoso sendero que marcaban los árboles, surcado por raíces y ramas caídas. Ni siquiera las hadas se veían por entre la negrura para alumbrar su camino con sus coloridas luces. No se oían ya los aullidos de los galmords, ni el cantar de los pájaros ni el crujir de la hierba bajo sus pies… no se oía nada. Notaban un extraño peso en el pecho, un extraño nudo en la garganta, una sensación de falta de aire y pesadez les inundaba los pulmones. Y entonces, se abrieron las ramas para dar paso a un gran claro.
Allí, envuelto entre los árboles, un extraño edificio de piedra se alzaba frente a ellos. Era un edificio de planta cuadrada, considerablemente grande, de tres pisos de altura con una cúpula como acabamiento de la estructura. El impacto de encontrar ese gran edificio ante ellos cuando llevaban horas al borde de la locura de un mundo negro y silencioso fue tal que todos profirieron exclamaciones, exclamaciones que murieron en sus labios sin tiempo a saborear una libertad prohibida al habla. Cuando se recuperaron de la sorpresa y del sabor de las palabras por decir, el Tutor habló lentamente, con claro esfuerzo:
-Esto… es la Biblioteca –dijo, parando a respirar profundamente entre palabra y palabra-. Aquí están… los Lectores… –hizo una pausa algo más larga y se giró hacia ellos para hablar con toda la severidad que el ambiente le permitió- Sobretodo… no… habléis.
Las palabras llegaron desvaídas a los oídos de los viajeros, que a duras penas entendieron nada, dándose cuenta de que hablar era algo imposible en ese bosque. Se acercaron al claro, agotados, y se plantaron frente a las enormes puertas de madera. El Tutor levantó la mano lentamente, con el puño cerrado, para golpear uno de los dos batientes con los nudillos. Cuando estaba a punto de golpear se detuvo, recordando que en aquel bosque el sonido moría ahogado, luchando por avanzar por un camino que no tenía destino. Las puertas comenzaron a abrirse, lentamente, sin chirriar, y una figura encapuchada apareció tras ella. La capucha le cubría también el rostro, y un movimiento de la tela demostraba que el individuo respiraba. Vestía también una túnica que le llegaba a los pies y llevaba las manos unidas sobre el pecho y cubiertas por las anchas mangas. Una vez abierta la puerta, se giró y entró de nuevo en la Biblioteca, sin hablar, como era normal. Entraron todos y, ya dentro, otro encapuchado se encargó de cerrar las puertas. El Lector que les había recibido cogió un candil, dejando ver bajo su manga unos dedos jóvenes y sin arrugas. Levantó la llama en alto y echó a andar de nuevo, en dirección al mismísimo corazón de ese laberinto de estantes y libros.
Y llegaron a su destino, oculto entre pergaminos como si de una flor seca entre las páginas de un libro se tratase. Una mesa adornada con cuatro ángeles escondía tras de sí otro encapuchado, el Primero, que emanaba un aura de sabiduría tal, que todos dieron un paso atrás, empujados por una enorme sensación de respeto. Pero se acercaron de nuevo a un gesto del Tutor. Éste se sentó en una silla colocada al otro lado de la mesa, mientras los demás se agrupaban a su alrededor. El Primero tendió la mano, una mano huesuda y apergaminada, marcada por los años. El Tutor depositó en su mano el pergamino que contenía la profecía y el Lector la tomó, la desplegó y comenzó a escribir de nuevo. Al cabo de un rato, le tendió un nuevo pergamino. En él, con letra perfecta y curva, ponía:
El pergamino:
Todos leyeron con atención las palabras escritas en el pergamino, intentando comprender que significaba todo aquello, mientras centenares de preguntas se agolpaban en sus cabezas: ¿Cómo podía haber dioses caídos? ¿Quiénes eran los hijos de los dioses? ¿Y los Guardianes? Y lo más importante: ¿Quién era Kerzer?

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Irkan

Mensaje Jue Sep 29, 2011 4:39 pm  Irkan

Éste es bastante corto, pero llevaba demasiado sin escribir nada...

El Primero se levantó, y se acercó a una estantería, tomó un libro entre sus manos y lo depositó sobre la mesa cuidadosamente. Las tapas estaban gastadas y descoloridas, pero la tinta había perdurado años. Sobre la portada brillaban negras unas letras iguales a las que había en la profecía. El Primero abrió el libro, un poco después de la mitad, y mostró las páginas estampadas enteramente con el alfabeto que ocupaba la portada. Algunas imágenes acompañaban el texto: imágenes de ángeles envueltos en llamas, en agua, plumas blancas o pétalos de flor. Mientras pasaba las páginas, los chicos pudieron ver escenas de enfrentamientos entre los ángeles, contra una enorme sombra o un diablo, o escenas de paz en que los ángeles observaban y ayudaban a los humanos. Y la escena de cuatro ángeles cayendo con el diablo de las escenas anteriores en medio. Tomó un pergamino que había al lado y escribió. Se lo tendió. “Es hora de escribir un nuevo capítulo en la Historia de nuestros dioses. Debéis partir”. El Primero se levantó de nuevo y se dirigió hacia una bola del mundo que había en un rincón. Se podían apreciar nombres por todos los rincones de la esfera: ciudades, pueblos, islas, mares, edificios… Colocó un dedo largo y apergaminado sobre la cordillera de Seyra. Hizo girar lentamente la esfera y su dedo se fue deslizando, sin hacer ningún tipo de ruido, hacia la otra punta del continente de Peninsia. Paró la bola con la mano y colocó su delgado dedo sobre un punto que decía “El Templo”. No se demoró demasiado, casi no les dio tiempo de ver dónde había colocado el dedo cuando se volvió hacía el escritorio y comenzó a copiar la Profecía al volumen al que había llamado la Historia de los dioses… ¿De qué historia hablaría el libro?
Cenizas… como una nieve gris cayendo sobre un ciudad vacía. Los ojos muertos de los ciudadanos, las luces mortecinas… llantos, gritos y más lloros… mujeres con sus hijos en brazos alzando la voz al cielo, a unos dioses que ya no les oirían. Cenizas… todo un mundo hecho cenizas…
Abrió los ojos, unos ojos verde olivo, llenos de lágrimas por una tierra que ya no era la suya… Estaba sudada, tenía el pelo pegado a la espalda, la ondulada melena castaña empapada. Se puso el camisón y se acercó a la ventana. El nuevo amanecer teñía sus lágrimas de oro, mientras sus manos se aferraban a la barandilla de piedra. Aún cubierta con el pesado manto de los recuerdos se aseó y se vistió. Salió a la calle, pisando firme con la cabeza alta sobre la melancolía. Las calles parecían despertar bajo el fulgor dorado del nuevo día, aquel brillo que ahogaba sus penas y la llamaba a sonreír de nuevo como una niña…

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Irkan

Mensaje Dom Oct 09, 2011 9:35 pm  Irkan

Aquí un cap muy largo XD

Ante ellos se abrían las llanuras al otro lado de la cordillera, un territorio poco poblado quebrantado únicamente por el vapor de alguna casa perdida por el campo. Y cuando el sol, desperezado ya, se elevaba bien alto sobre las colinas, ocurrió lo inevitable. Las piernas ya a duras penas les respondían, así como sus rodillas temblaban y sus estómagos rugían exageradamente, resentidos. No habían comido desde que habían entrado en el bosque y parecía ser que habían pasado muchas horas desde entonces, puede que días, el tiempo era algo que no entraba en los planes de un bosque de negra tinta. Avivó más la intensa hambre que se había apoderado de ellos el olor a comida que les llegaba como un murmullo lejano, llenando sus pulmones de un rico aroma. Sus piernas respondieron al olor como labios secos al cántaro y se encaminaron hacia la pequeña casa de donde provenía, una pequeña casa de ladrillos grises y techo de teja, con una pequeña valla para rodear el ganado y un huerto al lado de la vivienda. Los animales eran altos, de pelaje corto y castaño con el cuello largo y la cabeza con un estrecho hocico agachada para comer las hierbas que crecían bajo sus largas y delgadas patas. Se acercaron y llamaron a la puerta. Les abrió un hombre de mediana edad, de pelo castaño y barba corta, barriga prominente y una gran sonrisa.
-Disculpe… –preguntó el Tutor.
-¡Vaya con los dioses! –interrumpió el campesino- No se ven muchos viajeros por aquí, ¿sabéis?
El hombre les invitó a entrar con un exagerado ademán y su imborrable sonrisa. El interior era modesto, de poco mueble y menos luz, pero acogedor de todas formas. Una pequeña mesa ocupaba el centro de la sala, y por cuatro pequeñas ventanas entraba una suave luz y el poco agradable olor de los animales. Al fondo de la estancia había un pequeño cajón de madera sobre el que descansaba la pequeña estatua de un ángel con cola de tritón, la representación típica de Nerovvah, el dios Sabio de los peninsios. El campesino se arrodilló ante la estatua, se llevo el dorso de la mano a su sien y rezó una breve plegaria, una costumbre típica de los campesinos de Penisia, que no tenían iglesias cerca de casa. Se giró de nuevo hacia ellos.
-Y bien ¿quiénes son mis invitados? –preguntó, esbozando una gran sonrisa- ¡Qué modales los míos, que el Sabio me perdone! Mi nombres es Danhthar, pero podéis llamarme Danh
Tras un efusivo apretón de manos de Danh y las presentaciones correspondientes de los viajeros, poco tardaron en sentarse alrededor de la mesa, que resultó poderse alargar bastante. Ayrín no se sorprendió, al fin y al cabo aquello era tecnología de su querida Peninsia, pero a los demás sí pareció anonadarles un poco. Danh les sirvió a todos un pedazo de carne sobre un trozo de teja junto con unas verduras quemadas y crujientes, un plato típico de la costa pero muy famoso en las llanuras.
Pasaron así unos días, ayudando a su anfitrión con las distintas faenas como muestra de agradecimiento. Zayra demostró que las benevolentes manos omnianas lograban sobre la cosecha un mejor resultado que las herramientas, Fyora se entretenía ayudando a limpiar la casa y Ayrín y Koyju comenzaron a entenderse y a hablar mientras criaban al ganado. Y el Tutor les observaba. Hacía un poco de todo, iba de aquí a allá contemplando las sonrisas que se dedicaban los cuatro, las risas que compartían con el Danh cuando estaban todos alrededor de la mesa y las manos que se tendían para ayudarse en las faenas. Veía hablar a los chicos mientras repartían la comida a los animales o asomarse Fyora a las ventanas para hablar con Zayra y Arlet, que seguían haciendo maravillas en el huerto.
-¿Así que no conociste a tus padres? –cuando el Tutor entró en el establo, los chicos estaban de nuevo en medio de una conversación, aunque esta parecía más seria pese a perder importancia entre el remugar de los caballos.
-No –respondió Koyju-. En el monasterio nadie sabe quiénes son sus padres –le quitó importancia con un gesto de los hombros y se dispuso a acicalar al caballo de nuevo-. Así no te atas a nadie ni nada por el estilo.
-Pero… ¿No echas de menos a tu familia? Quiero decir, a alguien que te cuide, que te proteja…
-¿Cómo puedes echar de menos algo que nunca has tenido? –respondió él- Para nosotros, en el monasterio, Akillah era nuestro padre. No teníamos más familia que el Libre y de alguna manera, eso te rompe las ataduras –dejó la mirada perdida, sus ojos casi blancos mirando un horizonte perdido en el pasado.
El Tutor se alejó mientras los chicos regresaban a hablar de temas tan triviales como el frío que hacía en Ilíabes y se encaminó hacia el huerto, curioso. Allí vio a las dos chicas omnianas, caminando descalza por entre las hortalizas, y oyó bajar la suave melodía de una voz que conocía demasiado bien, la voz de una pequeña niña pelirroja que cantaba suavemente mientras arrancaba los témpanos que se formaban en el alféizar de la ventana de su habitación. La canción que su madre le cantaba cada noche en la cama cuando se lo pedía una y otra vez. Sonrió para sus adentros. Parecía que las chicas no hablaban de nada importante.

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Irkan

Mensaje Mar Oct 11, 2011 8:19 pm  Irkan

Llevaban así ya unas largas semanas, puede que dos o incluso tres, y los jóvenes parecían conocerse y llevarse mejor. Los chicos hablaban sin parar de su entrenamiento y sus batallas, rara era la vez que no abandonaban la tarea que les ocupaba y se echaban a luchar con el arado y la horca discutiendo sobre quién era el mejor y cayendo después agotados y riendo como niños. Las chicas seguían hablando a gritos por las ventanas, cantando las tres bien alegres mientras ayudaban con el huerto y la casa a Danh, que sonreía feliz al ver cuán agradables estaban resultando aquellos extravagantes huéspedes. Y pasados ya estos días, reunidos todos a la hora de la cena, la conversación tomó un rumbo distinto al que solía tomar:
-Chicos –comenzó el campesino, con posado serio-, este año, Nerovvah el Sabio me ha bendecido con vuestra presencia y su gloria ha conseguido más ganado y más cosecha que nunca. Es por ello por lo que mañana partiré hacia Magécit para llegar a tiempo al Mercado de los Cuatro Vientos, que se celebra dentro de cinco días…
A los jóvenes les cambió el semblante, convirtiéndose en máscaras de pena, pero el rostro del Tutor mostró un breve alivio para pasar a una afable sonrisa.
-Tampoco era nuestra intención abusar de vuestra hospitalidad, Danhthar –dijo, manteniendo esa sonrisa suya tan atípica-. Pero parece ser que la suerte sigue de nuestro lado, pues nuestro rumbo también es Magécit –concluyó.
Hubo una serie de murmullos y sonrisas y caras largas y… unos golpetazos en la puerta. Danh se levantó de inmediato y se dirigió hacia la puerta.
-¿Quién hay ahí? –preguntó.
Ayrín y Koyju se habían llevado las manos a sus respectivas espadas y Arlet ya estaba tensando una flecha en su arco. Y la puerta se vino abajo. Antes de que tuvieran tiempo a reaccionar, un filo bañado en sangre sobresalía de la espalda de Danh, que dejó escapar un gemido de agonía mientras caía de rodillas al suelo. Ayrín se quedó clavado en el suelo, a sus espaldas el grito de Fyora y en su mente la imagen de la reina de Guerlán agonizando en sus brazos. Una lágrima se fugó de sus ojos.
-¡Ayrín! –la voz de Fyora le arrastró de nuevo a la casa, llena ahora de piratas. En el suelo yacían cuatro, apuñalados o con flechas sobresaliendo de su pecho. Y Danh. Lanzó un grito de rabia y se abalanzó sobre el primer pirata con más fuerza que nunca, dejando por ahí donde pasaba un rastro de sangre y escarcha. Arlet y Koyju tuvieron que apartarse para no caer en su filo loco o bajo el embrujo de hielo que rodeaba al chico. Ayrín parecía a punto de explotar. Los piratas yacían sobre el suelo, empapados y cubiertos de una fina capa de hielo. Fue entonces cuando el Tutor intervino, enarbolando su báculo surgido de la nada. Con un par de potentes y veloces movimientos presionó el cuello de dos piratas más, desnucándoles. Los dos últimos. Y se giró hacia el joven soldado, que se había derrumbado al sueño de rodillas mientras su espalda temblaba en un sollozo apagado.

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