Celestes

 

 

Los celestes, llamados así por la coloración de su piel, son la raza más pacífica de Idhún. Esto se debe a su cualidad más peculiar, la empatía, que les permite conocer los sentimientos y el estado de ánimo de las otras personas, comprenderlas y aceptarlas tal y como son. Tanto por su comportamiento, amable y apacible casi siempre, como por su aspecto, con su falta de cabello y su constitución esbelta, los celestes dan la impresión de ser criaturas muy frágiles. No en vano adoran a Yohavir, el dios del aire y del viento, de la comunicación y de la comprensión. Por eso tienen cierta apariencia liviana y por tanto no es de extrañar que entre sus capacidades se encuentre la levitación, y que tengan cierta debilidad por las aves, especialmente por los enormes y bellísimos pájaros haai, que utilizan como montura y a los que cuidan con gran mimo.

 

Hábitat de los celestes

Los celestes viven en Celestia, una amplia región en el centro del continente. Celestia es una gran llanura que se extiende entre dos sistemas montañosos; quizá su rasgo paisajístico más notable son las formaciones rocosas, con forma de elevadas agujas de hasta varios metros de altura, que se alzan en determinadas zonas, sobre todo hacia el sur de la región, y en cuya cima los pájaros haai suelen construir sus nidos.

Las ciudades de los celestes destacan por su arquitectura grácil y ligera, con altos arcos, cúpulas blancas, amplias avenidas, edificios de formas redondeadas y altísimas y esbeltas torres-mirador, diseminadas por doquier. La ciudad más grande es Rhyrr, la capital. Le sigue en importancia Haai-Sil, la ciudad de los criadores de pájaros, que tiene la peculiaridad de estar construida bajo centenares de nidos de haai. Y, por último, Kelesban, cuyo nombre significa, literalmente "Bosque Celeste", una ciudad construida en plena floresta. Las ciudades celestes son gobernadas por un Alcalde designado por un consejo de Ancianos.

Dado que su capacidad empática se extiende también a los animales, son incapaces también de matar a ninguno de ellos, por lo que son vegetarianos. Todas las familias celestes tienen su propio huerto, que cultivan con esmero.

 

Habilidades de los celestes

La más notable es, sin duda, la empatía. Los celestes captan los sentimientos de los demás; pueden ver con claridad las relaciones entre personas, que ellos definen como "lazos" que las unen, y que para los celestes son tan evidentes como el tono de su voz o el color de sus ojos. Por esta razón, en Idhún son los sacerdotes celestes los que llevan a cabo los ritos de unión entre las parejas. Los celestes opinan que esos lazos no se crean artificialmente, sino que nacen del corazón de las personas, y por tanto sólo pueden bendecir la unión de dos personas entre las que ya existe un lazo de amor; es decir, entre aquellos que se aman de verdad.

Y ese es el problema de los celestes: que su habilidad es útil y necesaria para todos, pero al mismo tiempo les otorga una sensibilidad extrema y sufren mucho en sus relaciones con otras razas, que carecen de ella.

Por fortuna, Yohavir es un padre generoso, y ha dotado a sus hijos con otras muchas cualidades especiales: levitación, don de lenguas, habilidad para comunicarse con los pájaros haai…

Hay quien opina que los celestes son una raza más evolucionada que el resto de los sangrecaliente, pero ellos siempre han negado tal cosa y son incapaces de considerarse por encima de los demás. De nuevo, su empatía les lleva a identificarse con todos aquellos con los que se relacionan, aunque esas personas sean brutas e insensibles en comparación con ellos.

 

Yohavir, el Señor de los Vientos

En el panteón idhunita, Yohavir es el dios del aire, de los sentimientos, de la comunicación, de todo lo etéreo. Se dice de él que mueve los vientos, que otorgó las alas a todas las aves y que es el protector de todo lo hermoso y lo equilibrado.

Cuentan que tiñó de azul la piel de sus criaturas más perfectas, los celestes, para que se acordaran siempre de mirar a lo alto y de respetar a todos los seres que surcan los cielos. Y, aunque no les dio alas, les entregó, entre otros muchos, el don de la levitación.

Los que veneran a Yohavir tienden a imaginarlo con un joven celeste, sensible, alegre y despreocupado. Por esta razón verlo en su verdadera forma resulta todavía más perturbador que en el caso de los otros dioses. Cuando se desplaza por su elemento, Yohavir mueve grandes masas de aire, provoca violentos fenómenos atmosféricos y se manifiesta como un inmenso tornado. En Celestia todavía recuerdan con horror la última vez que Yohavir les hizo una visita. Arrasó la ciudad de Rhyrr y a punto estuvo de destruir por completo Haai-Sil y los nidos de los pájaros. A pesar de ello, el dios no tenía voluntad de hacer ningún daño. Simplemente, llevado por el amor a sus criaturas, se acercó a Celestia para verlas, sin ser consciente de la inmensidad que su esencia pura suponía para el mundo de los mortales.

 

Celestes en la historia de Idhún: Ha-Din, Padre de la Iglesia de los Tres Soles

Ha-Din entró muy joven en el Oráculo de Raden como adepto al culto de Yohavir, y terminó siendo elegido Padre de la Iglesia de los Tres Soles, la máxima autoridad religiosa de Idhún junto con la Madre de la Iglesia de las Tres Lunas. En aquel tiempo, su voluntad de diálogo y su capacidad de comprensión parecían idóneas en una época en la que magos y sacerdotes estaban restaurando las buenas relaciones entre ambas partes. Nadie podría imaginar que Ha-Din asistiría a la llegada de Ashran y a la conquista de Idhún por parte de las serpientes. Muchos lamentaron que no hubiese alguien más fuerte en el cargo por aquel entonces, pero Ha-Din, que escapó milagrosamente a la destrucción del Oráculo de Raden para refugiarse, como muchos otros, en el bosque de Awa, pronto demostró que podía ser muy útil a la Resistencia, pese a su carácter pacífico y su talante poco beligerante, o quizá justamente por ello. Fue uno de los pocos capaces de comprender y aceptar la esencia y las relaciones de la tríada de héroes destinados a salvarlos a todos. Fue también uno de los primeros en aceptar las terribles revelaciones que llegaron por parte de los Oráculos y desde el bando de las serpientes, acerca de la naturaleza de los dioses de Idhún. Y fue una figura clave en la reconstrucción de Idhún, auspiciando la creación del Oráculo de Awa.

 

Perlas de conocimiento idhunita:

Muchos se preguntan cómo es posible que un lugar tan plácido y apacible como Celestia no haya sucumbido nunca a las ambiciones expansionistas de otras razas, especialmente a las de los humanos. Lo cierto es que existe una leyenda que cuenta que, en tiempos remotos, Celestia sufrió una invasión por parte de un caudillo humano llamado Kashiar. Esto sucedió mucho antes de que nacieran los reinos de Nandelt, y cuando Rhyrr era más un pacífico poblado que una gran ciudad. Kashiar llegó con sus tropas y conquistó el norte de Celestia, y estableció su base en Rhyrr. No encontró resistencia entre los celestes, pero eso, lejos de complacerle, lo ponía de mal humor.

Una noche exigió que le llevaran una mujer celeste para que le hiciera compañía. Ninguna de ellas deseaba acercarse a aquel hombre cruel y desagradable, y fue una jovencita, casi una niña, llamada Mei, quien se ofreció voluntaria.

A la mañana siguiente, Kashiar apareció débil y tembloroso, sollozando como un niño. Recogió a sus tropas y se marchó por donde había venido. Se llevó consigo a Mei, y con el tiempo, la hizo su esposa. Fue el fundador del reino de Shia, que posteriormente fue famoso por su arte, su saber y su refinada cultura, que debían a sus buenas relaciones con Celestia.

Nunca se supo qué sucedió aquella noche en la casa ocupada por Kashiar. Unos dicen que él se enamoró de ella esa noche. Otros, que la joven lo drogó con algas balu. Hay quien afirma que lo único que hizo Mei fue escucharle y tratar de comprenderle. E incluso se dice que Yohavir intervino a través de ella para salvar a su pueblo y le concedió a Kashiar, por una noche, el don de la empatía.

De cualquier modo, Mei es venerada como una heroína de leyenda, y desde entonces, para honrarla y recordarla, todas las mujeres celestes llevan nombres que riman con el suyo.

 

Los pájaros haai

Compañeros inseparables de los celestes y pieza clave en la red de comunicaciones y transportes de Idhún, los haai son enormes aves doradas que anidan fundamentalmente en Celestia, en lo alto de las enormes formaciones rocosas con aspecto de aguja que son propias del paisaje de la región. Se cuenta que los celestes fueron capaces de domarlas en tiempos remotos porque fueron los únicos que pudieron llegar hasta ellos, en primer lugar, gracias a su poder de levitación, y de comunicarse con ellos, en segundo lugar, gracias a su empatía. Obviamente, los haai no son criaturas inteligentes y no hablan; pero nadie los conoce y los comprende igual que los celestes.

En Haai-Sil, la ciudad de los criadores de aves, es donde se ubica la mayor colonia de pájaros haai del continente. Allí, criadores como Do-Yin, el padre de Zaisei, cuidan a sus aves y proveen de ellas a todas las ciudades de Celestia y a muchos otros puntos del extranjero. Por supuesto, cada pájaro haai destinado al transporte o a la mensajería debe tener un cuidador, un jinete; las aves sólo se dejan montar por personas de gran sensibilidad, y sólo a ellas obedecen. Por eso existe todo un gremio de mensajeros de pájaros haai que comunican puntos muy distantes de todo Idhún, y son, en su mayoría, celestes. Cada uno de ellos está muy encariñado con su pájaro y, aunque puedan estar a las órdenes de particulares, como un gran duque de Nandelt o un mercader de Kash-Tar, para ellos lo primero es siempre el bienestar de su montura.

El manjar preferido de los pájaros haai es una fruta llamada koa, que crece principalmente en Celestia, en Awa y en algunos oasis de Kash-Tar.

 

Personajes de la trilogía: Zaisei

Zaisei nació en Haai-Sil, hija de Do-Yin, el criador de aves, y de Kanei, joven Oyente del Oráculo de Gantadd. Creció en Haai-Sil, pero, tras la invasión de Idhún por parte de los sheks, su padre la envió al Oráculo para protegerla. Allí pasó Zaisei gran parte de su infancia, al cuidado de su madre, bajo la protección de la Venerable Gaedalu. Tras la muerte de Kanei, Zaisei no regresó a Haai-Sil, sino que se quedó junto a Gaedalu y tiempo más tarde se unió a los rebeldes en calidad de mensajera. Fue en uno de estos viajes cuando conoció a Shail; aquél fue el inicio de una amistad que reanudaron más adelante, cuando volvieron a encontrarse después del segundo viaje de Shail a la Tierra.

La relación entre Shail y Zaisei ha sido complicada desde el principio. A la joven celeste, sacerdotisa de la diosa Wina, le han enseñado desde niña a desconfiar de la magia y de la ambición de los magos como Shail. Y, por otro lado, las relaciones entre humanos y celestes siempre son difíciles, debido a la dificultad que tienen los humanos a la hora de expresar sus propios sentimientos y comprender los de los demás. Zaisei, sabiendo que jugaba con ventaja, esperó pacientemente a que Shail le confesara lo que sentía por ella, pues los celestes saben que para que florezca un sentimiento primero es necesario reconocerlo y asumirlo.

Desde entonces, la atención de Zaisei se vio dividida entre su amor por Shail y la fidelidad que le debía a su superiora, la Madre Venerable. La acompañó hasta el fondo del océano, incluso, en su búsqueda de un arma contra los sheks; pero al mismo tiempo colaboraba con la Resistencia y mantenía su relación con Shail, que Gaedalu desaprobaba. Sin embargo, para los celestes los sentimientos son lo primero, y por esta razón Zaisei se avino a celebrar la ceremonia de la bendición de la unión de Kirtash y Victoria, por encima de odios, rencores o enemistades.

Zaisei perdió la vista como consecuencia de la presencia de la diosa Irial. Por fortuna, con los años logró recuperar la visión casi por completo. Tras la marcha de las serpientes, Shail y Zaisei hicieron bendecir su unión; actualmente viven en Haai-Sil.

Zaisei, como todos los celestes, es una joven sensible, bondadosa y apacible, incapaz de hacer daño a nadie y muy comprensiva con todos los que le rodean. Debido a su educación y a su condición de sacerdotisa tiene una fe ciega en los dioses; en este aspecto mantiene puntos de vista opuestos a los de Shail, lo que les ha llevado a chocar en alguna ocasión.

Pero también es, pese a su carácter pacífico, una mujer valiente que sabe reaccionar con decisión cuando es necesario.

 

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