Los humanos son la raza creada por la diosa Irial, diosa de la luz. No es que los humanos parezcan muy luminosos; de hecho, algunas otras razas los consideran un tanto toscos y mugrientos. Se dice, en realidad, que la luz de los humanos brilla por dentro. Que, cuando Irial los creó, encerró en ellos el resplandor de las estrellas, y por esta razón los humanos miran siempre al cielo en las noches oscuras, preguntándose qué hay más allá.
Esta es la principal característica de los humanos: su curiosidad. Siempre están haciéndose preguntas, explorándolo todo, y por esta razón, porque cuestionan el mundo, se sienten capacitados para cambiarlo. Por ello son los primeros en aportar soluciones técnicas ante cualquier problema. Fueron los primeros en tender puentes sobre los ríos, en arar los campos para afrontar los tiempos de escasez y en construir vehículos sobre ruedas. También fue una mente humana la que decidió que, si ya no quedaban dragones, habría que fabricarlos. ¡Típico de los humanos!
Hábitat de los humanos
Los humanos ocupan el amplio valle del norte, entre cordilleras, conocido como Nandelt. Es la única raza que ha dividido su territorio en territorios más pequeños, los reinos humanos: Vanissar, Dingra, Shia, Nanetten y Raheld. Nandelt, cuyo nombre en idhunaico significa ―las tierras del barro, no es ni mucho menos una ciénaga, sino una amplia extensión de tierras de cultivo regadas por el río Adir y sus afluentes. Cabría pensar que los humanos, viviendo como viven en una zona fértil, espaciosa y de clima benigno, no querrían abandonar su lugar de origen; pero su proverbial curiosidad los ha llevado a expandirse por todo el continente. Podemos encontrar humanos en casi todas partes; no es de extrañar que el primer embajador de otra raza que visitó las ciudades submarinas fuera un humano, ni tampoco que de vez en cuando algún loco humano aventurero se arriesgue a desafiar a los hielos eternos de Nanhai. Fueron también los humanos los primeros en fabricar barcos para domar la superficie del mar, y en llegar a las islas, donde establecieron colonias cuyos habitantes rápidamente estrecharon lazos con los varu. Y, por supuesto, una vez desaparecidos los dragones y los sheks, serán los humanos quienes se apresurarán a ocupar su lugar en los cielos a bordo de sus máquinas voladoras. Hay quienes dicen que los humanos son una plaga… y puede que no les falte razón…
Distintos tipos de humanos
No todos los humanos son iguales; en Idhún existen tres razas de humanos claramente diferenciadas. Los humanos más comunes, los que proceden de los reinos de Nandelt, presentan una gran variedad de tonos de piel y de cabello, más claro o más oscuro. Pero en cualquier caso, su piel y su cabello son de un solo color. Eso los diferencia de los bárbaros de Shur-Ikail, por ejemplo, cuyo rasgo físico más distintivo es, aparte de su gran corpulencia, desarrollada a lo largo de siglos de intenso ejercicio físico al aire libre, su piel adornada con listas de color pardo. Y también forman un grupo aparte los limyati, la gente del margen, pueblo de humanos nómadas que habitan en los límites del desierto. Esta clase de humanos tiene la piel oscura y el cabello de dos colores: siempre blanco con mechones rojos, azules, verdes o negros. Esta insólita coloración del cabello no se ha visto nunca entre los humanos de Nandelt; por eso, y por su modo de vida, tan diferente del de sus primos del norte, los limyati se consideran una raza aparte, aunque sus semejanzas con la gente de Nandelt son muchas más que sus diferencias y, por tanto, siguen perteneciendo a la gran familia de los humanos y venerando a la diosa Irial (si bien Aldun, como dios del desierto, está también muy presente en sus oraciones).
Humanos en la historia de Idhún: Ashran el Nigromante
Aunque los humanos en general adoran a la diosa Irial, lo cierto es que el culto al Séptimo dios ha gozado siempre de gran popularidad entre ellos, tal vez porque el misterio del origen de este dios siempre ha suscitado su curiosidad o su natural ambición. El más conocido de estos adoradores del Séptimo fue Ashran, el Nigromante.
Cuando todavía era un joven aprendiz, Ashran se las arregló para hallar el lugar donde los Archimagos ocultaban las cenizas del emperador Talmannon y utilizó técnicas prohibidas para invocar su espíritu e interrogarle acerca del Séptimo dios. Después viajó al Gran Oráculo y allí, con la ayuda involuntaria de Manua, la joven Oyente, contactó con el Séptimo y se convirtió en su encarnación. Como avatar del Séptimo, Ashran fue tristemente conocido como el humano que exterminó a los dragones y a los unicornios y abrió a las serpientes la puerta de regreso a Idhún. Fue derrotado por un grupo formado por Jack, Victoria y su propio hijo, Kirtash, en cumplimiento de una profecía formulada por los Seis.
Irial, diosa de los humanos
Irial es la diosa de la luz, y el astro que la representa es Erea, la gran luna plateada, de la que se dice que es la morada de los dioses. La tradición afirma que también los unicornios son criaturas de luz y, por tanto, Irial tiene una cierta predilección hacia ellos. Por esta razón, dicen, los humanos sienten una gran atracción por la magia que los unicornios entregan, y por eso muchos de los grandes hechiceros de la Orden Mágica fueron humanos.
Las sacerdotisas de la diosa Irial proclaman que ella hace brillar las estrellas y fue quien otorgó la inteligencia a los seres superiores de Idhún. Se la considera la diosa de la sabiduría, de la iluminación y del entendimiento, y por eso los humanos de Idhún tienden a creer que Irial está por encima de todas las demás divinidades. Lamentablemente, esto les lleva de vez en cuanto a tratar a las demás razas con una cierta soberbia. Pero también les hace creer a menudo que tienen la responsabilidad de velar por la justicia, y se toman muy en serio la educación de sus líderes. De este ideal de justicia nacieron la academia de Nurgon y su Orden de Caballería.
Se representa a Irial como una mujer humana de gesto serio y majestuoso; pero en realidad su verdadera esencia podría describirse como una intensísima luz, tan poderosa que ciega instantáneamente a todo el que la mira.
Perlas de conocimiento idhunita
Pildar, la primera persona que, según la tradición, recibió el don del unicornio, era humano.
Los humanos se sienten atraídos por la magia, y al mismo tiempo, responsables por ella. Por esta razón la Orden de Caballería de Nurgon, que apoyó a los sacerdotes en su guerra contra los excesos de los hechiceros, tiene por norma vigilar especialmente las actividades de los magos y asegurarse de que no abusan de su poder. Con el tiempo, esto ha llevado a los caballeros a desconfiar de la magia y de los hechiceros en general, y a algunos ni siquiera les gusta que les recuerden que el primer hechicero, el fundador de la Orden Mágica, fue un humilde pescador humano… hecho que, por el contrario, todos los magos humanos señalan con orgullo.
¡Suml-ar Nurgon!
¡Suml-ar Nurgon! Nurgon se creó como una escuela para hijos de nobles y reyes, muy elitista, en la que sólo admitían a gente de buena familia, de raza humana y de sexo masculino. Allí educaban a los jóvenes en el gobierno de sus respectivos pueblos y les enseñaban también a luchar. Los ideales de justicia, honor y deber eran seguidos escrupulosamente por profesores y alumnos, que se sentían orgullosos de sus principios y los cumplían a rajatabla, hasta el punto de que llegaron a crear una Orden de Caballería con su propio reglamento y su propio escudo de armas, un dragón blanco coronado bajo dos espadas cruzadas sobre fondo rojo. Pronto, la escuela se hizo mucho más popular y requirió un edificio mucho más grande. Así se construyó la Fortaleza de Nurgon, que acabó convirtiéndose en la escuela de los gobernantes por excelencia, y el escudo de armas de Nurgon pasó a ser el emblema común de todo Nandelt.
Con el tiempo, la escuela se abrió a las mujeres. Era lógico, puesto que muchas de ellas heredaban el gobierno de sus padres, si eran primogénitas, y no tenía sentido que no se les diera la misma educación que a los hombres. Eran las mujeres-caballero, o "caballeras" de Nurgon, puesto que aprendían a montar a caballo, y también a manejar armas. Y así, poco a poco la escuela abrió sus puertas también a mestizos semihumanos, primero, y a personas de otras razas, después, aunque justo es decir que no hay mucha gente de otras razas interesada en estudiar en Nurgon. Sin embargo, la escuela nunca se desligó del todo de ese carácter elitista. En la actualidad, se permite la entrada a los hijos de plebeyos, pero sólo si superan las pruebas de acceso. Por el contrario, todos los hijos de nobles tienen reservada plaza en la escuela desde que nacen.
Personajes de la trilogía: Shail
Shail Fesbak nació en Puerto Esmeralda, en el reino de Nanetten, en el seno de una próspera familia de comerciantes. Sus padres, Satso y Valia, tuvieron ocho hijos: Inko, Arsha, Fada, Kero, Gaben, Inisha, Sulia y el propio Shail. De todos ellos, sólo Shail fue agraciado con el don del unicornio cuando era niño. Sus padres lo enviaron a estudiar a la Torre de Kazlunn, donde se inició en los misterios de la magia. La suerte o el destino quiso que el día de la conjunción astral que supuso el inicio de la era de Ashran, Shail no se hallara en la torre con los demás hechiceros, sino en el bosque de Alis Lithban, renovando su magia. Fue él quien halló a Lunnaris, el último unicornio, y la puso a salvo. Cuando los magos de la Torre de Kazlunn la enviaron a través de una Puerta interdimensional hacia un mundo desconocido, Shail no dudó en ir tras ella.
Así comenzó la gran aventura de Shail. En la Tierra, junto con el príncipe Alsan, formó el grupo rebelde conocido como La Resistencia. Fue maestro y amigo de Victoria, a quien salvó la vida sin saber que ella era el unicornio que estaba buscando. Tiempo después, de regreso a Idhún, luchó junto a los rebeldes para liberar Nandelt de las tropas de Ashran.
Shail no fue educado para ser un héroe. Se considera un tipo normal, sencillo, y probablemente a estas alturas todavía no se explica por qué los unicornios sienten predilección hacia él, hasta el punto de que uno de ellos le entregó la magia, y otro, el último, el más especial de todos, se mostró ante él y, muchos años después, confió en él para entregarle su cuerno. Shail es, además, un joven pacífico. Se involucró en la Resistencia no para luchar, sino para salvar a alguien. No duda en pelear ni en arriesgar su vida si es necesario, pero siempre está dispuesto a escuchar y a encontrar una solución que no implique una acción armada.
Su curiosidad hacia otras razas y otros modos de pensar es bien conocida. Es buen amigo, en particular, de los gigantes y de los celestes; y le fascina la tecnología de la Tierra, donde se integró rápidamente a pesar de proceder de un mundo muy distinto.
Es amistoso y simpático. Un buen amigo, dirían todos los que le conocen.
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