Rol Memorias de Idhún
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Frozen in darkness {Entrenamiento - Pasado}

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Mensaje  Kvothe Miér Feb 06, 2013 11:54 am


Kvothe Clemens

Prisionero
Entrenamiento
Pasado



Capítulo 1:
Palabras de sangre



El olor putrefacto de una palabra surcó el aire, sintió como cada una de ellas en su tortura se hiciera cada vez más insoportable, poco a poco, segundo a segundo se iba grabando como fuego en una polvorienta y maltratada medalla al valor. Todo aquello incluido la verdad era peor que una muerte honorable.

La mirada ausente del joven vagó sin rumbo alrededor de aquel cubículo al que le habían destinado, una y otra vez repasó el diseño. Solo una fugaz mirada otorgaba una clara idea sobre el estado de aquel lugar, incapaz de denominarle habitación. El mal estado que destilaban las paredes, reflejaban cual cristal la violencia de la que habían sido partícipes y testigos, con rastros de sangre surcando los filamentos rocosos con un ardor de furia acompasados en el aire; desdeñoso una pequeña luz artificial servía como falso retrato de aquel sol tan añorado. Tan solo una cama adornaba el lúgubre destino de la habitación y como única “protección” contra tantos extraños que paseaban haciendo guardia frente a su prisión, barrotes rústicos agrietados de una segura proporción al número de prisioneros a los que habían encerrado en su interior.

Se mantuvo quieto acostado en la aquella cama que le servía como un salvoconducto hacia un lugar algo menos horrible, algo menos lúgubre. Apoyó su mano sin gracilidad alguna sobre el suelo, notando el escalofriante frío que lo trasmitía, lo que además de ser incómodo le recordaba de genial forma la humedad que se calaba y hacía doler sus huesos de manera furiosa. Sus ojos pasaron con aburrimiento el pasillo que tenía en frente suya, adornada con lamparillas de estilo clásico, muy baratas seguro, por supuesto nadie se gastaría ni una moneda aquí, y menos con ellos.

Pronto vinieron a recogerle, débil y desatendido no tuvo más remedio que ceder ante las intenciones de sus carceleros, el sonido metálico de un candado surcó y rellenó el silencio ilusorio creado con una clara intención de amargar sus pensamientos, removerle en una continua rutina casi infinita en la que de seguro moriría antes de lo que pensaba. Se apoyó temiendo caerse en los hombros de aquel infame joven que le había visto casi morir una y otra vez, viendo como se debilitaba y como un enemigo cercano, le había vomitado en la cara para hacerle despertar.

Tosió molesto, haciendo caso omiso al hedor del que ya formaba parte. Notó bajo sus pies el suelo irregular, tan similares a las paredes de aquella sala… si es que se le podía llamar así. Arrastró los pies, uno detrás de otro, con paso rezagado intentando amortiguar el caminar ávido del carcelero. Llegó a aquel lugar que recordaba y que atesoraba en el momento de su llegada, más cárceles, más barrotes… la misma roca desgastada y un silencio amortiguado que perforaba su mente era repetido en cada uno de esos pasillos que consiguió atisbar.

Los presos asomaron su rostro entre los barrotes con la tenue esperanza de que su fín se acercase, mas aquel no era su momento… aún así, nunca podría olvidar con detalle sus rostros, de ojos rasgados por la oscuridad, acostumbrados a no ver el sol, su talla esquelética se había convertido en un símbolo de lo que eran ahora. La esclavitud, el maltrato se podía definir con completa claridad en cada rostro, acompañados por un cuerpo que no hacía más que pedir a gritos que parase aquella locura; pero…la locura se había vuelto demasiado ambigua, nadie seguía la cordura a raja tabla, nadie… empezaba a tener dudas de mi propia cordura.

Ascendieron por unos escalones, alcanzando el fin de aquel lúgubre escenario para entrar a otro más agradable a la vista. Otro pasillo se extendió ante sus ojos, deslumbrándose con la luz presente. Una ventana adornaba aquel pasillo, única pero portadora de más luz de la que había visto en semanas. Haciendo esfuerzo, miró a través de ella, maravillándose ante aquella danza de colores que se extendía más allá de lo que era capaz de soportar. No distinguía ningún color, no distinguía figuras, que pena era eso. Fue solo entonces cuando me fijé en el propio cristal, reconociendo mis propias facciones en el. Mi pelo rojo cubierto de suciedad y una eterna grasa caía como mechones por mi rostro, dando un aspecto negruzco antinatural al normal. Poseía unos pómulos desarrollados, decorando unos ojos color plateado inclinándose con muchísima sutileza al lila. Nadie se solía fijar nunca en este último detalle, solo aquellos que son lo suficientemente observadores o meramente inteligentes. A pesar de ello, al igual que al resto de cautivos, el maltrato, mi excesiva delgadez y la suciedad me dejaban irreconocible; no era más que otra víctima, dejé de ser yo y no fui más que otro esclavo.

Pero mirando más allá de lo concebible, esperó y aguantó el último segundo para distinguir algo más allá del pasillo, una vía de escape, una salida a su esclavitud; pero tan pronto como se imaginó escapando, le obligaron a doblar la esquina para continuar su desafortunado destino, marcado por los pasos de un más que apremiante escolta y guía. Se permitió el lujo de observar la estructura recargada del edificio en el que estaba, de aspecto simple y de colores suaves el interior se quedó allí grabado como un mensaje de tranquilidad. No reconocía el edificio y menos desde dentro.

Había multitud puertas de aspecto simple y madera clara, extendiéndose a sus lados. Una pequeña parte de su mente aún cuerda sintió extraña curiosidad por conocer que había más allá de ellas… pero llegaron al final de aquel pasillo alcanzando una puerta metálica. Con movimientos rudos accionaron un mecanismo de la puerta, no entendía la necesidad de su visita, no entendía por qué le habían llevado allí.

La puerta se abrió y un soplo de aire viciado atravesó el alma haciéndole retorcer de dolor, de agonía. Apestaba a muerte en su interior, y más aún se asustó cuando se encontró ante aquel escenario lúgubre. Observó la silla de hierro puro de aspecto desgastado mostrando una sala aún más tenebrosa, acabada por humedad. El dato más impresionante que resaltó a sus ojos fue una bandeja de plata, asustándole al ver lo que reposaba sobre ella; agujas, decenas de ellas y de distintos tamaños, y como broche final un maravilloso bisturí de plata empañado por el tizno rojo carmín característico de la sangre.
-Buenos días, siéntese por favor…-
Fueron las primeras palabras decentes pronunciadas en aquella desgraciada tarde de otoño.

Aquella hermosa figura apoyada con despreocupación en una esquina de la angosta sala le hizo plantearse de nuevo su locura. Su rostro se dejaba ocultar bajo un manto de sombras… pero solo por su voz distinguió que era una mujer culta, por su tono, despiadada, por su aspecto, cuando salió de entre las sombras la identificó bien… una asesina… el nombre despótico e hipócrita de aquellos que se dedicaban a mancharse las manos con el trabajo de otras personas, ¿y para qué? ¿por un par de monedas?, no parecía un trato justo…
-Lo siento, cariño… nos tendremos que ver las caras más a menudo-
Dijo aquella mujer invitándole con un gesto amable a sentarse sobre una silla levemente descuidada, situada en frente de otra acolchada. El joven guardia que le había llevado hasta la sala de los horrores se había alejado con un paso miedoso perfectamente consciente de lo que pasaría, mas aquello no importaba. Se concentró en continuar su evaluación sobre la mujer. Reconoció que no fueron unas palabras poco agraciadas frente aquel escenario y menos ante sus excelencias visibles, su cultura.
-¿Quién eres…?- Las palabras salieron secas de la garganta del joven preso, sin ningún tipo de gracia ni segundas intenciones en su voz, carcomido su tono por una falta de utilización.
- Que mala educación… lo normal es que te presentes antes al pedirle su nombre a una dama- Responde con un leve tono de burla, logrando sonar cruel pero cariñoso. Aquella torturadora era el símbolo de una sutilidad perdida, de una extraña y antigua tradición trasmitida oralmente de una supuesta tortura “elegante”, de nuevo recurrió a la misma palabra, hipocresía.
- Kvothe Clemens… o lo que queda de él- Responde el joven sentado mientras se rozaba las muñecas, se centró en los ojos de su torturadora, verdes como un prado perdido en un antiguo recuerdo de la hierba.
-Hermoso nombre para un recluso. ¿Últimas palabras?-
Paradójicamente, no tubo la ocasión de pedir aquellas últimas palabras. Se acercó a Kvothe sosteniendo su bandeja de plata. De pronto, sin más, se descubrió atado con fuertes correas a la silla, mientras observaba con horror como la torturadora movía con cuidado sus manos pasa sacar los instrumentos. No descubrió ni siquiera atisbó la verdad de cómo de repente estaba encadenado, quizás su locura se reforzara ahora, temió pronto por su cordura.

Temió que aquella chica no fuera más que lo parecía, una torturadora experta además de una extraña joven con un sentido sádico y algo deformado del dolor, pero todos sus temores se hicieron realidad; No tardó en comprobar que la tortura no era una simple afición; para aquella mujer era un arte. Movía sus instrumentos a puntos exactos para llevarle al límite del dolor sin llegar a causar heridas mortales o irreparables. Golpeaba en ciertas zonas del cuerpo, causando que de tal modo cuando se presionaba sobre determinado punto llevaba el dolor al límite de las capacidades sensitivas. Lo marcaba con cada herida, con cada nuevo corte y punción de la aguja penetrando su cuello para producirle dolor.

Notó el primer pinchazo de la aguja como si fuera algo más que lo era, el dolor más que agónico que había alcanzado a vivir hasta aquel momento;le hizo sacar uno de los gritos más agónicos de los que tendría el “placer” de repetir.Algo a parte del dolor existente se coló en su cuerpo, una sustancia, pronto se sintió eufórico, capaz de cualquier cosa, pero con aquella sensación se intensificó todo, el dolor sufrido y lo que iba a surgir.

En alguna zona recóndita de su mente, Kvothe recordó lo que se decía de cuando la gente iba a morir. Toda la vida pasando en frente de sus ojos… una gran estupidez desde su punto de vista. No existían tales cosas, solo el dolor y un intenso vacío al darse cuenta de que vas a morir. El tiempo no se ralentiza ni se detiene, no piensas en las cosas que hubieras deseado hacer en su momento… tan solo en que vas a morir, punto.
Pero incluso siendo así, solo pensar en ello le volvían a retornar los recuerdos. Permitió que al menos aquel trozo de su mente se salvase del dolor, para zambullirse de tal modo en el mar que conformaba su pasado…


“Nadie, nadie adornaba una historia llenas de penurias a menos de que al final tuviera una fantástica historia final, pero desgraciadamente ninguna de las estrellas se fijaba en él y menos aún le protegía en su luz .

Ni siquiera la suerte le siguió desde pequeño, aunque suponiendo que existiera, no, pero tampoco le había ido mal del todo, había tenido una familia de personas normales con problemas normales que no son deseados de conocer por nadie; en definitiva tubo una infancia traumática.

Pero la infancia daba igual, ni siquiera había un resquicio interesante en su vida asta el mismo día en el que decidió alzarse en busca de algo nuevo...

La búsqueda de este "algo nuevo" impulsó al joven a seguir una ética única y propia de si mismo, alejada completamente del resto y en un futuro, la que cambiaría el mundo entero.”


Con el último recuerdo le abordó un sentimiento único y extraño. Sintió un sentimiento de nostalgia al saber que ya nunca más volvería a ser aquel chico despreocupado, al saber que la tortura quedará tallada en su mente con desbordante cuidado, pudiendo revivir cada momento… no sabía que era peor; morir torturado, o recordarlo toda la vida. Poco a poco, hasta ese pensamiento terminó por deshacerse, sumiéndole en la completa oscuridad.


















Última edición por Kvothe el Miér Feb 06, 2013 12:10 pm, editado 1 vez
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Mensaje  Kvothe Miér Feb 06, 2013 12:04 pm


Kvothe Clemens

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Capítulo 2:
Lágrimas de demonio



Con lentitud Kvothe abrió los ojos, haciéndose a la idea de que aún no había muerto… una vez más se hallaba tumbado sobre la incómoda cama en la que agonizaba cada vez que despertaba, dentro de su celda de aislamiento. Sus heridas habían sido tratadas, lo que significa que desgraciadamente… pensaban volver a torturarlo. Esa idea le produjo escalofríos de nuevo, le retumbó en el alma y percutió en su cerebro pasando por cada una de las marcas de su cuerpo, nadie se merecía lo que a él le estaba pasando en este momento…

Pasó la mano por cada una de las cicatrices y heridas que se hallaban en la parte visible del cuerpo, no quería pensar en el tiempo que le estuvieron torturando, pero según lo que recordaba fue poco tiempo, apenas dos minutos y consiguió que se desmayara. Descubrió en ese momento su poca tolerancia ante su dolor, sintiéndose impotente de nuevo al haber demostrado que ella era más fuerte que él en ese aspecto, que por esta vez le había ganado una partida fatal de la que no volvería a repetirse; en sus pensamientos anotaba con suma cautela una idea que le machacaba por dentro: “Torturadora: I, Recluso: 0”.

Un sentimiento de ira inundó su alma al recordar todo lo sucedido. Como un animal acorralado, dejó que aquella chispa se transformase en la llama que como última voluntad intentaría provocar un incendio. Se levantó gritando a los todos los infiernos maldiciendo el silencio que reinaba en esta zona de oscuridad, se movió alocadamente por la celda, descubriéndose una y otra vez poseído por cientos de demonios…por desgracia, conocía mejor la estructura del lugar que los propios guardias, y sabía que no disponía de ningún medio para escapar, por lo menos por su cuenta. Solo le quedaba cerrar los ojos, y aceptar su propio fin, mientras poco a poco el cansancio le iba venciendo y volvía a dormirse.

En sus sueños recurrió a la violencia como forma de huir de aquella joven de rostro acariciado por el sol, deseó golpearla y sentarla en aquella silla infernal, inyectarle su propia medicina y esgrimir su bisturí contra la carne endemoniada de ella. Deseó acabar con la vida de ella en sueños, pero ni siquiera allí su reflejo no hacía más que torturarle en sueños, nada más que mostrando su tono meloso y estudiado junto con aquella perfecta sonrisa de perlas hacían que la tortura fuera el doble da agónica, hacían que la miseria de los hombres marcados parecieran la perdición de la carne que agonizaba al verla entrar en la sala, ni siquiera allí, en su sueño…ella le dejaba de torturar, quizás esa fuera su habilidad…meterse en tu pensamiento y hacerte ver que… la apreciabas, una idea bastante inverosímil pero… tan cercana…

El tintineo de unas llaves provocó su despertar. Haciendo caso de su instinto animal aún resentido por la tortura, Kvothe saltó desde su cama y miró mas allá de sus barrotes para descubrir quién estaba abriendo la puerta de su celda. El olor putrefacto del frío hacían que la idea de estaba amaneciendo, por supuesto una idea imprecisa. No entendía el desespero de aquel guardia por hacerle salir de la celda a la que había sido confinado, no entendía lo más mínimo, tan solo sabía una cosa cuando asomó la cabeza fuera de su punto de seguridad: todos estábamos saliendo.

Exactamente, no entendía el mínimo sentido de aquella situación, casi nunca en las dos semanas que llevaba le habían sacado de su celda, y menos aún había sacado al resto. Se colocó tras un pelirrojo de cara cortada por una navaja, un tanto más viejo que él y de aspecto mucho más robusto desde su espalda, marchó según el paso de los demás mientras preguntaba a los compañeros contiguos que pasaba.

-¿Aún no te has enterado chico? Nos llevan al patio, como perros…-

Dejó atrás la tranquilidad de su cárcel, paso a paso fue alejándose de su ponto de seguridad, del único lugar donde estaría cómodo, era extraño notar como perdías una parte de él nada más alejarte, era extraño sentir como pertenecías a algo tan burdo como cuatro paredes de piedra rústica y de sangre marcada. Era extraño sentir algo de patriotismo por querer defender ese lugar.
Simplemente extraño.

Tras los pasillos de la prisión pensó que aquello que llamábamos humanidad. Era un termino del que casi todo el mundo fingía comprender, pensando que se refería a simplemente esto; ser una persona, más físicamente que espiritual o mentalmente. Mas que ello, la humanidad es lo que nos separa de las bestias. Una forma de pensar racional, en vez del simple deseo de cumplir todo capricho y necesidad básica que cruce por tu cabeza. Se preguntó si sus carceleros tendrían verdadera “humanidad”, pero la respuesta estaba clara.
Por supuesto que no.

Cada nuevo pasillo que cruzaba, Kvothe trazaba un mapa mental, dándose cuenta que la prisión era más vasta de lo que se imaginaba. Continuó reflexionando, y por primera vez desde que estaba en la prisión se dedicó a pensar por qué estaba allí, el por qué de la razón para encerrarles y menos aún para sacarles fuera.

Llegaron a lo que parecía el final y el guardia que los comandaba les abrió una puerta y con él el primer destello de luz natural que habían observado hace muchísimo tiempo. Casi al unísono levantaron la mano para cubrirse los ojos ante aquella cegadora luz… los ojos doloridos del joven parpadearon repetidas veces, con el objetivo de ver con nitidez que se encontraba más allá.

Cuando al fín se acostumbraron un poco a la luz, observaron en el exterior cientos de rejas de seguridad, varios puestos de mando e innumerable de soldados rasos en los puestos de vigía… Kvothe en un impulso de ira apretó la mandíbula con una fuerza implacable, maldiciendo el mismo momento en el que se había creado esta prisión fortificada. Nada era tan demoledor como darse cuenta que no podrías nunca a menos que se obrase lo que la gente llama un milagro. Odió el mismo momento que empezó a vislumbrar lo críptico de su situación, ningún hueco libre, ningún resquicio desprotegido, ninguna opción para escapar de esa jaula de hierro y acero en la que se había convertido el hogar de aquellos presos malditos.

Consecutivamente oyó las gargantas secas de sus compañeros, muchos por primera vez aquí como el joven, odiaron ese momento en todas sus vidas. Se le encogía el corazón nada más pensar en que no tendría posibilidades de escapar, y menos por aquí… por este palacio fortificado.
Intentó inaugurar una nueva mirada en la que no pensara demasiado dirigiendo su vista hacia donde estuviera el personaje más curioso, el que menos pintara en este reflejo de la hipocresía humana; así le encontró, un hombre robusto de cara angosta y rígida como si del mismo cuero se tratara, su mirada coincidía con su cara, unos ojos filosos que podrían cortar la misma niebla. Su vestimenta era tan atípica como su presencia allí, iba vestido como toda la guardia que había visto: chaqueta larga hasta las rodillas de apariencia oscura con pequeños detalles en gris y otros tonos oscuros que indicaban una condecoración o quizás su rango. Así que mantuvo su atención hacia los detalles más relevantes. Acababa de mover las manos, pidiendo la atención del pueblo preso.

-Bienvenidos a lo que por ahora será vuestra estancia momentánea, divertíos, pasareis una hora al día…-

Dijo el Alguacil de la prisión con su aspecto airado. Sus ademanes convertidos en fugases esplendores de una vida pasada, no hicieron más que atraer la fugaz incógnita de cómo había sido aquel personaje antes de ser corrompido. ¿Qué había cambiado en la mentalidad de aquel retorcido personaje para que les dejase disfrutar de un rayo de luz al día? Nada hizo más fulgor en la población presa que la misma noticia de una pseudo libertad. Por primera vez desde su llegada, Kvothe observó que quizás no todo estuviera perdido. Junto aquel pequeño de rayo de luz que les había otorgado, podía nacer nuestra anhelada “esperanza”.

-Ahora disfrutad de vuestro primer día como si fuerais joviales estudiantes, no os molesto más… ¡descansad!-

El sumo Alguacil se fue con paso elegante y seguro, presumiendo de una victoria que contaría como una batallita “he dominado a los presos”. Todos sus seguidores reirían al oír ese comentario, pero por supuesto no en un tono de burla, sino despectivo… a los animales no se les domina, se les pega por rechazar a su amo.

Tan pronto como se marchó, un silencio pesado se hizo con el control sobre la plaza donde residían aquellos malditos condenados. Kvothe pudo notar claramente la ansiedad que se mantenía en el aire, imaginaos el pesimismo de no haber podido hablar con nadie, de no haber podido compartir ideas, ese era el vacío que se había dejado aquí; un vacío que con el tiempo se llenaría. Incluido él mismo se sintió extraño al tener tanto espacio abierto, algo como la agorafobia entró en sus carnes, intentó no hacerle caso. Así que, con aire sombrío, caminó entre los presos con la tenue esperanza de encontrar alguien que le ofrezca algo interesante con lo que entretener su mente. Por suerte, no tardó en encontrar algo. Habían dos presos peleándose, al parecer desde el mismo momento en el que se fue el Alguacil. Las ropas de estos eran diferentes, de diferente calidad, de diferente textura de diferente brillo… eran completamente diferentes.

-¿Eres idiota? ¡Solo nos quiere controlar!-
-Cállate de una puta vez. Al menos podemos salir fuera-
-¿Pero cuál es el precio?-
-¡El precio no importa, mono de feria!-

Su desorden se extendió entre los presos, que comenzaron a discutir también poniéndose de parte de uno u otro. Pronto los murmullos se transformaron en gritos, la calma en insultos. Kvothe no intervino, más bien observó cómo se extendía con un desdén de diversión ¿en vez de tratar de unirse se pelean? Incluso los guardias comenzaban a ponerse nerviosos e insultar a los presos, lo que solo aumentaba su disgusto. Se apartó del grupo principal donde se amenazaban unas importantes palizas por parte de los guardias, le encantaría ver… como nos trataban

Pero antes de ver como estallaba todo en una pelea de puños, aparece de nuevo el Alguacil con el semblante claramente enfadado. Abrió la boca y gritó algo que Kvothe no pudo escuchar bien, pero todo a su alrededor se convirtió en silencio.

-Putas mierdecillas parlantes, ¡escuchadme! ¡¿Os he dado un puto regalo y así es como me lo pagáis?!...-

La lengua del Alguacil parecía aún más manchada por los insultos que la de los presos, se sorprendió de que tales palabras les fuera permitido decirlo aún así, movió su cabeza como gesto de desprecio, le había tomado por un hombre de buenas maneras, por alguien que no perdía la paciencia… falsa esperanza de encontrar alguien relativamente listo. Su voz comenzó a bramar de nuevo, ahora con aspecto mucho más calmado, había perdido el color rojo de entre sus mejillas:

-… Os he regalado una hora de libertad al día… y os habéis dejado llevar como perros hacia una sangría desobedeciendo a vuestro señor… insolentes; ahora os pediré algo a cambio para resarcir vuestros actos… ¡matad a esos dos engendros!-

Las miradas de asombro cobraron vida en aquel instante, todos incluido Kvothe abrieron los ojos con la sorpresa como bandera. Muchos se miraron entre ellos y comenzaron a observar a ambos presos con verdadero pavor el hecho de que le pidiera eso conllevaba a nuevas órdenes, ahora éramos parte de su ejército personal y eso a nadie le gusta. Kvothe se alzó con la voz cantante entre todos con un gruñido que prevaleció frente al silencio forzado.

-¿Qué dices preso? ¿Serás tú el primero?-

Kvothe giró su cabeza ahora observando directamente al Alguacil, caminó dos pasos hacia delante con suma tranquilidad preparando las palabras que iba a decir:

-Emm…- Kvothe hace una leve pausa con expresión pensativa -No- Termina diciendo con tono imperioso.

Las palabras fueron brotando poco a poco de la garganta, su tono fue más que claro, una muy poca fina mofa… herir en el orgullo a aquel ser que se hacía llamar “Hombre”. La mirada del Alguacil cambió de ser una diversión sádica a no ser más que pura ira, las mandíbulas cambiaron de posición y no hizo más que ratificar la opinión de Kvothe, una persona vasta, sin ningún tipo de genialidad.

-¡Insolente hijo de puta!¡Guardias, dejad a esos bichos y traedme ese preso a mi despacho!¡YA!-

Los gestos se hicieron cada vez más burdos y simples, menos elegantes si podía. Los presos respiraron con cierta tranquilidad y agradecieron de forma silenciosa que fuera otro quien se llevara el castigo. Todos los presos contrajeron la respiración, observaron como los guardias de mala gana bajaban hasta ellos y le ponían unos grilletes al joven que con una sonrisa entre los labios partía hacia el destino que le esperaba en forma de ser rabioso que insultaba en vez de educar. Los pasos acelerados de los guardias se hicieron presentes entre los presos, quitándoles de su puesto a empujones. Apenas tardaron en alcanzar al joven Kvothe y llevárselo de aquel triste lugar entre el tumulto de presos… el camino que tomó fue distinto, distinto al que recordaba al venir, sí reconocía algunas entradas y salidas pero sobre todo… recordaba aquellas escaleras, escaleras inclinadas de aspecto rudo y poco elegante. Recordó los pasillos que observo el día anterior y por último recuerdo la puerta de hierro al fondo del pasillo… lúgubre, igual que la recordaba… inamovible y por derivado recordó el dolor de las agujas; para su suerte dobló la esquina de la que antes creía su libertad, pero para su sorpresa no era más que parte de otro pasillo parte de otros lujosos que para tratarse de los de una prisión, se veían demasiado únicos con cuadros colgando por la pared y pequeñas reliquias, ocultando tras ellas una historia de tal vez siglos.

Afortunadamente aquel extraño trayecto no duró mucho más que el anterior; los insultos de los guardias eran menos ingeniosos que el propio Alguacil y perdían cada vez más gracia según pasaba el tiempo. Ante tanta ignorancia no hizo más que mostrar una sonrisa sarcástica, tan estúpidos y aún así se empeñaban en vigilarnos .

Los guardias introdujeron a Kvothe en un gran despacho de extensas dimensiones. Admiró la alfombra roja que cubría el suelo, los enormes cuadros que se extendían sobre los muros forjados de piedra, con preciosos marcos rodeados con oro y otros ajuares. En ellos se hallaban pintados personajes históricos de todas las clases; Galen el Conquistador, sentado en un trono y sosteniendo una bandera entre sus manos, mientras una herida sangrante se dejaba derramar desde su pecho asta el suelo, tiñiendo el escenario de un rojo fúnebre; Lynae, reina entre las reinas, mujer esbelta reconocida quizás más por sus curvas que por sus innumerables actos políticos y acuerdos casi imposibles. En medio de ambos casi como cruceta se hallaba reposado una única mesa de madera con una silla a juego, de elegante tallado casi señorial adaptado para un trabajo de oficina, ahora estaba cada vez más seguro… la prisión no era realmente aquello que parecía, sino un lugar recóndito en el mundo del cual se desconoce su existencia.

-Bien, ahora atadlo. Luego iros- Ordena el Alguacil al entrar y sentarse en frente del escritorio como si fuera un rey. Esperó con cierta impaciencia a que los guardias terminasen de atar a Kvothe e irse antes de continuar hablando. –Bien, ahora podemos discutir sobre tu… comportamiento.- Muestra una de sus sonrisas malévolas mientras saca de uno de los cajones un abrecartas, jugueteando unos momentos con un instrumento entre sus dedos… tal y como lo hacía un comerciante con una moneda. Ya con el ánimo calmado, se levantó el alguacil y rodeó el escritorio regodeándose de aquel momento; él era quien mandaba.

-¿Ahora es cuando te declaras, no?-

Se hizo el silencio, apreciando como el rostro del Alguacil se contorsionaba en varias expresiones cargadas de oleadas de ira y odio casi a partes iguales. Terminó aquel preciado silencio por romperse con un derechazo directo al rostro de Kvothe, sintió el dolor del impacto de los nudillos contra su cara. Reprimió una mueca de dolor para. Un golpe tras otro en forma de tormenta encontraba su cuerpo, cada nueva acción del Alguacil provocaba una nueva herida en su cuerpo sangrante que teñía cada centímetro de su cuerpo.

El sabor férrico de la sangre al pasar desde el corte de su labio hasta sus papilas gustativas fueron uno de los sabores más extraños que había probado, el ardor en las mejillas de una paliza de un experimentado hombre de batallas junto con el dolor de sus huesos le mantenía despierto o mejor dicho, consciente. Cuando consiguió una tregua se pasó la lengua por la herida para limpiarla y escupir la sangre sobrante que discurría de sus labios hacia la alfombra.

Llegó un punto en el que ya no sentía dolor y tan solo sonreía a cada golpe, no era sadismo ni siquiera era pura complacencia, tan solo una burla, algo que golpearía mucho más su orgullo que aquella paliza que sufría.

-¿De qué te ríes, engendro?- Masculló con ira el Alguacil, pasándose las manos por los nudillos machacados por los continuos golpes.

Kvothe no prefirió responder, tan solo se limitó a cerrar los ojos y sonreír mientras la sangre discurría por su rostro herido y algo maltrecho por los últimos acontecimientos.




















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Frozen in darkness {Entrenamiento - Pasado} Empty Re: Frozen in darkness {Entrenamiento - Pasado}

Mensaje  Kvothe Sáb Mar 02, 2013 2:13 pm


Kvothe Clemens

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Capítulo 3:
Nacimiento de una leyenda



Aquella risa se perdió entre los pasillos y se difuminó en el aire, sin embargo, ya nada volvería a ser igual en aquel pobre torturado. Por primera vez notó los balances del viento, las motas de polvo que conformaban remolinos casi imperceptibles a su alrededor... y entre ellas, había un nombre. El eco de su propia voz aún resonaba en sus oídos cuando terminó de prenunciar aquellas palabras. Todo a su alrededor pareció contener la respiración, antes de que el joven pronunciase por segunda vez aquella palabra, dura como el acero...

Y todo estalló en el caos. Lo único que fue capaz de alcanzar a recordar fue el cuerpo inerte del Alguacil sobre el escritorio, doblado en una postura extraña y una horrorosa expresión. No se había dado cuenta que había caído, y su silla estaba destrozada... al joven no le costó deshacerse de las ataduras entre los escombros.

Todo lo que sucedió después fue puro instinto. La oportunidad que se le ofrecía no podía dejarla escapar... cogió una de las espadas colgadas en la pared con suma torpeza, y corriendo salió del despacho deseando nada más que todo aquello terminase... desgraciadamente, no fue así.

Sea lo que sea que sucedió en el despacho, había causado mucho ruido... por los pasillos llegaba una pequeña patrulla de soldados alertada, pero no habían corrido la voz de alarma. Desvió su mirada a la única ventana del lugar, entreabierta. Con las pocas fuerzas que le quedaban, la abrió y saltó... no había ninguna habilidad ni precisión en sus movimientos, de hecho, daba tanta pena que alguien de buen corazón lloraría por él... pero no había ni quedaba nadie para llorarle.

La fortuna le sonrió cuando calló sobre un guardia distraído. Sonrió sarcástico, la primera sonrisa sincera en mucho tiempo... pero no disponía de mucho tiempo. El guardia ya se estaba levantando he insultando a quien fuese que le había golpeado, en un intento por sobrevivir, Kvothe recoge su espada y descarga su hoja sobre el cuello del guardia. Podría decir que fue una muerte limpia y rápida... pero no estaría siendo fiel a la verdad.

Con prisas, utilizando la poca conciencia que aún le quedaba registró al soldado. Las manos temblorosas del torturado encontraron unas llaves, pero no sintió alegría por ello; nada podía asegurarle que fueran su pase a la libertad. Miró a su alrededor con nerviosismo, se encontraba en una parte discreta de la prisión, alejada de puestos de vigilancia cercanos. Consistía en un estrecho callejón que bordeaba la muralla, pero desconocía a donde llevaría... no se otorgó mucho tiempo para pensar, el pequeño escuadrón de soldados le habían visto saltar, ya deberían estar a punto de asomarse por la ventana.

Corrió tratando de disimular el sonido de sus pasos. Encontrar al cadáver del guardia haría correr la voz de alarma, disponía de unos escasos minutos antes de que la mayor parte de la guardia lo buscasen... además, sabían por donde había escapado, y no sería difícil acorralarle.

Al fín alcanzó su deseado destino... alcanzó asta las grandes puertas de la fortaleza. Dos únicos guardias se encontraban apostados ahí, y el joven se movió con disimulo asta ocultarse debajo de un carro con alimentos. Apenas pasaron unos instantes cuando un mensajero llegó, informándoles a gritos sobre la alarma y sus instrucciones... entraron en el callejón, efectivamente, para intentar acorralar al joven. Esperó unos momentos en el carro asta asegurarse de que se había ido a cazarle, y solo entonces se atrevió a salir y correr asta las puertas. Debía empujar de un sistema de poleas para alzar las puertas, pero su peso era demasiado para que el joven pudiera soportarlas... desesperado, buscó una solución...

Y la encontró. El viento susurraba a sus oídos como un buen amigo, las palabras se ilustraron una vez más en su mente... - ¡Eh, tu! - Gritó un soldado desde las lejanias, pero el joven no lo llegó a escuchar... pues su sonido fue engullido por el viento. La puerta de madera se destrozó cual hoja de papel, se abrió de par en par y provocó un terrible estruendo. LLeno de aquel sentimiento salvaje, miró atrás, a la prisión y el grupo de soldados que se aproximaba... el viento los golpeó con fuerza y los obligó a retener. Cuando sesó, Kvothe ya se había ido.




















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Mensaje  Invitado Sáb Mar 02, 2013 3:30 pm

Kvo, ¿para mejorar qué atributo has entrenado? xD De puntos está estupendo, pero como no especifiques, vamos mal xD
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Mensaje  Kvothe Sáb Mar 02, 2013 5:07 pm

Sorry, se me había olvidado xD
Fuerza (muy poco), Fs, Fm y Ve
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