~El rincón de la juglaresa peliverde~
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~El rincón de la juglaresa peliverde~
.: EL RINCÓN DE LA JUGLARESA PELIVERDE :.
En un lugar de la plaza, cerca de todos pero aislado del resto, se alza un pequeño escenario cubierto de hojarasca y adornado con motivos naturales. Flores, algún que otro árbol y muchas, muchísimas ramas, confieren un aspecto forestal a este peculiar rincón de Vanis. En el centro de la tarima, cubierto de rosas de todos los colores imaginables, se halla una especie de trono que cada día, desde que raya el crepúsculo hasta que todas las estrellas hacen su rutinaria aparición en el cielo, es ocupado por una joven no menos excéntrica que su entorno; feérica de raza pura, cabellos verdes como las mismas hojas y ojos negro obsidiana, Narshel yergue la cabeza y alza su melodiosa voz.
Cuentista experimentada. Narradora nata... Imposible saber cuáles de sus relatos son ciertos y cuáles inventados; la línea que separa la veracidad de lo inverosímil es difusa cuando el hada habla. Es fácil caer en el engaño de su voz y aceptar mentiras claras como las más reales verdades o, cuando bien se la conoce, resulta sencillo dar por falso un testimonio verdadero.
Pese a todo lo anterior y a riesgo de caer en el imbatible mar de la incertidumbre..., ¿estás dispuesto a escucharla?
SONETO A LA DULCE IGNORANCIA
He aquí del silencio los gritos mudos.
Almas desgarradas de ojos llorosos;
memorias de recuerdos dolorosos;
agonía inaudible de un ser puro.
He aquí de la inocencia los verdugos.
De la batalla suenan fragorosos
cien mil disparos (siempre impiadosos)
de armas empuñadas por hombres rudos.
Solos, entre paredes y a su amparo,
donde suenan más tenues los disparos,
otros danzan sobre alfombras de armiño.
A la noche, brindan con vino caro,
duermen en cama blanda sin reparos,
mientras afuera, se mueren los niños.
He aquí del silencio los gritos mudos.
Almas desgarradas de ojos llorosos;
memorias de recuerdos dolorosos;
agonía inaudible de un ser puro.
He aquí de la inocencia los verdugos.
De la batalla suenan fragorosos
cien mil disparos (siempre impiadosos)
de armas empuñadas por hombres rudos.
Solos, entre paredes y a su amparo,
donde suenan más tenues los disparos,
otros danzan sobre alfombras de armiño.
A la noche, brindan con vino caro,
duermen en cama blanda sin reparos,
mientras afuera, se mueren los niños.
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