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Fable Rol: V.1.0. Somewhere Far Beyond
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- Spoiler:
- Primera Edad: El largo invierno.
Son pocos los que recuerdan como era el mundo de la Primera Era.
Los elfos más antiguos que todavía viven aún conservan vagas memorias de ese tiempo, en el que frondosos bosques lo envolvían todo y la tierra era virgen, aún sin sufrir el paso de los primeros hombres.
Pero muchas cosas sucedieron antes de que ellos siquiera hubieran sido creados. Todo comenzó a raíz de una apuesta entre dos legendarios hermanos, Niel, "la dama del hielo", y Raeel, "el amo del caos". Él la desafió a crear un mundo con vida usando únicamente hielo, y a su vez, ella lo retó a hacer lo mismo con sus caóticas habilidades.
Un nuevo mundo nació. Uma.
Hecho completamente de hielo, este planeta recibió la atención de Niel por millones de años humanos, que para los Dioses Inmortales no es un lapso de tiempo tan largo. Lo que para nosotros es mucho tiempo, para ellos puede no ser más que un simple suspiro.
Creó enormes continentes, y en ellos hizo que se extendieran enormes valles, altas montañas y tierras hostiles, cubiertas de escarcha. A pesar de todo, aún no había vida en Uma, y Niel no iba a dejar las cosas así.
Descendió desde los confines del universo, aterrizando en el pico de la montaña más alta, que ahora conocemos como Caras Abaddon. Desde ahí, le habló al hielo, tal y como si se tratara de su propio hijo. Depositó todo su amor en el cosmos que creó con sus propias manos, y se hizo jurar a sí misma que no descansaría hasta crear vida, ya no por la apuesta con Raeel, sino por lo enamorada que estaba de su labor.
Deseaba verla germinar, crecer y madurar, igual que un árbol que comienza siendo una semilla para después convertirse en un robusto roble.
Esta edad es conocida en la actualidad como "El largo invierno", por los siglos que tuvieron que pasar antes de que el sueño de Niel se hiciera realidad.
Finalmente, el milagro sucedió: Del hielo y la escarcha surgió la primera forma de vida. Su apariencia no era muy bella, y era muy torpe al andar...sin embargo, para Niel, fue lo más bello que hubiera visto jamás.
Raeel estaba admirado. Admitió su derrota y confesó no haber sido capaz de crear vida a partir del caos, todos sus intentos fueron vanos y comprendió que su propósito no era el de otorgar el don de la vida a un mundo. Recompensó a su hermana con uno de sus mayores tesoros: Sa, la estrella más brillante de todas. Le pidió que la cuidara con su vida, y que únicamente la sacara del cofre en el que estaba guardada cuando llegara el momento indicado.
La diminuta criatura, nombrada "Nif" por la dama del hielo, creció con rapidez. Miles eran sus ojos, todos ellos azules como el cielo. Carecía de boca y aparentemente, únicamente se alimentaba del agua que absorbía del mismo hielo sobre el que se desplazaba. Sus extremidades consistían en grandes aletas, y su cola era semejante a la de los peces. Niel no imaginaba que dentro de Nif se hallaban todos los deseos, sueños y el cariño que depositó en el hielo, era simplemente un recipiente, dicho de otro modo, un portador.
Cuando Nif fue tan grande como una montaña, su cuerpo se derritió y se dispersó por todo el mundo, abarcando hasta el último rincón de Uma.
Así se originó la vida.
Las primeras semillas fueron plantadas a lo largo de la región que en el presente día conocemos como Imladris. Y también por lugares que nuestros ojos no son capaces de avistar en la distancia...y que probablemente jamás llegaremos a ver en nuestras vidas, sean estas largas como un camino solitario o cortas, igual que la duración de un rayo azotando los cielos con su incandescente furia.
Niel lamentó la pérdida de Nif, desconociendo, en un principio, lo que realmente aconteció. Fue hasta que se dio cuenta de que Sa, la estrella que su hermano le obsequió, resplandecía con un fulgor más fuerte de lo normal, que ese lucero tan especial le estaba pidiendo...algo.
¿De qué se trataba?
La respuesta llegó por si sola cuando decidió abrir el cofre, el cual no estaba hecho de madera, sino tallado en roca de asteroides errantes que flotaban en el espacio, aquel vacío infinito que para los dioses no era más grande de lo que un jardín sería para una pulga. Sa abandonó su prisión, flotando con rapidez, dando la impresión de que poseía vida propia, aún cuando ese no era el caso. La dama del hielo se limitó a admirarla a medida que ascendía...y al llegar al punto más alto del cielo, más arriba incluso que las magnificas montañas y las nubes, explotó.
La detonación liberó miles de millones de partículas brillantes: estrellas más pequeñas, que se desperdigaron por el manto nocturno igual que canicas, hasta encontrar un punto fijo, donde han permanecido desde entonces. Sa se transformó. De un blanco intenso ahora poseía una tonalidad dorada, que iba de lo rojizo a lo anaranjado, y su luz era tan poderosa que la misma Niel tuvo que entrecerrar los ojos para ser capaz de contemplarla.
Debido al calor que el recién creado sol irradió, el hielo se derritió en la mayor parte de Imladris. Los gélidos campos que envolvían a Uma con su abrazo glacial cedieron ante la alta temperatura y se fundieron, dando origen a los océanos.
Debajo de las frías capas de nieve y escarcha, las semillas brotaron una por una y pronto fueron miles de ellas las que dejaron que sus raíces conocieran el exterior. El suelo se coloreó de verde gracias al césped, al que le siguieron las primeras flores.
Solo el territorio donde Niel pasó ese largo invierno permaneció bajo las bajas temperaturas, la nieve, la escarcha y el hielo, el perpetuo hielo que eternamente sería recordado como el portador de la vida que Niel creó en este gran planeta azul.
Segunda Edad: El caos emergente.
Los elfos más antiguos nacieron de la más extraña de las uniones: los árboles y la luz de las estrellas.
Su piel asemejaba la corteza de los robles, tenían ojos dorados y en sus frentes sobresalían un par de alargadas ramas llenas de hojas, dando la apariencia de cuernos. En lugar de sangre, era savia lo que corría por sus venas. Eran, en esencia, plantas vivientes que dormían durante el día y despertaban al ocultarse el sol.
Al no poseer bocas carecían del don del habla...no las necesitaban para alimentarse tampoco, absorbían sus nutrientes de la tierra...crecían gracias al agua de la lluvia y recuperaban fuerzas gracias al calor que les proporcionaban los rayos de Sa.
Conforme su entorno cambiaba, ellos también lo hacían. Dejaron de ser plantas vivientes para convertirse en seres más parecidos a los humanos (que todavía no existían en ese entonces). Las ramas y las hojas dieron paso a largas cabelleras doradas y plateadas, la corteza que cubría sus cuerpos se suavizó hasta volverse una piel tersa y suave, tan clara y pálida como la nieve...o la luz de la luna y las estrellas que dieron vida a sus antepasados.
Sus cuerpos atléticos y delgados recordaban a las ramas que alguna vez tuvieron en sus frentes. Se movían con la gracilidad de la brisa que sacude las hojas y sus voces entonaban dulces melodías que ayudaban a las flores a crecer. La savia, el líquido vital que se hallaba en sus interiores, pasó a ser sangre carmesí.
Al ser hijos de la naturaleza, en ellos no existía el pudor ni la vergüenza hacia sus cuerpos. Fue Niel quien les enseñó a vestir, como protección para las temperaturas inclementes. Ellos perfeccionaron las prendas que llegaron a sus manos, no eran solo ya un medio para resguardar sus cuerpos del frío y del calor extremo, sino una forma de expresión.
Sabios, de naturaleza noble y poseedores de gran belleza, cada noche contemplaban las estrellas, sintiendo en sus propios corazones un profundo sentimiento de nostalgia que no siempre comprendían, pero que nunca dejaría de acompañarlos.
Orgulloso y jovial al principio por el logro de su hermana, Raeel terminó sucumbiendo a la envidia. El llamado "amo del caos" no estaba enfadado por haber perdido la apuesta...Era la imposibilidad de crear algo como Niel lo que atormentaba sus pensamientos.
Visitó Uma, no con el propósito de destruir o de corromper las obras de "la dama del hielo", sino de darles su propio toque...si acaso era posible, de "mejorarlas", crear algo nuevo a partir de lo que ya existía.
Al ser el caos su don, y no ser capaz de aislar esa cualidad suya, era de esperarse que su llegada solo provocó desorden, confusión y una vorágine de sucesos que eventualmente cambiarían la cara de la región de Imladris para siempre.
La tierra se sacudió, presa de poderosos temblores. Contrario a las montañas que Niel levantó, la creación de Raeel fueron los volcanes. Estos vomitaron magma ardiente, arrojaron polvo, ceniza y escombros en todas las direcciones, oscureciendo al cielo.
Ese fue uno de los legados más importantes del "amo del caos": la creación del reino de Funero.
Tan grandes era su anhelo por crear vida, que así como el hielo respondió a los sentimientos de Niel, la roca volcánica, el fuego y la lava fueron la combinación que trajo al primer dragón al mundo: Un reptil de escamas negras, tan duras como las piedras de las que surgió, ojos tan fieros como la lava más ardiente y un aliento incandescente.
Era un monstruo, en todo el sentido de la palabra, de mal temperamento y apetito por la destrucción. A pesar de eso, no era una criatura maligna, ya que su creador no lo era tampoco.
Fue el padre de todos los dragones: Drakón.
Es en su honor que el fuerte de Funero fue nombrado así.
Admirado de su éxito, Raeel experimentó con los elfos. Se llevó a una pareja de ellos que se hallaba dormitando...con tanto sigilo que pareció que hubiera sido el viento el que los hizo desaparecer.
Sostuvo con sumo cuidado a las bellas creaciones de Niel, y su influencia sobre ellos los alteró, cambiándolos enteramente, en más de un sentido:
Los delicados y estilizados cuerpos se hicieron más robustos. Las orejas puntiagudas se redondearon y los ojos, si bien seguían siendo brillantes, ya no lo eran tanto como si poseyeran una luz propia. Todos los dones naturales de los elfos se perdieron...y nació así una raza imperfecta, carente de la pureza y la radiante belleza de los primeros seres que vieron al mundo.
Lo que más asombró a Raeel fue la comprensión de que los había despojado de su inmortalidad. Los convirtió en seres perecederos, cuyas vidas serían tan cortas que su paso por el mundo seguramente no merecería ni siquiera ser anecdótico para criaturas que no tendrían que preocuparse nunca por el fin de sus días.
Estuvo a punto de destruirlos, cuando, de pronto, Niel sujetó su brazo derecho con firmeza.
La dama del hielo no estaba complacida con lo que Raeel hizo...se le notaba decepcionada, porque alteró su mundo y sus creaciones, el orden natural que ella había establecido, y ahora era imposible deducir cual sería el rumbo que tomarían las cosas. Sin embargo, ella le explicó que los seres que transformó, despojándolos de todo lo que les daba su esencia, no merecían pagar el precio de su error.
Eran, al fin y al cabo, hijos suyos. Y ahora también lo eran de él.
Si eran capaces de superar el pesar que significaba el llevar una vida con un tiempo limitado, entonces todavía había esperanza para ellos. Los seres humanos vivirían.
Tercera Edad: División de los reinos.
La vida siempre se abre camino.
Es como una ley natural no escrita. No hay forma de retenerla. No importa cuantas veces arranques la hierba mala que crece en el jardín, esta regresará siempre, a veces multiplicando su cantidad.
Tomaría mucho tiempo más, pero lo que Niel y Raeel pusieron en marcha ya no podía parar. con el surgimiento de tres razas primordiales, los elfos, los dragones y los humanos, sus descendientes se extendieron por Imladris.
A veces por cuestiones del azar, a veces por la influencia de ambos hermanos, nuevos seres de todas las clases imaginables surgieron para compartir el mundo con aquellos que lo conocían ya desde los tiempos cercanos a su creación.
Era una mera cuestión lógica suponer que no todos se llevarían bien. Era imposible que entidades tan variadas, con personalidades, costumbres e intereses distintos encajaran en un mismo lugar. Pocos desarrollaron la tolerancia, o mejor aún, el respeto y la admiración por los que tenían talentos nada parecidos a los suyos.
Uma tenía muchas maravillas...y Niel se sentía fascinada de cada una de ellas, pero ni siquiera ella podía impedir que la oscuridad y la maldad buscaran un sitio también. Pronto hubo guerras, luchas por el poder o por la tierra, y el suelo sobre el que "Nif" se extendió milenios atrás, para dejar que las plantas crecieran por vez primera, se tiñó de rojo con la sangre de los caídos. "La dama del hielo" sufrió todas y cada una de las muertes, como si ella misma hubiera resultado herida por el acero, el fuego, las garras y los colmillos de los combatientes.
Raeel dedujo que era una inevitable consecuencia de su influencia.
El orden se rompía y era engullido por el caos, el desorden absoluto...
Él sabía muy bien como resolver este problema. No lo eliminaría...tal cosa no era posible. ¡Era una gran ironía! Pues ni los dioses inmortales, que pudieron crear un planeta y llenarlo de vida se veían impotentes a la hora de erradicar los males que aquejaban a sus criaturas. La razón era muy sencilla: ni siquiera las divinidades podían cambiar algo que estaba ya en la naturaleza de sus creaciones. El único modo de corregirlo sería destruirlo todo y volver a comenzar, y ciertamente...no era el más práctico, y nada garantizaba que no fuera a volver a suceder.
Hacía falta un orden.
Un liderazgo que no le correspondía a los dioses, pues era algo que debía venir desde el interior de cada pueblo. Se necesitaban líderes que supieran mantener el control y a su vez sirvieran como guías de la enorme diversidad de razas que poblaba Imladris.
Fue así como se dio comienzo a la orden de los Æsir.
Tres fueron los elegidos.
Utheriel Dethstorm, un elfo imponente de porte agresivo. Carecía de un ojo y como consecuencia de ello usaba un parche para ocultar la cuenca vacía. Su estricto código de honor y sentido del deber para con los demás habitantes de Imladris le hizo merecedor de la corona, convirtiéndose así en el quinto gobernante de los elfos y el primer Æsir que representaba a su raza.
Cai Wintersoul, humano, fue el segundo Æsir. Nació en la gélida tierra en la que Niel pasó largo tiempo hablándole al hielo. Los humanos estaban demostrando ser seres muy adaptables a pesar de los climas adversos y los peligros que pudieran hallar en su sendero.
Samael, un dragón blanco de alas plateadas y ojos verdes como esmeraldas fue el tercer Æsir y el último en ser nombrado. Proveniente de Funero, este imponente reptil flamigero llevó a su raza hacia el progreso y pronto fueron reconocidos como algo más que monstruos que debían ser temidos.
Los reinos se dividieron: Las tierras boscosas, donde la vegetación predominaba y se decía que el mismo aire estaba encantado, perteneció a los elfos y otras criaturas fuertemente relacionadas con la naturaleza, tales como los etéreos, que se originaron de una curiosa ramificación en la línea evolutiva de los humanos. Ese territorio fue nombrado Heathenlórien.
Los dragones permanecieron en la tierra donde nacieron, Funero. Las altas temperaturas impidieron que muchos otros seres habitaran en esa nación recién creada, mas no impidió que muchos humanos se adaptaran a ella, y vivieran junto a los dragones. Tomaría tiempo que ambas partes se aceptaran mutuamente, pero la convivencia era posible.
La tierra de hielo fue nombrada Mistgard.
En esta se situaron los trolls, seres de apariencia antropomórfica, con mucho ingenio y facilidad para la construcción de diversos instrumentos, si bien su cultura podría considerarse primitiva en comparación a las otras.
Dragones de hielo, criaturas que descendían de los poderosos reptiles de fuego, aclimatados a las bajas temperaturas, encontraron en Mistgard un sitio para residir.
Los humanos, por su parte, fundaron Lemuria.
Fue un proyecto muy arriesgado, inicialmente se pensó que estaba condenado al fracaso más absoluto, ya que sus cimientos no se hallan sobre la tierra firme, sino sobre el mar. Apoyados por legendarios seres acuáticos, tomó cien años para que los seres humanos terminaran con su obra, ¡Toda una generación! Quienes empezaron a construir Lemuria jamás la vieron terminada en todo su esplendor.
Es, quizás, el reino más impresionante de todos, un desafío a la naturaleza en todo el sentido de la palabra, siendo el Castillo Watercrest el mayor exponente de ello, al ser ubicado en medio de una cascada.
La Tercera Edad tuvo un largo periodo de paz, durante el cual los reinos prosperaron, el orden se mantuvo y la vida siguió floreciendo.
Niel y Raeel consideraron que su trabajo ya estaba terminado. Uma ya no necesitaba de ellos. Quedarse cerca y darse a conocer entre sus criaturas podría resultar en un efecto negativo...las volverían dependientes a ellos, incapaces de hacer las cosas por su cuenta. Era mejor que continuaran con su parsimoniosa existencia en el vacio ubicado más allá de las estrellas y los astros...los diminutos fragmentos de Sa.
Niel derramó una lágrima. Una sola lágrima antes de partir.
La esperanza.
No puede existir la paz si no hay guerra.
Quienes afirmen lo contrario pecan de ilusos, ya que ni el mundo de Uma, ni cualquier otro universo puede ser visto en blanco y negro. Todo tiene matices variados que escapan a la vista. Y a toda predicción.
A finales de la Tercera Edad, estalló el primer conflicto a gran escala visto en Imladris. Funero declaró la guerra a Heathenlórien, y su gobernante, el temible dragón negro, Káiser, marchó con un ejército de dragones y de soldados humanos, tanto voluntarios como esclavos.
El honor de Káiser le impidió luchar con su forma de dragón, así que adoptó una apariencia humana. Ataviado con una armadura negra y un horroroso yelmo con la forma de un cráneo de dragón, enfrentó a Utheriel en el santuario de Naeryamar, que los elfos habían construido a los dioses.
El combate tardó tres días ininterrumpidos, y finalizó con la victoria del dragón, quien aprovechó un tropiezo del Æsir élfico para atravesarlo de lado a lado con su espada, Drachenzähne.
Cai y Samael intentaron intervenir y perecieron ante la superioridad numérica y la fuerza del ejército de Káiser.
Los Æsir habían muerto.
Cuarta Edad: Un futuro incierto.
Quinientos años pasaron desde la conquista de Heathenlórien a garras de los dragones liderados por Káiser.
A consecuencia de ello, los reinos de Lemuria y de Mistgard aumentaron sus defensas y reforzaron la vigilancia. Los dirigentes de ambos territorios sabían muy bien que ellos podrían ser los siguientes si bajaban la guardia.
La gran mayoría de los elfos vivió un periodo de esclavitud que eventualmente se convirtió en un resentimiento hacia los dragones y los humanos, quienes fueron sus principales opresores. Los demás habitantes de Heathenlórien que no consiguieron escapar sufrieron el mismo destino.
Valisilwen, la esposa de Utheriel, fue violada incontables veces y asesinada por los conquistadores. Su cabeza fue clavada en una estaca en las afueras de la fortaleza Storm, para divertimiento de Káiser.
Los tres hijos del Æsir élfico, Suiadan, Valdred y Asken, fueron rastreados y solo el primero fue capturado. Lo torturaron para que revelara la ubicación de sus otros dos hermanos, mas no consiguieron que delatara a sus allegados.
Asken, el primogénito, y Valdred, el hijo bastardo, se las arreglaron para huir de Heathenlórien y buscar ayuda en otros territorios. Su viaje fue largo y tortuoso, repleto de frustraciones y de vagas esperanzas, nadie quería arriesgarse a desafiar al dragón negro y adelantar la perdición de sus propios reinos.
Estaban ya por darse por vencidos...cuando se toparon con un individuo de lo más excéntrico que les ofreció su ayuda, a cambio de un cuantioso financiamiento para un proyecto. Ni Asken ni Valdred tenían mucho más que perder, así que aceptaron ceder la poca riqueza que llevaron con ellos para impulsar el experimento del misterioso sujeto, quien se hacía llamar simplemente "Eldrion".
La magia negra y las más avanzadas técnicas de ingeniería dieron como resultado a los Mechas, seres de metal con alma humana.
Funcionaban a base de vapor, y poseían voluntad propia gracias a un orbe que funcionaba como núcleo...en el cual se atrapaba un espíritu después de haber sido llamado del mundo de los muertos. A través del núcleo, cada parte del cuerpo del Mecha podía ser controlado.
Era un procedimiento arriesgado, nadie podría asegurar que el espectro se comportaría dócil y sumiso a las órdenes de quienes crearon su nueva apariencia de metal. Por esta vez, tuvieron suerte y Eldrion y sus hombres pronto tuvieron a su disposición un ejército de soldados de metal, que cedieron temporalmente a Valdred y a Asken. Era el apoyo que recibirían por su ayuda.
Los hermanos regresaron a Heathenlórien, con los Mechas y una reducida tropa de soldados de todas las razas que decidieron prestar su ayuda.
La batalla fue horrible. Las pérdidas, numerosas. Y en medio de una tormenta de sangre, agonía, fuego y metal, Valdred retó a Káiser en la sala del trono de la fortaleza Storm.
Esta vez, prescindiendo por completo de su honor, el dragón negro conservó su monstruosa apariencia y trató de aniquilar al elfo de una sola dentellada. Quizás debió haberle lanzado fuego...pues al subestimar las habilidades de su pequeño oponente, él mismo cavó su propia tumba.
Al bajar la cabeza de Káiser, la espada de Valdred, "Alrinach", ascendió y atravesó su espantosa testa igual que si fuera mantequilla, ensartándose con violencia en el cerebro del dragón.
Uno de los colmillos de Káiser se clavó en el muslo izquierdo del elfo, desgarrando carne, músculo y hueso. Fue un milagro que no perdiera la pierna...pero sería una herida que lo dejaría permanentemente lisiado.
Con el usurpador muerto, la guerra terminó.
Pese a ser un hijo bastardo, repudiado y rechazado, Valdred se ganó el respeto de su pueblo y fue elegido como el sucesor de su padre, Utheriel, tanto en el trono como en su cargo de Æsir. Esto le causó un fuerte descontento a Asken, quien al ser el primogénito, sentía que el trono le correspondía a él. Se auto-exilió de Heathenlórien y hasta ahora nadie sabe a donde ha ido.
La reconstrucción fue lenta, pero devolvió la vida a los reinos de los elfos y los dragones. Siempre existiría un resentimiento profundo entre ambas razas, pero vivir en el pasado nunca ha sido algo prudente ni sabio, y no todos desearon tal conquista, por lo que el trato entre ambos reinos no se perdió. Sin embargo, el trono de Funero permanece vacío hoy en día, ya que no hay nadie con el valor de ocupar el puesto que dejó el anterior tirano, Káiser. Se convirtió en una especie de tabú.
Los Mechas quisieron ser empleados por el gobierno de Lemuria. No obstante, con el tiempo los seres de metal se cansaron de ser manipulados y usados como esclavos, y abandonaron Imladris, hacia tierras desconocidas más allá de los límites del océano.
La paz ha retornado a los cuatro reinos y nuevos Æsir serán nombrados pronto. ¿Qué otras sorpresas depara esta Cuarta Edad del mundo? ¿Nuevos periodos de progreso y esplendor? ¿O el terror de la guerra volverá a envolverlo todo con sus oscuras tinieblas?
Juntos lo descubriremos.
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