Once in the life {RC}
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Once in the life {RC}
Me levanté el primero, sobre las 10:30 a.m. y bajaba las escaleras como si fuera un muerto. Me despegué las legañas de los ojos y bostecé, frotándome los ojos, hinchados y rojos, ya que la noche anterior había estudiado un poco menos de la mitad de los pergaminos de familia del primer estante. Pero ahora volvía a la biblioteca, las hierbas con las que solíamos acompañar al desayuno estaban en el sótano de mi madre, y solo Pêca y mi madre podían bajar. Y mientras bajaba las escaleras, vi la figura de una mujer joven, que resultó ser, al aclararme la vista, mi hermana mayor, Olette, que se había quedado dormida en la puerta que conducía a la enorme biblioteca que ocultaba aquella puerta de madera, en la que Olette estaba dormitando.
- Olette, despierta... ¿Olette...? ¡Olette! -intenté ser lo más suave posible despertándola, pero yo también estaba delirando un poco. Al ver que no respondía, utilicé un poco de mi magia, y creé un torbellino que podía soportar el poco peso que tenía. Pero la mala suerte quiso que, al poder levantar lo más mínimo a Olette, se despertara, sobresaltándose y cayendo de boca al suelo. Cuando estó pasó, chirrió tanto el suelo que escuché como se abría una puerta, que probablemente provenía del cuarto de mis padres o de mis otros 11 hermanos, que estaban aún acostados. Mi hermana se levantó y me cogió de la muñeca- Antes de decir nada -dijo susurrándome al oído- Entremos antes de que se demasiado tarde -terminó de decir, sin yo saber a lo que se refería exactamente.
Al fin entramos en la biblioteca, todo seguía como lo recuerdo, tal y como lo dejé ayer por la noche, probablemente me hubiera quedado dormido y alguien se hubiera encargado de levantarme, ya que lo más probable es que me hubiera ido solo a mi cama, sonámbulo. Antes de decir nada los dos nos sentamos en una mesa, al lado de libros de arqueología e historia sobre los feéricos que pertenecían a mi hermana Olette- Yo no quería, eh... -empecé a balbucear- Sé que no querías que me hiciera daño, Maccius -me explicó, y al oir eso me quedé, la verdad, bastante aliviado.
Escuché ruidos tras la puerta- Pero oye, vas a tener que salir -me dijo de repente- Me has hecho daño en la nariz, pero por suerte tenemos una hierba medicinal en el patio que tenemos, vas a tener que salir del árbol y coger esa hierba y luego traérmela -me explicó minuciosamente.
Así que salí por la puerta, no había nadie, pero pude observar como dos pares de piernas subían las escaleras al unísono, debían ser los gemelos. Salí al fin de mi casa, es decir, del árbol y salí al patio, ¿donde estaría? Pero había que buscarla, porque hay que ver... como se pone Olette.
- Olette, despierta... ¿Olette...? ¡Olette! -intenté ser lo más suave posible despertándola, pero yo también estaba delirando un poco. Al ver que no respondía, utilicé un poco de mi magia, y creé un torbellino que podía soportar el poco peso que tenía. Pero la mala suerte quiso que, al poder levantar lo más mínimo a Olette, se despertara, sobresaltándose y cayendo de boca al suelo. Cuando estó pasó, chirrió tanto el suelo que escuché como se abría una puerta, que probablemente provenía del cuarto de mis padres o de mis otros 11 hermanos, que estaban aún acostados. Mi hermana se levantó y me cogió de la muñeca- Antes de decir nada -dijo susurrándome al oído- Entremos antes de que se demasiado tarde -terminó de decir, sin yo saber a lo que se refería exactamente.
Al fin entramos en la biblioteca, todo seguía como lo recuerdo, tal y como lo dejé ayer por la noche, probablemente me hubiera quedado dormido y alguien se hubiera encargado de levantarme, ya que lo más probable es que me hubiera ido solo a mi cama, sonámbulo. Antes de decir nada los dos nos sentamos en una mesa, al lado de libros de arqueología e historia sobre los feéricos que pertenecían a mi hermana Olette- Yo no quería, eh... -empecé a balbucear- Sé que no querías que me hiciera daño, Maccius -me explicó, y al oir eso me quedé, la verdad, bastante aliviado.
Escuché ruidos tras la puerta- Pero oye, vas a tener que salir -me dijo de repente- Me has hecho daño en la nariz, pero por suerte tenemos una hierba medicinal en el patio que tenemos, vas a tener que salir del árbol y coger esa hierba y luego traérmela -me explicó minuciosamente.
Así que salí por la puerta, no había nadie, pero pude observar como dos pares de piernas subían las escaleras al unísono, debían ser los gemelos. Salí al fin de mi casa, es decir, del árbol y salí al patio, ¿donde estaría? Pero había que buscarla, porque hay que ver... como se pone Olette.
Maccius Maker- Nigromante
- Mensajes : 506
Puntos : 543
Fecha de inscripción : 13/11/2011
Edad : 23
Localización : Umadhún
Datos
Su personaje es: Mestizo [humano, celeste]
Trabaja de: Archimago [magia etérea]
Pertenece a: O.P.N.I. [miembro nº 33]
Re: Once in the life {RC}
-Los dioses... y sus madres -balbuceé mientras trastabillaba contra otro árbol. Después de pasar casi dos días perdido en Awa no había sido capaz de encontrar más que a otros caminantes tan extraviados como yo. No habían podido indicarme el camino fuera de los árboles, y apenas lo compensaba el peso de las monedas en el cinturón. La mula no me habría servido para nada... pero el vino había sido una alegría.
No recordaba cuántos años llevaba sin perderme en Awa. Me estaba haciendo viejo, o el bosque la había tomado conmigo. Ya casi me había conseguido olvidar de aquella panda de críos y sus historias con los dioses. Fuera cual fuese el caso, estaba siendo otro mal día. Habría quemado hasta el último árbol de tan sólo tener yesca suficiente. Y de haber podido enfocar la vista y andar en línea recta el tiempo suficiente.
Tambaleándome, me arriesgué a llegar al siguiente árbol. La vegetación se volvió mucho más tupida de repente. Perdí el equilibrio cerca de una pared de ramas; antes de darme cuenta, el mundo había girado demasiado rápido para seguirlo, y choqué de costado contra la hierba con una sarta de maldiciones. Tratando de seguir alerta, me las arreglé para ponerme en pie de nuevo, mirando alrededor con desconfianza. La vegetación no crecía de manera uniforme en aquella zona concreta, pero tampoco había rastros del paso de humanos. Tenía que estar a las mismas puertas de un hogar feérico, y no me hacía ni pizca de gracia. Estaba en desventaja. Era su terreno. Para los de mi calaña, cualquier ajeno era o bien una presa o bien un enemigo. Y yo no estaba para cazar.
Esperé, inmóvil, aguzando el oído, durante unos eternos segundos. No oí nada, tampoco el silencio delator de las dríades acechantes a las que conocía ya bastante bien. Volví a respirar tranquilo, pero no bajé la guardia. Estaba demasiado borracho para confiar en mis sentidos, y mi instinto parecía haberme mandado a paseo hacía horas. Me encogí de hombros y me di la vuelta, tambaleante.
Había un maldito crío feérico allí plantado, tan tranquilo.
Parpadeé varias veces, mientras mi cerebro intentaba recomponerse lenta y pesadamente. Intenté decidir qué iba a hacer a continuación, pero no tenía tiempo de llegar a grandes conclusiones. El crío no estaría solo. No sabía a qué me enfrentaba, si es que me enfrentaba a algo. No estaba en condiciones de hacer las cosas por la vía no pacífica, por poco que me gustara.
-Eh -gruñí, con voz ronca-. ¿Puedes sacarme del bosque?
No recordaba cuántos años llevaba sin perderme en Awa. Me estaba haciendo viejo, o el bosque la había tomado conmigo. Ya casi me había conseguido olvidar de aquella panda de críos y sus historias con los dioses. Fuera cual fuese el caso, estaba siendo otro mal día. Habría quemado hasta el último árbol de tan sólo tener yesca suficiente. Y de haber podido enfocar la vista y andar en línea recta el tiempo suficiente.
Tambaleándome, me arriesgué a llegar al siguiente árbol. La vegetación se volvió mucho más tupida de repente. Perdí el equilibrio cerca de una pared de ramas; antes de darme cuenta, el mundo había girado demasiado rápido para seguirlo, y choqué de costado contra la hierba con una sarta de maldiciones. Tratando de seguir alerta, me las arreglé para ponerme en pie de nuevo, mirando alrededor con desconfianza. La vegetación no crecía de manera uniforme en aquella zona concreta, pero tampoco había rastros del paso de humanos. Tenía que estar a las mismas puertas de un hogar feérico, y no me hacía ni pizca de gracia. Estaba en desventaja. Era su terreno. Para los de mi calaña, cualquier ajeno era o bien una presa o bien un enemigo. Y yo no estaba para cazar.
Esperé, inmóvil, aguzando el oído, durante unos eternos segundos. No oí nada, tampoco el silencio delator de las dríades acechantes a las que conocía ya bastante bien. Volví a respirar tranquilo, pero no bajé la guardia. Estaba demasiado borracho para confiar en mis sentidos, y mi instinto parecía haberme mandado a paseo hacía horas. Me encogí de hombros y me di la vuelta, tambaleante.
Había un maldito crío feérico allí plantado, tan tranquilo.
Parpadeé varias veces, mientras mi cerebro intentaba recomponerse lenta y pesadamente. Intenté decidir qué iba a hacer a continuación, pero no tenía tiempo de llegar a grandes conclusiones. El crío no estaría solo. No sabía a qué me enfrentaba, si es que me enfrentaba a algo. No estaba en condiciones de hacer las cosas por la vía no pacífica, por poco que me gustara.
-Eh -gruñí, con voz ronca-. ¿Puedes sacarme del bosque?
Invitado- Invitado
Re: Once in the life {RC}
Un hombre de aspecto mayor y borracho me gruñó y, por sus pintas y forma de hablar, no debía de estar muy bien de la cabeza. Aquel hombre quería salir del bosque, pedírselo a un feérico estaba muy bien, pero... ¿estaba realmente seguro de que quería salir, o estaba totalmente ebrio. Decidí recoger la planta, la que había avistado al fin, esa hierba que me libraría del gran chivateo de mi hermana Olette a mi madre, y sobre todo de mis hermanos Dêrt y Têr, que siendo de los más pequeños pero aún así más mayores que yo, tenían todas las papeletas para ganar, junto con Olette.
Cogí la hierba y la sostuve fuertemente con mi mano, pero al pasar por delante de aquel hombre me di cuenta de algo raro. Aquel hombre tenía la apariencia de ser el típico hombre vagabundo, borracho y que el dinero que se gasta lo gasta en cigarros, pero a la vez tenía pinta de no proceder de una familia de pobres. Y además, no olía a alcohol ni a ninguna sustancia que procediera de la cerveza, dudaba sobre indicarle el camino o dejarle ir, pero el problema era, ¿estaba ebrio, estaba sobrio? ¿De dónde venía con esas pintas de borracho? Que yo supiera por aquí no se vendía ningún consumo de drogas ni de alcohol y como que las hierbas que prepara mi madre, que es una de las pocas que tienen una tienda dedicada a ello, no se pueden considerar nada de eso.
- Disculpe, esto... ¿y usted quién es y qué hace aquí? -le hinché a preguntas mientras me acercaba más a él, parecía... no era un feérico... parecía... parecía... una especie de humano... y... ¡un yan! ¡Era un mestizo de yan! saqué mi báculo Dunhâti le apunté con él, los pinchos que recubrían el sol dorado que guardaba la gema rojiza como si fueran sus propios rayos de sol casi podían rozarle el cuelo (algunos de ellos) y una de las peores cosas que podía hacer yo o alguno de mi familia era enfadarse, ya que no era propio de nosotros- Repetiré por si no se ha enterado, querido señor ebrio, ¿qué hace aquí un medio yan? No querrás conocer el lado salvaje de los Maker -le expliqué, frunciendo el ceño. De repente, sonreí pícaramente, no era algo que quisiera disimular, mi familia tenía un lado "oscuro" que no le gustaba mostrar, porque nos íbamos de fiesta casi todas las noches, y eso era todo lo que liberábamos que no fuera de día. Y creo, de verdad, que mi madre era la que nos transmitió a todos esa ira que siempre tiene y que nunca muestra.
Ese yan era lo peor que podía pasar en este bosque, espero que se pudiera controlar ya que no era una raza pura. Me molestaba mucho que hubiera un yan aquí, pero decidí que yo también me controlaría y dejé de apuntarle, no me pareció bien depués de todo.
Me tenía que ir ya con Olette, se iba a preocupar y/o enfadar si no regresaba ya con la hierba esa. Lo cierto es que a mí no me va lo de preparar plantas, es algo que solo a Pêca y a mi madre le va como anillo al dedo, y a ninguno de mis otros hermanos les gusta. Dârkmy es otro, a él le encanta leer, pero nunca le he visto pisar la biblioteca, y es que los libros que lee los tiene guardados en su habitación, pues siempre los relee, ya se loas haya leído una o mil veces. Pero salió Themïs, una gatita que me había cogido cariño desde hace varios días, y yo, claro, como a todos los animales de este universo. Le di la planta para que se la llevara a mi ehrmana Olette, ella no sabía mi amistad con esta gata, pero se daría cuenta de que planta era si consultaba los libros que tenía en la estantería, al lado de la mesa donde seguramente aún seguía esperando.
Decidí que ayudar a ese semi yan a salir de aquí no estaría mal, no fuera a causar algún problema... le señalé al horizonte, la salida estaba por ahí.
Habría que ayudarle...
Cogí la hierba y la sostuve fuertemente con mi mano, pero al pasar por delante de aquel hombre me di cuenta de algo raro. Aquel hombre tenía la apariencia de ser el típico hombre vagabundo, borracho y que el dinero que se gasta lo gasta en cigarros, pero a la vez tenía pinta de no proceder de una familia de pobres. Y además, no olía a alcohol ni a ninguna sustancia que procediera de la cerveza, dudaba sobre indicarle el camino o dejarle ir, pero el problema era, ¿estaba ebrio, estaba sobrio? ¿De dónde venía con esas pintas de borracho? Que yo supiera por aquí no se vendía ningún consumo de drogas ni de alcohol y como que las hierbas que prepara mi madre, que es una de las pocas que tienen una tienda dedicada a ello, no se pueden considerar nada de eso.
- Disculpe, esto... ¿y usted quién es y qué hace aquí? -le hinché a preguntas mientras me acercaba más a él, parecía... no era un feérico... parecía... parecía... una especie de humano... y... ¡un yan! ¡Era un mestizo de yan! saqué mi báculo Dunhâti le apunté con él, los pinchos que recubrían el sol dorado que guardaba la gema rojiza como si fueran sus propios rayos de sol casi podían rozarle el cuelo (algunos de ellos) y una de las peores cosas que podía hacer yo o alguno de mi familia era enfadarse, ya que no era propio de nosotros- Repetiré por si no se ha enterado, querido señor ebrio, ¿qué hace aquí un medio yan? No querrás conocer el lado salvaje de los Maker -le expliqué, frunciendo el ceño. De repente, sonreí pícaramente, no era algo que quisiera disimular, mi familia tenía un lado "oscuro" que no le gustaba mostrar, porque nos íbamos de fiesta casi todas las noches, y eso era todo lo que liberábamos que no fuera de día. Y creo, de verdad, que mi madre era la que nos transmitió a todos esa ira que siempre tiene y que nunca muestra.
Ese yan era lo peor que podía pasar en este bosque, espero que se pudiera controlar ya que no era una raza pura. Me molestaba mucho que hubiera un yan aquí, pero decidí que yo también me controlaría y dejé de apuntarle, no me pareció bien depués de todo.
Me tenía que ir ya con Olette, se iba a preocupar y/o enfadar si no regresaba ya con la hierba esa. Lo cierto es que a mí no me va lo de preparar plantas, es algo que solo a Pêca y a mi madre le va como anillo al dedo, y a ninguno de mis otros hermanos les gusta. Dârkmy es otro, a él le encanta leer, pero nunca le he visto pisar la biblioteca, y es que los libros que lee los tiene guardados en su habitación, pues siempre los relee, ya se loas haya leído una o mil veces. Pero salió Themïs, una gatita que me había cogido cariño desde hace varios días, y yo, claro, como a todos los animales de este universo. Le di la planta para que se la llevara a mi ehrmana Olette, ella no sabía mi amistad con esta gata, pero se daría cuenta de que planta era si consultaba los libros que tenía en la estantería, al lado de la mesa donde seguramente aún seguía esperando.
Decidí que ayudar a ese semi yan a salir de aquí no estaría mal, no fuera a causar algún problema... le señalé al horizonte, la salida estaba por ahí.
Habría que ayudarle...
Maccius Maker- Nigromante
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Puntos : 543
Fecha de inscripción : 13/11/2011
Edad : 23
Localización : Umadhún
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Su personaje es: Mestizo [humano, celeste]
Trabaja de: Archimago [magia etérea]
Pertenece a: O.P.N.I. [miembro nº 33]
Re: Once in the life {RC}
Seguí con la mirada la dirección que apuntaba su gesto, en un ademán sin ninguna alegría.
-¿Esperas que señalándome una línea recta vaya a ser capaz de seguirla?
Era una pregunta malhumorada, pero no pude evitar trocarla en una risa hosca. Por cómo me miraba aquel niño, debía de tenerme como el mayor demonio de la séptima oscuridad. No me había gustado un pelo lo había pasado por sus ojos en el instante en que supo que mi sangre llevaba nada menos que la marca de Aldun. Mi mente embotada saltó a convertirse en una cuchilla tan afilada como la sonrisa de la luna. Entorné los ojos y mi diestra estuvo a punto de saltar hacia el pomo de la espada por voluntad propia; pero contuve el movimiento en silencio, y observé.
Observar era esencial. Era lo que te hacía ver la sombra demasiado oscura en el callejón, el movimiento crucial de las cortinas silenciosas, el destello del acero oculto. Te permitía sobrevivir. Y así, observé de un vistazo de halcón al niño, a sus ademanes, y estudié el báculo que portaba con tanta soltura. Aura mágica... No se estaba marcando ningún farol; tenía que ser mago, y de los buenos... Pero, ¿tan joven? Aquello despertó mi curiosidad, y me saltó a la memoria el grupo de bandidos que nos había atacado, a mí y a los críos que llevaban la huella de los Seis, días atrás. Recordaba sus señas tan bien como el nombre de mi madre, y tenía sus caras guardadas a buen recaudo. A pesar de ser incapaz de salir del bosque, en cualquier momento habría sido más que capaz de desandar el camino y volver a encontrarlos, si no supiera que contaban con ventaja en combate.
"Pero mira... aquí tengo una buena carta, reluciente como una pieza de oro". Torcí la sonrisa, y le hice al chaval feérico un gesto cómplice, destensando la postura.
-Conque eres mago... Si de verdad sabes usar ese palo, chaval, vales más que diez caballos -me encogí de hombros, resoplando en dirección al bosque-. Mira, no pretendo venir aquí a molestarte. Perdí el rumbo hace más de un día, y parece que mi buena estrella me ha retirado la palabra. No sé cuántos idiotas desorientados vienen a parar cerca de tu casa, pero, dada tu afición a los encantamientos, tal vez pueda ofrecerte yo algo a cambio de tu ayuda.
Sonreí otra vez, despreocupadamente, pero con una promesa escrita en los dientes.
-Me salí del sendero hacia el Oeste huyendo de una banda de salteadores. Nada especial... un grupo eficaz, pero desordenado. Eran peligrosos. Acabaron con varios centinelas feéricos que nos servían de guías a mí y a otros cuantos antes de que pudiéramos siquiera reaccionar. Nos dispersamos al instante, cada cual corriendo hacia cualquier parte para salvarse... así que, viéndome solo, decidí apartarme de su camino y huir en busca de un sendero diferente... Pero ya me ves, no he tenido tanta suerte.
>>El caso es que no eran sólo simples bandidos. Tuve tiempo de echarles un par de vistazos, y con el primero calé al mago que los acompañaba... Se cubría la piel y el rostro, pero el tiempo me ha enseñado a captar los detalles al instante, y no era un mago normal lo que tenía delante... -hice una pausa, imprimiendo en mis palabras un matiz de oscura gravedad- No sé qué clase de hechicería era la suya, pero apenas si parecía estar vivo. Le surcaban la piel venas tan oscuras como si por ellas corriera alquitrán en vez de sangre. Estaba demacrado, pálido como la leche y consumido como si no hubiera comido en varios años. Y por entre los pliegues de su capa, vi que entre sus extraños colgantes llevaba al cuello una extraña joya... una piedra roja como un carbón encendido, encerrada en hilos de hierro. En cuanto mis ojos se posaron sobre la piedra, juro que el mago se giró hacia mí como una serpiente, mirándome con dos ojos del mismo color inhumano de la piedra roja.
>>Me di la vuelta y no volví a mirar atrás. No sé si los oí perseguirme a mí o a los otros, y no he vuelto a encontrarlos... así que no sé nada más de los bandidos ni del mago. Pero sé que puedo dar con ellos si me lo propongo, porque conozco todos los senderos de salteadores del Norte y del Sur -recuperé la gastada y sardónica sonrisa, cruzándome de brazos-. Y podrás decirme que sé poco de magia... pero te responderé que he viajado mucho, y he visto bastante más de lo que me gustaría. Ese hechicero no era en absoluto común. Sólo su presencia ponía los pelos de punta, pero su aura y la de la piedra no se parecían a la magia negra. Era algo diferente... y parecía poderoso.
Callé, mirándolo con expresión inquisitiva. ¿Le interesaba? Si creía, como yo, que aquella piedra roja tenía algo especial, incluso para un mago, ambos saldríamos ganando. Yo saldría de una vez del bosque y me cobraría la venganza que tenía reservada a los bandidos. Él podía encontrar algo de verdadero valor. Y si le preocupaba tanto el bosque como para desconfiar de mí sólo por ser medio yan, no permitiría que un amuleto raro y poderoso pusiera en peligro a los árboles y a todo lo que encerraban.
Pero qué sabía yo de aquel feérico, y qué sabía yo de sus mil posibles respuestas...
-¿Esperas que señalándome una línea recta vaya a ser capaz de seguirla?
Era una pregunta malhumorada, pero no pude evitar trocarla en una risa hosca. Por cómo me miraba aquel niño, debía de tenerme como el mayor demonio de la séptima oscuridad. No me había gustado un pelo lo había pasado por sus ojos en el instante en que supo que mi sangre llevaba nada menos que la marca de Aldun. Mi mente embotada saltó a convertirse en una cuchilla tan afilada como la sonrisa de la luna. Entorné los ojos y mi diestra estuvo a punto de saltar hacia el pomo de la espada por voluntad propia; pero contuve el movimiento en silencio, y observé.
Observar era esencial. Era lo que te hacía ver la sombra demasiado oscura en el callejón, el movimiento crucial de las cortinas silenciosas, el destello del acero oculto. Te permitía sobrevivir. Y así, observé de un vistazo de halcón al niño, a sus ademanes, y estudié el báculo que portaba con tanta soltura. Aura mágica... No se estaba marcando ningún farol; tenía que ser mago, y de los buenos... Pero, ¿tan joven? Aquello despertó mi curiosidad, y me saltó a la memoria el grupo de bandidos que nos había atacado, a mí y a los críos que llevaban la huella de los Seis, días atrás. Recordaba sus señas tan bien como el nombre de mi madre, y tenía sus caras guardadas a buen recaudo. A pesar de ser incapaz de salir del bosque, en cualquier momento habría sido más que capaz de desandar el camino y volver a encontrarlos, si no supiera que contaban con ventaja en combate.
"Pero mira... aquí tengo una buena carta, reluciente como una pieza de oro". Torcí la sonrisa, y le hice al chaval feérico un gesto cómplice, destensando la postura.
-Conque eres mago... Si de verdad sabes usar ese palo, chaval, vales más que diez caballos -me encogí de hombros, resoplando en dirección al bosque-. Mira, no pretendo venir aquí a molestarte. Perdí el rumbo hace más de un día, y parece que mi buena estrella me ha retirado la palabra. No sé cuántos idiotas desorientados vienen a parar cerca de tu casa, pero, dada tu afición a los encantamientos, tal vez pueda ofrecerte yo algo a cambio de tu ayuda.
Sonreí otra vez, despreocupadamente, pero con una promesa escrita en los dientes.
-Me salí del sendero hacia el Oeste huyendo de una banda de salteadores. Nada especial... un grupo eficaz, pero desordenado. Eran peligrosos. Acabaron con varios centinelas feéricos que nos servían de guías a mí y a otros cuantos antes de que pudiéramos siquiera reaccionar. Nos dispersamos al instante, cada cual corriendo hacia cualquier parte para salvarse... así que, viéndome solo, decidí apartarme de su camino y huir en busca de un sendero diferente... Pero ya me ves, no he tenido tanta suerte.
>>El caso es que no eran sólo simples bandidos. Tuve tiempo de echarles un par de vistazos, y con el primero calé al mago que los acompañaba... Se cubría la piel y el rostro, pero el tiempo me ha enseñado a captar los detalles al instante, y no era un mago normal lo que tenía delante... -hice una pausa, imprimiendo en mis palabras un matiz de oscura gravedad- No sé qué clase de hechicería era la suya, pero apenas si parecía estar vivo. Le surcaban la piel venas tan oscuras como si por ellas corriera alquitrán en vez de sangre. Estaba demacrado, pálido como la leche y consumido como si no hubiera comido en varios años. Y por entre los pliegues de su capa, vi que entre sus extraños colgantes llevaba al cuello una extraña joya... una piedra roja como un carbón encendido, encerrada en hilos de hierro. En cuanto mis ojos se posaron sobre la piedra, juro que el mago se giró hacia mí como una serpiente, mirándome con dos ojos del mismo color inhumano de la piedra roja.
>>Me di la vuelta y no volví a mirar atrás. No sé si los oí perseguirme a mí o a los otros, y no he vuelto a encontrarlos... así que no sé nada más de los bandidos ni del mago. Pero sé que puedo dar con ellos si me lo propongo, porque conozco todos los senderos de salteadores del Norte y del Sur -recuperé la gastada y sardónica sonrisa, cruzándome de brazos-. Y podrás decirme que sé poco de magia... pero te responderé que he viajado mucho, y he visto bastante más de lo que me gustaría. Ese hechicero no era en absoluto común. Sólo su presencia ponía los pelos de punta, pero su aura y la de la piedra no se parecían a la magia negra. Era algo diferente... y parecía poderoso.
Callé, mirándolo con expresión inquisitiva. ¿Le interesaba? Si creía, como yo, que aquella piedra roja tenía algo especial, incluso para un mago, ambos saldríamos ganando. Yo saldría de una vez del bosque y me cobraría la venganza que tenía reservada a los bandidos. Él podía encontrar algo de verdadero valor. Y si le preocupaba tanto el bosque como para desconfiar de mí sólo por ser medio yan, no permitiría que un amuleto raro y poderoso pusiera en peligro a los árboles y a todo lo que encerraban.
Pero qué sabía yo de aquel feérico, y qué sabía yo de sus mil posibles respuestas...
Invitado- Invitado
Re: Once in the life {RC}
Me eché la mano a la nuca, este hombre iba a ser difícil de tratar- Pues si no te basta con una línea recta, me temo que no vas a poder salir de aquí en tu vida -dije sarcásticamente, aunque a lo mejor debía aprender a portarme mejor cada vez que veía un yan pero es que... ¡no podía! ¡No soportaba a un yan, fuera mestizo o no! Todos ellos tenían intención de quemar le bosque, por pequeña que fuera. Seguí andando un poco más hacia adelante, quería que se enterara bien de hacia dónde tenía que irse.
- Si sabes lo que significa ir recto -me burlé, y no por ser un yan. Si no porque si no sabía como era una línea recta, era él el que tenía un gran problema para salir de aquí- Debes hacerlo si te pones frente mi casa, que es esta -seguí explicándole, señalando hacia el árbol y colocándole en posición- Luego encontrarás un árbol muy poco común, estoy seguro de que lo vas a diferenciar de los demás, ahí tendrás que girar hacia la derecha y... bueno... nunca he salido del bosque yo solo, así que no me acuerdo muy bien y... bueno, cuando fui a hacerme las pruebas, a hacerme Archimago... fui en el Haai de Dêimus (al que tiene injustamente maltratado), aunque ya... no está con nosotros desde hace tiempo, antes de que se muriera... -me liaba por las ramas, ¡no podía dejar que este hombre se metiera en mi mente de una manera tan tonta! Ya no podía seguir explicando nada más, yo no era alguien que debía parar a ese hombre en su camino, si tantas ganas tenía de salir. Pero hace poco la abuela... ¿no había estado hablando conmigo sobre salir de Awa? Si este tipo se esperaba, a lo mejor podía ir con él... pero lo más probable era que no quisiera ir con un crío de 12 años, por muy Archimago que fuera.
- Parece un poco precipitado, pero... en fin... entra, vamos. Tengo que decirte una cosa -le pedí, mientras me dirigía hacia el árbol. Pensé en lo que estaba haciendo, ¿dejar entrar a un semi yan? Sentía bastante odio hacia él, me hervía la sangre y eso era algo que me mataba, literalmente. No podía, no podía sentir algún tipo de sentimiento pacífico hacia él, ¡me da igual que fuera un feérico, le odiaba con todas mis fuerzas! Y no creía que aprendiera a apreciarle, ni a respetarle. ¡Y aun así, le dejaba entrar en mi casa, es que eso no era normal! Pero no podía ir solo, y necesitaba que alguien me cubriera las espaldas cuando me fuera, y esa era mi abuela. Abrí finalmente la puerta, y esperé a ver si ese hombre no estaba tan exhausto después de haberme contado esa historia tan larga, que no acababa de comprender y que, aunque fuera grosero, no me interesaba demasiado. No sé si él confiaba en mí, pero podía estar seguro de que yo no confiaba en él, en absoluto y, sí, sé que queda raro viniendo de alguien que le deja entrar a su casa, mientras todos están durmiendo, sabiendo que es un semi yan que en un solo ataque de furia, podría quemar toda la casa. ¿Qué rayos estaba pasando? No me gustaba arriesgarme, no me gustaba ser como Dêimus, mi hermano mayor, tan arrogante y tan rebelde como siempre, esa oveja negra de la familia. No me gustaba confiar en los desconocidos, no me gustaba causar problemas.
Pero lo que veía en aquel hombre... era algo que no tenía ningún yan, no confío en ninguno de ellos y aunque odie a este tanto o más como a los otros... siento que este me podría caer bien, pero ni sé como, porque la furia de haberme encontrado con uno me cegaba.
- Si sabes lo que significa ir recto -me burlé, y no por ser un yan. Si no porque si no sabía como era una línea recta, era él el que tenía un gran problema para salir de aquí- Debes hacerlo si te pones frente mi casa, que es esta -seguí explicándole, señalando hacia el árbol y colocándole en posición- Luego encontrarás un árbol muy poco común, estoy seguro de que lo vas a diferenciar de los demás, ahí tendrás que girar hacia la derecha y... bueno... nunca he salido del bosque yo solo, así que no me acuerdo muy bien y... bueno, cuando fui a hacerme las pruebas, a hacerme Archimago... fui en el Haai de Dêimus (al que tiene injustamente maltratado), aunque ya... no está con nosotros desde hace tiempo, antes de que se muriera... -me liaba por las ramas, ¡no podía dejar que este hombre se metiera en mi mente de una manera tan tonta! Ya no podía seguir explicando nada más, yo no era alguien que debía parar a ese hombre en su camino, si tantas ganas tenía de salir. Pero hace poco la abuela... ¿no había estado hablando conmigo sobre salir de Awa? Si este tipo se esperaba, a lo mejor podía ir con él... pero lo más probable era que no quisiera ir con un crío de 12 años, por muy Archimago que fuera.
- Parece un poco precipitado, pero... en fin... entra, vamos. Tengo que decirte una cosa -le pedí, mientras me dirigía hacia el árbol. Pensé en lo que estaba haciendo, ¿dejar entrar a un semi yan? Sentía bastante odio hacia él, me hervía la sangre y eso era algo que me mataba, literalmente. No podía, no podía sentir algún tipo de sentimiento pacífico hacia él, ¡me da igual que fuera un feérico, le odiaba con todas mis fuerzas! Y no creía que aprendiera a apreciarle, ni a respetarle. ¡Y aun así, le dejaba entrar en mi casa, es que eso no era normal! Pero no podía ir solo, y necesitaba que alguien me cubriera las espaldas cuando me fuera, y esa era mi abuela. Abrí finalmente la puerta, y esperé a ver si ese hombre no estaba tan exhausto después de haberme contado esa historia tan larga, que no acababa de comprender y que, aunque fuera grosero, no me interesaba demasiado. No sé si él confiaba en mí, pero podía estar seguro de que yo no confiaba en él, en absoluto y, sí, sé que queda raro viniendo de alguien que le deja entrar a su casa, mientras todos están durmiendo, sabiendo que es un semi yan que en un solo ataque de furia, podría quemar toda la casa. ¿Qué rayos estaba pasando? No me gustaba arriesgarme, no me gustaba ser como Dêimus, mi hermano mayor, tan arrogante y tan rebelde como siempre, esa oveja negra de la familia. No me gustaba confiar en los desconocidos, no me gustaba causar problemas.
Pero lo que veía en aquel hombre... era algo que no tenía ningún yan, no confío en ninguno de ellos y aunque odie a este tanto o más como a los otros... siento que este me podría caer bien, pero ni sé como, porque la furia de haberme encontrado con uno me cegaba.
Maccius Maker- Nigromante
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Re: Once in the life {RC}
Me quedé mirándolo, parpadeando, y no me acordé de moverme en lo que parecieron siglos. ¿De verdad? Había esperado que intentara echarme a golpe de báculo, había hilado un plan descabellado sin falta de detalles oscuros, me había puesto en guardia ante un hechizo sorpresa, había hecho teatro con la historia del mago, todo para ganarme su confianza, sin saber siquiera si funcionaría...
Y él, sencillamente, me había abierto la puerta.
Me había. Abierto. La puerta.
Intenté asimilarlo. Por encima de la ofensa a mis sobrehumanos intentos de enlazarle razones para que se interesara por ayudarme, e incluso por encima de la carcajada que amenazaba con arrancar de mi garganta, estaba el asombro.
"¿De dónde ha salido este crío?" pensé, aún paralizado, y no pude evitar romper el gesto con una sonrisa. Sabía romper esquemas, eso había que concedérselo. No muchos eran capaces.
Seguirlo dentro de la casa fue más complicado de lo que esperaba. La sorpresa debía de haberme revuelto el estómago, que por lo visto sí que podía dar un par de vueltas más sobre sí mismo. Conseguí, no obstante, mantenerme entero hasta atravesar el umbral, al que me tuve que agarrar cuando se volvió borroso de improviso. Una vez dentro, todo lo que mis ojos fueron capaces de ver fue la silla en la que me derrumbé sin ningún concierto. Después de respirar hondo y acordarme más de diez veces de mi santa madre, mi cabeza volvió a su sitio. Levanté el rostro para mirar al chico feérico, cuya expresión fui incapaz de interpretar.
-Bronn Warg -me presenté, con voz ronca-. Me has sorprendido, y créeme, has ganado muchos puntos con eso. Como puedes ver, no estoy en mi mejor momento. Pero te escucho.
Enderecé la espalda de cualquier manera, haciendo una mueca cuando sentí un crujido en la nuca, y apoyé los brazos en las rodillas, con gesto atento. De reojo, examiné a toda prisa la estancia que me rodeaba. Seguiría alerta incluso dormido. Las costumbres útiles para vivir tenían la usual característica de ser imposibles de quitar.
Y él, sencillamente, me había abierto la puerta.
Me había. Abierto. La puerta.
Intenté asimilarlo. Por encima de la ofensa a mis sobrehumanos intentos de enlazarle razones para que se interesara por ayudarme, e incluso por encima de la carcajada que amenazaba con arrancar de mi garganta, estaba el asombro.
"¿De dónde ha salido este crío?" pensé, aún paralizado, y no pude evitar romper el gesto con una sonrisa. Sabía romper esquemas, eso había que concedérselo. No muchos eran capaces.
Seguirlo dentro de la casa fue más complicado de lo que esperaba. La sorpresa debía de haberme revuelto el estómago, que por lo visto sí que podía dar un par de vueltas más sobre sí mismo. Conseguí, no obstante, mantenerme entero hasta atravesar el umbral, al que me tuve que agarrar cuando se volvió borroso de improviso. Una vez dentro, todo lo que mis ojos fueron capaces de ver fue la silla en la que me derrumbé sin ningún concierto. Después de respirar hondo y acordarme más de diez veces de mi santa madre, mi cabeza volvió a su sitio. Levanté el rostro para mirar al chico feérico, cuya expresión fui incapaz de interpretar.
-Bronn Warg -me presenté, con voz ronca-. Me has sorprendido, y créeme, has ganado muchos puntos con eso. Como puedes ver, no estoy en mi mejor momento. Pero te escucho.
Enderecé la espalda de cualquier manera, haciendo una mueca cuando sentí un crujido en la nuca, y apoyé los brazos en las rodillas, con gesto atento. De reojo, examiné a toda prisa la estancia que me rodeaba. Seguiría alerta incluso dormido. Las costumbres útiles para vivir tenían la usual característica de ser imposibles de quitar.
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Re: Once in the life {RC}
Puede que, al final, todos los yan no fueran tan malos como yo creía. Seguía sin respetarlos, seguía sin admirarlos y ni siquiera me parecían razas que hubieran debido de existir. Pero, a lo mejor, Bronn era diferente de todos los yan o semi yan que hubieran acabado en Awa- Yo soy... Maccius Maker, archimago de magia etérea -me presenté, al igual que él- Puedo ayudarte a salir, pero no solo. Mi hermana Olette está dentro, pasa -le invité, entonces abrí la puerta de madera y bajamos las escaleras, luego volví a abrir otra puerta, que era la que de verdad pasaba a mi casa, tana mplia y limpia como siempre. Noté como alguien bajaba las escaleras, el chirrido de la madera al pisarla era muy normal en esta casa. Era Pêca, seguramente bajaba al sótano, lo sentía por Bronn, pero no tuve más remedio que agarrarle de los hombros y tirarle hacia la biblioteca, de puerta abierta, lo que resultó difícil ya que Bronn debía tener unos cuantos años más que yo y debía ser más fuerte.
Olette, al verlo, se quedó completamente pálida. Se le cayó la planta que le había traído Themïs, la que, con su savia, había impregnado todo el libro donde estaban las insrtucciones de cómo suarla correctamente, ahora el libro tenía una peculiar fragancia a lavanda, que no sería fácil de quitar. Aquella fragancia se hacía cada vez más fuerte y me empezaba a dar fatiga. Olette salió corriendo hacia la campana. Una campana dorada que servía para pedir auxilio en casos extremos, estaba en todas las habitaciones, salas... pero tenía que impedir que descubrieran que Bronn estaba aquí.
Lancé una ráfaga a Olette, que fue incapaz de esquivar y cayó al suelo, nuevamente de boca.
Necesitaría la planta más que nunca.
Olette, al verlo, se quedó completamente pálida. Se le cayó la planta que le había traído Themïs, la que, con su savia, había impregnado todo el libro donde estaban las insrtucciones de cómo suarla correctamente, ahora el libro tenía una peculiar fragancia a lavanda, que no sería fácil de quitar. Aquella fragancia se hacía cada vez más fuerte y me empezaba a dar fatiga. Olette salió corriendo hacia la campana. Una campana dorada que servía para pedir auxilio en casos extremos, estaba en todas las habitaciones, salas... pero tenía que impedir que descubrieran que Bronn estaba aquí.
Lancé una ráfaga a Olette, que fue incapaz de esquivar y cayó al suelo, nuevamente de boca.
Necesitaría la planta más que nunca.
- Spoiler:
- Siento este post tan... feo (?) pero es que no he tenido tiempo y no puedo conectarme esta tarde y no me gustaría dejarte sin postear todo un día
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Re: Once in the life {RC}
Solté una maldición, apartándome de la chica feérica que fue a dar con los dientes en el suelo. A toda prisa, aferré la campana dorada que ella había buscado, asegurándome de que no se oía ni el más leve tintineo.
Al mismo tiempo, me giré hacia la puerta con desconfianza. Ambos habíamos oído los pasos que bajaban las escaleras. Esperaba que el tal Maccius no me hubiera metido en un nido de problemas. No era más que un niño, y ya había visto la reacción de su hermana mayor. ¿Cómo iba confiar en que cualquier otro feérico no apareciera de la nada y sentenciara mi último día con una alegre campanita dorada? Si Maccius era un mago relativamente peligroso, era probable que se pudiera decir lo mismo de más de otro familiar suyo. No sabía lo que podía pasar si decidía quedarme allí dentro, pretendiendo esconderme.
Busqué de nuevo la puerta abierta con la mirada, en un ademán automático. Aún podría salir corriendo y tratar de alejarme antes de que pudieran detenerme. Correr por un bosque no era lo más adecuado para escapar de un grupo de feéricos, pero tal vez bastara con ser lo suficientemente rápido. Ni siquiera tendría que desenvainar.
Bajé y alcé la mirada de nuevo, mientras los tensos segundos se escurrían con una velocidad engañosa. El camino seguía abierto...
-Mac. Cierra la puerta, rápido -ladré en un murmullo rápido, mirando al chico. Entretanto, su hermana ya se había recompuesto y, antes de emitir un sólo ruido, saltó hacia mí con una velocidad de halcón. Mis maltratados reflejos aún me sirvieron para agarrarle la mano antes de que pudiera tocarme. Apreté mi puño sobre el suyo en forma de tensa amenaza, a la vez que componía sin pretenderlo una mirada tan oscura como la ira.
-No pretendo hacer daño a nadie, créeme -mascullé, y la solté con un ademán menos brusco-. Me he perdido en el bosque y tu hermano me ha encontrado. Preferiría no arrepentirme de confiar en él.
Me aparté un paso, intentando suavizar la amenaza. Miré a Maccius, esperando una intervención rápida. Si tenía un aliado ahora, era él.
Al mismo tiempo, me giré hacia la puerta con desconfianza. Ambos habíamos oído los pasos que bajaban las escaleras. Esperaba que el tal Maccius no me hubiera metido en un nido de problemas. No era más que un niño, y ya había visto la reacción de su hermana mayor. ¿Cómo iba confiar en que cualquier otro feérico no apareciera de la nada y sentenciara mi último día con una alegre campanita dorada? Si Maccius era un mago relativamente peligroso, era probable que se pudiera decir lo mismo de más de otro familiar suyo. No sabía lo que podía pasar si decidía quedarme allí dentro, pretendiendo esconderme.
Busqué de nuevo la puerta abierta con la mirada, en un ademán automático. Aún podría salir corriendo y tratar de alejarme antes de que pudieran detenerme. Correr por un bosque no era lo más adecuado para escapar de un grupo de feéricos, pero tal vez bastara con ser lo suficientemente rápido. Ni siquiera tendría que desenvainar.
Bajé y alcé la mirada de nuevo, mientras los tensos segundos se escurrían con una velocidad engañosa. El camino seguía abierto...
-Mac. Cierra la puerta, rápido -ladré en un murmullo rápido, mirando al chico. Entretanto, su hermana ya se había recompuesto y, antes de emitir un sólo ruido, saltó hacia mí con una velocidad de halcón. Mis maltratados reflejos aún me sirvieron para agarrarle la mano antes de que pudiera tocarme. Apreté mi puño sobre el suyo en forma de tensa amenaza, a la vez que componía sin pretenderlo una mirada tan oscura como la ira.
-No pretendo hacer daño a nadie, créeme -mascullé, y la solté con un ademán menos brusco-. Me he perdido en el bosque y tu hermano me ha encontrado. Preferiría no arrepentirme de confiar en él.
Me aparté un paso, intentando suavizar la amenaza. Miré a Maccius, esperando una intervención rápida. Si tenía un aliado ahora, era él.
- Spoiler:
- No te preocupes nunca de dejarme esperando. No suelo tener prisa xD
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Re: Once in the life {RC}
El espectáculo que estaba montando Bronn no era plato de buen gusto, le había dejado entrar... ¿por qué atacaba a mi hermana? Salí corriendo a socorrer a Olette, cogiendo mientras corría a su ayuda la planta, me puse de cunclillas y se la pusé en lo que era toda la cara. Volví a levantarme y miré a Bronn, con el ceño fruncido, sabía que no podía confiar en un yan, pero también era cierto que Olette no había hecho lo correcto, si no abalanzarse como una loca hacia Bronn- Espero... -dije, con la esperanza de tener razón- ... que no hubiera sido a propósito, solo un acto de reflejo -fui a cerrar la puerta, aunque seguramente se hubiera enterado todo el mundo. Bronn de momento se preocupaba porque la campana no hiciera el más mínimo ruido.
Me dirigí de nuevo hacia Olette, sentada, recuperando la compostura y sujetándose fuertemente la nariz y la boca con la planta, ya que esas partes de su cara estaban sangrando, aparte de un rasguño en lo que era la mejilla, Bronn se había pasado un poco. Me preocupé porque probablemente Olette se hubiera roto un diente o algo, pero recé para que solo fuera un corte en el labio. Intenté mirar, sí, era un rasguño en el labio inferior y, al parecer, uno de los que se podían infectar, saqué un pañuelo del cajón de la mesa más cercana y ella lo cogió, impregnó un poco de savia en el pañuelo y se apretó el pañuelo contra el labio inferior.
- Uhm... soy el tercer hermano más tranquilo y "buena persona" de esta familia -dije, sinceramente, Pêca y Eleâder, Dew iba después de mí, ya que tenía... mucho cáracter. Bueno, seguía mirando a Bronn, iba relajándome más, estar enfurecido no era lo mío, no quería dejar que mi ira pudiera controlarme, era algo imporpio de los feéricos. la campana de bronce estaba preparada para casos de urgencia, estaba claro que para Olette lo era, pero para mí no. Aun así, Bronn estaba muy preocupado por si alguien se enteraba de que estaba allí, o eso parecía. Él solo quería salir de allí, probablemente de todo Derbhad- Si te topas con los malotes, vas a tener muchos problemas... reza para que nadie haya oído nada, también para que Olette no te delate -comenté, señalando a mi hermana, para que ya supiera a quién había atacado.
Supuse que debíamos ver a mi abuela, era imropio de alguien como un feérico, pero lo cierto era que tenía mucha simpatía con los yan, era muy amiga de ellos. Quizás me hubiera equivocado al elegir a Olette como ayudante y estaba seguro de que había arriesgado mucho, había perdido, quizás, parte del amor de Olette, de ese amor fraternal. En realidad todo eso era culpa mía, pero no me atrevía a echar a Bronn, ¿por dónde vagaría? Se hacía de día, se oían crujidos en la madera del suelo, la gente se despertaba, pero por suerte no pisaban la biblioteca. Pero sabían que si no estaba en mi habitación estaba llí. ¿Y si vinieran a buscarme? No lo hacían, pero frecuentemente me avisaban de que era la hora del desayuno, comida, cena... y probablente lo volverían a hacer.
Debía confiar en que Bronn fuera un hombre listo y se le ocurriera algo, pero volvería a quedar como un niño pequeño si no pensaba en algo. En la biblioteca había una ventana, pero era imposible de abrir y no daba a ningún lado, era como una especie de luz solar de mentira.
Me volví hacia Olette, estaba recuperando la compostura, confíaba en que no me traicionara.
Me dirigí de nuevo hacia Olette, sentada, recuperando la compostura y sujetándose fuertemente la nariz y la boca con la planta, ya que esas partes de su cara estaban sangrando, aparte de un rasguño en lo que era la mejilla, Bronn se había pasado un poco. Me preocupé porque probablemente Olette se hubiera roto un diente o algo, pero recé para que solo fuera un corte en el labio. Intenté mirar, sí, era un rasguño en el labio inferior y, al parecer, uno de los que se podían infectar, saqué un pañuelo del cajón de la mesa más cercana y ella lo cogió, impregnó un poco de savia en el pañuelo y se apretó el pañuelo contra el labio inferior.
- Uhm... soy el tercer hermano más tranquilo y "buena persona" de esta familia -dije, sinceramente, Pêca y Eleâder, Dew iba después de mí, ya que tenía... mucho cáracter. Bueno, seguía mirando a Bronn, iba relajándome más, estar enfurecido no era lo mío, no quería dejar que mi ira pudiera controlarme, era algo imporpio de los feéricos. la campana de bronce estaba preparada para casos de urgencia, estaba claro que para Olette lo era, pero para mí no. Aun así, Bronn estaba muy preocupado por si alguien se enteraba de que estaba allí, o eso parecía. Él solo quería salir de allí, probablemente de todo Derbhad- Si te topas con los malotes, vas a tener muchos problemas... reza para que nadie haya oído nada, también para que Olette no te delate -comenté, señalando a mi hermana, para que ya supiera a quién había atacado.
Supuse que debíamos ver a mi abuela, era imropio de alguien como un feérico, pero lo cierto era que tenía mucha simpatía con los yan, era muy amiga de ellos. Quizás me hubiera equivocado al elegir a Olette como ayudante y estaba seguro de que había arriesgado mucho, había perdido, quizás, parte del amor de Olette, de ese amor fraternal. En realidad todo eso era culpa mía, pero no me atrevía a echar a Bronn, ¿por dónde vagaría? Se hacía de día, se oían crujidos en la madera del suelo, la gente se despertaba, pero por suerte no pisaban la biblioteca. Pero sabían que si no estaba en mi habitación estaba llí. ¿Y si vinieran a buscarme? No lo hacían, pero frecuentemente me avisaban de que era la hora del desayuno, comida, cena... y probablente lo volverían a hacer.
Debía confiar en que Bronn fuera un hombre listo y se le ocurriera algo, pero volvería a quedar como un niño pequeño si no pensaba en algo. En la biblioteca había una ventana, pero era imposible de abrir y no daba a ningún lado, era como una especie de luz solar de mentira.
Me volví hacia Olette, estaba recuperando la compostura, confíaba en que no me traicionara.
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Re: Once in the life {RC}
Levanté las manos a ambos lados del rostro, a la vez que daba otro paso atrás y fruncía el ceño.
-No la he tocado -gruñí. El vino me recordó repentinamente su incordiante existencia, haciendo que me tambaleara contra la pared. Me llevé una mano a los ojos, adivinando el gran rato que me quedaba por pasar cuando empezara a martillearme la cabeza. Ya conocía el dicho. Vicios viejos...
Eché la cabeza atrás, y un rayo de sol traicionero me obligó a cerrar los ojos. Las horas de sueño perdidas me pesaban en los párpados, en los brazos. Los años me pesaban en el alma. ¿Cuánto tiempo llevaba sin quitarme la cota de malla? Abrí los ojos sin ganas, y me aparté de la pared a regañadientes. No era ni de lejos el momento de bajar la guardia.
-Si lo que quieres es salir del bosque en secreto -solté en dirección a Maccius-, deberías darte prisa en coger lo que necesites y salir volando de aquí. Y si quieres despedirte, tiene que haber una forma de permanecer en esta casa sin que nadie intente echárseme encima -lancé una mirada elocuente a su hermana, y después volví a dirigirme a Maccius en tono socarrón-. ¿El resto de tu familia va a detestarme con la misma intensidad?
Empecé a vagar con paso intranquilo por la biblioteca. El aire estaba cargado de ese ambiente entre seco y polvoriento que respiran los libros. Parecía que la estancia durmiera, aguardando un golpe de viento que batiera sus pesadillas.
La puerta crujió de repente. El pestillo. Salté hacia la única ventana que vi, y descubrí demasiado tarde que no había sido pensada para abrirla. El tirón destrozó las junturas del marco, y trastabillé hacia atrás con él en las manos.
-Maldita sea -mascullé, parpadeando por la sorpresa. Lancé a Mac una mirada de disculpa antes de saltar por el hueco, esperando que pudiera colocar el marco a tiempo en su sitio. La puerta aún no se había abierto. Con suerte, podrían atribuir el ruido a la reciente caída de su hermana, o algo por el estilo.
Me agarré al alféizar casi inexistente y el impulso del salto me hizo chocar contra la pared, perdiendo un instante el aliento por el golpe. Con un esfuerzo sobrehumano para no hacer ruido, logré auparme de nuevo y agarrarme al marco de una ventana diferente. Trepé a la viga que cruzaba al nivel de ese alféizar, agarrándome a la irregular pared de madera viva, junto a la ventana. Sin embargo, antes de que pudiera echar un vistazo al interior, se abrió. Ante mi horror, una anciana feérica se apoyó en el alféizar, a menos de dos palmos de mí, y suspiró por lo bajo, sin mirarme. Se instauró el silencio. Empezaba a plantearme la opción de carraspear cuando ella habló.
-Tengo la mala costumbre de proteger a mi nieto.
Me clavó una mirada de acero. Entorné los ojos, pero no contesté.
-También suelo dudar de las intenciones de gente como tú -continuó la anciana, apartándose un mechón pajizo de la frente-. Es una suerte que hoy me encuentre especialmente sosegada. Huele a lavanda, y hace buen tiempo.
-Nunca me ha gustado demasiado la lavanda -respondí, arqueando las cejas.
-Terrible opinión. Tiene una cantidad considerable de propiedades beneficiosas.
-Probablemente tenga algo que ver. Tengo mal gusto encaminando mis aficiones.
La anciana había vuelto a apartar la vista, y en aquel momento contemplaba con aire soñoliento el bamboleo de las ramas de los árboles cercanos.
-Maccius quiere viajar, ¿no es así? Creí que intentaría escaparse por su cuenta, él solo... No entiendo cómo ha conseguido fiarse de un limyati. Esa sangre yan se huele a kilómetros de distancia.
Solté una risa hosca. No tenía ganas de ofenderme desde hacía años. Seguí la dirección de su mirada.
-Debo de ser aún más carismático o aún más viejo de lo que pensaba.
La anciana respondió a mi risa, apenas torciendo las comisuras de los labios. Me miró de arriba abajo, con gesto amablemente crítico.
-Pues si la vida de mi pequeño Maccius va a depender de ti en lo más mínimo... necesito saber que tienes buena suerte.
Dicho esto, con una rapidez y una fuerza tan inesperadas como asombrosas, tiró de mí hacia el vacío. Eché las manos atrás con una maldición, pero ya había perdido el asidero, y caí como una piedra contra el suelo. La tierra me chocó contra la espalda con la fuerza de un carro, librándome del peso del poco aliento que me quedara.
-¿Sigues vivo? -oí gritar alegremente a la anciana desde la ventana- ¡Entonces sirves para el trabajo! ¡Ya puedes irte!
-No la he tocado -gruñí. El vino me recordó repentinamente su incordiante existencia, haciendo que me tambaleara contra la pared. Me llevé una mano a los ojos, adivinando el gran rato que me quedaba por pasar cuando empezara a martillearme la cabeza. Ya conocía el dicho. Vicios viejos...
Eché la cabeza atrás, y un rayo de sol traicionero me obligó a cerrar los ojos. Las horas de sueño perdidas me pesaban en los párpados, en los brazos. Los años me pesaban en el alma. ¿Cuánto tiempo llevaba sin quitarme la cota de malla? Abrí los ojos sin ganas, y me aparté de la pared a regañadientes. No era ni de lejos el momento de bajar la guardia.
-Si lo que quieres es salir del bosque en secreto -solté en dirección a Maccius-, deberías darte prisa en coger lo que necesites y salir volando de aquí. Y si quieres despedirte, tiene que haber una forma de permanecer en esta casa sin que nadie intente echárseme encima -lancé una mirada elocuente a su hermana, y después volví a dirigirme a Maccius en tono socarrón-. ¿El resto de tu familia va a detestarme con la misma intensidad?
Empecé a vagar con paso intranquilo por la biblioteca. El aire estaba cargado de ese ambiente entre seco y polvoriento que respiran los libros. Parecía que la estancia durmiera, aguardando un golpe de viento que batiera sus pesadillas.
La puerta crujió de repente. El pestillo. Salté hacia la única ventana que vi, y descubrí demasiado tarde que no había sido pensada para abrirla. El tirón destrozó las junturas del marco, y trastabillé hacia atrás con él en las manos.
-Maldita sea -mascullé, parpadeando por la sorpresa. Lancé a Mac una mirada de disculpa antes de saltar por el hueco, esperando que pudiera colocar el marco a tiempo en su sitio. La puerta aún no se había abierto. Con suerte, podrían atribuir el ruido a la reciente caída de su hermana, o algo por el estilo.
Me agarré al alféizar casi inexistente y el impulso del salto me hizo chocar contra la pared, perdiendo un instante el aliento por el golpe. Con un esfuerzo sobrehumano para no hacer ruido, logré auparme de nuevo y agarrarme al marco de una ventana diferente. Trepé a la viga que cruzaba al nivel de ese alféizar, agarrándome a la irregular pared de madera viva, junto a la ventana. Sin embargo, antes de que pudiera echar un vistazo al interior, se abrió. Ante mi horror, una anciana feérica se apoyó en el alféizar, a menos de dos palmos de mí, y suspiró por lo bajo, sin mirarme. Se instauró el silencio. Empezaba a plantearme la opción de carraspear cuando ella habló.
-Tengo la mala costumbre de proteger a mi nieto.
Me clavó una mirada de acero. Entorné los ojos, pero no contesté.
-También suelo dudar de las intenciones de gente como tú -continuó la anciana, apartándose un mechón pajizo de la frente-. Es una suerte que hoy me encuentre especialmente sosegada. Huele a lavanda, y hace buen tiempo.
-Nunca me ha gustado demasiado la lavanda -respondí, arqueando las cejas.
-Terrible opinión. Tiene una cantidad considerable de propiedades beneficiosas.
-Probablemente tenga algo que ver. Tengo mal gusto encaminando mis aficiones.
La anciana había vuelto a apartar la vista, y en aquel momento contemplaba con aire soñoliento el bamboleo de las ramas de los árboles cercanos.
-Maccius quiere viajar, ¿no es así? Creí que intentaría escaparse por su cuenta, él solo... No entiendo cómo ha conseguido fiarse de un limyati. Esa sangre yan se huele a kilómetros de distancia.
Solté una risa hosca. No tenía ganas de ofenderme desde hacía años. Seguí la dirección de su mirada.
-Debo de ser aún más carismático o aún más viejo de lo que pensaba.
La anciana respondió a mi risa, apenas torciendo las comisuras de los labios. Me miró de arriba abajo, con gesto amablemente crítico.
-Pues si la vida de mi pequeño Maccius va a depender de ti en lo más mínimo... necesito saber que tienes buena suerte.
Dicho esto, con una rapidez y una fuerza tan inesperadas como asombrosas, tiró de mí hacia el vacío. Eché las manos atrás con una maldición, pero ya había perdido el asidero, y caí como una piedra contra el suelo. La tierra me chocó contra la espalda con la fuerza de un carro, librándome del peso del poco aliento que me quedara.
-¿Sigues vivo? -oí gritar alegremente a la anciana desde la ventana- ¡Entonces sirves para el trabajo! ¡Ya puedes irte!
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Re: Once in the life {RC}
Al principio, fue todo tan tranquilo... se podía escuchar el latido de mi corazón acelerado, mis pensamientos... no tenía ningún secreto en aquel segundo de miradas entre mi hermana Olette y yo. Bronn empezó a preguntarme algo sobre mi familia, pero las miradas mutuas entre mi hermana y yo eran penetrantes, sentía que ella podía mirar dentro de mí, que podía mirar mis pensamientos, mis emociones, podía manipular el latido de mi corazón, podía hacer que mi respiración se entrecortara... no sabía qué clase de poder tenía ella sobre mí, si lo que pasaba era solo una relación entre hermana mayor y hermano pequeño, ella era la más maoyr de los 13 y, por el contrario, yo el más pequeño. En el momento justo en el que pestañeé, sentí como una especie de sentimiento que no era el mío se iba desvaneciendo de mí, y que por alguna razón ese sentimiento que invadía mi cuerpo era de Olette. Bronn me había preguntado si su familia me odiaría con la misma intensidad. Negué con la cabeza, sentía que mi voz, junto con aquel sentimiento que no me correspondía a mí, si no a mi hermana, se había ido. A lo mejor solo era cuestión de tiempo recuperarla, o a lo mejor eran simples ilusiones mías, y el dejarme llevar por el momento no me había venido bien.
Al volver en mí, Bronn no estaba y lo que era en un principio una respiración entrecortada y un acelerado latido del corazón, se convirtió en el sonido de un golpe contra el patio trasero, una risa ahogada y ronca sonaba desde el balcón que daba entrada a la habitación de mi abuela.
Subí corriendo las escaleras chirriantes, sin importar que saliera alguien de las muchas puertas que me rodeaban. Llegué a la última habitación, a la de mi abuela, de donde provenía aquella risa descontrolada. Cuando llegué, mis pies se pararon automáticamente, el tiempo se hacía pesado y no respiraba bien... pero cuando noté el frío tacto del pomo dorado que daba paso a la habitación de mi abuela, todo se hacía normal. Noté como si mi voz volviera a mí, y solté un grito ahogado de aliivio. Suspiré y giré el pomo de la puerta. Mi abuela estaba asomada al balcón, así que temiendo que se cayera, hice una barrera de aire solidificada, de un tacto similar al de un cristal. La lancé de modo que cayó en la cama acolchada y de gruesas mantas. Empezó a hacer una especie de gorgojeo, se ahogaba en su propia saliva, de la risa. La empujé de la espalda, mi abuela era muy delgada y ágil para su edad, quizás del mismo peso que Olette, no se le hacía difícil llegar a los sitios más altos de los árboles, pero ya a su avanzada edad, se le hacía cada vez más difícil y más pesado hacer ese tipo de cosas.
La recosté de modo que ella quedó sentada en la cama, casi llorando de la risa, yo me puse en cuclillas, mirándola fijamente a los ojos, que estaban semi cerrados y no se veían por culpa de un pañuelo que secaba sus lágrimas de "alegría".
- ¿Qué quieres, que eche a ese yan? -pregunté, arqueando una ceja- Aunque creo que no hace falta... abuela, ¡lo has tirado por un balcón!
- Te dije... que tenía una misión específica para ti... tienes que cumplirla. Debes decirle que se vaya... va a venir alguien importante.
Alguien...
Alguien importante.
Al volver en mí, Bronn no estaba y lo que era en un principio una respiración entrecortada y un acelerado latido del corazón, se convirtió en el sonido de un golpe contra el patio trasero, una risa ahogada y ronca sonaba desde el balcón que daba entrada a la habitación de mi abuela.
Subí corriendo las escaleras chirriantes, sin importar que saliera alguien de las muchas puertas que me rodeaban. Llegué a la última habitación, a la de mi abuela, de donde provenía aquella risa descontrolada. Cuando llegué, mis pies se pararon automáticamente, el tiempo se hacía pesado y no respiraba bien... pero cuando noté el frío tacto del pomo dorado que daba paso a la habitación de mi abuela, todo se hacía normal. Noté como si mi voz volviera a mí, y solté un grito ahogado de aliivio. Suspiré y giré el pomo de la puerta. Mi abuela estaba asomada al balcón, así que temiendo que se cayera, hice una barrera de aire solidificada, de un tacto similar al de un cristal. La lancé de modo que cayó en la cama acolchada y de gruesas mantas. Empezó a hacer una especie de gorgojeo, se ahogaba en su propia saliva, de la risa. La empujé de la espalda, mi abuela era muy delgada y ágil para su edad, quizás del mismo peso que Olette, no se le hacía difícil llegar a los sitios más altos de los árboles, pero ya a su avanzada edad, se le hacía cada vez más difícil y más pesado hacer ese tipo de cosas.
La recosté de modo que ella quedó sentada en la cama, casi llorando de la risa, yo me puse en cuclillas, mirándola fijamente a los ojos, que estaban semi cerrados y no se veían por culpa de un pañuelo que secaba sus lágrimas de "alegría".
- ¿Qué quieres, que eche a ese yan? -pregunté, arqueando una ceja- Aunque creo que no hace falta... abuela, ¡lo has tirado por un balcón!
- Te dije... que tenía una misión específica para ti... tienes que cumplirla. Debes decirle que se vaya... va a venir alguien importante.
Alguien...
Alguien importante.
Maccius Maker- Nigromante
- Mensajes : 506
Puntos : 543
Fecha de inscripción : 13/11/2011
Edad : 23
Localización : Umadhún
Datos
Su personaje es: Mestizo [humano, celeste]
Trabaja de: Archimago [magia etérea]
Pertenece a: O.P.N.I. [miembro nº 33]
Re: Once in the life {RC}
- Spoiler:
- Perdona el retraso. Ha sido imposible. De verdad.
Mis pulmones volvieron a funcionar antes que mi cerebro. El pitido que me cercenaba los oídos desde dentro me impidió oír mis propias palabras, que de todas formas no eran ninguna poesía cortesana. Me llevé las manos a los ojos, en un torpe intento de volver a juntar las piezas de mi cráneo.
Niños inocentes y dulces ancianitas. Archimagos y demonios asesinos. Ya tenía bastante de aquel bosque como para preferir conservar mi vida a seguir intentando sacar algo de provecho. Por lo que yo sabía, las mariposas que en aquel momento libaban de las flores del claro bien podían ser antropófagas.
Por algún motivo, me vino a la mente mi primer viaje a través del Paso, cuando la compañía se dirigía a las colinas que llevaban las huellas de los ganti. Habíamos encontrado a una caminante perdida, no más que una niña, incluso menor que yo en aquel entonces. Pensamos en dejarla donde la encontramos, pero no parecía llevar mucho tiempo perdida y decidimos llevárnosla por si dábamos con los suyos y servía para pedir un modesto rescate... Esa noche, cuando me acerqué a ella movido por la curiosidad, me saltó encima e intentó cortarme el cuello. La confianza me había inducido a dejarme el puñal donde estaba durmiendo. Si no hubiera tenido una buena piedra a mano por casualidad, allí habrían acabado mis irregulares andanzas.
El recuerdo me arrancó una sonrisa divertida. ¿Fue esa la primera vez que maté? No, había habido más... Desenredando mis pensamientos, eché el cuerpo adelante y me levanté con rapidez. Fruncí el ceño en dirección a la ventana de la que había caído, a pesar de que ya estaba vacía. Ja. Menudo imbécil estaba hecho. Si la culpable de mi muerte llegaba a ser una anciana entrañable, no me atrevería a mirar a mi padre a la cara en el otro mundo.
Di unos cuantos pasos intencionados hacia la casa, pero me detuve antes de estar muy cerca, volviendo a mirar hacia la ventana. Me gustara o no, seguía perdido en el maldito bosque. Tenía la esperanza de que Maccius se acordara todavía de mi presencia. Un par de indicaciones me bastarían, si no tenía intención de darme más.
Solté un bufido, desviando la mirada. Niños inocentes y dulces ancianitas...
Invitado- Invitado
Re: Once in the life {RC}
El latido acelerado de un corazón inundado de nervios resonaba en todo Derbhad. Estaba plantado en el patio, mirando a Bronn, pensativo y a la vez nervioso, pensar en algo estos momentos era lo más difícil que podía hacer, no sabía por dónde empezar. Mientras, una débil luz brillaba con poca intensidad desde una de las ventanas de la casa. Resultaba extraño, la única ventana en todo el árbol que no fuera artificial era de mi abuela, ya se había despertado hace un buen rato y era de día. No le di mucha importancia, tenía a un semi yan tirado en el suelo, sentía como padecía un fuerte dolor de espalda. No sabía con qué ayudarle hasta que llegó Olette, con el fuerte aroma de la planta sanadora.
Se agachó junto a Bronn e impregnó la savia de aquella planta en la espalda, bajo la ropa. Luego Olette se giró hacia mí, arqueando una ceja, pero sabía que estaba contenta, no sabía por qué, pero sus ojos clavados en los míos podían transmitírmelo.
- No siempre se puede conseguir lo que uno quiere... -dijo ella, que poco a poco en su rostro se iba esbozando una sonrisa sincera- Dímelo a mí, no sé qué ha pasado hoy... estaban todos... tan raros... -suspiré, palpando mi estómago, que me dolía con gran intensidad- Incluído tú, no es propio de ti confiar en otra raza que no sean los feéricos -sonrío pícaramente ella, arqueando una ceja. No tardó en notar que mi dolor de estómago era cada vez más intenso- No es que no confíe en otras... otras razas... es que me he criado junto... a ellas... -balbuceé, a Olette le preocupaba cada vez más mi estado. Dio unos pasos hacia la dirección en la que me encontraba- Ya, oye... ¿te encuentras bien? Te veo... mal -me comentó, con una preocupada expresión- Si alguien pregunta, yo diré... -intentó decir, pero la interrumpí- Yo... quiero enseñarle a Bronn el camino... quiero ayuadrle a encontrar la salida... -mientras convencía a Olette de que debíamos enseñarle la salida a Bronn, la abuela salió de la casa, sonriente y con los ojos entrecerrados.
Venía contenta, parecía haber descubierto algo, esa sonrisa la habíamos visto todos en algún momento de nuestras vidas. Salió con Dew, recién levantada, aún vestía con el pijama y bostezaba a la par que se liampaba las legañas de los ojos. No se sorprendió al ver a Bronn, era muy diferente a Olette- En fin... -murmuró, mientras Dew observaba a Bronn, pensativa- ¿Quién es él? ¿Un yan? -al parecer, no reconocía que la apariencia de Bronn tambén era la de un humano. La abuela me miró, iba acercándose cada vez más y cogió mis manos.
- No tardará en venir -me susurró al oído. Usó sus olvidados poderes de archimaga para hacer un camino que elevaría a Bronn hasta la salida.
Me iba a costar despedirme de Bronn.
Esto no era un adiós, si no un simple hasta pronto.
DEJO POST.
Se agachó junto a Bronn e impregnó la savia de aquella planta en la espalda, bajo la ropa. Luego Olette se giró hacia mí, arqueando una ceja, pero sabía que estaba contenta, no sabía por qué, pero sus ojos clavados en los míos podían transmitírmelo.
- No siempre se puede conseguir lo que uno quiere... -dijo ella, que poco a poco en su rostro se iba esbozando una sonrisa sincera- Dímelo a mí, no sé qué ha pasado hoy... estaban todos... tan raros... -suspiré, palpando mi estómago, que me dolía con gran intensidad- Incluído tú, no es propio de ti confiar en otra raza que no sean los feéricos -sonrío pícaramente ella, arqueando una ceja. No tardó en notar que mi dolor de estómago era cada vez más intenso- No es que no confíe en otras... otras razas... es que me he criado junto... a ellas... -balbuceé, a Olette le preocupaba cada vez más mi estado. Dio unos pasos hacia la dirección en la que me encontraba- Ya, oye... ¿te encuentras bien? Te veo... mal -me comentó, con una preocupada expresión- Si alguien pregunta, yo diré... -intentó decir, pero la interrumpí- Yo... quiero enseñarle a Bronn el camino... quiero ayuadrle a encontrar la salida... -mientras convencía a Olette de que debíamos enseñarle la salida a Bronn, la abuela salió de la casa, sonriente y con los ojos entrecerrados.
Venía contenta, parecía haber descubierto algo, esa sonrisa la habíamos visto todos en algún momento de nuestras vidas. Salió con Dew, recién levantada, aún vestía con el pijama y bostezaba a la par que se liampaba las legañas de los ojos. No se sorprendió al ver a Bronn, era muy diferente a Olette- En fin... -murmuró, mientras Dew observaba a Bronn, pensativa- ¿Quién es él? ¿Un yan? -al parecer, no reconocía que la apariencia de Bronn tambén era la de un humano. La abuela me miró, iba acercándose cada vez más y cogió mis manos.
- No tardará en venir -me susurró al oído. Usó sus olvidados poderes de archimaga para hacer un camino que elevaría a Bronn hasta la salida.
Me iba a costar despedirme de Bronn.
Esto no era un adiós, si no un simple hasta pronto.
DEJO POST.
Maccius Maker- Nigromante
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Pertenece a: O.P.N.I. [miembro nº 33]
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