Nombre por definir (?)

Rannell estaba cansado, cansado y hambriento. Había fracasado en su misión meses atrás: desconocía el paradero del Matarreyes y de sus amigos. Había perdido a Alsan, había perdido su orgullo, no se consideraba merecedor de un regreso a casa.

Pero seguía en movimiento: el movimiento era lo único que lo mantenía con vida ahora, al no encontrar ningún rebaño que asaltar ni ningún bosque rebosante de animales salvajes. Las espadas estaban relucientes en su funda, afiladas de tal manera que lo hacía rabiar. Rannell también ha perdido el motivo para entrenarse después de un fracaso.

La mente del humano que cobijaba ahora al dragón estaba totalmente disuelta ya, sin recuerdos borrosos de una familia humana. Ese cuerpo débil era lo que mejor le sentaba para autocompadecerse: ya no era un dragón, sino un fracaso.

Y el lugar, también era lo más deprimente que podía encontrar: una llanura vista desde el cuerpo humano. Detrás de una llanura, otra, y tras esta otra igual. Hambriento y cansado, en mitad de la noche, el espadachín sin honor divisó una casa celeste ligeramente apartada de las demás en lo que sería una pequeña aldea. Tal vez allí encontrara algo que comer.

Caminó hasta la entrada y aporreó la puerta con los nudillos, mientras se relamía los labios y tanteaba el puño de la espada derecha; nadie abriría la puerta a un dragón hambriento. ¿Había llegado a ansiar la sangre de un ser inteligente? Sería la primera vez que mataba realmente, ¿se refrenaría el joven dragón, y se convertiría en huésped?

Muqijao avanzaba, hacía poco se había encontrado con una familia shek, pero lo habían rechazado como todas, y por si fuera poco una cría un poco mayor que él le había hecho una herida en una ala, y ahora no podía volar, o sea que avanzaba reptando.

Llegó a unas llanuras que le parecieron infinitas, y por lo tanto se subió a un árbol para comprobar hasta donde tendría que andar. Agudizó la vista, y a lo lejos consiguió ver una casa sangrecaliente. Pero algo le llamó la atención: un sangrecaliente estaba llamando a la puerta, pero lo mas extraño era que ese sangrecaliente le provocaba un odio incontrolable. Tal era el nivel del odio que incluso con la herida, Muqijao fue volando hacia donde estaba ese sangrecaliente y se le acerco por la espalda sin hace ruido. Para su sorpresa, se percató de su presencia y se giró. Muqijao vio que le estaba a punto de atacar, pero antes de que pudiera hacer nada lo paralizó con sus poderes mentales (quizás era joven, pero tenía un don para usar el control mental).
Aún se sorprendió más cuando vio que aún que estaba paralizado no podía entrar en su mente.
Entonces llegó a la aterradora conclusión de que era un dragón.
Le  costaba mucho admitirlo, pero por valiente que fuera, le aterraban los dragones, e incluso solía tener pesadillas con ellos.
El terror era tan grande que no pudo controlar más el poder que ejercía sobre la mente del dragón.
- Porfavor, no me hagas daño- Consiguió balbucear telepáticamente aterrorizado.

Blanca se asomó a una ventana y suspiró mirando al horizonte. ¡Qué royo de vida! ¿Por qué le había tocado a ella una vida así de monótona? Ella, que era un espíritu aventurero, una rara en su especie, ya que los celestes solían ser mas tranquilos, pero ella tenía también sangre feérica... Bueno el caso es que necesitaba salir a ver mundo, ¡a vivir aventuras! Su mayor sueño siempre había sido volar a lomos de un dragón, luchar contra un shek como los héroes de los que hablaban las historias del pasado. Pero, por mucho que quisiera, ella no podía hacerlo, no podía salir de esas llanuras, ese lugar que había sido su hogar desde que nació hasta ahora. Algunos podían llamarlo miedo, pero ella prefería llamarlo mala adaptación a nuevos lugares, puesto que nunca había salido de esas llanuras y solo se había relacionado con sus padres hasta que murieron y con los pocos viajeros que acudían a su casa para pedir indicaciones.
Blanca cerró la ventana y se interno de nuevo en su casa. Se dirigió hacia la cocina y comenzó a preparar una cena fugaz, ya que al día siguiente debería empezar a labrar los campos primaverales ya que... ¿Qué es eso? se sobresalto Blanca al oir que alguien aporreaba brutamente la puerta. ¿Quién será a estas horas de la noche? Se pregunto mientras se encaminaba hacía la puerta nerviosa. Pero antes de que llegara a abrirla oyó un quejido de terror proveniente de fuera:
-Por favor, no me hagas daño.
Asustada por quien se podría encontrar fuera Blanca gritó desde dentro:
-¿Quién está ahí fuera?
El corazón le amartilleaba fuertemente dentro del pecho, pero decidió echarle valor y... abrir la puerta.
Lo que se encontró fuera hizo que chillara de terror, ¿pero estas cosas no pasaban solo en las leyendas?

El joven dragón se vio sorprendido por un olor. Un olor extraño y conocido... Que añoraba.
Pero seguía cansado; cansado y hambriento, y la excitación que le traía un viejo instinto no podía llenar su estómago. Con su capacidad motora inhibida temporalmente, solo podía presionar y esperar. Alguien quería entrar en su mente, llenarla de pesadillas, y él se defendió. Se giró de un salto y atrapó al pequeño shek con sus manos humanas, con firmeza y evitando las resabidas armas naturales de su especie.

Un pequeño shek... Sería curioso dividirlo en varios trozos, Rannell se hubiera regodeado destrozándolo en ese mismo instante. El sonido de una puerta le recordó por que estaba ahí, seguía estando cansado.

El dragón vio a la chica. Era mestiza, fue la primera conclusión que sacó. En el fondo deseaba encontrarse con aquella chica mestiza, la que conoció en los Reinos. No era ella. Tampoco era la chica dragona que había dejado atrás, y no podía ver parecido alguna con ninguna de las dos. Aunque de su misma edad, le parecía más pequeña y bastante infantil.
-Tranquila... No te haré daño. -sujetó al pequeño shek con la mayor firmeza que pudo- tengo hambre

El pequeño shek estaba asustado. Ese dragón lo había cojido, y no parecía que le fuese a hacer nada, pero quien sabe, el odio entre razas a vezes sobrepasa los límites.
-Tranquila... No té haré daño. Tengo hambre.
Muqijao no sabía que hacer, allí estaba, junto a un dragón y una mestiza entre feerica y celeste.
-Yo también tengo hambre- dijo telepaticamente a ambos, intentando simular una vez infantil y que diera pena.
Ahora, si conseguía comida, la comería y aprovecharía un momento de distracción para maar a ambos sangrecalientes. Aunque de otro lado, el dragón le había salvado la vida, y perdería todo su honor matandolo, al igual que a la mestiza, que le habría dado comida... No, definitivamente no los mataría, a no ser que entrasen en batalla, entonces escaparía y no le alcanzarían. Si, decididamente la mejor opción opción era esa.
-Porfavor, no tendrías algo de carne?