Historias de un bardo
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06092011
Historias de un bardo
Me aburria, no es muy buena, pero mejorara... (esto solo es como el trailer ^^)
esto es para que os situeis: https://2img.net/r/ihimg/photo/my-images/13/mapacopian.jpg/
Tan pequeño… y tan bello… No era más que un punto en la lejanía, y aun así, lo amaban. Lo habían creado de la nada, por amor, y lo seguían protegiendo, por amor. El mundo. Y cuando una sombra se cernió sobre el mundo, su mundo, no dudaron en ir a defenderlo.
Estaban cerca de su mundo, y a la vez tan lejos… pero esa sombra seguía ahí, el pecado, el caos, el desorden… Kerzer, el dios oscuro. Los otros cuatro dioses le rodearon: Akillah, dios del aire, el Dios Libre; Fyannah, diosa del fuego, la Diosa Apasionada, Grasieddah, diosa de la naturaleza, la Diosa Curandera; y por último, Nerovvah, dios del agua, el Dios Sabio.
Mucho más abajo, en el mundo tan preciado por los dioses, miles de ojos se asomaban a las ventanas, mirando atemorizados el espectáculo que se estaba aconteciendo sobre sus cabezas. Una espiral negra, que absorbía la luz del sol, se cernía sobre sus cabezas. Y cuatro extrañas luces arremetían contra la negrura… y desapareció. El cielo volvía a ser claro, como si nada hubiese sucedido nunca. Y así fue para cuatro familias que no pudieron salir a ver tal espectáculo.
En los cuatro puntos cardinales, cuatro mujeres daban a luz. Al norte, en Reyom, nacía entre paredes de nieve y hielo una joven de ojos castaños y pelo más rojo que las brasas abría los ojos por vez primera mientras lloraba en manos de su madre, la reina de Guerlán. Al este, en Portaria, nacía de las entrañas de la esposa de un comerciante de Peninsia un niño de ojos azules como el mar y pelo castaño. Más al oeste, la hija del jefe de la tribu más importante de Omnia, Amínida, tría al mundo a una pequeña de ojos verde musgo y pelo también verde. Y al sur, en Ilíabes, nacía un chico de pelo blanco y los ojos más claros jamás vistos. Cuatro bebés perfectamente normales. Pero la noche trajo consigo algo que cambiaría sus vidas para siempre.
esto es para que os situeis: https://2img.net/r/ihimg/photo/my-images/13/mapacopian.jpg/
Tan pequeño… y tan bello… No era más que un punto en la lejanía, y aun así, lo amaban. Lo habían creado de la nada, por amor, y lo seguían protegiendo, por amor. El mundo. Y cuando una sombra se cernió sobre el mundo, su mundo, no dudaron en ir a defenderlo.
Estaban cerca de su mundo, y a la vez tan lejos… pero esa sombra seguía ahí, el pecado, el caos, el desorden… Kerzer, el dios oscuro. Los otros cuatro dioses le rodearon: Akillah, dios del aire, el Dios Libre; Fyannah, diosa del fuego, la Diosa Apasionada, Grasieddah, diosa de la naturaleza, la Diosa Curandera; y por último, Nerovvah, dios del agua, el Dios Sabio.
Mucho más abajo, en el mundo tan preciado por los dioses, miles de ojos se asomaban a las ventanas, mirando atemorizados el espectáculo que se estaba aconteciendo sobre sus cabezas. Una espiral negra, que absorbía la luz del sol, se cernía sobre sus cabezas. Y cuatro extrañas luces arremetían contra la negrura… y desapareció. El cielo volvía a ser claro, como si nada hubiese sucedido nunca. Y así fue para cuatro familias que no pudieron salir a ver tal espectáculo.
En los cuatro puntos cardinales, cuatro mujeres daban a luz. Al norte, en Reyom, nacía entre paredes de nieve y hielo una joven de ojos castaños y pelo más rojo que las brasas abría los ojos por vez primera mientras lloraba en manos de su madre, la reina de Guerlán. Al este, en Portaria, nacía de las entrañas de la esposa de un comerciante de Peninsia un niño de ojos azules como el mar y pelo castaño. Más al oeste, la hija del jefe de la tribu más importante de Omnia, Amínida, tría al mundo a una pequeña de ojos verde musgo y pelo también verde. Y al sur, en Ilíabes, nacía un chico de pelo blanco y los ojos más claros jamás vistos. Cuatro bebés perfectamente normales. Pero la noche trajo consigo algo que cambiaría sus vidas para siempre.
Última edición por Irkan el Jue Sep 29, 2011 6:01 pm, editado 1 vez
Irkan- Señor de la Torre
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Edad : 28
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Datos
Su personaje es: Irkan d'Ayora, mestizo feérico humano, Archimago (magia telúrica)
Trabaja de: Maestro de la Torre
Pertenece a: UUPSC Miembro #1, CDI Miembro #3
Historias de un bardo :: Comentarios
Publico un cap corto, no porque no tenga ideas, sino porque quería revivir un poco esto antes de seguir con la acción^^ Gracias seguir esta historia y por leer después de tanto tiempo XD
Todos estaban completamente anonadados: Ayrín llorando; el Tutor con los ojos cerrados, pensativo, y los demás en silencio, demasiado sorprendidos como para poder hablar. Fue Koyju quien se movió primero, acercándose al cuerpo inerte de uno de los piratas. Miró al Tutor, inquisitivo.
-¿Por qué están helados? –preguntó.
-Debemos llegar al Templo cuanto antes… –fue toda su respuesta.
El Tutor comenzó a mostrarse tenso y apremiante, a duras penas les dio tiempo de enterrar el cuerpo de Danhthar. Tomaron los tres caballos que había en los establos. Ayrín y Koyju en uno, Arlet y Zayra en otro y Fyora y el Tutor en el último.
Veían a lo lejos, mientras se alejaban, el humo de la pira del campesino y rezaron una breve oración en voz baja. Ayrín, con el dorso de la mano en el frente (como era tradición en el culto al dios del agua), no dejaba de murmurar “Salve Nerovvah, Sabio entre los sabios, tú trajiste de tu sien tu don y te llevaste nuestros miedos” una y otra vez. Y el Tutor se seguía mostrando tenso, evitaba responder a las incontables preguntas que los chicos con respuestas vagas y casi ininteligibles relacionadas con el Templo o con una tal Ilámide. De vez en cuando se detenían a comer un poco, sin hablar, en silencio. Toda la amistad que había nacido entre ellos aquellos días se había convertido en un frío silencio.
Pasaron los días. De vez en cuanto veían algunas cabañas abandonadas, otras derruidas o algunas ardiendo. Cada vez había más cabañas, y para su alegría, ninguna estaba ya en tan mal estado. Poco a poco comenzaron a hablar más, a conversar y a cantar como antes. Recordaban a Danhthar con pesar, pero lo que más les intrigaba en ese momento eran los tres incidentes que había habido durante su viaje camino de la gran ciudad que se alzaba ahora ante ellos, elevando sus altas y finas torres a lo alto recortadas contra el sol, arrancando reflejos dorados de todas partes: Magécit.
Todos estaban completamente anonadados: Ayrín llorando; el Tutor con los ojos cerrados, pensativo, y los demás en silencio, demasiado sorprendidos como para poder hablar. Fue Koyju quien se movió primero, acercándose al cuerpo inerte de uno de los piratas. Miró al Tutor, inquisitivo.
-¿Por qué están helados? –preguntó.
-Debemos llegar al Templo cuanto antes… –fue toda su respuesta.
El Tutor comenzó a mostrarse tenso y apremiante, a duras penas les dio tiempo de enterrar el cuerpo de Danhthar. Tomaron los tres caballos que había en los establos. Ayrín y Koyju en uno, Arlet y Zayra en otro y Fyora y el Tutor en el último.
Veían a lo lejos, mientras se alejaban, el humo de la pira del campesino y rezaron una breve oración en voz baja. Ayrín, con el dorso de la mano en el frente (como era tradición en el culto al dios del agua), no dejaba de murmurar “Salve Nerovvah, Sabio entre los sabios, tú trajiste de tu sien tu don y te llevaste nuestros miedos” una y otra vez. Y el Tutor se seguía mostrando tenso, evitaba responder a las incontables preguntas que los chicos con respuestas vagas y casi ininteligibles relacionadas con el Templo o con una tal Ilámide. De vez en cuando se detenían a comer un poco, sin hablar, en silencio. Toda la amistad que había nacido entre ellos aquellos días se había convertido en un frío silencio.
Pasaron los días. De vez en cuanto veían algunas cabañas abandonadas, otras derruidas o algunas ardiendo. Cada vez había más cabañas, y para su alegría, ninguna estaba ya en tan mal estado. Poco a poco comenzaron a hablar más, a conversar y a cantar como antes. Recordaban a Danhthar con pesar, pero lo que más les intrigaba en ese momento eran los tres incidentes que había habido durante su viaje camino de la gran ciudad que se alzaba ahora ante ellos, elevando sus altas y finas torres a lo alto recortadas contra el sol, arrancando reflejos dorados de todas partes: Magécit.
Vamos a devolverle a mi historia la gloria de antaño
El primero fue en una de las cabañas. Al grupo se le estaba acabando la comida y aún les quedaban dos días de camino, así que, sintiéndose unos sucios ladrones, entraron en la casa. Como todas las cabañitas de la llanura, aquella solo disponía de un salón, una habitación separada y el almacén, que es adonde se dirigieron. Fue entonces cuando dieron con los habitantes de la casa, una mujer y dos niños, los tres en el suelo tendidos, con feas marcas rojas en el pecho. Muertos. Y en la mesa del salón, un par de piratas, bebiendo cerveza y riendo pese a la masacre que habían cometido. La visión de tal carnicería hizo que todos se quedaran sin aliento. Pero no Zayra, con un movimiento rapidísimo y un grito salvaje plagado de palabras totalmente impropias de alguien de su categoría, arrancó de las manos de Arlet el arco y tensó una flecha que robó de su carcaj sin que nadie apenas lo advirtiese. Y cuando quisieron darse cuenta, la flecha voló hacia los piratas, clavándose en la pared, sin tocar a ninguno. Pero lo que sucedió después fue mucho peor que una flecha. Unas gruesas raíces se habían alzado del suelo, apresando a los piratas, que contemplaban atemorizados a la joven muchacha que les dirigía una mirada iracunda y llena de odio. Se oyó un crujido un tanto desagradable y ambos piratas cayeron al suelo, aún con las jarras de cerveza en la mano.
El segundo incidente sucedido se dio en pleno campo, al día siguiente del incidente en la cabaña. No fue nada espectacular como lo habían sido las repentinas muestras de poder de Ayrín o Zayra, pero seguía siendo algo fuera de lo normal. Era ya de noche cuando acudieron a la mente de Fyora los recuerdos de unos días que parecían ya muy lejanos, imágenes superpuestas de su vida feliz y de sus padres, peleándose por aflorar junto a la pesadilla de la sangre de su madre corriendo hasta ella. Todo esto mezclado con las risas alegres aunque marcadas por la pena de sus compañeros (menos el Tutor, claro). De repente sintió el frío de sus lágrimas recorriendo sus pómulos pesarosas reflejando la imagen que se estaba sucediendo ante ellos. Las llamas de la hoguera alrededor de la que estaban reunidos tomaron la forma de una pequeña ave, que poco a poco fue desplegando las alas, primero tímido y después con un grito de júbilo que hizo que todos se retiraran. Todos excepto dos. El Tutor, que estaba contemplando la escena con los ojos vivaces e inteligentes, y Fyora, que tenía la vista fija en el fénix. Con un grito de júbilo ella también, se alzaron ambos, ave y chica, y las llamas echaron a volar hacia una libertad que Fyora no vería cumplida.
El tercer y último suceso fue la mañana siguiente, el mismo día que llegarían a Magécit. Se despertaron todos muy temprano, cuando el sol aún estaba sin mostrarse entero y las dos lunas brillaban aún en el firmamento. Faltaba uno. Al poco rato, todos comenzaron a buscarle, gritando su nombre. Encontraron a Koyju junto a un lago, saltando de roca en roca, asestando mandobles con sus dos espadas cortas, gritando iracundo “¿Por qué yo no?” de repente, dio un salto mucho más alto que sus anteriores. Todos se mostraron sorprendidos, Koyju el que más, pero se repuso enseguida de su sorpresa, y desde sus cuatro metros de altura, se dejó caer sobre una roca con los filos de sus espadas cruzados frente a él. Entonces fue cuando la roca contra la que arremetió el chico se partió en pedazos, y todo el polvo se elevó formando un pequeño remolino para después caer, dejando a la vista a Koyju, que sonreía orgulloso.
El primero fue en una de las cabañas. Al grupo se le estaba acabando la comida y aún les quedaban dos días de camino, así que, sintiéndose unos sucios ladrones, entraron en la casa. Como todas las cabañitas de la llanura, aquella solo disponía de un salón, una habitación separada y el almacén, que es adonde se dirigieron. Fue entonces cuando dieron con los habitantes de la casa, una mujer y dos niños, los tres en el suelo tendidos, con feas marcas rojas en el pecho. Muertos. Y en la mesa del salón, un par de piratas, bebiendo cerveza y riendo pese a la masacre que habían cometido. La visión de tal carnicería hizo que todos se quedaran sin aliento. Pero no Zayra, con un movimiento rapidísimo y un grito salvaje plagado de palabras totalmente impropias de alguien de su categoría, arrancó de las manos de Arlet el arco y tensó una flecha que robó de su carcaj sin que nadie apenas lo advirtiese. Y cuando quisieron darse cuenta, la flecha voló hacia los piratas, clavándose en la pared, sin tocar a ninguno. Pero lo que sucedió después fue mucho peor que una flecha. Unas gruesas raíces se habían alzado del suelo, apresando a los piratas, que contemplaban atemorizados a la joven muchacha que les dirigía una mirada iracunda y llena de odio. Se oyó un crujido un tanto desagradable y ambos piratas cayeron al suelo, aún con las jarras de cerveza en la mano.
El segundo incidente sucedido se dio en pleno campo, al día siguiente del incidente en la cabaña. No fue nada espectacular como lo habían sido las repentinas muestras de poder de Ayrín o Zayra, pero seguía siendo algo fuera de lo normal. Era ya de noche cuando acudieron a la mente de Fyora los recuerdos de unos días que parecían ya muy lejanos, imágenes superpuestas de su vida feliz y de sus padres, peleándose por aflorar junto a la pesadilla de la sangre de su madre corriendo hasta ella. Todo esto mezclado con las risas alegres aunque marcadas por la pena de sus compañeros (menos el Tutor, claro). De repente sintió el frío de sus lágrimas recorriendo sus pómulos pesarosas reflejando la imagen que se estaba sucediendo ante ellos. Las llamas de la hoguera alrededor de la que estaban reunidos tomaron la forma de una pequeña ave, que poco a poco fue desplegando las alas, primero tímido y después con un grito de júbilo que hizo que todos se retiraran. Todos excepto dos. El Tutor, que estaba contemplando la escena con los ojos vivaces e inteligentes, y Fyora, que tenía la vista fija en el fénix. Con un grito de júbilo ella también, se alzaron ambos, ave y chica, y las llamas echaron a volar hacia una libertad que Fyora no vería cumplida.
El tercer y último suceso fue la mañana siguiente, el mismo día que llegarían a Magécit. Se despertaron todos muy temprano, cuando el sol aún estaba sin mostrarse entero y las dos lunas brillaban aún en el firmamento. Faltaba uno. Al poco rato, todos comenzaron a buscarle, gritando su nombre. Encontraron a Koyju junto a un lago, saltando de roca en roca, asestando mandobles con sus dos espadas cortas, gritando iracundo “¿Por qué yo no?” de repente, dio un salto mucho más alto que sus anteriores. Todos se mostraron sorprendidos, Koyju el que más, pero se repuso enseguida de su sorpresa, y desde sus cuatro metros de altura, se dejó caer sobre una roca con los filos de sus espadas cruzados frente a él. Entonces fue cuando la roca contra la que arremetió el chico se partió en pedazos, y todo el polvo se elevó formando un pequeño remolino para después caer, dejando a la vista a Koyju, que sonreía orgulloso.
Llegaron a Magécit. Se dirigieron a una posada de la que nacía una alegre melodía y entraron en ella. La posadera era una anciana de cabellos grisáceos, con los ojos vivarachos que se fijaban en todo, brillando con un destello que a todos les recordaba al de alguien y no sabían decir quién. La música provenía de una pequeña tarima sobre la que danzaba una muchacha de cabellos castaños y ondulados, que saltaban sobre sus hombros al ritmo del sinuoso baile en el que la chica estaba sumergida. Llevaba una blusa amarilla que dejaba su ombligo descubierto y una falda larga de color violáceo con un corte en el lado izquierdo que dejaba ver el muslo de la bailarina entero. Dos pulseras de plata adornaban sus muñecas y en su frente brillaba una pequeña perla en forma de lágrima que colgaba de una fina diadema. La chica sacudía su cintura haciendo resonar las lentejuelas metálicas que colgaban de la falda, produciendo un insinuante sonido que se mezclaba con la danza, invitando a los espectadores a embelesarse.
-Bella ¿verdad? –dijo una voz rasposa a sus espaldas.
Era la posadera, que se les acercaba con una sonrisa de oreja a oreja, con su moño sujeto por un fino palillo de madera verdosa. Les señaló a la chica con la barbilla.
-¡Qué hermosa se la ve! Esta Slana es igualita que su madre –miró a sus invitados con orgullo y aún más sonriente-. Es mi nieta –aclaró.
Todos miraron a la anciana algo sorprendidos, pero cuál fue la sorpresa de ella cuando descubrió al Tutor entre sus invitados.
-Kerlen… –murmuró ella.
-Sanhia… –murmuró el Tutor en respuesta.
Los chicos les miraban ahora a uno ahora a la otra. Ninguno entendía nada. Estaban tan concentrados en ambos que no se dieron cuenta de que la música había cesado.
-¿Quiénos son nuestros invitados, abuela? –sonó una voz cantarina a sus espaldas.
Al girarse, todos comprobaron que la bailarina, Slana, estaba justo detrás de ellos.
-Os mostraré vuestra habitación –dijo la posadera, con tono grave.
Les condujo hacia unas escaleras que había al fondo, pasadas las mesas, la barra y la tarima, y subieron un par de pisos. En el rellano del segundo piso, les guio por la puerta de la derecha hasta el fondo del pasillo, donde se abría una puerta de doble batiente que daba a otro pasillo un tanto más lúgubre, iluminado por unas luces de aceite que tintineaban, creando sombras oscilantes. Les llevó hasta la última puerta del pasillo y allí entraron para encontrarse en una sala grande, con una gran mesa en el centro. No había camas, cosa impropia de la habitación que se suponía que era, aunque todos se imaginaban ya que no era a su cuarto adonde les había conducido. La anciana cerró la puerta con llave, mientras Slana cerraba la ventana y corría la cortina.
-Tenemos que hablar –dijo la posadera, con un aire sombrío y misterioso.
-Bella ¿verdad? –dijo una voz rasposa a sus espaldas.
Era la posadera, que se les acercaba con una sonrisa de oreja a oreja, con su moño sujeto por un fino palillo de madera verdosa. Les señaló a la chica con la barbilla.
-¡Qué hermosa se la ve! Esta Slana es igualita que su madre –miró a sus invitados con orgullo y aún más sonriente-. Es mi nieta –aclaró.
Todos miraron a la anciana algo sorprendidos, pero cuál fue la sorpresa de ella cuando descubrió al Tutor entre sus invitados.
-Kerlen… –murmuró ella.
-Sanhia… –murmuró el Tutor en respuesta.
Los chicos les miraban ahora a uno ahora a la otra. Ninguno entendía nada. Estaban tan concentrados en ambos que no se dieron cuenta de que la música había cesado.
-¿Quiénos son nuestros invitados, abuela? –sonó una voz cantarina a sus espaldas.
Al girarse, todos comprobaron que la bailarina, Slana, estaba justo detrás de ellos.
-Os mostraré vuestra habitación –dijo la posadera, con tono grave.
Les condujo hacia unas escaleras que había al fondo, pasadas las mesas, la barra y la tarima, y subieron un par de pisos. En el rellano del segundo piso, les guio por la puerta de la derecha hasta el fondo del pasillo, donde se abría una puerta de doble batiente que daba a otro pasillo un tanto más lúgubre, iluminado por unas luces de aceite que tintineaban, creando sombras oscilantes. Les llevó hasta la última puerta del pasillo y allí entraron para encontrarse en una sala grande, con una gran mesa en el centro. No había camas, cosa impropia de la habitación que se suponía que era, aunque todos se imaginaban ya que no era a su cuarto adonde les había conducido. La anciana cerró la puerta con llave, mientras Slana cerraba la ventana y corría la cortina.
-Tenemos que hablar –dijo la posadera, con un aire sombrío y misterioso.
Perdonadme por tardar tanto en seguir... espero que aún os acordéis de algo... bueno, ahí va, corto pero da igual...
-Decidme, niños prosiguió la posadera-, ¿qué sabéis sobre los Guardianes?
Los cuatro jóvenes reaccionaron de la misma manera. Al principio, nadie relacionaba ese nombre con nada, pero, segundos más tarde, tras hurgar frenéticamente en su memoria y asociar la palabra a todo lo que habían visto y oído, todos llegaron a la misma conclusión:
- ¡La profecía! –exclamó Zayra, resumiendo las cábalas de todos.
La vieja sonrió.
-Parece que ya habéis oído algo más de lo que esperaba. Pero dejadme que os cuente un poco más sobre nuestra historia –puso un especial énfasis en el “nuestra”- Hace ya años, mozuelos, muchos años, incluso nuestros dioses eran jóvenes. Tras crear el mundo, quisieron saber cómo era, pues estaban demasiado lejos como para apreciarlo… Así pues, cada uno creó a un humano y se encarnaron en ellos para ver como era el mundo. Entonces, apareció…
-Ya basta, Sanhia –exclamó el Tutor, golpeando la mesa con el puño.
Nunca le habían visto así. Por fuera, sus músculos tensos y su mandíbula prieta marcaban una tensión impropia de él, sus manos cerradas con fuerza temblaban mientras blanqueaban sus nudillos; mientras sus ojos brillaban suplicantes, más abiertos que de costumbre aunque aún escondidos tras las arrugas.
-Ya basta –repitió, con más calma-, -Sanhia.
-¿Hay algo que te asuste, Kerlen? –dijo con sorna, mientras la comisura de sus labios se curvaba hacia arriba en una sonrisa sarcástica- ¿Hay algo que no quieras recordar?
-Vieja furcia… –espetó el Tutor, iracundo- Tu lengua sigue tan aguda como siempre… y mira que han pasado siglos…
Los chicos miraban ahora a uno, ahora a la otra sin saber por dónde coger la situación, con las últimas palabras resonando en su cabeza: “siglos, siglos, siglos…”; la intriga de la historia interrumpida y los crecientes interrogantes que rodeaban al Tutor les carcomiéndoles por dentro. Mientras tanto, la cara de Slana conmutó en una mueca de sorpresa contenida, sin saber como reaccionar ante las ofensivas de aquel anciano conocido de su abuela.
-Déjales que lo sepan, Kerlen… –dijo, con suavidad envenenada-, Bien, como os iba diciendo… apareció alguien inesperado. Un dios oscuro, henchido de pecado…
-Decidme, niños prosiguió la posadera-, ¿qué sabéis sobre los Guardianes?
Los cuatro jóvenes reaccionaron de la misma manera. Al principio, nadie relacionaba ese nombre con nada, pero, segundos más tarde, tras hurgar frenéticamente en su memoria y asociar la palabra a todo lo que habían visto y oído, todos llegaron a la misma conclusión:
- ¡La profecía! –exclamó Zayra, resumiendo las cábalas de todos.
La vieja sonrió.
-Parece que ya habéis oído algo más de lo que esperaba. Pero dejadme que os cuente un poco más sobre nuestra historia –puso un especial énfasis en el “nuestra”- Hace ya años, mozuelos, muchos años, incluso nuestros dioses eran jóvenes. Tras crear el mundo, quisieron saber cómo era, pues estaban demasiado lejos como para apreciarlo… Así pues, cada uno creó a un humano y se encarnaron en ellos para ver como era el mundo. Entonces, apareció…
-Ya basta, Sanhia –exclamó el Tutor, golpeando la mesa con el puño.
Nunca le habían visto así. Por fuera, sus músculos tensos y su mandíbula prieta marcaban una tensión impropia de él, sus manos cerradas con fuerza temblaban mientras blanqueaban sus nudillos; mientras sus ojos brillaban suplicantes, más abiertos que de costumbre aunque aún escondidos tras las arrugas.
-Ya basta –repitió, con más calma-, -Sanhia.
-¿Hay algo que te asuste, Kerlen? –dijo con sorna, mientras la comisura de sus labios se curvaba hacia arriba en una sonrisa sarcástica- ¿Hay algo que no quieras recordar?
-Vieja furcia… –espetó el Tutor, iracundo- Tu lengua sigue tan aguda como siempre… y mira que han pasado siglos…
Los chicos miraban ahora a uno, ahora a la otra sin saber por dónde coger la situación, con las últimas palabras resonando en su cabeza: “siglos, siglos, siglos…”; la intriga de la historia interrumpida y los crecientes interrogantes que rodeaban al Tutor les carcomiéndoles por dentro. Mientras tanto, la cara de Slana conmutó en una mueca de sorpresa contenida, sin saber como reaccionar ante las ofensivas de aquel anciano conocido de su abuela.
-Déjales que lo sepan, Kerlen… –dijo, con suavidad envenenada-, Bien, como os iba diciendo… apareció alguien inesperado. Un dios oscuro, henchido de pecado…
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