Tras una dura travesía.

Me pareció mentira cuando llegué al Oráculo. Alcé la cabeza para observar el techo de la entrada, sobrecogida. Por fin había logrado llegar.
Desde mi ultima 'aventurita', había estado por Celestia, en casa de unos conocidos, buscando descanso. Tras intentos de asesinato, dioses oscuros, mentiras, desengaños amorosos y el extrañar a las personas que había conocido, sentía que no podía más. No tenía fuerzas para continuar. Pero mis ganas de ver cosas nuevas eran más fuertes que yo, así que en cuanto me repuse, me puse en marcha hacia Nanhai.
Y aquí estaba. Me bajé la capucha de la capa, dejando al descubierto los mechones de pelo verde y dejando ver claramente mis ojos, completamente negros. No iba tan armada como de costumbre; había dejado mi espada en casa de mis amigos celestes, ya que no quería ir muy cargada. Eso sí, llevaba mi puñal donde siempre.
Sin más demora, crucé el umbral del Oráculo.

''Ya casi.. ya casi llego...'' pensé. Me puse de puntillas para llegar al libro que quería...
Perdí el equilibrio y caí al suelo, cayendo sobre mi un montón de libros. Estornudé por el polvo.
Llevaba ya casi tres semanas en el Oráculo. Debido a mi delicada salud, no podía permitirme andar de aventuras de un lado a otro. Necesitaba descanso. Aunque allí comenzaba a agobiarme, porque mi parte unicornio ansiaba ir de un lado a otro a entregar el don de la magia.
Me quité los libros de encima y me sacudí la túnica, aún estornudando por el polvo. Dejé los libros en su sitio, escarmentada. Salí de la biblioteca.
Pensé e darme una vuelta por los alrededores. Me vendría bien, además, podría transformarme por allí sin que nadie me viera. Me dirigí a la puerta, pero vi a una recién llegada que me dejó en el sitio.
Una feérica.
Ella podía descubrir que era un unicornio. Me puse mi capa rápidamente y me eché la capucha por encima, ocultando mis ojos, para que no viera la luz. Pasé por la gran puerta lo más rápido que pude, rogándole a Irial que no llamase su atención. Nadie en el Oráculo lo sabía, y eso hacía que me sintiera más segura.

Pasó una chica casi corriendo por mi lado. Me llamó un poco la atención, pero no le di importancia. Busqué con la vista algún sacerdote con el que hablar para conseguir un sitio donde dormir. Quería quedarme un tiempo allí, leer y descansar. Muchas aventuras acaban cansando, y lo que se me apetecía era descansar.
Conseguí una habitación para pasar un tiempecito. Cogí un par de libros, me encerré en la habitación y me tiré en la cama.