Emon contra Irkan

Hacía ya mucho tiempo que no pasaba por aquellas tierras. La última vez había luchado contra una muchacha que se había convertido en Archimaga un poco después que yo. Sonreí ante el recuerdo. Estaba en el campo de invierno, el que pertocaba a la estación, un frío campo de hielo en un lago de Kash-Tar. No sé que podría hacer mi magia telúrica en semejantes condiciones. Me encogí de hombros.

Avisté a lo lejos a un chico vestido completamente de negro. Yo, en cambio, para aislarme del frío llevaba una camisa blanca de tele gruesa, un chaleco de cuero emblanquecido sobre ésta y una larga capa blanca. Mis pantalones, unos bombachos que me había ceñido con cintas níveas eran también blancos, y se arrugaba al final, donde se metían en las altas botas blancas.

Me pasé una mano por el pelo, tan verde que desentonaba en aquel campo de invierno. Bajé las manos hasta la altura de la cintura. Habría llevado guantes, pero hubiese tapado toda la magia que podía crear con las manos desnudas. Aún así, sí que me las había envuelto en un vendaje fino y blancuzco. Contemplé a mí oponente, sopesando las posibilidades. A simple vista no me parecía poderoso, per ya me había enfrentado a una semiceleste inocente que ahora era Archimaga, así que no me dejé llevar por su apariencia.

Susurré el primer conjuro. No sería justo atacarle por la espalda, por lo que hice bastante ruido a la hora de crearlo. Una rama se elevó sobre el suelo helado, rompiendo la superficie del lago que crují mientras la rama la atravesaba. Poco a poco, el tronco se fue dividiendo, y cada pequeña rama se entrelazó con las que la rodeaban hasta formar una enorme maza vegetal.

-Que empiece el juego -dije, lo suficientemente alto para que me oyese.

Y descargué la maza sobre él.

Cuando la simfonía de crujidos acabó, grité en voz más alta:

-¡Por cierto, mi nombre es Irkan!

Un dragón... Sabía que no debía subestimarle. Sonreí, divertido, y me preparé para lo siguiente: un circulo de fuego. Ni siquiera se había molestado en atacarme. Chasqueé los dedos y me materialicé fuera del círculo ígneo. Sacudí la cabeza con desprobación y clavé los ojos en Emon, destellos dorados arrancados del iris verde por el fuego más allá.

Sabía de memoria cómo atacar a un dragón, así que empecé por lo sencillo. Hice crecer multitud de ramas de olenko, delgadas como agujas, resistentes como acero. Las lancé hacia el dragón como si de un enjambre de madera se tratase, sin apuntar a ningún punto en concreto. El perímetro que abarcaban las lances era cerca de cinco veces la embergadura del dragón, así que evadir el ataque sería difícil. Mi objetivo era perforarle las alas, pero cualquier daño inflingido me bastaba.

Mientras las saetas daban caza a la criatura, yo iba preparando dos hechizos: uno básico de defensa para lo que pudiese pasar y otro más complejo para mi siguiente ataque.

Ver que se volvía a convertir en humano me desconcertó, había olvidado que era un híbrido. Volví en mí demasiado tarde, ahora ya le tenía casi encima, garras por delante y sin expresión alguna. Salté hacia un lado, pero tres horribles tajos me quedaron en la pierna de recuerdo. Rápidamente, me materialicé todo lo lejos que pude, a unos cincuenta metros y me cubrí la herida con nieve. Me pusé en pie y encaré a mi oponente, un humano que controlaba bien sus partes de dragón.

Comencé a soltar mi perfume feérico, una fragancia que me envolvió completamente. Obviamente, no enamoraría a Emon, pero con aturdirle un poco me bastaría. En medio de la nube aromática, preparé un hechizo que empezaba a aumentar en complejidad. Entrelazaba palabras arcaicas con destreza de Archimago.

Poco a poco, una enorme piedra salió del suelo, dejando un enorme boquete en el suelo de unos nueve pasos de diámetro. Acto seguido, un grupo de gruesas ramas envolvió la piedra, creando así una especie de látigo con la punta rocosa. Finalmente, recubrí cada una de las ramas de espinas, convirtiéndolo en un arma letal. Agité el látigo en el aire una vez y otra, golpeándo el suelo allí donde creía que estaba Emon. Eso tendría que acabar con el chico.

Dejé caer la roca, de poco me servía de momento, con Emon en el aire lanzándome ráfagas de aire. Estaba en un punto perfecto, no podía dejarme mover por mucho que me azotase el viento. Recordé de nuevo mi combate con Aira, la niña que ahora era Archimaga, y repetí la estrategia que usé contra ella y que había estado perfeccionando desde entonces. Dejé que mi piel se convirtiese en corteza, mi pelo en hojas y mis piernas en raíces. Me arraigué a la tierra helada con fuerza hasta que sentí que mis dedos-raíces tocaban el agua bajo el lago. No podría moverme, pero estaba recargando toda la energía gastada en el último ataque y además, las ráfagas de Emon a duras penas me harían trastabillar. Aún así, poco podría hacer si seguí abanicándome, así que decidí traerle de vuelta al suelo.

Murmuré unas palabras en idhunaico arcaico y comencé a mover la roca que había arrancado antes de las entrañas del suelo. Costaba mover semejante masa de tierra, pero seguí con ello. Finalmente, conseguí ponerla a la altura de Emon, bloqueando la corriente de aire. Ahora sería más fácil atacar. Con último impulso, empujé la roca hacia Emon y simultánemente hice crecer seis ramas que le buscaban como dedos serpenteantes con la intención de traerle de vuelta al suelo.

¿Timo-quién? Parecía ser que alguna de las pedradas había acertado en la cabeza de Emon, que se había puesto a gritar tonterías. De repente, se echó a volar y cayó en picado sobre mi, envuelto en llamas. Rápidamente enlacé dos hechizos: primero levanté una protección sobre mí para ralentizarle y después me hundí en el hielo con toda la fuerza que mis raíces me permitían, quedando así bajo la capa de nieve y descendiendo cada vez más hacia el lago que había debajo. Las llamas, aún así, me rozaron la espalda, lo cual no fue una sensación agradable.

Desde las entrañas de la tierra no veía ni sentía nada, así que estaba totalmente indefenso, pero me dejé llevar por las raíces hasta que mis pies tocaron el agua helada. Una enorme sacudida recorrió el hielo y supe que el dragón había tocado el suelo. En ese momento, cree un guéiser aprovechándo el estrecho agujero por donde me había metido en el agua. El aguua caliente me llevó de vuelta a la superfície, magullado y agotado de usar magia que no era la mía, pero en la superficie de nuevo. Saqué de la tierra raíces de olenko y envolví con ellas al híbrido para evitar que volara.

Emon parecía renovado y se acercaba a mi a gran velocidad con lo que pocas escapatorias tenía. Fijé mi mirada detrás de él y me teletransporté tras el chico. Allí creo seis copias de mi mismo, ilusiones, espejismos que no eran reales pero que no mostraban ninguna diferencia respecto a mí, el original. Silvé y dije:

-¡Eh, aquí detrás! -las voces de los espejismo me corearon, de una manera bastante divertida.

Pasé de nuevo a mi método de confusión feérico, utilizando mi fragancia para nublar aún más sus sentidos. De ninguna manera podría ahora distinguir el original. Me teletransporté unas cuantas veces para mantenerle distraído mientras mandaba a una de mis copias a estrangular por detrás, mientras, yo saqué mi espada y le apunté en el pecho mientras otras de mis copias le amenazaban de tantas otras maneras, siempre intentando no tocarlo para evitar que se diese cuenta de cuál era la verdadera. Finalmente dije, coreado por mis copias:

-¿Te rindes? -apoyé mi espada en su pecho para que supiese que estaba en Jaque Mate.

Mientras el dragón escupía su llamarada, yo me sepulté bajo un montón de nieve y centré mi magia en un único clon. Cerré los ojos y vi por los de mi copia la cabeza de dragón sobre el cuerpo humano -por los Seis, que aberración- y un "Te pillé." Sonreí con burla. Sabía que el chico estaba sobre pues es dodne estaba mi clon, que no se había movido más que unos pasos. Convertí mis dedos en ramas y até a Emon. Entonces, salí a la superficie y le di unas palmaditas a mi clon.

-Bien hecho...

Cuando mi mano atravesó su hombro, éste se desvaneció, seguido del resto de su cuerpo. COn Emon aún atrapado en las zarzas de mi mano izquierda, blandí mi espada con la derecha. No podía matar a nadie, de ser así le atravesaría el corazón, pero me limité a colocarsela sobre el pecho de nuevo y sujetarlo fuertemente.

-Muerto -murmuré.

Le dirigí una sonrisa deslumbrante.

Parecía ser que el chico no había entendido el concepto "muerto." Me encogí de hombros y vi como sus patas empezaban a relucir de color azul. Aquello no me dio buena espina, por lo que comencé a alzar una protección tras otra mientras cargaba el ataque: barreras mágicas, muros vegetales y paredes de tierra. La esfera las desmoronó todas pero a duras penas llegó a mí más que un pequeño impacto. ¿Qué había sido aquello? Jamás había visto un dragón haciendo eso...

Vi al chico caer encima de un montículo de nieve, por lo que me acerqué a él. Si había caído significaba que estaba demasiado agotado como para seguir luchando, aunque cualquier cosa me esperaba yo ya. Cuando estuve a menos de quince metros envié un clon mío por delante por si aún tenía algo preparado. Y lo tenía. Había desaparecido. Mascullé una retahíla de insultos contra el dragón y respiré hondo...

Mandé a mi clon hacer una reverencia y después me acerqué para suplantarle. Una vez en el lugar que había ocupado mi clon le tendía la mano a EMon y, cuando él me la chocó, dejé que mi magia curativa le sanase las heridas. Le sonreí y me desvanecí en el aire.

Aparecí un poco más allá, donde di un salto de alegría. ¡Yuhú! ¡Había ganado a un dragón! Una de mis cosas en la lista de cosas a hacer antes de morir.

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