No conoció a sus padres. Lo poco que sabe de ellos es que un grupo de guerreros y mercenarios los encontró en el camino y los ejecutó sin dudarlo, ahorcándolos cerca del pueblo. En algún momento alguien descubrió al bebé que habían intentado esconder junto al camino, entre las hojas muertas, durante la corta escaramuza... un bebé szish. Hubo una corta e intensa asamblea. Finalmente, tras decidirse la muerte del bebé, el herrero del pueblo, que había participado en el linchamiento de la pareja szish, se ofreció voluntario para "acabar con la pequeña serpiente" y se llevó a la cría a su forja, seguido de un gran grupo. Una vez allí, arrojó al bebé sobre un yunque y le aplastó el cráneo con un pesado martillo. Al mismo tiempo, un grito agónico quebraba la noche, ahogado por los vítores provenientes de la forja. La mujer del herrero estaba dando a luz en aquel preciso instante. Perdió la vida sin que la matrona pudiese hacer nada. El médico ni siquiera llegó a tiempo. Y la niña... Fue una noche terrible y oscura. Al día siguiente, el herrero salía del pueblo con un extraño bulto en los brazos y las armas de su familia colgadas del cinto. Caminó durante unos minutos hasta los cadáveres de los dos hechiceros szish colgados junto al camino, guardó silencio, inmóvil, durante un buen rato, y después se marchó. El único que lo vio fue un comerciante de paso, el primero que, sin prisas, cruzó el camino aquella madrugada, justo tras el amanecer. El camino de vuelta lo hizo más rápido. El pueblo estaba en llamas, y no quedaba nadie vivo. El herrero nunca regresó, y nunca le contó a nadie lo que había ocurrido aquella noche. Crió a su hija al fondo de un valle escondido, y nunca le contó de dónde venían, por qué tenían que esconderse cuando oían caballos cerca del bosque, por qué pasaba los días vigilando y entrenando con las armas, o por qué su reflejo en el arroyo era tan distinto. Pero, al final, ella acabó descubriendo la verdad. Porque llegó Sezhash. La primera vez que escuchó la voz en su mente, llevaba toda la mañana sintiendo una extraña presencia en los alrededores. Las primeras palabras ejercieron un extraño control sobre ella, induciéndola a quedarse inmóvil y escuchar. Después, quiso saber más... y él se lo contó todo. Era el primer shek que sobrevolaba la zona en unos pocos años. Las pocas veces anteriores, sin embargo, la percepción mental de Sazcha no estaba tan desarrollada... y, además, su padre se había encargado de colocar amuletos en la casa que ocultaran sus mentes, al menos en parte. Sezhash había leído su historia en los pensamientos de su padre, y le habló de la verdad de su nacimiento: del último hechizo de sus padres szish, y su horrible muerte; de cómo su "padre", tras ahorcarlos, se había ofrecido a destrozarle el cráneo con un martillo de hierro; de cómo el bebe szish se había intercambiado con el humano; de su raza; del Séptimo... Sin embargo, no pudo contarle lo que había ocurrido la noche de su nacimiento. Aquellos recuerdos eran inaccesibles incluso para él, por alguna razón. Después de escuchar todo aquello, Sazcha no fue capaz de volver a casa, y huyó. Caminó durante más de un día, sin dejar de escuchar la voz de Shezhash, que la guiaba hacia un lugar donde encontraría a un grupo szish. Por desgracia, la suerte nunca había estado, ni estaría, de su parte. El segundo día, una enorme sombra oscureció el cielo, y un repentino golpe de viento la tiró al suelo. Levantó la vista a toda prisa, a tiempo de ver la silueta de un dragón surcando el cielo sobre las montañas. Pasaron unos instantes de silencio. Entonces sintió una punzada de hielo dentro de su mente, y sólo alcanzó a sentir una extraña mezcla de sensaciones e intensos sonidos, y el grito mental de Shezash, agónico, antes de perecer bajo el fuego y las garras del dragón. Desde entonces, Sazcha siempre ha caminado sola. Nunca encontró a los szish.
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