Historia corta: el camino de las montañas
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15072010
Historia corta: el camino de las montañas
El invierno llegaba. Lo decían las flores muertas, los animales hambrientos que bajaban de las montañas, los montones de leña apilados junto a las casas, y la nieve que enterraba el mundo bajo un manto que arrancaba la calidez del cuerpo. Los que se perdían en el bosque no volvían, y yo me pasaba los días mirando el farol que colgaba fuera de la ventana, desafiando al frío.
Recuerdo que a su alrededor, en el círculo de luz, revoloteaba los días de otoño una nubecilla cada vez menor de falenas y pequeños insectos. Ahora, que empezaban los meses de frío, su luz estaba vacía, pero luchaba con más fuerza que antes contra las tinieblas de la noche, contra el frío y la muerte. El farol de mi cabaña era la vida. Cuando salíamos a cazar, "Awe" y yo, y creía perder el camino, bastaba con ver a lo lejos un tenue resplandor para saber que me había salvado una vez más.
Sin embargo, aquella vez no iba a ser así. Quizás algún hada burlona que hubiera llegado muy lejos de su bosque acostumbrado quería mofarse de mí. Si no era más que eso, el farol aparecería más tarde o más temprano en nuestro campo de visión, desafiando tan valiente a la tormenta, mostrándome el camino a casa. Awe estaba a mi lado, casi sin moverse, temblando. Yo sabía que era un animal fuerte, medio lobo, y sabía también que habría aguantado mucho más que yo perdido entre la nieve. Aquella noche no habíamos cazado nada.
Un pensamiento terrible me rondaba la cabeza. En el pueblo me decían que no debería vivir tan apartado de las murallas de la aldea. Que si algún día me ocurría algo, no podrían encontrarme a tiempo.
Si moría aquella noche en el bosque, congelado, ¿quién iría a buscarme, si nadie me esperaba en mi casa más que mi fiel farol delator, colgado fuera de la ventana? Tal vez Awe tratara de arrastrarme hasta la cabaña o hasta el pueblo, o quizás sencillamente se marchara, sabedor de que no conseguiría salvarme. Hallarían mi cuerpo helado, bajo la mirada atenta y hosca de los rudos árboles, ancianos, a los que yo había mutilado y derribado en tantas ocasiones.
Ahora sentía ganas de reír y llorar a la vez. Me había perdido, eso estaba claro. El terreno era más abrupto de como lo recordaba, el bosque se espesaba y la nieve parecía más cruel y pesada. Awe me seguía, en un silencio hosco, y a mí me sorprendía que no pareciera cansado después de aquella caminata interminable en busca del hogar. Miré hacia arriba, estrechando los ojos para que no se me llenaran de nieve, aunque ya tenía las pestañas pesadas, cargadas de copos que se derretían con una lentitud exasperante. La barba, el pelo y las gruesas pieles, blancas por la nieve. El pelaje de Awe, más níveo que nunca. EL suelo, blanco, las ramas de los arces de montaña, blancas. Habría dado cualquier cosa por que algo cambiara el paisaje confuso y albo. Puede que los dioses me escucharan en aquel momento... o no sé si fue horas más tarde. El caso es que de pronto, a lo lejos, justo cuando la tormenta arreciaba, vi por fin un resplandor apagado. Sentí que se me calentaban las venas con las nuevas fuerzas. Awe había caído. Lo cogí en brazos y caí, más que corrí, hacia la luz que auguraba la vida, mi casa. Mi casa.
Sin embargo, cuando llegué hasta allí, no era mi cabaña lo que me esperaba. Mientras caminaba, extrañado, hacia el fulgor, la nieve y el viento se suavizaron, hasta que desaparecieron. El bosque estaba dormido de nuevo. Me sacudí la nieve que pude y miré a mi alrededor. No había llegado al pueblo, ni conocía la zona. El farol que había encontrado estaba colgado de un pequeño árbol seco y muerto, y parecía señalar hacia un camino que se perdía entre las montañas... Estaba más cerca de los riscos de lo que había estado nunca, porque las leyendas de los gigantes y los demonios parecían más reales que nunca en aquel crudo invierno en que las sombras parecían cobrar vida. Examiné la senda con ojos críticos y luego miré a Awe. Mi fiel animal respiraba con cada vez más dificultad. Entonces, la decisión me embargó. Si el camino estaba allí, es que llegaba a alguna parte. Aunque acabara en el poblado de los gigantes y las bestias de los cuentos, necesitaba salvar a mi perro y salvarme a mí mismo.
Me pareció que las sombras se oscurecían aún más por delante de mí. Murmuré una plegaria.
Y eché a andar.
Recuerdo que a su alrededor, en el círculo de luz, revoloteaba los días de otoño una nubecilla cada vez menor de falenas y pequeños insectos. Ahora, que empezaban los meses de frío, su luz estaba vacía, pero luchaba con más fuerza que antes contra las tinieblas de la noche, contra el frío y la muerte. El farol de mi cabaña era la vida. Cuando salíamos a cazar, "Awe" y yo, y creía perder el camino, bastaba con ver a lo lejos un tenue resplandor para saber que me había salvado una vez más.
Sin embargo, aquella vez no iba a ser así. Quizás algún hada burlona que hubiera llegado muy lejos de su bosque acostumbrado quería mofarse de mí. Si no era más que eso, el farol aparecería más tarde o más temprano en nuestro campo de visión, desafiando tan valiente a la tormenta, mostrándome el camino a casa. Awe estaba a mi lado, casi sin moverse, temblando. Yo sabía que era un animal fuerte, medio lobo, y sabía también que habría aguantado mucho más que yo perdido entre la nieve. Aquella noche no habíamos cazado nada.
Un pensamiento terrible me rondaba la cabeza. En el pueblo me decían que no debería vivir tan apartado de las murallas de la aldea. Que si algún día me ocurría algo, no podrían encontrarme a tiempo.
Si moría aquella noche en el bosque, congelado, ¿quién iría a buscarme, si nadie me esperaba en mi casa más que mi fiel farol delator, colgado fuera de la ventana? Tal vez Awe tratara de arrastrarme hasta la cabaña o hasta el pueblo, o quizás sencillamente se marchara, sabedor de que no conseguiría salvarme. Hallarían mi cuerpo helado, bajo la mirada atenta y hosca de los rudos árboles, ancianos, a los que yo había mutilado y derribado en tantas ocasiones.
Ahora sentía ganas de reír y llorar a la vez. Me había perdido, eso estaba claro. El terreno era más abrupto de como lo recordaba, el bosque se espesaba y la nieve parecía más cruel y pesada. Awe me seguía, en un silencio hosco, y a mí me sorprendía que no pareciera cansado después de aquella caminata interminable en busca del hogar. Miré hacia arriba, estrechando los ojos para que no se me llenaran de nieve, aunque ya tenía las pestañas pesadas, cargadas de copos que se derretían con una lentitud exasperante. La barba, el pelo y las gruesas pieles, blancas por la nieve. El pelaje de Awe, más níveo que nunca. EL suelo, blanco, las ramas de los arces de montaña, blancas. Habría dado cualquier cosa por que algo cambiara el paisaje confuso y albo. Puede que los dioses me escucharan en aquel momento... o no sé si fue horas más tarde. El caso es que de pronto, a lo lejos, justo cuando la tormenta arreciaba, vi por fin un resplandor apagado. Sentí que se me calentaban las venas con las nuevas fuerzas. Awe había caído. Lo cogí en brazos y caí, más que corrí, hacia la luz que auguraba la vida, mi casa. Mi casa.
Sin embargo, cuando llegué hasta allí, no era mi cabaña lo que me esperaba. Mientras caminaba, extrañado, hacia el fulgor, la nieve y el viento se suavizaron, hasta que desaparecieron. El bosque estaba dormido de nuevo. Me sacudí la nieve que pude y miré a mi alrededor. No había llegado al pueblo, ni conocía la zona. El farol que había encontrado estaba colgado de un pequeño árbol seco y muerto, y parecía señalar hacia un camino que se perdía entre las montañas... Estaba más cerca de los riscos de lo que había estado nunca, porque las leyendas de los gigantes y los demonios parecían más reales que nunca en aquel crudo invierno en que las sombras parecían cobrar vida. Examiné la senda con ojos críticos y luego miré a Awe. Mi fiel animal respiraba con cada vez más dificultad. Entonces, la decisión me embargó. Si el camino estaba allí, es que llegaba a alguna parte. Aunque acabara en el poblado de los gigantes y las bestias de los cuentos, necesitaba salvar a mi perro y salvarme a mí mismo.
Me pareció que las sombras se oscurecían aún más por delante de mí. Murmuré una plegaria.
Y eché a andar.
Invitado- Invitado
Historia corta: el camino de las montañas :: Comentarios
Re: Historia corta: el camino de las montañas
¡Hola! He leído tu historia, y me ha gustado. Me encantan las descripciones que usas, tanto del escenario como de las impresiones del protagonista, que consiguen hacer que sientas la escena más cercana. No he visto ningún fallo importante a destacar, así, a simple vista. ¿Piensas hacer alguna continuación o la historia acaba aquí? Me pregunto a dónde llevará el camino entre la nieve.
¡Saludos ^^!
¡Saludos ^^!
Me gusta mucho !! escribes muy bien, estoy de acuerdo con narshel y yo también espero su continuación XD
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