RETO de escritura: Los Gantis
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RETO de escritura: Los Gantis
RETO
"LOS GANTIS"
Este reto consiste en escribir un relato corto que hable o trate de los Gantis. Es bastante normalito. Estas son las reglas:
- Escrito 1ª o 3ª persona.
- Extensión: una página en word, Arial 12, como mínimo. No hay máximo, pero que si no supera las 50 me alegraré xD
- No hay plazo de entrega, y por ahora nada más.
Cuando se vaya apuntando gente veremos si hacemos una votación a uno o varios ganadores.
Invitado- Invitado
Re: RETO de escritura: Los Gantis
"LOS GANTIS"
_-Galder Weatherwax-_
El cielo gris dejaba caer una lluvia rara y fría sobre las praderas muertas... El invierno había sorprendido a la última ronda de flores silvestres, que ahora aparecían secas y marchitas, grises como la hierba, ante los ojos de los gantis.
Uno de ellos era más alto y fornido que el resto. Su nombre era Dorn, y ejercía las veces de juez de su pequeño grupo.
Habían sido más, desde luego... pero las tormentas y el frío de los inviernos anteriores se habían llevado a unos cuantos. La vida de los Gantis no era cómoda y sin preocupaciones... Al contrario, tenían mucho de qué preocuparse. Vivían nómadas, dormían al raso y se enfrentaban a la naturaleza con valentía.
El padre de Dorn había sido el anterior jefe de la tribu. Se llamaba Kaar, y el año anterior había estado con ellos...
"Pero ya no" pensó Dorn, sin dejar de caminar "Ahora estoy solo"
Al jefe se lo habían llevado los magos. Los malditos magos a los que Dorn maldecía cada noche antes de dormir, y cada mañana al despertarse. Eran un grupo de hechiceros ególatras y malvados que rondaba por aquella zona. Dorn había oído historias sobre ellos también cerca de Kash-Tar, en sus viajes. Ahora su grupo terminaba de internarse en las Montañas Cambiantes, sin ningún miedo del extravagante paisaje que cambiaba a cada momento de distracción.
La noche del triple plenilunio, los gantis se habían encontrado con el campamento de los magos.
Eran cuatro, y Dorn no sabía si estaban borrachos, pero habría apostado bastante a que así era. Estaban en mitad del paso que los Gantis debían cruzar, así que, con precaución, el jefe Kaar había marchado para hablar con ellos. Dorn entonces sólo tenía dieciocho años.
La conversación, vista desde lejos por el grupo, había sido breve y violenta. Uno de los magos había tratado de atacar a Kaar... y a él no le había quedado más remedio que defenderse. No pretendía matar al mago, y en realidad Dorn siempre creyó que sencillamente le había herido en una pierna. Pero, cuando vieron brillar el cuchillo del ganti y lo vieron hundirse en la túnica de su compañero, los otros tres hechiceros usaron su magia.
En aquel momento se encontraban cruzando un desfiladero, bastante ancho. A los lados del camino, las rocas quebradizas formaban altas paredes que sólo se mantenían erguidas porque las raíces de muchos arbustos pequeños sujetaban las piedras unas a otras.
Para cuando los gantis, liderados por un aterrorizado Dorn, llegaron hasta los combatientes, el cuerpo de Kaar no era más que un montón de restos calcinados que se deshicieron en cenizas que el viento se llevó con él. Los magos no habían sabido controlar su magia; el fuego había acabado también con su compañero caído.
Dorn recordaba, emborrachado de ira y dolor, cómo se había lanzado hacia los magos blandiendo su hacha, y la noche se manchó de sangre.
Pero uno de ellos había huido.
Dorn recordaba perfectamente su rostro...
Y ahora, el grupo de los gantis marchaba en un silencio respetuoso por la pradera gris y muerta. Unos cuantos copos de nieve caían sobre ellos, y los más jóvenes jugaban en completo silencio.
Dorn sábía perfectamente lo que estaba buscando. Le había costado años de trabajo, y muchos duros días de viajes para sus compañeros, pero todos los corazones del grupo clamaban la misma venganza.
Pronto, Dorn vio a lo lejos la llama casi apagada de una hoguera, delatada por la fina columna de humo que se elevaba de ella. La mayor parte de los gantis se ocultaron en las cercanías, repartidos entre las escasas rocas. Y otro pequeño grupo formado por Dorn y otros tres guerreros gantis se arrastraron de forma imperceptible hasta el campamento, cercándolo.
Junto a la hoguera había una maltrecha figura tumbada al raso. Tenía la túnica desgarrada y el cabello sucio. No se percató del peligro hasta que fue demasiado tarde. Cuando el mago quiso abrir los ojos y tratar de incorporarse, con el horror en los ojos, los guerreros ya habían saltado sobre él. La espada recién forjada de Dorn atravesó limpiamente el cuerpo del mago, que abrió los ojos sorprendido y se inclinó sobre la espada. Cuando Dorn retiró el arma, se llevó las manos al pecho, y se derrumbó.
El joven líder de los gantis cerró los ojos y levantó el rostro hacia el cielo, dejando que la nieve, que empezaba a arremolinarse, le acariciara la cara. Por fin podía encontrar la paz. Había vengado a su padre.
Los copos de nieve cubrieron la pradera, movidos por el suave viento, y cubrieron el cadáver del mago, apagando las brasas de la hoguera, y tiñéndose de rojo con la sangre derramada.
Los Ganti se marcharon.
_-Galder Weatherwax-_
El cielo gris dejaba caer una lluvia rara y fría sobre las praderas muertas... El invierno había sorprendido a la última ronda de flores silvestres, que ahora aparecían secas y marchitas, grises como la hierba, ante los ojos de los gantis.
Uno de ellos era más alto y fornido que el resto. Su nombre era Dorn, y ejercía las veces de juez de su pequeño grupo.
Habían sido más, desde luego... pero las tormentas y el frío de los inviernos anteriores se habían llevado a unos cuantos. La vida de los Gantis no era cómoda y sin preocupaciones... Al contrario, tenían mucho de qué preocuparse. Vivían nómadas, dormían al raso y se enfrentaban a la naturaleza con valentía.
El padre de Dorn había sido el anterior jefe de la tribu. Se llamaba Kaar, y el año anterior había estado con ellos...
"Pero ya no" pensó Dorn, sin dejar de caminar "Ahora estoy solo"
Al jefe se lo habían llevado los magos. Los malditos magos a los que Dorn maldecía cada noche antes de dormir, y cada mañana al despertarse. Eran un grupo de hechiceros ególatras y malvados que rondaba por aquella zona. Dorn había oído historias sobre ellos también cerca de Kash-Tar, en sus viajes. Ahora su grupo terminaba de internarse en las Montañas Cambiantes, sin ningún miedo del extravagante paisaje que cambiaba a cada momento de distracción.
La noche del triple plenilunio, los gantis se habían encontrado con el campamento de los magos.
Eran cuatro, y Dorn no sabía si estaban borrachos, pero habría apostado bastante a que así era. Estaban en mitad del paso que los Gantis debían cruzar, así que, con precaución, el jefe Kaar había marchado para hablar con ellos. Dorn entonces sólo tenía dieciocho años.
La conversación, vista desde lejos por el grupo, había sido breve y violenta. Uno de los magos había tratado de atacar a Kaar... y a él no le había quedado más remedio que defenderse. No pretendía matar al mago, y en realidad Dorn siempre creyó que sencillamente le había herido en una pierna. Pero, cuando vieron brillar el cuchillo del ganti y lo vieron hundirse en la túnica de su compañero, los otros tres hechiceros usaron su magia.
En aquel momento se encontraban cruzando un desfiladero, bastante ancho. A los lados del camino, las rocas quebradizas formaban altas paredes que sólo se mantenían erguidas porque las raíces de muchos arbustos pequeños sujetaban las piedras unas a otras.
Para cuando los gantis, liderados por un aterrorizado Dorn, llegaron hasta los combatientes, el cuerpo de Kaar no era más que un montón de restos calcinados que se deshicieron en cenizas que el viento se llevó con él. Los magos no habían sabido controlar su magia; el fuego había acabado también con su compañero caído.
Dorn recordaba, emborrachado de ira y dolor, cómo se había lanzado hacia los magos blandiendo su hacha, y la noche se manchó de sangre.
Pero uno de ellos había huido.
Dorn recordaba perfectamente su rostro...
Y ahora, el grupo de los gantis marchaba en un silencio respetuoso por la pradera gris y muerta. Unos cuantos copos de nieve caían sobre ellos, y los más jóvenes jugaban en completo silencio.
Dorn sábía perfectamente lo que estaba buscando. Le había costado años de trabajo, y muchos duros días de viajes para sus compañeros, pero todos los corazones del grupo clamaban la misma venganza.
Pronto, Dorn vio a lo lejos la llama casi apagada de una hoguera, delatada por la fina columna de humo que se elevaba de ella. La mayor parte de los gantis se ocultaron en las cercanías, repartidos entre las escasas rocas. Y otro pequeño grupo formado por Dorn y otros tres guerreros gantis se arrastraron de forma imperceptible hasta el campamento, cercándolo.
Junto a la hoguera había una maltrecha figura tumbada al raso. Tenía la túnica desgarrada y el cabello sucio. No se percató del peligro hasta que fue demasiado tarde. Cuando el mago quiso abrir los ojos y tratar de incorporarse, con el horror en los ojos, los guerreros ya habían saltado sobre él. La espada recién forjada de Dorn atravesó limpiamente el cuerpo del mago, que abrió los ojos sorprendido y se inclinó sobre la espada. Cuando Dorn retiró el arma, se llevó las manos al pecho, y se derrumbó.
El joven líder de los gantis cerró los ojos y levantó el rostro hacia el cielo, dejando que la nieve, que empezaba a arremolinarse, le acariciara la cara. Por fin podía encontrar la paz. Había vengado a su padre.
Los copos de nieve cubrieron la pradera, movidos por el suave viento, y cubrieron el cadáver del mago, apagando las brasas de la hoguera, y tiñéndose de rojo con la sangre derramada.
Los Ganti se marcharon.
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