Descansando (Rol abierto)

Hiz ahogó una exclamación en su mente, mas su debilidad le impidió protestar más allá de eso. Su intención no había sido la de pedir al celeste que cargara con su peso sobre sus hombros, sino simplemente que le indicara el camino y que, cuando se encontrara un poco mejor, él mismo iría por su cuenta sin molestar más a Baldu. No obstante, daba la impresión de que los celestes eran demasiado espirituales como para desatender el sufrimiento ajeno.

Pronto estuvieron a orillas del río. Baldu lo depositó en él, de forma que pudo poner los pies en remojo. A pesar de que aquello era agua dulce, y de que Hiz era un varu del océano, estar en contacto con el elemento líquido le vigorizó casi al instante. “Sí, esto está mucho mejor...” Cerró los ojos, mientras dejaba que su cuerpo resbalara y se hundiera dentro del cauce del río. Luego los abrió y contempló parte de la vida que allí habitaba. Percebes, unas algas que no tenían nada que ver con las que Hiz había comido siempre en casa, crustáceos, peces pequeños... Al notar las vibraciones del agua causadas por la voz del celeste, regresó a la superficie para escucharlo mejor. “¿Que qué quiero de comer?” repitió, antes de escudriñar la expresión de su rostro, que delataba que no tenía ni idea de qué clase de comida ingerían los de su raza. Esbozó una sonrisa comprensiva. “Aquí abajo hay algunas algas y pececillos, y otros seres. Alimentos básicos en la dieta de un varu. ¿Sabes pescar, Baldu? Si no sabes, te enseñaré como muestra de mi agradecimiento; aunque he de avisarte que nosotros comemos todo crudo. Ya te puedes imaginar, bajo el agua no hay forma de crear fuego”, le explicó tranquilamente.

En eso, unos matorrales que se encontraban a espaldas del celeste se agitaron, un momento antes de dejar ver a dos figuras que se acercaban hacia nosotros. Una de ellas era una mujer de tez oscura, la cual parecía interesarse por mi estado de salud a juzgar por la forma en que me miraba. Arg. ¿Tan mal se me habían quedado las escamas?

“Ahora estamos descansando, mujer yan” respondió, en un canal telepático que llegara a todos. “Él acaba de salvarme la vida.” Hiz posó sus ojos sobre Baldu, el celeste, con el fin de señalarlo. “Podéis uniros a nosotros si queréis. ¿Quiénes sois?”