De nuevo en los Reinos Humanos [RC]

Anochecía en Vanis, dos de los tres soles ya se habían puesto y una luna asomaba ya por el este. Hacía frío y a medida que oscurecía la gente entraba en las casas y las calles de la ciudad se vaciaban.

En las puertas de la ciudad había una pequeña cola de personas. Estaban a punto de cerrar las puertas y los soldados discutían con el propietario de un carro. Al parecer el hombre no quería que los soldados inspeccionaron lo que llevara tapado por una lona. Los que iban delante de mi empezaban a impacientarse y increpaban por igual a los soldados y al mercader del carro.

Cuando conseguí entrar a la ciudad ya era noche cerrada. Me dirigí hacia la plaza, donde estaba la posada de la ciudad. Mientras caminaba recordé la primera vez que visité Vanis. Había ido a cobrar por un trabajo como mercenario. Las cosas habían cambiado bastante desde entonces.

Llegué a la posada y entré para salir pocos minutos después: no quedaba ninguna plaza.

Eché una ojeada a la plaza: estaba desierta.

Los humanos gustaban de estar todos juntos, como cualquier raza de los sangrecaliente y yo mismo me encontraba en Vanis, la capital de Vanissar. El lugar donde el rey Covan gobernó Idhún.

Estaba allí para conseguir unas saetas de mi ballesta que llevaba en la espalda, sujeta en mis ropajes de cuero, debajo de la capa con una gran capucha que llevaba.

El mercado ya hacía mucho que se había retirado y me tocaba esperar al día de después, pero era paciente. Así que me quedé en una de las calles que comunicaba directamente con la plaza, me senté en el suelo, dedicándome a esperarar, apoyado en las paredes de un edificio que parecía ser un almacén.

Comencé a dar vueltas por las calles. Buscaba a alguien que supiera donde había alguna posada o sitio donde pasar la noche, o en su defecto la propia posada, pero las calles estaban desiertas.

Al rato de caminar comencé a tener la sensación de que alguien me seguía. Me giré disimuladamente un par de ocasiones, pero no vi a nadie. Aceleré el paso progresivamente, y tras de mi escuché como alguien también aceleraba el paso en silencio.

Atravesé calles y plazuelas totalmente vacías, era una noche sin luna y una espesa niebla comenzaba a cubrir la ciudad. Poco rato después de llegué a la plaza mayor nuevamente: había dado un rodeo.

Me giré, decidido; si alguien me seguía le iba a plantar cara, pero los minutos pasaron y nadie apareció: parecía que alguien me quería coger desprevenido.

Entonces tuve una idea y tracé un signo mágico en el aire. Acto seguido la niebla se espesó unos segundos, y cuando nuevamente se aclaró ya no había nadie en la plaza.

Ya nadie me seguía, y entonces vi a un humano apoyado en la pared de un almacén. Me acerqué a él.

- Buenas noches - dije, cuando estuve cerca - me preguntaba si sabrías decirme donde hay una posada. La de la plaza está llena y no se donde pasar la noche.

El frío no me disgustaba y me quedaría horas despierto, hasta que pudiera dormir en un sitio solitario, como la habitación de algún tugurio o burdel. La desgracia era que tendría que buscarlo por mi cuenta; no sería difícil pero más costoso, ya que no podía sondear las mentes de nadie. Pues no había nadie en la plaza, excepto una figura que se acercó a mí, preguntándome si conocía alguna posada.

-Te vas a llevar un buen chasco, amigo-hablé, con indiferencia-. No conozco del todo la ciudad, pero podríamos quedarnos en un almacén que está detrás mío... Solamente si te gusta entrar furtivamente como un ladrón...

Me levanté en toda mi estatura -que no era poca-, y empecé a andar lentamente, hacia una de las calles principales que llevaban a la plaza, porque seguramente allí habría la puerta más fácil de abrir.

Alcé las cejas al oir la respuesta. En otra situación probablemente habría decidido buscar otro sitio donde pasar la noche, pero en ese momento me convenía salir de la calle cuanto antes, así que encogí los hombros y le seguí.

Rodeamos el edificio hasta llegar a una puerta de madera. Tratando de ser rápido miré fijamente el pomo, tiré de él, se escuchó un leve clic y la puerta se abrió: pocas cerraduras se resistían a un mago.

- Vaya, estaba abierta - dije con rapidez: prefería no decir que era mago. La magia era algo que podía ser algo peligroso en el Vanissar de aquellos tiempos - mejor entremos antes de que alguien nos vea - dije, adelantándome.

Soy Sagan - me presenté, una vez dentro, tendiéndole la mano.

Cuando giramos a la calle, dejando la plaza atrás, encontramos la puerta y el recién llegado sangracaliente la abrió sin hacer apenas un esfuerzo. Era raro que no estuviera cerrada a cal y canto... pero... ¿y si lo estaba y el hombre había utilizado algún talento del que yo carecía?

Era peligroso, aunque se mostrara afable y no quisiera dar problemas, o al menos, eso aparentaba.

Él entró primero, luego entré yo, pero con una prisa por averiguar lo espacioso que sería el almacén. Siempre se necesita un escondite cuando no quieres que nadie te encuentre y en mi caso, nadie me conocía y mi búsqueda de venganza no había acabado. El rastro era casi fresco.

Se presentó cuando volví de mirar el tamaño del almacén y tenía el espacio suficiente donde guardaban sacos de harina y otros utensilios. La verdad era que podríamos quedarnos allí un buen tiempo sin estar mucho rato dentro del edificio.

-Yo soy Sai'el-me presenté, aunque mi rostro y voz no denotaban sentimiento alguno, ni era importante decirlo-. Es un truco curioso lo que has hecho antes... Porque juraría que los humanos suelen cerrar sus menesteres a buen recaudo de los ladrones... ¿Qué eres tú?

Fruncí el ceño levemente al oir lo que dijo.

- Hay humanos que pueden ser extremadamente olvidadizos - contesté, pensativo - cosas de humanos... que juraría que suelen quedar solo entre humanos - un simple vistazo a su aura me sirvió para ver que ante mi no tenía a un simple humano.

Me giré hacia la entrada y tras echar vistazo a la calle cerré la puerta.

- No se ve nada... ¿Te parece bien si buscamos una luz y un sitio donde no haya ventanas que den al exterior? - sugerí, cambiando de tema y evitando mirarle directamente a los ojos. Si era lo que parecía ser lo que había dicho le había servido de respuesta. Había cosas que era mejor no decir en voz alta.

¿Quién me habrá estado siguiendo? - pensé - ¿Y por que? Creía que habían acabado las persecuciones cuando acabé con Anom... - al día siguiente me teletransportaría a otra parte, pero ahora debía descansar ya había realizado ese hechizo hacía muy poco y desde Derbhad.

Cambió de tema rápidamente, así que ocultaba algo y tal vez fuera un sangrecaliente con la habilidad que daría un ser superior... como un unicornio.

Es posible que lo sea, pensé, y por ello no es de fiar... los magos son enemigos más tenaces que las simples marionetas de los ejércitos de los humanos o los féericos...

Aunque él deseaba hallar un modo de iluminar el espacio en el que nos encontrábamos y salir fuera de la vista de cualquier ventana, a mí me daba igual, pero prefería la oscuridad ya que es un buen modo de camuflarse.

-Creo que tú solo ya puedes arreglarte con ese problema-solté de golpe-. Por mucho que escondas lo que eres... se nota.

FDR: Siento el retraso! Esta semana he tenido un montón de exámenes (Mañana tengo otro >.<).

Se veía poco del almacén por la ténue luz que entraba por las ventanas mas altas, pero parecía que Sai'el prefería la oscuridad, que en cierto modo era mas segura.

- Lo he escondido ya algunas veces, suele funcionar - dije al oírle - al menos en la mayoría de los casos. A decir verdad tu tampoco puedes ocultar tu otra naturaleza, aunque eso probablemente solo a los ojos de unos pocos que por casualidad tienen el don de ver lo que se oculta mas allá de los sentidos.

Bueno, con luz o si luz tendremos que ver lo que hay por aquí aquí y donde se puede pasar la noche - añadí, echando otro vistazo. Si finalmente nos quedaríamos en la oscuridad tendría que pensar algún tipo de hechizo o conjuro que me permitiera ver en la oscuridad, no quería que alguien entrara y no pudiera verle.

-Los magos y su percepción de las cosas...-comenté, con un deje de sarcasmo-. Entonces... sabrás que puedo hacer lo que otros seres no pueden hacer, ¿verdad?

Había pensado en sentarme y apoyarme en una de las paredes de piedra del almacén, pero Sagan, el supuesto mago, seguía decidido en encontrar algo con lo que iluminar el ambiente, así que me dediqué a caminar detrás de él.

A la vez, estaba tranquilo y dispuesto a coger la pequeña ballesta de repetición que tenía debajo de mi capa, y apuntar al mago por si fuese una amenaza, pero descarté la idea. No era hora de verter sangre, por ahora.

-¿Por qué no usas tu fuego?-le pregunté, pero la mención de un elemento que no podía controlar, me hizo ponerme tenso.

- Lo se - dije, quitandole importancia - pero he averiguado que eres shek porqué he visto tu aura, pero no puedo ver auras porque sea mago - aclaré. Había cosas que escapaban incluso de la percepción de los llamados seres superiores.

- Puedo usar el fuego en algunos hechizos, pero mi elemento es el agua - respondí a su segunda pregunta - no creo que sea muy sensato usar un hechizo de fuego en medio de un almacén, - reflexioné - pero llevo un pedernal, y ahí hay un montón de madera - dije, señalando unas tablas de madera rotas apoyadas contra una pared que había visto nada mas entrar.

En ese momento se escuchó un leve crujido en el techo, tan leve que a penas llegué a percibirlo: quizás fuera un pájaro.

Hacía ya tiempo que había salido de Celestia para venir a trabajar a Nandelt. El viaje había sido duro, y más aún cuando todavía no conocía bien cómo usar mis poderes mágicos. Llevaba 7 días en Vanissar y desde hacía 5 días que había dejado Les, había dormido en moradas de humanos agradables. Acababa de lograr entrar en Vanis, pero no encontraba ningún lugar para pasar la noche. Fue entonces, cuando encontré un almacén que estaba abierto y vacío, me acerqué. No solía habitar lugares como un bandido, pero hacía 2 días que no dormía y ví aquello como una oportunidad. Me acerqué. No ví ninguna luz y encima estaba abierto. Intenté abrir un poco más y sonó Click, pero no fue la única voz que oí. Había varias personas dentro. - ¿Hola? - dije abriendo algo más la puerta intentando dejar que la luz de las lunas iluminase la sala - ¿Hay alguien ahí? - pregunté. Estaba algo asustado, pero el cansancio no me dejaba pensar con claridad y ahora que había encontrado ese sitio, no quería dejar pasar esa oportunidad.

Escuchando lo que decía el mago, acabé por pensar en que ser medio shek y medio humano tenía sus ventajas, pero la mitad shek llamaba mucho la atención. Daba igual y no me lamentaba.

Pasados apenas unos segundos, sonó el clic que sonaría cuando se abre una puerta y la que se abrió fue la misma por la que entramos el mago y yo.

No era capaz de vislumbrar la forma que entraba , pero no me extrañaba que fuera un sangrecaliente y notaba su mente.

¿Te escondes como lo haría un ladrón, un paria o alguien que huye de algo?, le dije pregunté mentalmente, con una media sonrisa arrogante, aunque estaba seguro de que nadie me lo notaría.

Abrí más la puerta y la luz de Erea me dejó ver la silueta de dos hombres en la oscuridad del almacén. Entonces, oí mentalmente una pregunta, " ¿Te escondes como lo haría un ladrón, un paria o alguien que huye de algo? ". No sabía si debía de responder o no y sobre todo de qué modo he de responder y a quién. Me habían hablado telepáticamente, cualidad que tan solo tienen varus o sheks, me estremecí al pensar en estos últimos, y entre esas dos criaturas, estaba seguro de que ninguna era un varu, lo cual quería decir que...

Solo busco cobijo para pasar esta noche, igual que tú según veo, porque así no estaría el dueño de este almacén..., pensé en modo de respuesta. Quería parecer lo menos vulnerable posible, aunque tenía claro que ante estas dos siluetas no tendría nada que hacer. Esperé su respuesta para decidirme entre entrar o salir corriendo.

FDR: Alderun por favor, respeta los turnos a no ser que pasen 24 horas sin respuesta de a quién le toque


De golpe se abrió la puerta y entró alguien. Instintivamente levanté las manos y preparé un hechizo de ataque.

Mientras yo me ponía en guardia Sai'el y el recién llegado intercambiaban algunos pensamientos. Lógicamente no pude escuchar nada de lo que decían telepáticamente y solo ví que el individuo había abierto la puerta, había dicho algo y se había quedado plantado allí. Con la luz logré ver las formas celestes del "intruso". Desapareció mi temor y con un suspiro bajé las manos.

- Entra, hijo de Yohavir - dije - o sal, como gustes, pero cierra la puerta, es mejor que no se advierta movimiento aquí - pedí, mientras cogía un poco de madera y la colocaba en un rincón, en una esquina que no se podía ver desde la entrada. Saqué el pedernal, pero no lo acerqué a la madera: encendería el fuego una vez se cerrara la puerta.

Entró un celeste, los únicos sangrecaliente que no tenían nada que ver en la lucha de los sangrecaliente y los sangrefría. Eran diferentes, pero no dejaban de ser lo que eran. Aunque hubiera paz entre los seres inferiores, la guerra entre los seres superiores aún duraba y era más cruenta.

No dije nada al desconocido, y cuando recibí su respuesta con su propia mente, no pude no evitar sentir que se hacía el fuerte, por cómo la voz de su interior se expresaba.

¿Quién sabe?, le pregunté, jamás se conoce cómo un adorador de los Seis acaba en lugares oscuros como un almacén lleno de polizones...

-Si al final enciendes el fuego-le comenté a Sagan- yo me quedaré cerca de la puerta.

Caminé alejándome del mago unos metros y acercándome al celeste, aún con la puerta abierta. Me senté en el suelo y apoyé mi espalda contra la pared derecha de la puerta.

Tuve la certeza de que me había escuchado por su reacción. Entonces, el otro hombre, que en ese momento me di cuenta de que no era un shek, me habló. Sus palabras no fueron toscas, por tanto, entré y antes de cerrar la puerta, recibí otro mensaje de la mente del shek. No contesté. Cerré la puerta y estaba aún depié cuando el shek habló al otro hombre, que se acercaba a mí mientras cerraba la puerta. Por lo que había oído de las palabras del shek, había intuido que el otro hombre era un mago... - ¿Cómo vas a encender el fuego? - le pregunté. No tenía cerillas ni nada por el estilo, y el almacén era de madera. - Yo creo que tengo cerillas aquí - dije señalando mi bolsa de tela. Guardaba muchas cosas en ella, y las cerillas eran una de esas cosas.

Finalmente el celeste entró, cerrando la puerta tras de si. Sai'el le lanzó una rara mirada, pero no le di demasiada importancia: eran cosas de sheks. Me advirtió de que se quedaría cerca de la puerta y asentí con la cabeza.

No te preocupes, tengo un pedernal - dije, cuando el celeste se ofreció para encender un fuego. Me incliné sobre el fuego y comencé a utilizarlo, haciendo que saltaran grandes chispas sobre la madera. Finalmente, cuando la pequeña hoguera estuvo encendida y hubo un poco mas de luz me levanté y me giré para mirar directamente al celeste.

- Soy Sagan - me presenté. No tenía miedo a revelar mi nombre, por que a fin de cuentas yo me llamaba de otra manera.

Los dragones se sentirían muy honrados de que los magos sepan utilizar su elemento, comenté en la mente de los dos sangrecaliente, con un sarcasmo notable, así es más fácil vencer a los pocos sangrefría que volvieron del otro mundo.

Llevé mi mano diestra por la espalda, debajo de la capa que llevaba y saqué la pequeña ballesta de repetición que adquirí en un mercado de Nandelt. No importaba el sitio y deseaba que quedase en el olvido, pero era muy poco probable.

Puse la ballesta encima de mis piernas cruzadas y la acaricié con mi mano zurda, como si fuera algo valioso y a lo que tenía cariño

Observé el pedernal que sacó Sagan, entonces, recibí otro de los mensajes telepáticos del shek. ¿Es que no sabes hablar?, pensé esperando que recibiese mi mensaje. No me hacía a la idea de que alguien estubiese en mi mente... Ví como sacaba lo que parecía un arco y lo apoyaba sobre el como con cariño. ¿Cómo alguien puede tener cariño a un arma?, pensé. Este pensamiento no iva dirigido a nadie, aunque supuse que él podría haberlo eschuchado si seguía en mi mente. - Yo soy Alderun - le dije a Sagan. No tenía miedo de relevar mi nombre, porque no creía que fueran a Celestia y menos a por mí. Por tanto no tenía miedo. De todos modos, después de salir del Gran Oráculo, volvería a la torre de Kazlunn, a seguir estudiando magia, y ese dato, seguramente no lo pudiesen saber, y menos si no saben mi apellido. Entonces, pensé en el shek, no sabía si él podría haber adivinado mis intenciones si leía mi mente... - ¿Qué os trae por Vanis? - les pregunté. No tenían pinta de bandidos, por tanto, tenían que estar allí por algún motivo. De todos modos, miré a Sagan, gracias a la luz del fuego ya se podía ver, y me pareció haber visto antes su rostro, en algún sitio, no en Celestia, pero sí en uno que yo frecuentaba...

- Es curioso entonces que mi elemento sea el agua - contesté mentalmente a Sai'el, con cierta malicia - y se podría decir que domino el hielo incluso mejor que los sheks, aunque no sabría decirte si se sienten orgullosos...

- Pues nada en concreto. Probablemente mañana vaya a otra parte, estoy de paso - contesté a Alderun - Nandelt es la tierra de los humanos, aunque se empeñen en estar en todas partes - dije, esto último con una sonrisa en la cara - ¿Y que trae a un Celeste a Nandelt? - pregunté yo a mi vez - creía que los de tu raza preferían no mezclarse con humanos porque nuestros sentimientos son violentos para vosotros.


Volví a escuchar un crujido en el techo. Le eché una mirada de reojo: esta vez había sonado un poco mas fuerte.

Ví como Sagan echó una mirada al shek. Seguro que le estaba diciendo algo, un comentario si me guiaba por sus sentimientos. Después, me respondió. Un humano peculiar, pensé. - Es cierto, y no podría aguantar mucho tiempo aquí - le contesté. Era verdad, como era en mi mayoría celeste, no soportaba los sentimientos humanos, llenos de odio, guerra... Pero no era tan sensible para ello como los celestes puros, ya que los Lunndrack están algo mezclados, y entre mis antecesores ha habido muchos féericos, pero también algunos humanos y algunos varus. Por eso, podía resistir más a los sentimientos humanos. - En realidad, yo también estoy de paso. Me dirijo al Gran Oráculo. - le dije - No creas que soy sacerdote, ni tengo nada que ver con la iglesia, aunque debo de ir a cumplir una promesa - le dije. No había hablado con nadie sobre el motivo de mi viaje al Gran Oráculo, y este humano no iva a ser una excepción. - Dentro de 2 días saldré de Vanisar - le dije.

Sinceramente no nos importa que los humanos u otros sangrecaliente dominen nuestro elemento , le dije, con un tonto de humor indiferente en su mente, pero he de admitir que tenéis una elegancia, aunque algo tosca.

Sonreí, malévolo, y me dispuse a escuchar lo que hablaban el humano y el celeste. Pero algo se movía arriba de la estructura, y estaba seguro de que no era el único el que lo había oído.

¿Lo oís, les pregunté a los dos, y no solamente porque era más cómodo, si no porque si había alguien, no se diera cuenta de que algunos o todos lo habíamos notado.

Se me escapó una amplia sonrisa al oír la respuesta de Sai'el. Puede que los sheks se mostrasen indiferentes, pero nunca olvidaría que uno de su raza intentó matarme por un motivo similar, aunque acabó empotrado en una pared.

Olvidé el asunto y escuché al celeste. Abrí un momento la boca para preguntarle por la promesa, pero enseguida la cerré: no me tocaba a mi preguntarle que promesa había hecho y que promesa tenía que hacer. En realidad creo que a ninguno de los dos nos importaba lo mas mínimo lo que hacía el otro en Nandelt, pero por cortesía y costumbre lo preguntamos.

Iba a añadir algo, pero en ese momento volvió a crujir el techo. Oí el comentario de y asentí ceñudo. Lo había oído antes, pero tan suavemente que había pensado que era algun tipo de pájaro que se había movido sobre la madera, pero esta vez había sonado mucho mas fuerte.

Miré a mi alrededor y vi una escalera de mano en una pared que llevaba hacia arriba, probablemente a una trampilla que se abriría al tejado. La señalé con un dedo y en ese momento se escuchó otro crujido, igual que el anterior.

Me alegré de que Sagan no me preguntase por mi promesa. Y entonces, oí la pregunta del Shek. Llevaba tiempo oyendo algo, pero creo que me estaba preocupando más por el shek y Sagan que por lo que había encima de nosotros. Ví como Sagan vió y señaló una trampilla que daba al tejado. No sé si ellos sabían qué era lo que había encima de nosotros. Pero aún así les dije - Es un humano - les susurré, había pensado que podía pensarlo, pero Sagan no me habría oído. - O eso creo - susurré - Solo un humano puede acumular tanto odio como esto - les expliqué - O por lo menos, semi-humano. - concreté - ¿Qué vamos a hacer? - les pregunté. Esperaba que no dijesen que ivan a atacarle, ya que eso no serviría para nada, nunca sirve. Los humanos siempre pensando en guerras, guerras y guerras. Cuando podían pararse y ponerse en la situación del otro, entonces lo comprenderían, comprenderían sus acciones y no harían faltas más guerras, pero parece ser que a los humanos les gustaba que todo fuese así, lleno de guerras y batallas, con sus amigas las espadas.