Barro, barro por doquier {Vannel || Libre}

Después de haberme hibridado con una humana, tardé varios días en acostumbrarme a caminar sobre dos patas y poder agarrar las cosas con... manos. Yo tenía manos, y pies, y nadie tenía por qué saber que yo era unicornio.
Había estado escondiéndome mientras viajaba lejos de los bosques. Después de diecinueve años viviendo en ellos, una se cansaba muchísimo. Ya estaba harta de que todo el mundo me persiguiera por ser una unicornio, ahora me tocaba a mí vivir esta vida.
Llegué hasta la Ciénaga de Raden y la observé con un gesto torvo. No era muy acogedor y sabía que no podría caminar al mismo ritmo que había caminado antes puesto que aquella zona no tenía tanta vida y mucho menos energía de la que yo necesitaba. Pero tenía que hacerlo. Tenía que seguir adelante.
Me adentré en la Ciénaga y di unos diez pasos hasta que caí en una especie de arenas movedizas... de barro.
Me llegaba hasta la cintura, y fue tan de repente que apenas pude gritar.
Me quedé allí, quieta como un árbol y más nerviosa de lo que estaba cuando creaba algún semimago por error. Respiré un montón de veces tratando de calmarme. Al final el pánico me invadió y no supe bien qué hacer. Si me movía por mí misma, acabaría enterrada hasta lo más hondo. Finalmente opté por...
-¡AYUDA! -Gritar, eso necesitaba, que alguien viniera y me ayudara-.

Voy a morir, voy a morir, voy a morir ahogada por un montón de... barro.
Soteria apenas podía pensar en nada aparte de en todas las cosas que deseaba hacer antes de morir. Quería correr por el bosque aún más rápido de lo que lo había hecho aquella mañana. Quería enamorarse, y que le rompiesen el corazón. Y tener muchos hijos. Y que los feéricos la reconociesen por sus ojos. Y consagrar magos sin tener que estar por ello constantemente escondida. Ella solo quería vivir, ¿por qué era tan difícil?
Suspiró, sin resignarse. Iba a intentar salir cuando se dio cuenta de que por fin alguien la había oído. Gritó más alto hasta ver llegar a un joven que, saltando ágilmente, llegó hasta su lado y, apoyándose cerca de ella, la tranquilizó y aseguró a la híbrida que saldría de esa.

Soteria no pudo respirar mientras observaba al joven intentar sacarla. Un pánico terrible la invadió al verle tropezarse. ¡No! Quiso gritar, pero no le salió la voz. Estaba demasiado asustada.
Cuando al final el joven, que había resultado ser mago, pudo sacarla, no pudo evitar abrir los ojos como platos y respirar agitadamente. Por las maldiciones de Ashran, qué miedo había pasado la unicornio.
Sote ni siquiera fue capaz de darse cuenta de la manta que le cubría los hombros. Apenas sus pies tocaron la tierra, se giró y lo miró a los ojos. No podía notar nada aparte del miedo. Casi había muerto.
Después de años estando escondida por su bien, le daban ganas de volver al bosque corriendo y no salir jamás. Pero esa no habría sido Soteria. Ella era más del tipo de criatura que necesitaba desahogarse y después seguiría con su vida.
Oyó al mestizo hablar y lo miró a los ojos -no se había dado cuenta de que había apartado la mirada y que se estaba abrazando a sí misma-. Era mago, eso podía verlo. Sus ojos, su mirada, todo en él hacía que la unicornio que llevaba dentro temblase de emoción. Pero aún tenía miedo, y eso no era bueno. Sin pensarlo ni un segundo, simplemente dejándose llevar por las emociones, se acercó a él y le abrazó, ocultando el rostro bajo su barbilla y llorando a lágrima viva.
Durante algunos minutos no pudo evitar llorar y balbucear cosas ininteligibles sobre su seguridad y el miedo y lo bien que se vivía en el bosque.

Cuando ya se quedó satisfecha, se separó de él, se enjugó las las lágrimas y, con la voz quebrada, dijo:
-Lo lamento. No quería llorar, de verdad, pero es que yo... No estoy acostumbrada a vérmelas con este tipo de... peligros. Lo siento. Te prometo que te compraré otra camisa, o lo que necesites... Lo siento, lo siento...