1er turno, Críptico juego {Evento, Grupo 5} Parte 2

Gruñí por lo bajo. Sentí mil pinchazos en cada centímetro de mi piel, un cochillo ardiente despegándola de mi cuerpo y suplantándola por un revestimiento de puro magma. Poco a poco fui abriendo los ojos. Los dos. Cuando abrí el isquierdo sentí que una mano de garras agudas me lo arrancaba una y otra vez, por lo que acabé cerrándolo de nuevo. Me llevé la mano al ojo y apliqué un hechizo para calmar el dolor y otro para mantenerlo sellado. Poco a poco la neblina se fue disipando de mi ojo bueno hasta permitirme ver de nuevo un torbellino rojo que me sacudía, zarandeaba y zangarreaba brutalmente. Por encima de un fuerte pitido oía mi nombre pronunciado por una voz concida.

Sentí que el movimiento cesaba y me incorporé. Aquí y allá mi piel era tierna, suave y verdosa, como la de los bebés feéricos; símbolo de que había sanado. Y muy rápido. Allí había habido algo de magia. Seguía oyendo esa voz por encima del pitido. Preguntas, preguntas, preguntas... intenté hablar, pero tenía la boca tan seca que el mero aire rozándome los labios me producía dolor. Aun así, me sobrepuse y comencé a babear para mojarme la boca. La saliva se escapaba por la comisura de los labios y me la sequé con la mano. Tragué saliva, un par de veces. El torbellino rojo volvía a estar sobre mí. Entonces vi los dos ojos plateados que tanto recordaba y me incorporé como pude.

-Alynn... -dije con voz ronca. Tragué saliva una vez más.

Recordaba perfectamente a aquella yan. Yo solamente era un aprendiz de mago cuando la conocí, pero aún la recordaba. Con su león... Le palpé le cara con manos temblorosas, creía que estuviera soñando, pero me hacía ilusión. Entonces me incorporé lo más rápido que pude. Las manchas de piel verde, el ojo cerrado y mi casi desnudez debían sumarse muy grotescamente con mi ligera cojera y mi falta de energía. Me massajeé la sien y, entre tosidos, bocanadas profundas de aire que me rajaban la garganta despiadadamente y pausas extendidas para recordar expliqué lo sucedido a trompicones. A duras penas pude explicar nada: Aira, lucha, ¡bum!, magia, torre...

Miré a todos esperando una respuesta, esperando a que alguien añadiese algo o preguntase por más detalles. Mientras tanto, yo me recliné contra la pared y me quedé ahí, sintiendo el frío de la piedra lamiéndome la piel con dulzura, como dándome una agradable bienvenida...

Entonces le vi, a mis pies, desmayado sobre el suelo de la torre, otra figura conocida... Su piel se alternaba con escamas que otrora tomé por una ostentosa armadura, cuando mis dos ojos estaban nublados por el vino y no por el fuego. Hubiese pagado todo mi oro por cambiar el fuego por una jarra de aquel vino, pero ahora ningún licor me sanaría. Me centré en el chico... Después en todo el grupo. La mayoría estábamos lisiados, asustados o ambos. Pero habría que ssobreponerse. No podríamos seguir en tales condiciones.

-¿Hay algún voluntario para ayudarme a buscar hierbas por los alrededores? -me tambeleé como si fuera a caerme para dejar claro por qué necesitaba ayuda- Habrá que curar a algunos antes de seguir... -oscilé, esta vez sin teatro- entre los que muy a mi pesar me incluyo...

Cuando el feérico escamoso me anunció mi situación me di cuenta de hasta qué punto me había acostumbrado a hacer las cosas por mi mismo. Innegablemente, estábamos en una torre de hechicería. Di un vistazo alrededor y recordé el tiempo que había pasado allí estudiando para convertirme en Archimago. De repente, el humano se colapsó y cayó de nuevo al suelo. Me acerqué a él lentamente y le reanimé con un débil hechizo para que aguantara despierto el tiempo que necesitaba para hablar:

-Aira no volverá si te desmayas cada vez que pronuncias su nombre -le dediqué una cálida sonrisa y dejé que durmiera de nuevo. No le iba a negar tan merecido descanso.

Sabía que había sonado muy cruel y ni siquiera podía dar por sentado que me hubiese entendido, pero necesitaba que lo supiese. No quería cargar con un shek que no podía dejar de llorar por amor. El Séptimo no se derrotaría con unas lágrimas caídas, aquello estaba claro...

Me llevaron hasta la enfermería, por así llamarla. Era una sala espaciosa, rectangular, que se curvaba un poco para amoldarse a la forma de la torre. La pared más larga, la que daba al exterior estaba revestida de ventanas estrechas y altas como el mismo muro que dejaban entrar un aire fresco que los enfermos sin duda agradecían. EL olor a bosque impregnaba la sala, proviniente del las ranuras en la pared y de unos botecillos repartidos por toda la sala que contenían un líquido verdoso, castaño o liláceo. Las camas no eran más que colchones rudimentarios colocados sobre el suelo, hechos de fibras vegetales y rellenos de unas hojas esponjosas que crecían a los pies de los árboles más gruesos, con hojas blancuzcas por la falta del sol que tapan las ramas más altas y flores de colores muy vivos que las recorrían casi enteras, como intentando suplir la falta de color.

Me acosté en uno de los colchones y enseguida me sentí rodeado de la suavidad silvestre del colchón mullido. Una maga humana me acercó una jarrita de arcilla, delgada y suave, con un brillo de cristal, rellena de un líquido rosado cuyo dulce aroma adormilaba los párpados y los hacía pesados. Me estaba ya acercando la jícara a los labios cuando Escamado (así era como llamaría de ahora en adelante al feérico de apariencia draconiana) se presentó en la sala informando de su inminente partida. Me incorporé y le hablé con toda la calma que pude:

-Me encantaría acompañarte, pero mi estado no me lo permite -No pude evitar palpar la suave y nueva piel en mi costado. Levanté la jarrita con el líquido rosa-. Te ruego me dejes descansar esta noche para partir mañana. Y tú también deberías tomarte un descanso... no he podido evitar verte desmayado... -le sonreí sin ganas y me bebí el líquido de un trago.

Tenía un sabor dulzón, empalagoso. Era como tragarse el aroma de una flor sin dejar de olerla. Cuando el licor hubo pasado mi lengua ya no sentí como pasaba por mi garganta porque mi ojo se cerró de golpe y mi cabeza cayó pesada sobre el colchón (y también lo hizo la jarrita, que también se derrumbó hacia el suelo empedrado).


Cuando me desperté a la mañana siguiente, con un haz de luz que me acariciaba la cara con descaro. Me froté los ojos y abrí el derecho mientras el izquierdo hacía unos movimientos similares a un parpadeo. Me levanté y me di cuenta de que estaba desnudo. El trozo de tela que aún me cubría había desaparecido, por lo que corrí hacia los pisos de los estudiantes a toda prisa, rezando para que nadie estuviese por los pasillos a aquellas horas.

Aparté a un par de muchachos de un empujón. Más tarde me reiría de la visión que les debía haber quedado grabada en las retinas, pero en ese momento no tenía tiempo para bromas. Me metí en un cuarto anónimo que por suerte estaba vacío. Encontré una túnica de color blanco con perpuntes añiles que indicaban que su portador era un estudiante de magia etérea. Me la puse encima me ajusté unas mallas que me iban anchas. Con un poco de magia, mi atuendo pasó a ser una túnica corta hasta medio muslo de color tierra, ribeteado y adornado con múltiples estampados que imitaban hojas y ramas de color verde. Mis pantalones eran del mismo color tierra que la túnica. Volví corriendo a la enfermería mientras suplicaba a los Seis que nadie me hubiese visto salir tal como Ellos me trajeron al mundo. Me planté en la sala y vi que algunos ya estaban despiertos. Sonreí tímidamente y me rasqué la cabeza.

Tomé prestadas unas hojas y una sabia hechizada y preparé un ungüento con el que me cubrí el ojo dolorido. Para que el aceite no se resvallase cara abajo, cubrí la mitad izquierda de mi rostro con un fango que al secarse parecía una segunda piel. Le sonreí a mi imagen reflejada en un cuenco (me haabía dejado la boca sin tapar por el potingue) y anuncié que estaba listo para partir.

Estaba ya listo para partir. A lomos de la forma draconiana de Alynn, de escamas blancas como perlas y rígidas como el acero. Ya casi había olvidad cuán bellas eran aquellas criaturas, pero verla de nuevo me hacía sentir como si los hubiese visto siempre y a la vez, aquella fuese la primera vez. Pero entonces, un dragon con rasgos lobunos se colocó frente a nosotros. Ya sabía quién era aquella criatura. Otrora había confundido sus escamos con una armadura, pero ahora sabía que formaban tanta parte de su cuerpo como los ojos con que nos miraba. Sentí desprecio, por abandonarnos, por querer hacerse el héroe. Cuando volvió a su forma feérica le ignoré completamente.

Bajé de Alynn antes de que volviera a convertirse en yan y me acerqué a Sharei con una enorme sonrisa en la cara. Le di la mano y le di unas palmaditas en el hombro mientras le felicitaba y la galardoneaba con palabras cargadas de falsa alegría por su regreso con vida y éxito. En una de mis palmadas en el hombro, conjuré un hechizo sobre su piel, imperceptible, indetectable e inamovible. Nadie notaría nada hasta que, un par de horas después, una zarza naciese de su hombro y le rodeara, paralizándolo con cada una de sus espinanas cargadas de veneno, tan ponzoñas como un pequeño colmillo de shek. Ningún conjuro ni arte podría quemar, destruir o erradicar aquella mi maldición. Y quería que se supiese que aquél solo era un escarmiento.

Cuando me separé de Sharei seguía sonriendo, aunque mi gesto era en realidad una mueca asimétrica, pues el fango que cubría la mitada de mi cara no me permitía sonreír como es debido.

-Id vosotros, yo no me atreveré a mirar a ese bastardo -dije con voz neutra mientras me pasaba una mano por el fango que cubría mi rostro quemado-. Os estaré esperando en la enfermería.

Mentira. Entré en la torre y comencé a subir hacia el sanatorio, pero, unavez llegado al piso en el que se hallaba, seguí subiendo. Estaba agotado cuando llegué a la última planta de la torre, tan alta como la mayoría de los árboles de quél bosque, pero me sobre puse y entre en la sala que allí había, jadeante y exhausto. Tomé un libro de una de las estanterías y lo abrí. Pasé las páginas con dedos que temblaban por los nervios y la velocidad que les pedía hasta llegar a un hechizo. Sencillo, muy sencillo. Pero requería destreza. Era como escribir en un lienzo diminuto. Todo el mundo podía hacerlo, pero solo con práctica el resultado sería bello. Me asomé a la ventana y vi que ya habían entrado todos. Poco a poco, comencé a leer el hechizo.

Las palabras en arcano sallían por mi garganta, su significado por cada poro de mi piel. Me rodeaba de su forma y su sonido. Fue una sensación dolorosa y agradable. Tras menos de un minuto de hechizo, unas enormes alas de huesos de fango y tendones de ramas decoraban mi espalda. La hojas como plumas verdes, brillaban con el rocía de la magia. Me quité los restos de la túnica desgarrada y usé aún mas cinta para atarme los pantalones por toda la pierna hasta la rodilla. Así, salté por la ventana.

Caí durante unos segundos, sintiendo cómo el viento azotaba la parte mi rostro que no estaba cubierta de fango. Entonces, abría las alas. Más de cuatro metros de embargadura me elebaron en el aire con la gracia del más esvelto de los dragones. Parecía una centella esmeralda volando sobre el bosque dirección a Kazlunn. Me sentí ruin porque había hecho lo mismo por lo que castigué a Sharei, pero yo no pensaba volver para recibir mi castigo. Tendrían que encontrarme.