Entrenamiento { Privado

OFF: Me gustaría subir un poco de todo.

Por fín me encontraba en Nanhai, después de largos días de viaje. El flotar en muchas situaciones me habían ayudado a aligerar un poco el recorrido. Había conseguido apropiarme de un par de armas nuevas y me dirigía a aquí en busca de entrenamiento. Carnaza viva, lo llamo.
Aproveché el cansancio del viaje y el hambre que despertó para sentarme en la copa de uno de los árboles que encontré y esperar entre las ramas el paso de cualquier animal que me pudiera servir para comer y a su vez entretenerme.
Encontré un grupo de Barjabs, aquellas enormes bestias de piel blanca, cuernos afilados y poderosas zarpas. Eran unos siete, calculé.
Saqué mi arco traidor y apunté con destreza hacia uno de ellos. Ésto era solo una advertencia, un aviso, una forma de diversión o incluso un experimento sobre su reacción. Por fin una flecha de energía abandonó mi arco y se clavó entre los dos ojos del animal. Cayó al suelo al instante y todos los demás, pavorosos, comenzaron a correr de un lado a otro, sin saber muy bien qué hacer, ni qué había sido eso. Seguí un rato lanzando flechas a diestro y a siniestro, dando en los puntos más vitales que me permitía mi lejana posición.
Casi caí de bruces contra el suelo en uno de mis intentos de poner una mejor postura para apuntar, así que me puse de cuclillas en el aire y extendí los brazos hacia el suelo para amortiguarme.
Entonces de repente todo pasó a la velocidad de la luz. Al caer al suelo, a pesar de mi aparentemente cuidada posición para hacer el menor ruido posible, no fue suficiente para pasar desapercibida para aquellas criaturas. En cuanto me aparté el pelo de la cara, que había caído graciosamente delante de mis ojos, aprecié cómo la manada de furiosos Barjabs se dirigían a todo correr a pesar de su pesado paso para devolverme de alguna manera el dolor que yo les estaba causando, por lo que tuve que levantarme de inmediato y echar a correr, aún sabiendo que no me serviría de nada, ya que la nieve, la cual me llegaba hasta las rodillas, ralentizaba inmensamente mi paso y los de ellos estaban más que acostumbrados a ello.
Lancé un par de flechas al tronco de un árbol en posición vertical para escalarlas y con ayuda de las dos dagas lo conseguí. Aún respiraba con dificultad presa del pánico pero ya me encontraba a salvo al menos por un tiempo. No obstante no dejé de lanzar flechas, incansable, esperando que se rindiesen y dejaran de atacar el árbol con salvajes cornadas y zarpazos que hacían temblar al árbol entero. De repente caí en la cuenta "¡Soy celeste, por los Seis!" y floté con suavidad sobre la manada de Barjabs, que se mantenían tozudamente en el empeño de hacer de mí un simple cadáver azul.
Apreté la mandíbula y con valentía saqué de mi liga de cuero las dos dagas que tenía en posesión y las lancé a un par de ellos, que se dejaron caer en la fría nieve como plomo. Quedaban solo dos, así que decidí arriesgarme ya del todo y descendí pronunciando a la vez un conjuro entre susurros. Las bestias comenzaron a atacarse entre ellas hasta enloquecer. Posteriormente lancé el abanico rúnico que guardaba en la otra liga y la sangre bañó su blanco cuello hasta caer abatido contra el suelo. Con la respiración entrecortada me apoyé en el suelo unos instantes, recuperando lo poco que podía el aliento y en cuanto alcé la vista al frente miré a los ojos al último animal, sentí la culpabilidad apoderándose de mí. La criatura sentía tanto miedo y se sentía tan derrotado que me apiadé de él, por lo que cogí mis cosas con pesar y me marché acongojada.