{Privado}Alive

Celiel esperó lo que a ella le pareció una eternidad a que Kylar terminara de subir. Una vez estaban los dos en la habitación que parecía de invitados, se dispuso a observar el lugar caminando con tranquilidad y observándolo todo.
La habitación en general no estaba adornada en exceso a pesar de los muebles de alta calidad que podían observarse a primera vista. La madera de la cama era oscura a juego con el resto de los muebles y contrastaba bastante con las sábanas impolutas. Mantenía una sencillez casi forzada. Escuchó un ruido sordo y se giró en su dirección asaltada, pero sólo encontró al joven feérico de elegante porte poniendose erguido tras la subida. Una sonrisa salió de sus labios al encontrarse sus ojos con los de él.

-Cierto... -se llevó la punta dedo índice a los labios, pensativa. Una cosa estaba clara: Kvothe no escondería sus posesiones más valiosas en ningún lugar predecible al que cualquier ladrón pudiera acceder con facilidad. Las habitaciones eran demasiado obvias, la cocina, los salones y el baño eran lugares bastante frecuentados y los exteriores del castillo estaban demasiado al alcance de cualquiera que fuese buen observador. Continuaba caminando en círculos por la sala, exprimiendo sus pensamientos con la mayor rapidez que podía. La idea brotó de su cabeza y lo vio clarísimo Miró a Kylar con los ojos muy abiertos y una sonrisa orgullosa- ¡En la biblioteca, seguro!

Se conocían las numerosas virtudes del Matarreyes. No era ningún secreto que los dioses habían hecho de él un artista de manos diestras con la espada, pero solo personas de confianza sabían hasta qué punto llegaba su obsesión por el arte de todas las cosas bellas. Si bien podía encontrar belleza en cosas que quizá otros no serían capaces de hacerlo, como la guerra. Pocas personas podían ver un lienzo de papel sobre el que pintar cuando se encontraban frente al campo de batalla. Celiel lo hacía, y tenía la sensación de que si ese fuera el caso, si el campo de batalla fuera un lienzo, Kvothe sería la persona que lo pintaría. Por esa razón, porque entendía de alguna manera a Kvothe, supo que los tesoros solo podían esconderse donde ya habían más tesoros.

Más que las sombras se perdieron sus ojos entre las pertenencias de aquella habitación, un lugar extraño enrarecido por una belleza forzada como si de un marco extraño se tratara, intentaba que nada fuera movido que todo permaneciera igual con la tenue esperanza quizás de que su dueño volviera, al fin y al cabo ese era el inicio de su misión. Mil sombras recorrieron los ropajes del joven mientras observaba a su compañera pensativa, adoraba ver aquel gesto en el rostro adornando un pensamiento profundo...

-Señorita Dethei, adelántese-

A pesar que su conclusión fue un tanto extraña la acompañó con un dulce sonrisa entre sus labios, sus ropas parecieron más andrajosas en aquel ambiente, mientras sus dedos largos se perdían entre los armarios repletas de pertenencias de gentes aleatorias. Pocos segundos después, sus ropas ya no parecían las de un triste campesinos, sino las de un normal caballero, un capitán, alguien respetable al fin y al cabo; un perfecto disfraz.

-Es extraño que Kvothe no construyera pasadizos secretos, ¿no cree?-

Dijo con un rostro sarcástico, escuchando con desvelo a aquella joven, mascullando blasfemias hacia los guardias, observando, al fin y al cabo otras posibles rutas.

Empujó con ligereza la puerta tras la orden de su compañero para acabar así con el chirrido de la puerta lo más rápido posible. Se encontraba en un pasillo alargado a su izquierda y su derecha, con una barandilla delante que, de asomarse, le habría mostrado desde arriba quién se encontraba en la planta de abajo, en el recibidor donde Lurr y ella encontraron a Kvothe tras la afrenta con sus guardias. Caminó con silenciosa agilidad hacia su derecha y siguió el camino que el pasillo en forma circular le indicaba hasta que encontró la escalera. Entonces se paró en seco y miró a su espalda para comprobar que Kylar la seguía. Sus manos se dirigieron hacia su espalda un momento rozando su arco con la tentación de usarlo contra los dos guardias que aguardaban abajo, pero después de cuestionarse su decisión lo soltó de nuevo. A unos metros de ellos se encontraba ni más ni menos que la figura de un dragón de piedra que dejaba un pequeño hueco entre él y la pared. Entrecerró los ojos y entonces se percató de que no era un hueco en la pared, sino un estrechísimo pasillo. Contorsionó su cuerpo para lograr entrar por la ceñida abertura  hasta que lo logró y se encontró en otro pasillo esta vez con una única dirección. Siguió con paso firme por el oscuro pasillo que parecía encontrarse en la nada y con los ojos brillantes de puro pavor. Odiaba la oscuridad. Lo hacía con todas sus fuerzas y el agobio que estaba sintiendo en ese momento era solo comparable al de la respiración entrecortada que además la castigaba. Se le estaba olvidando respirar. Palpaba con las manos desnudas todo lo que podía sin calmarse un momento y decidió comprobar de nuevo si su acompañante se encontraba cerca o se había quedado atascado al principio. Se giró sobre sí misma y siguó palpando respirando agitadamente hasta que sus dedos acariciaron algo suave que parecía ser piel "su cara" supuso y avergonzada por que el miedo se apoderase de ella se quedó parada ahí.

-Continúa tú, ¿te importa? -su voz sonaba ronca y avergonzada. Se negaba a admitir que no podía seguir ella sola.

Un largo suspiro cruzó la garganta de Kyle, y perdiéndose en el ambiente, un suspiro que no significaba nada como el relleno del tiempo, un reloj que iba marcando cada segundo que iban perdiendo. Cada respiración forzada iba dirigida a la sobrevivir al siguiente, se encontraba en una encrucijada con sigo mismo, perdido entre el aliento del suspiro y el lúgubre lugar que le correspondería en los recuerdos de los que le precedieran, perdido entre los recuerdos de sí mismo, viéndose forzado a verse como un mero espectador de lo que hacía su cuerpo, recordado por sí mismo como alguien que era mejor en aquellos tiempos que todavía era él, perdido en un lugar ni un tiempo que no le pertenecían y sin que a nadie se le ocurriera preguntar hasta que punto era él su mismo recuerdo. Árboles y recuerdos de piedra acontecían a su mente, lugares insanos y destinos trágicos eran el pan de aquel joven que alimentaba su afán de historias.

Contorsionó su cuerpo sin decir una palabra, siguiendo sin pensar a aquella joven por los pasadizos del castillo, de forma analógica cuanto más se perdía entre las entrañas de aquel castillo sin dueño, más raro sonaban sus pensamientos, menos fluían sus idas, su cien perdía el sentido de sí mismo; pero la sorpresa le embargó de nuevo, un pequeño susto le hizo saltar y su pecho dio un vuelco, notaba cada dedo de la joven tomando su rostro sin gracia, e incluso alcanzó a oír la voz de aquella joven perdida entre la oscuridad de un pasillo estrecho. Con toda la elegancia que consiguió acumular tomó la mano de ella y continuó caminando, parecería que estuviera arrastrándola hacia un lugar más tranquilo, nadie merecía perderse en ningún lugar:

-Continuaremos...los dos...-

Su voz emergida de entre la oscuridad se asemejaba al sonido del mar rompiendo en la costa, acariciaba el aire que surcaba y aún así...ronca, no había sido despertada en mucho tiempo.

Su tempestad interior se fue calmando poco a poco y su tono de piel retomó su azul celeste reluciente y bonito desde el momento en que Kylar la cogió suavemente de la mano con una delicadeza exquisita. El tacto de su mano era cálido y calmante pero a la vez, debido a su raza también transmitía un exotismo y frescura silvestres. Esa tranquilidad la arrullaba, haciéndola en ese momento que a penas notara que aún se encontraba en plena oscuridad, en un pasadizo que ni siquiera sabían sabían si llegaba a algún lado o era alguna especie de trampa para curiosos. Cuando se llegó a dar cuenta ya se encontraban en la otra punta del pasadizo. Celiel entrecerró los ojos por la cegadora luz blanca que se colaba a través de una finísima rejilla que daba a entender que por fin se encontraban ante la salida. Celiel miró un momento a su compañero con una sonrisa de triunfo para soltar su mano y adelantarse con paso elegante a la luz. Aquel fulgor iluminaba su rostro suavemente definido, sus ojos grandes y brillantes del color del ámbar y el cabello largo que le caía por la espalda teñido de sangre. Sus dedos acariciaron la madera de una fina puerta que filtraba la luz y tiró de ella encontrando aún más madera. Parecía una especie de mueble que ocultaba la puerta secreta hacia el pasadizo. La semiceleste se puso manos a la obra empujando con firmeza el mueble. Maldijo interiormente unas cuantas veces que la madera fuera maciza, pero eso solo la hizo intentarlo con más fuerza. Una vez  había separado lo suficiente el mueble como para que cupieran aunque fuese con dificultad, se deslizó por ahí.

Ahora se encontraban en una sala enorme y circular y vacía únicamente adornada con una desmedida y lujosa lámpara de araña además de unas cuantas poderosas columnas blancas que trazaban un círculo un poco más pequeño en el centro. El suelo estaba impecable como si lo acabaran de limpiar segundos antes que los dos jóvenes entraran. Era de color crema en su mayoría pero en el círculo de columnas cambiaba por un color granate, muy obvio en Kvothe. Frente a ellos se encontraba una pared que hacía la función de cristalera y era la culpable de que los Soles iluminaran la sala con fuerza. Sonrió y comprobó que el mueble no era más que un mueble perchero demasiado simple para llamar la atención. Estaba encantada por lo que estaba viendo. De repente la asaltaron los recuerdos de las fiestas a las que asistía con sus padres cuando era más pequeña en las que lo único que importaba era que el vestido te sentara bien y que pudieras llamar la atención lo suficiente como para que algún joven noble se fijara en ti para volver otra vez al círculo vicioso de las fiestas y las copas de champagne terreste.

Aún extasiada por los recuerdos felices de una época demasiado lejana y aburrida, caminó por la sala limpiándose su cómodo y ligero pero elegante vestido hacia la puerta. Iba vestida con un vestido marrón de tela fina, apropiada para viajar pero sin restar elegancia ni feminidad con bordes y detalles del color de su pelo. El pecho era acordonado y bajo él había una camisa lisa de color blanco puro ajustada en los brazos para tener más comodidad en los gestos. El vestido tenía hombreras ralladas como aquellos vestidos nobles que tanto le gustaban y la espalda quedaba un poco descubierta, pero el cabello lo tapaba. La falda era a media altura, por las rodillas, cortada por ella misma y eso le daba un toque informal. Bajo la falda vestía unos pantalones ajustados de color marrón y sus botas de siempre, preparadas para lo que fuera.

Miró a Kylar y se fijó entonces que vestía elegantemente con un traje y se preguntó cuándo se había cambiado.

-Ahora nos encontramos con el problema de los guardias ahí fuera. ¿Prefieres ir al grano o tratar de que no nos encuentren? -preguntó con una sonrisa divertida.

El ruego de los hombres se había transformado en un sueño, mas en estos lares los sueños carecían de valor. Todo aquello que soñábamos se perdía entre las piedras, entre los cuerpos y cientos de recuerdos, muertos por culpa de aquellos a quienes iban dirigidos sus últimas palabras. Desesperación, era lo único que quedaba para ellos, lo que  había nacido como un sueño de esperanza, era hoy nuestro cautiverio, nuestra esperanza había sido encerrada, nuestras palabras forzadas a ser simplemente murmullos silenciados por aquellos que había convertido en déspota a su dueño, carceleros sin nombre, carceleros que no mercían siquiera un título. Entre la oscuridad de aquellas palabras, el joven feerico era último maestro de su propio albedrío, había visto el suficiente dolor como para que sus hijos no tuvieran que volver a sufrir, nunca. Perdido entre aquellas sombras, resguardado aún de las luces, se perdía la mirada del joven, recordaba los pasos que tuvo que perseguir, lo que tuvo que pagar para su siguiente respiración y pronto se dio cuenta que nada merecía tanto la pena, flashes de memoria con cientos de imágenes y recuerdos, olores comprimidos en un lugar tan reducido. Perdió el sentido de sí mismo, sus recuerdos envolvían su memoria y no dejaban seguir a delante, no prestó atención a los movimientos y esfuerzos de la joven, tan solo cuando la luz golpeó su cuerpo reaccionó, al fin.

Todo desapareció en cuanto la vio, los flashes, su memoria, todo...se mitigó cuando la luz rozó sus mejillas azuladas, cuando las trenzas alborotadas de su pelo se prendieron, como una llama, cada movimiento parecía un nuevo crepitar, una llamada a sus hermanos, nunca el mismo, cambiante, simplemente se dejó cautivar mientras ella danzaba, alegre, como si de nuevo pudiera volver a sonreír, como si...tuviera de nuevo un motivo para hacerlo. Le había obligado al feerico a sonreír con tan solo verla , se sorprendió a si mismo ignorando el frío de la piedra, despreciando el pesado aire que acababan de dejar detrás, observándola como si de un niño se tratase, tan simplemente fascinado, como si hubiera sido lo primero hermoso que hubiera visto sus ojos. Simplemente, ignoró las ropas que adornaban su figura, más bien parecían un andrajo que no hacían justicia a su portadora; pero aquello no mercían el tiempo en su memoria, sus ojos sí, orbes dorados que competían con los del sol, y en cuanto la vió, no pudo más que perderse en la horquilla de sus labios.

Pero su voz, era aún más absorbente, tampoco pudo evitar mirar sus labios moverse al son de la música de sus palabras, preciosa cautela al pronunciar cada fonema:

-Esta vez a su decisión- Respondió con aire distraído disolviendo su mirada y guardándola en el resguardo de la nada, intentando volver a su posición anterior, donde las sombras eran más que un consuelo vano.

Retazos de vida, de sentimientos. Momentos vividos intensamente y tristemente perdidos. Ese momento en el que el universo, el pasado, presente y futuro se entrelazan y la vida propia pierde el sentido o lo consigue: Recuerdos. Su corazón se arrugó como el pergamino inútil de un artista y se encogió como una cuerda de laúd rota por ser arañada demasiado fuerte. Sus ojos cristalizados parecían un citrino quebrado, incluso ella misma había cambiado; parecía mucho más joven, como una niña. Estaba maldita teniendo que acarrear con aquella desesperación que la arañaba para explotar pero la ahogaba por no poder hacerlo. "Ser celeste tiene su precio", trataba siempre de excusarse. Un corazón tan puro que deploraba porque cada uno de los tormentos del mundo se arremolinaban dentro de ella y la sacudían no podía evitar corromperse en algunos momentos de tanta iniquidad. Aquel gesto duró apenas un instante, por que fue sería inapreciable para alguien que no estuviera demasiado atento y conociera demasiado bien las sendas de la tristeza.

- Considero una opción más aconsejable luchar, así podremos pasear a nuestro antojo libremente hasta encontrar lo que buscamos. Únicamente se trata de unos pocos, estoy segura de que podremos con ellos, señor Kyle -una sonrisa surcó su rostro cuando su mirada y la de él se cruzaron y entonces cualquier rastro de nostalgia desapareció por completo. De alguna manera cerca de aquel joven feerico se sentía llena y complacida. Sus ojos bucearon en los suyos tratando de buscar respuestas en las profundidades de su ser, respuestas sobre su vida, sus pesares y los sentimientos tan profundos que podía intuir solo mirándolo y también respuestas sobre por qué ella se sentía de esa manera estando cerca. Se encontró a si misma perdida entre tanta frescura y atracción salvaje que transmitía su sola presencia, demasiado cerca de él para considerarse respetuosa y demasiado lejos como para saber lo que quería.

Sacudió la cabeza con otra sonrisa, esta vez algo sofocada y sacó el arco de su funda junto con una flecha del carcaj, lista para apuntar con él en cualquier momento. Abrió la puerta despacio haciendo rechinar la puerta suavemente y salió al exterior de la habitación. Pasó todo demasiado rápido. Sus ojos buscaban sin enfocar cualquier elemento que se moviera para dispararse y gracias a ello alcanzó a un guardia en la pierna y a otro le rozó el hombro derecho, que comenzaron a gritar cosas que ni siquiera se molestaba en escuchar.