Rol Memorias de Idhún
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Una noche muy larga [búsqueda del oro/ron individual]

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Mensaje  Rione Lun Jun 02, 2014 4:33 pm

Si había un lugar para romper con los límites de la Alquimia ese parecía ser la Torre Sombría. Más bien si existía un lugar para romper cualquier límite, ese lugar era la Torre. Ya habíamos quebrado el primero en la sala del núcleo. Sharei había cambiado de forma y gracias a su energía apoyada por la de Vannel, Naren y la mía propia la Torre era ahora lo que era y los dos soles y las dos lunas podían verse por encima del mar de nubes y tormentas que siempre había hecho de telón.
Desde que Rione había llegado sabía que ese sitio era el suyo. Qué si alguna vez había pertenecido a algún lado era a ese. La Torre era un lugar para investigar, para avanzar y descubrir, un lugar sin límites, sin imposibles. El progresa necesitaba de exceso y allí era el único lugar donde al exceso no se le ponía barreras. Después de toda una vida en la familia Medicci eso era una liberación. Aun siendo bastarda Rione había sido introducido en aquella familia de traidores e intrigantes como cualquier hija legítima quisiera o no. Había sido criada en la mentira y la apariencia, el engaño y sobretodo en el encanto. Sus educación iba más allá de la historia y el protocolo, sabía gustar, agradar y por encima de todo sabía le habían enseñado a traicionar a todos menos a la familia. La sangre por encima de cualquier otra cosa. Pero ahora había otra sangre por sus venas, ahora tenía otras lealtades. Unas mucho más agradables. O más bien unas que podía elegir.
Hacía años que sabía que su padre era el rey de Vannissar, lo había conocido y había tratado con él como cualquier otro noble lo haría. Mejor aún, tenía la certeza de que el rey de quien era la sangre de Rione pero era uno de esos secretos a voces de los que nunca nadie decía nada. Ni siquiera cuando la cabeza de los Medicci, su abuelo materno, la tuvo seduciendo al príncipe heredero, su hermano. Medio-hermano. Pero para ella ninguno de ellos era nada. Nombres, familias, objetivos y obstáculos para los Medicci. Estaba cansada de aquello cuando Sharei apareció en su vida. Llevaba meses queriendo abandonarlo todo, ni siquiera había contado su encuentro con el unicornio, había pensado en irse sin más, llegar a la torre de magia más cercana y empezar de cero. Allí podría dedicarse a lo que de verdad le interesaba, podría leer todos los libros de magia, investigar y conseguir lo que estaba más allá, podría ser libre y justo cuando iba a ir a buscarla la libertad había llamado a su puerta.
Ahora estaba en uno de los laboratorios de la Torre, aun no había regresado a sus habitaciones y había hecho un parón en su trabajo para poder observar las lunas. Estaba encandilada de una de ellas. Negras, oscura y pequeña. Parecía insignificante al lado de los dos brillantes soles o de la gran luna pero era hermosa. Gozaba de la belleza delicada de la que los otros tres astros carecían. Parecía la más débil, la más pequeña… pero era la más sutil, la más discreta. La perfecta para iluminar las noches de secretos y esconder las intrigas. Era perfecta para Rione.
Todo el mundo se había ido a dormir ya pero para Rione eso no era más que un hábito molesto. Sabía que el sueño la terminaría venciendo pero estaba demasiado metida en su experimento para que lo hiciera pronto. Desde la transformación de Sharei solía pasar las noches con él pero esa noche se planteaba como una muy larga y solitaria. Ojeando los nuevos libros de sus nuevos aposentos había dado con muchos de los que solo había oído hablar, muchos que conocía como libros prohibidos o libros míticos. Había dado con uno en concreto: El Mutus Liber. En cuanto lo había abierto supo que ese libro había sido escrito para ella.
El mayor milagro de la alquimia venía en sus páginas representado, desde que lo había visto no había soltado en libro. Llevaba más de un día encerrada en el laboratorio, reuniendo ingredientes y probando mezclas: Una mezcla de tierra rica en hierro como base. Acido tartárico extraído de la encina y sensible a la luz. Roció. Mercurio, azufre y sal, las representaciones de espíritu, alma y cuerpo.
Leía y leía una y otra vez cada una de las indicaciones para estar segura de no cometer ningún error. Tenía en sus manos realizar la mayor proeza que ningún alquímico hubiera realizado nunca. La Fórmula Aurea, la sustancia que convertía cualquier metal en oro. Pero ni el oro ni la riqueza guiaban el ímpetu de Rione. Ella quería el descubrimiento, el avance y el honor de que su nombre apareciera como la primera en conseguirlo. Fama y recuerdo, quería reconocimiento, quería saber que podía hacerlo, que no tenía barreras. Quería progreso.
El maestro alquímico anterior había dedicado su vida a la búsqueda de la fórmula así que en cuanto había encontrado el libro Rione se había unido al grupo que seguía con su labor después de su muerte. El grupo era reducido a los mejores alquímicos de la torre y la habían acogido con los brazos abiertos. Ya conocía a algunos de ellos antes pero simplemente de vista a la mayoría. Digamos que se consideraban un grupo demasiado selecto para juntarse con magos que habían llegado a Umadhún desde hacía poco tiempo, pero todos habían escuchado hablar de ella. El único problema era que algunos habían escuchado más sobre con quien pasaba las noches que sobre sus investigaciones. De igual manera ahora era una de ellos y desde dentro también entendía por qué eran un grupo tan hermético. Su vida era continuar el trabajo de su maestro y aún así esa noche Rione era la única que quedaba tan tarde.
Había mezclado el rocío y el ácido tartárico para obtener mercurio en un matraz aforado, había tardado pero al final tenía que llamado mercurio de los filósofos. El libro sostenía que todo compuesto tenía tres partes: el espíritu, que lo daba el mercurio, el alma, que lo ponía el azufre y el cuerpo que sería la tierra. Podía haber usado pirita y también tenía por si lo de la tierra no salía bien. Había esperado el tiempo, calentado, agitado, mezclado y probado. Siete veces iban ya. Y ninguna exitosa. Había ido modificando cantidades e ingredientes, azufre puro por uno obtenido a partir del ácido. Mercurio con mayor concentrado de tartárico o de rocío. Tierra con hierro, hierro con tierra y finalmente la pirita. Una de las veces la mezcla había comenzado a arder con llamas verdes ya había tenido que esperar hasta que el humo saliera para reiniciar el experimento. Otra vez se le había caído una gota y había dejado un agujero en la mesa de madera sobre la que estaba trabajando. Probó con esa mezcla pero la pirita de deshizo en ácido. Otra vez la mezcla había explotado antes siquiera de que pudiera probarla. Estaba agotada, tenía quemaduras y algún que otro corte del insturmental fragmentado. Estaba empezando a decaer, a venirse abajo debido a que todos sus intentos habían terminado en lo mismo:
Nada.
No había obtenido resultados, el hierro seguía siendo hierro. Al borde del colapso había estampado uno de los vasos de precipitados contra la pared y poco le había faltado por romper algo más antes de decidir respirar hondo y asomarse a la ventana. – vamos, vamos… ¿pero qué demonios falla?- se llevó las manos al pelo recogido de cualquier manera en una coleta. Estaba frustrada, atascada. ¡Lo había hecho todo tal y como decía el puñetero libro! ¿Dónde se estaba equivocando? Un problema sin solución era la mayor pesadilla de Rione, quería la respuesta, quería resolverlo ella. Y lo haría… juró que algún día lo haría.
La luna del cielo parecía responderle que así era, que algún día lo haría que tendría poder para ello. Resopló y volvió a coger el libro y releer capítulos anteriores. “Ora, Lee, Lee, Lee, Relee, Trabaja y Encontrarás” decía en uno de ellos.
“No creo que en dioses, he leído, he leído, he leído y he releído. He trabajado. Y no imbécil no he encontrado nada que no supiera ya” Cerró el libro de un golpe demasiado brusco para sus gastadas paginas. Tenía los nudillos blandos de la fuerza con la que oprimía el cuero de la portada. Ese libro tenía que estar mal, tanto que había oído de él para nada, el autor no era más que otro farsante. “Ya puede estar pudriéndose donde sea que este”
Rione era una renegada de los dioses, ninguno le había dado nada y ella no les daría su tiempo. De pequeña había les había rezado desde que le enseñaron a ello, había creído que algún día la librarían de esa familia de impresentables o la guiarían hacia su padre. Y a eso habían respondido. Se habían burlado de ella, su padre el rey de Vannissar… el hombre que siempre había sabido quien era Rione y no había podido ser más indiferente porque ella era parte de la familia más rica del reino. Le habían dado la espalda toda su vida y ahora ella le daba la espalda a cualquier dios que existiera. Su fe era para la ciencia, su lealtad para Sharei y su tiempo para ella misma.
Decidió hacer un último intento, alentada por la luna. Si había podido alcanzar algo como lo de la sala del núcleo no iba a resistírsele la Fórmula aurea.
Empezó de cero, desde la primera mezcla hasta la última. Paso por paso, con cuidado, meticulosa y consciente en todas y cada una de las reacciones que estaba realizando. Solo se detuvo cuando volvió a tener listo el preparado. Cogió una muestra de tierra, la puso en un vidrio de reloj y se quedó quieta por primera vez. Estaba segura de que ahora sí, ahora lo tenía, lo había conseguido. Había corregido algunos fallos de la receta original. Había arreglado las imperfecciones, solucionado los problemas. Estaba a punto de hacer historia y quería saborear la importancia del momento.
Con un cuenta gotas vertió la primera muestra sobre la base. Si estaba en lo correcto unas simples gotas serían suficientes… pero no pasó nada. Frunció el ceño pero volvió a repetir el proceso. Nada. Apretó los dientes, revoleó el cuenta gotas y vertió directamente el contenido sobre la muestra.
Tierra mojada, eso es todo lo que logró. Esperó y esperó pero el resultado fue idéntico a los ocho anteriores. Nulo.
“No puede ser…” estaba a punto de perder los nervios, inconsciente de la fuerza con la que estaba agarrando el vaso de precipitados vacio hasta que este reventó. Soltó un grito y todos los improperios que conocía mientras se apresuraba a meter la mano en agua y arrancar los cristales más visibles. Seguramente había pedazos más pequeños clavados pero ¿Qué más daba?
Había fracasado y eso era peor que cualquier herida.
Pero había solo una cosa buena que podía decir había heredado de su familia. A no rendirse. A lograr su objetivo fuera cual fuera el precio a pagar. Esa noche había fracaso bastantes veces pero volvería a intentarlo. Pensaba llegar a su fin sin importarle cuales fueran los medios que se interponían entre ella y su meta. Iba a tenerlo todo o nada, ya había hecho grandes experimentos, había creado venenos que solo otro alquímico y muy bueno descubriría y antídotos para algunos que no lo tenían. Su aporte no era nulo, ella no era un fracaso, era una alquímica brillante, era la aprendiza de Sharei porque estaba por encima de los demás. Porque si alguien podía conseguir lo que todo el mundo llevaba persiguiendo años y vidas sería ella. Había aprendido a tener esa fe ciega en sus capacidades. Había hecho de todo, descubierto nuevos compuesto y mejorado otros ya existente, había hecho hincar la rodilla a un príncipe con una mirada, había pasado de ser una niña que no sabía nada a una mujer fuerte y aunque por un tiempo fue una mujer dependiente de su familia ya no. Era independiente, era lista y algún día, gracias a las enseñanzas que aprendería, también sería poderosa. Quizás todos lo que aquella fórmula necesitaba era tiempo, pero no tiempo de maduración, si no tiempo para que la magia de Rione alcanzara su plenitud, tiempo para aprender hechizos y adentrarse en la oscuridad de la magia negra. Adentrarse en la oscuridad que llevaba de por si dentro de ella. Contaba además con la magia de sangre que Sharei había hecho en ella. Esa magia no solo servía para crear una conexión entre ambos muy agradable cuando se juntaban. Esa magia le proporcionaba poder, le proporcionaba una energía que jamás podría tener por sí misma. Quizás todo lo que necesitaba era no hacer sola ese descubrimiento y la persona más indicada para hacerlo con ella era Sharei. Rione no creía en dioses pero si creyera en ellos no dudaría de que serían como su maestro, no conocía nadie más poderoso, nadie que pudiera hacerle frente. Alguien así era un gran compañero para mucho más que para solo pasar las noches.
Se vendó la mano de cualquier manera, ya buscaría mañana alguien que le curara eso. La sanación no era precisamente su fuerte ni siquiera estaba interesada en aprenderla. Iba a ser una nigromante, algún día lo sería, sanar es lo que menos le haría falta. Salió del laboratorio dando un portazo. Alguien recogería todos los trozos de cristal que dejaba atrás, o si no ya lo haría ella el día siguiente. O más bien en unas horas. La media noche ya había pasado y además de largo mientras subía había la torre donde se encontraban sus habitaciones. En el interior se cambio de ropa por una que no estuviera manchada, chamuscada y agujereada. Se detuvo delante de un espejo, no solía mirarse mucho. Tenía una genética muy parecida a la de su padre. Pelo oscuro y rizado, nariz pequeña y ojos grandes todo unido bajo los rasgos femeninos de su madre. No soportaba pensar que era como ellos pero en aquellos momentos donde el cansancio le hacía pensar cosas que nunca se le pasarían por la cabeza no pudo evitar preguntarse cómo sería su vida si sus padres se hubieran casado. “Sería reina algún día” pensó. Sangre de reyes corría por sus venas, sangre antigua ahora mezclada con sangre de la persona más poderosa que conocía. “Destinada a algo grande” le había dicho uno de sus primeros maestros. Destinada a obtener esa maldita fórmula aunque sea lo último que haga… o quizás a algo más
Se echó una última mirada en el espejo luego miró su mullida cama y le dio la espalda. Salió de sus habitaciones y continuó subiendo. Sabía que Sharei no necesitaba dormir.
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