Rol de combate I

Participante: Irkan

Normas: Reglas de combate estándar (Puedes consultarlas en la arena de Kash-Tar)

Contrincante: Ambientación


Despiertas en medio de una arena de combate... no sabes como has llegado allí. A tu alrededor hay gente que grita, que te anima y que te insulta, pero no logras entender lo que te dicen con tanto grito. Descubres entonces a un gigantesco bárbaro que te mira fíjamente desde un lado de la arena. Va armado con dos enormes espadas. Entonces descubres que te han quitado todo lo que llevabas, pero a tus piés encuentras una pequeña alfombra, con varias armas y una nota que reza:

Puedes elegir dos armas de las que hay aquí para luchar. La alfombra está encantada, por lo que una vez tomes dos armas desaparecerá. Escoge bien...

En la alfombra hay: Un arco y veinte flechas, dos espadas: una fina y otra ancha, un báculo mágico algo rudimentario, una bolsa con cinco dagas arrojadizas, una lanza y un hacha.

Estaba completamente perdido. No sabía dónde estaba y poco me podía concentrar con el ruido que se alzaba de las gradas. Abucheos, ánimos... ¿Qué diablos era eso? Alcé la cabeza. Entonces sí me pregunté con la mano en el pecho qué diablos era eso. Un bárbaro que parecía doblar mi altura estaba ante mí y yo completamente despojado de mis armas. Di un paso atrás y me tropecé. Y eso fue mi salvación, ahí había una alfombra repleta de armas. Comencé a descartar las armas más pesadas y después el arco pues una flecha no haría más que cosquillas al bárbaro. Tomé la espada fina y cuando estaba camino de coger el báculo, mi mano se movió como sin quererlo hacia el arco y las flechas. Una vez tomadas ambas armas, la alfombra se desvaneció.
Me encaré al guerrero bárbaro. Si una bestia tal como ésa se me echaba encima la habría palmado en menos que canta un gallo, así que preferí mantenerme a cierta distancia. Comencé a murmurar un hechizo, las armas las usaría más tarde. Poco a poco, unas enredaderas se fueron encaramando a los pies del bárbaro. Esperé y, deseando que no quebrasen bajos sus imponentes pies y pidiendo mil y una disculpas a Wina, les prendí fuego con un sencillo hechizo.

El bárbaro se libró con facilidad de las ramas, y empuñando las dos espadas con fiereza y un grito de ataque, se lanzó contra ti.

Me aparté rápidamente, el mastodonte al que me enfrentaba podría no encontrar problema alguno en pisarme todo el torso sin quererlo. Aún así, en un momento de iluminción, se me ocurrió dejar en mi lugar un rama que se inclinaba en horizontal, gruesa como mi muslo, para hacer tropezar al imponente bárbaro.
Me quedé agachado mientras esperaba atento para ver si caía o no y cogí una flecha de mi carcaj y la coloqué en mi arco, sin tensarla aún. Fui pensando en el hechizo para hacer arder la punta de la flecha para tardar menos después en pronunciarlo, eso, si el bárbaro caía, claro.

El bárbaro pisó la flecha, pero esta en lugar de hacerle caer se rompió. Se lanzó nuevamente contra ti. Esta vez estaba mucho mas cerca.

El bárboro ni se inmutó ante la raíz que le había tendido. Era más, la quebró bajo sus pies como si de un trozo de hielo se tratara. Entonces embistió de nuevo, una montón de músculos y me pregunté si de cerebro. Eché a correr como alma que lleva el diablo, dando la vuelta al campo para colocarme detrás del bárbaro. Y una vez detrás suyo, seguícorriendo, mientras hacía crecer tras el bárbaro una liana a la que me encaramé en mi segunda vuelta. Y mientras subía por la ramilla murmuré un hechizo ígneo para poner la hoja al rojo vivo. Salté a la espalda del bárbaro, un tanto como un poseso temerario, me agarré fuerte a sus hombros con mi brazo libre y con el codo del brazo con que sujetaba la espada. Tomé un poco de impulso y le propiné una buena puñalada en el hombro, deseando que no me apartase de un manotazo antes de llegar a rozarle.

El bárbaro queda desconcertado durante varios segundos al ver que te mueves con agilidad. Sin embargo, hace caso omiso a la puñalada que le has dado. Te coge y te tira con impulso hacia atrás. Se vuelve de nuevo contra tí.

Ni cosquillas. El bárbaro ni se había inmutado ante mis ataques y yo me cansaba. Aún así, me pareció ver un ápice de esperanza cuando el bárbaro mostró sorpresa ante mi agilidad. Pero de poco me serviría, me estaba empezando a agotar y además me estaba poniendo nervioso. ¿Como diablos había llegado yo alli? No podía dejar de preguntármelo. Miré al bárbaro y pensé en alguna otra estrategia para hacerle caer, que era mi intención desde el principio. Pero el mastodonte era un hueso duro de roer. Me alejé corriendo del guerrero y, cuando estuve lo suficientemente lejos, hice brotaruna fina liana del suelo. La até a mi flecha y disparé, sin apuntar demasiado. Repetí la operación un par de veces más, esperando poder recuperar las flechas despues tirando de las lianas.