Cuatro palabras de despedida.
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Cuatro palabras de despedida.
Eso le dije a Skry cuando se murió tirado junto a los restos de nuestra hoguera. Llevábamos tres días de marcha desde que nos separamos de la compañía cuando nos emboscaron en el camino. Nos marchamos como tantas otras veces, para buscar un poco de acción en un lugar distinto... y por lo menos, pudimos decir que la encontramos.
Y cuando él estaba allí, jadeante, agonizando sobre el fango, sólo se me ocurrió decirle eso. La sangre en la hoja de mi espada, en sus heridas, en la tierra, en los enemigos muertos, no se veía en la oscuridad. Era negra. Me incliné a su lado y le palmeé la espalda, sonriendo de verdad.
-Adelántate, luego voy yo.
Y él se rió y respondió:
-Y yo ya me habré quedado a la más guapa... como siempre.
No volvió a hablar.
Eso explicaría por qué ahora yo iba andando por un camino embarrado en mitad de la noche, con la bolsa llena de oro, varias armas de más, la ropa manchada de tierra y sangre y con un humor de perros rabiosos.
Cuando llegué a la siguiente posada, un pequeño edificio viejo, torcido y añejo al lado del camino, ni siquiera me planteé seguir caminando. El camino lo rodeaban muros de árboles oscuros, impenetrables. La posada estaba allí, con sus paredes de piedra gris y su techado de paja, una chimenea humeante... Había un establo adosado. Las ventanas y el farol colgado sobre la puerta esparcían sobre el camino negro una luz cálida. Empujé la pesada puerta pensando únicamente en beber, comer y dormir. Sobre todo beber. O tal vez sobre todo dormir.
Y cuando él estaba allí, jadeante, agonizando sobre el fango, sólo se me ocurrió decirle eso. La sangre en la hoja de mi espada, en sus heridas, en la tierra, en los enemigos muertos, no se veía en la oscuridad. Era negra. Me incliné a su lado y le palmeé la espalda, sonriendo de verdad.
-Adelántate, luego voy yo.
Y él se rió y respondió:
-Y yo ya me habré quedado a la más guapa... como siempre.
No volvió a hablar.
Eso explicaría por qué ahora yo iba andando por un camino embarrado en mitad de la noche, con la bolsa llena de oro, varias armas de más, la ropa manchada de tierra y sangre y con un humor de perros rabiosos.
Cuando llegué a la siguiente posada, un pequeño edificio viejo, torcido y añejo al lado del camino, ni siquiera me planteé seguir caminando. El camino lo rodeaban muros de árboles oscuros, impenetrables. La posada estaba allí, con sus paredes de piedra gris y su techado de paja, una chimenea humeante... Había un establo adosado. Las ventanas y el farol colgado sobre la puerta esparcían sobre el camino negro una luz cálida. Empujé la pesada puerta pensando únicamente en beber, comer y dormir. Sobre todo beber. O tal vez sobre todo dormir.
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Re: Cuatro palabras de despedida.
Levanté la vista de la mesa. No había oído abrirse la puerta, pero la corriente de aire helado que me revolvió la ropa no admitía ignorancia. ¿Cuánto llevaba lloviendo? Me incliné para mirar por detrás del recién llegado, pero no fui capaz de discernir si había escampado ya o no. Cuando la puerta se cerró, cercenó los dedos helados de la noche que se habían colado en la posada. Volvió el ambiente cálido, y con él volvió mi mirada hacia la mesa.
Llevaba un rato intentando descifrar unas marcas de cuchillo que me habían llamado la atención sobre la superficie de madera. Probablemente no tuvieran sentido; probablemente no fueran más que fruto del aburrimiento de algún caminante de paso. Sin embargo, no podía evitar volver la atención a ellas una y otra vez, olvidándome de comer de mi plato hasta el punto de que ya estaba frío. Las marcas más hacia mí parecían formar una tímida "R", y el pequeño grupo apenas visible cerca del borde podrían ser alguna otra letra temblorosa. ¿Quizás un dibujo? Distinguí la forma de un pájaro, y luego desapareció tal y como había llegado.
Tratando de apartar los pensamientos de aquello, eché un vistazo al recién llegado. Ropa oscura y gastada, armadura ligera... Parecía fuerte, estaba manchado de sangre y sus armas eran dispares. Un mercenario o un bandido, casi con total seguridad... Y su expresión delataba que no estaba siendo una buena noche. ¿Un guerrero solo en el camino? Extraño. Me pregunté qué le habría pasado...
Llevaba un rato intentando descifrar unas marcas de cuchillo que me habían llamado la atención sobre la superficie de madera. Probablemente no tuvieran sentido; probablemente no fueran más que fruto del aburrimiento de algún caminante de paso. Sin embargo, no podía evitar volver la atención a ellas una y otra vez, olvidándome de comer de mi plato hasta el punto de que ya estaba frío. Las marcas más hacia mí parecían formar una tímida "R", y el pequeño grupo apenas visible cerca del borde podrían ser alguna otra letra temblorosa. ¿Quizás un dibujo? Distinguí la forma de un pájaro, y luego desapareció tal y como había llegado.
Tratando de apartar los pensamientos de aquello, eché un vistazo al recién llegado. Ropa oscura y gastada, armadura ligera... Parecía fuerte, estaba manchado de sangre y sus armas eran dispares. Un mercenario o un bandido, casi con total seguridad... Y su expresión delataba que no estaba siendo una buena noche. ¿Un guerrero solo en el camino? Extraño. Me pregunté qué le habría pasado...
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Re: Cuatro palabras de despedida.
Estaba sentada cerca de la chimenea, pero a la vez oculta en un rincón, con los pies sobre la mesa y la espalda contra la pared de tablones. Era la mesa que más se parecía a mí. Cerca del fuego; pero de hielo... lejana.
No era inusual ver a una joven viajando sola, sobre todo si llevaba armas, pero sí que resultaba un tanto curioso... teniendo en cuenta cómo podían ser los caminos de noche.
Yo lo sabía, y por eso, aunque no admitía compañeros, al menos de momento, me aseguraba de estar siempre cerca de una posada cuando anocheciera. No llevaba mucho tiempo viajando y no sabía nada, salvo lo que había oído. Tenía poco dinero, así que solía echar mano de mi infancia en una posada para trabajar una noche a cambio de comida y alojamiento. Al menos aquello sabía cómo funcionaba... no como la espada herrumbrosa que llevaba escondida en la capa: lo único que había conseguido cuando me marché. Tenía la piel muy seca. Necesitaba bañarme pronto.
A veces... se me ocurría pensar que había cometido una locura marchándome. Entonces me recordaba a mí misma que ya no me quedaba nada en la posada, pero aún así...
Cuando entró alguien, lo miré directamente, escudriñándolo. Un hombre, un viajero. Parecía peligroso. Todo parecía peligroso, me recordé. Clavé mi mirada en la suya, y encontré dos ojos grises como escudos. Se podía ver la ira al fondo.
No era inusual ver a una joven viajando sola, sobre todo si llevaba armas, pero sí que resultaba un tanto curioso... teniendo en cuenta cómo podían ser los caminos de noche.
Yo lo sabía, y por eso, aunque no admitía compañeros, al menos de momento, me aseguraba de estar siempre cerca de una posada cuando anocheciera. No llevaba mucho tiempo viajando y no sabía nada, salvo lo que había oído. Tenía poco dinero, así que solía echar mano de mi infancia en una posada para trabajar una noche a cambio de comida y alojamiento. Al menos aquello sabía cómo funcionaba... no como la espada herrumbrosa que llevaba escondida en la capa: lo único que había conseguido cuando me marché. Tenía la piel muy seca. Necesitaba bañarme pronto.
A veces... se me ocurría pensar que había cometido una locura marchándome. Entonces me recordaba a mí misma que ya no me quedaba nada en la posada, pero aún así...
Cuando entró alguien, lo miré directamente, escudriñándolo. Un hombre, un viajero. Parecía peligroso. Todo parecía peligroso, me recordé. Clavé mi mirada en la suya, y encontré dos ojos grises como escudos. Se podía ver la ira al fondo.
Invitado- Invitado
Re: Cuatro palabras de despedida.
Aunque quisiese continuar cono su viaje, si a aquello podía nombrarse como un viaje. Mas bien se parecía a una huida desesperada de algún horrible sitio, no en vano apenas llevaba pertenencias encima, solo las poca que se había podido llevar, la espada que llevaba en la espalda para que se viese lo menos posible era un buen ejemplo y el dinero que iba consiguiendo, mejor no preguntar como.
Odiaba la lluvia, era algo que no le gustaba por el simple hecho que la obligaba a quedarse quieta en un sitio en concreto esperando que acampase, todo lo contrario a lo que ella hacía, ir de sitio en sitio sin apenas preocuparse por lo que pueda pasar. Vivir el presente y olvidarse de todo, sin duda ese era su lema, pero si llovía daba con ello al traste, como vas a vivir la vida si llueve y no puedes salir a fuera ni se puede hacer absolutamente nada que no sea dentro de un sitio cerrado, por no contar la horrible sensación de falta de libertad total y eso era algo muy importante, poder ser como un pequeño pájaro que extendiese sus alas donde quisiese y cuando quisiese. Cosa que allí apenas se podía hacer con tantas mesas, la chimenea y sin contar las persona por supuesto.
Hablando de personas, fue una la que le sacó de sus extraña y enfadadas divagaciones sobre la lluvia y los pájaros. Un hombre acababa de entrar con las ropas visiblemente gastadas y con restos de sangre esparcidos, giró la cabeza hacia la puerta para poder observarlo por completo, estaba apoyada en una de las esquinas que hacía la chimenea en una postura un tanto extraña. Se quedó mirando al hombre, no parecía excesivamente mayor, pero quien sabe de esta manera siguió analizando a la persona que acababa de entrar, le resultaba algo entretenido de hacer y puede que incluso acertase en algo de lo que observase.
Odiaba la lluvia, era algo que no le gustaba por el simple hecho que la obligaba a quedarse quieta en un sitio en concreto esperando que acampase, todo lo contrario a lo que ella hacía, ir de sitio en sitio sin apenas preocuparse por lo que pueda pasar. Vivir el presente y olvidarse de todo, sin duda ese era su lema, pero si llovía daba con ello al traste, como vas a vivir la vida si llueve y no puedes salir a fuera ni se puede hacer absolutamente nada que no sea dentro de un sitio cerrado, por no contar la horrible sensación de falta de libertad total y eso era algo muy importante, poder ser como un pequeño pájaro que extendiese sus alas donde quisiese y cuando quisiese. Cosa que allí apenas se podía hacer con tantas mesas, la chimenea y sin contar las persona por supuesto.
Hablando de personas, fue una la que le sacó de sus extraña y enfadadas divagaciones sobre la lluvia y los pájaros. Un hombre acababa de entrar con las ropas visiblemente gastadas y con restos de sangre esparcidos, giró la cabeza hacia la puerta para poder observarlo por completo, estaba apoyada en una de las esquinas que hacía la chimenea en una postura un tanto extraña. Se quedó mirando al hombre, no parecía excesivamente mayor, pero quien sabe de esta manera siguió analizando a la persona que acababa de entrar, le resultaba algo entretenido de hacer y puede que incluso acertase en algo de lo que observase.
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Re: Cuatro palabras de despedida.
En cuanto entré, noté el peso de las miradas sobre mí. Recorrí la posada con una mirada asesina, dejando claro que no, no tenía un buen día. Me dejé caer con violencia en la mesa más cercana a la puerta, apoyándome en la pared. Una mirada a la posadera le dijo todo lo que necesitaba saber; ya me había dejado caer por allí dos veces, y una de ellas iba con toda la compañía. A uno de los nuestros nadie les negaba nada en aquella zona. Nada.
Los de la compañía no pagábamos, porque nuestra mejor moneda era nuestra amenaza. Tal vez las monedas brillaran más que las espadas en una guerra, pero en la oscuridad de la noche, una hoja afilada podía hacer mucho más.
Solté con fuerza la bolsa de cuero sobre la mesa: pesaba mucho. Había sido un camino provechoso. Ahora que Skry estaba muerto, todo era mío... pero me molestaba, y eso era mucho más preocupante. Estaba acostumbrado a perder compañeros, a perder amigos, pero Skry había viajado conmigo desde el sur, y también había recorrido muchos senderos junto a mi padre.
"No hay guerreros viejos" pensé amargamente. Todos sabían el porqué.
Miré directamente al tipo más cercano, un pelirrojo que me observaba desde su mesa.
-¿Tienes algún problema? -le gruñí con voz ronca, llevándome la mano al pomo de la espada. Vi a la posadera mirarme preocupada; no quería problemas, pero yo sí.
Los de la compañía no pagábamos, porque nuestra mejor moneda era nuestra amenaza. Tal vez las monedas brillaran más que las espadas en una guerra, pero en la oscuridad de la noche, una hoja afilada podía hacer mucho más.
Solté con fuerza la bolsa de cuero sobre la mesa: pesaba mucho. Había sido un camino provechoso. Ahora que Skry estaba muerto, todo era mío... pero me molestaba, y eso era mucho más preocupante. Estaba acostumbrado a perder compañeros, a perder amigos, pero Skry había viajado conmigo desde el sur, y también había recorrido muchos senderos junto a mi padre.
"No hay guerreros viejos" pensé amargamente. Todos sabían el porqué.
Miré directamente al tipo más cercano, un pelirrojo que me observaba desde su mesa.
-¿Tienes algún problema? -le gruñí con voz ronca, llevándome la mano al pomo de la espada. Vi a la posadera mirarme preocupada; no quería problemas, pero yo sí.
Invitado- Invitado
Re: Cuatro palabras de despedida.
Llevaba un par de días en aquella posada por culpa de la dichosa lluvia. En realidad no me molestaba demasiado, pero la tormenta podía ir a peor y tampoco tenía a donde ir. Admito que no era habitual ver a una niña sola viajando de noche bajo la lluvia, pero tenía que huir de Awa antes de la luna llena, así que cogí algunas cosas que tal vez me servirían de algo y desaparecí del campamento. Malditos lobos. Desde que habían atacado a Gashor no soportaba los aullidos por las noches, la visible preocupación de mi gente. La idea de ver a un amigo que habría dado su vida por mí transformado en una bestia asesina.
Así que allí estaba yo, en aquella posada, ayudando al herrero del pueblo de día para pagar mi estancia en la posada de noche. Miré el cielo a través de la ventana. Una de las lunas estaba llena, y eso significaba que Gashor ya había dejado de ser humano... Aparté la vista de la brillante esfera verdosa, intentando pensar en otra cosa que no fuera mi amigo. Entonces me di cuenta de que había entrado alguien en la posada. Un hombre alto y robusto que vestía una armadura por encima de sus ropas manchadas de barro y de sangre.
- ¿Tienes algún problema?- le espetó a un chico pelirrojo con ademán de empezar una pelea. Durante un instante sus ojos, tan grises como los míos, se posaron en mí. Esbocé una sonrisa amarga; era evidente que estar allí le hacía tanta gracia como a mí.
Así que allí estaba yo, en aquella posada, ayudando al herrero del pueblo de día para pagar mi estancia en la posada de noche. Miré el cielo a través de la ventana. Una de las lunas estaba llena, y eso significaba que Gashor ya había dejado de ser humano... Aparté la vista de la brillante esfera verdosa, intentando pensar en otra cosa que no fuera mi amigo. Entonces me di cuenta de que había entrado alguien en la posada. Un hombre alto y robusto que vestía una armadura por encima de sus ropas manchadas de barro y de sangre.
- ¿Tienes algún problema?- le espetó a un chico pelirrojo con ademán de empezar una pelea. Durante un instante sus ojos, tan grises como los míos, se posaron en mí. Esbocé una sonrisa amarga; era evidente que estar allí le hacía tanta gracia como a mí.
Invitado- Invitado
Re: Cuatro palabras de despedida.
El recién llegado estaba de mal humor; apenas habían pasado veinte segundos y ya lo había demostrado con creces. Cuando se dirigió a mí, con un ademán violento, pensé un instante en desviar la mirada. ¿Quería pelearme con él? No especialmente. Además, no hacía mucho que había salido del bosque e incluso mi voz seguía sonándome extraña a los oídos. Por suerte, aquel fugaz viaje para intentar defender Idhún me había vuelto a poner en contacto con el mundo, antes de darme cuenta de que no funcionaría. Había decidido dejar que el curso de los acontecimientos siguiera adelante, y así había sido. Los rebeldes habíamos perdido, si es que habíamos llegado a ser rebeldes. Yo, personalmente, había decidido hacía ya mucho tiempo que ninguna batalla era mía. Olvidarlo durante un tiempo había sido renovador, incluso interesante.
Pero no había tenido ningún sentido.
Miré de nuevo al viajero de ojos grises. Él pensaba igual sobre aquello, estaba seguro. Las batallas eran para otros, para los que tenían un hogar, una familia o, al menos, una tierra. No para los solitarios, ni para los caminantes. Nosotros siempre estábamos y estaríamos allí, y quién gobernase las tierras no era más que otro dato que nos era prácticamente indiferente.
Una tiranía regía ahora Idhún, pero por lo que había oído, eran varios señores quienes ejercían su poder. Aquello estaba cantado, me dije cuando me enteré, y me reí en mi fuero interno. Todos los imperios divididos acababan hechos cenizas. Y cuando eso ocurriera, yo ya estaría de vuelta en el corazón del bosque, lejos de todos una vez más.
Mi mente regresó a mi cuerpo. Los ojos grises seguían apuntándome. Habían pasado ya unos segundos y todos en la posada me observaban. Un instante más y perdería la palabra y el respeto.
-Varios y muy interesantes, pero no te considero uno -comenté sin ninguna entonación, con voz potente, sosegada. No me moví; le mantuve la mirada. Aquello debería acabar con la discusión... Fue entonces cuando reparé en su espada. Entorné los ojos y volví a mirarlo a la cara, esta vez con hostilidad- Reconozco esa hoja. Un grupo de mercenarios cercó el camino por el que yo pasaba. La nieve me llegaba a las rodillas y ellos eran muchos, pero por suerte conocía el bosque. Estuve a punto de creer que eran espíritus: el que me perseguía más de cerca llevaba una espada que aullaba como una bestia al moverse, y los lobos acudían a su lado desde las montañas...
Era aquella espada. No la habría olvidado, no tan pronto.
Pero no había tenido ningún sentido.
Miré de nuevo al viajero de ojos grises. Él pensaba igual sobre aquello, estaba seguro. Las batallas eran para otros, para los que tenían un hogar, una familia o, al menos, una tierra. No para los solitarios, ni para los caminantes. Nosotros siempre estábamos y estaríamos allí, y quién gobernase las tierras no era más que otro dato que nos era prácticamente indiferente.
Una tiranía regía ahora Idhún, pero por lo que había oído, eran varios señores quienes ejercían su poder. Aquello estaba cantado, me dije cuando me enteré, y me reí en mi fuero interno. Todos los imperios divididos acababan hechos cenizas. Y cuando eso ocurriera, yo ya estaría de vuelta en el corazón del bosque, lejos de todos una vez más.
Mi mente regresó a mi cuerpo. Los ojos grises seguían apuntándome. Habían pasado ya unos segundos y todos en la posada me observaban. Un instante más y perdería la palabra y el respeto.
-Varios y muy interesantes, pero no te considero uno -comenté sin ninguna entonación, con voz potente, sosegada. No me moví; le mantuve la mirada. Aquello debería acabar con la discusión... Fue entonces cuando reparé en su espada. Entorné los ojos y volví a mirarlo a la cara, esta vez con hostilidad- Reconozco esa hoja. Un grupo de mercenarios cercó el camino por el que yo pasaba. La nieve me llegaba a las rodillas y ellos eran muchos, pero por suerte conocía el bosque. Estuve a punto de creer que eran espíritus: el que me perseguía más de cerca llevaba una espada que aullaba como una bestia al moverse, y los lobos acudían a su lado desde las montañas...
Era aquella espada. No la habría olvidado, no tan pronto.
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Re: Cuatro palabras de despedida.
Fue su tono de voz.
Ni siquiera fue su voz en sí misma, porque nunca se me había dado bien recordar a la gente; sus rostros, sus palabras... Pero aquel tono era tan propio de él, tan familiar, que el recuerdo de su compañía me saltó a la mente. Sólo entonces, al mirar al joven pelirrojo por segunda vez, reconocí la melena roja, los ojos verdes con aquella extraña energía, y los reflejos azulados de su piel al moverse que delataban su sangre de varu.
"Dondiego". Esbocé una sonrisa. No sabía si acercarme o no, pero decidí intervenir. Era lo mínimo que le debía a alguien con quien había compartido el camino y el objetivo, incluso aunque nada hubiese funcionado como esperábamos...
No quise alzar la voz. En lugar de eso, me levanté y me acerqué con paso serio y seguro a donde él se encontraba. En cuanto me moví, volvió la mirada hacia mí, y por el brillo en sus ojos supe que me había reconocido. Lo saludé con una seca inclinación de cabeza.
-Idhún ha muerto -declaré con tono grave. Sabía que muchas cabezas estaban giradas hacia mí, pero la vergüenza escénica no era algo que hubiera poblado mis pesadillas con regularidad, y mi voz era fuerte y segura-. Ahora vivimos en un pedazo de tierra controlado por unos cuantos... -"miserables sin alma ni perdón", pensé con desprecio, pero dije:-traidores. Traidores a nuestro mundo, nuestra gente, nuestros dioses si seguimos a alguno. Deberíamos guardar luto por Idhún, y no mancharlo con más sangre... pero es cierto que ni la sangre ni la paz significan demasiado para nosotros.
Miré directamente al viajero de ojos grises.
-Me llamo Romanzha. Reconozco a uno de los nuestros cuando lo veo. Alguien perdido, olvidado, o sencillamente fugado... del mundo, de todo. Un viajero, un peregrino, un mercenario... cualquiera que no tenga hogar, ni patria. La guerra no va con apenas ninguno de nosotros, porque ya hemos renunciado a formar parte de este mundo, o nunca hemos estado dentro de él.
>>Pero esto es distinto. Nos da igual quién gobierne, sí, mientras tengamos nuestros caminos por delante para seguirlos hasta el final de nuestros días. Pero necesitamos nuestra libertad. En realidad es lo único que tenemos, y lo único que queremos. Vosotros habéis visto los caminos estos días tan bien como yo -me giré a Dondiego, y después a todos los viajeros que había en la posada-. Cada vez más agitados, con gente asustada, o que huye. Hay más guerreros de lo normal, y más bandidos, y más muerte... El mundo está cambiando; ya ha empezado a cambiar. Si no nos unimos ahora, no podremos luchar cuando nos quiten la libertad. Solos, no tendremos fuerza. No estaremos preparados.
>>No me gusta llevar compañía; prefiero viajar sola. Pero me he dado cuenta de lo que pasa, y no quiero seguir ignorando lo que va a ocurrir. Quiero conservar mi libertad, y es hora de que todos decidamos si queremos hacer lo mismo.
Miré a mi alrededor de nuevo. El hechizo de mi voz se rompió y respiré hondo; incluso yo había caído bajo la fuerza de mis palabras. Había varios viajeros poniéndose en pie, con mirada seria y honda.
-La niña tiene razón -ladró uno, a través de una tupida barba castaña-. Aquí estamos los de siempre, matándonos en los cruces como ratas en el reñidero, como si no pasara nada... pero yo ya he visto unos cuantos grupos a caballo que no son de por aquí, y muchos se pasan de la raya. Los rumores tienen alas. Hablan de señores que se reparten Idhún, de iglesias quemadas en Nandelt y en el Sur, y de estatuas de loss Seis con la cabeza cortada a la entrada de las aldeas. Ya sabemos todos como funcionan estas cosas. Al oeste hablan de caballeros colgando a bandidos en los senderos. Después vendrán a por nosotros, o nos dejarán morirnos de hambre lejos de sus ciudades y murallas...
Ni siquiera fue su voz en sí misma, porque nunca se me había dado bien recordar a la gente; sus rostros, sus palabras... Pero aquel tono era tan propio de él, tan familiar, que el recuerdo de su compañía me saltó a la mente. Sólo entonces, al mirar al joven pelirrojo por segunda vez, reconocí la melena roja, los ojos verdes con aquella extraña energía, y los reflejos azulados de su piel al moverse que delataban su sangre de varu.
"Dondiego". Esbocé una sonrisa. No sabía si acercarme o no, pero decidí intervenir. Era lo mínimo que le debía a alguien con quien había compartido el camino y el objetivo, incluso aunque nada hubiese funcionado como esperábamos...
No quise alzar la voz. En lugar de eso, me levanté y me acerqué con paso serio y seguro a donde él se encontraba. En cuanto me moví, volvió la mirada hacia mí, y por el brillo en sus ojos supe que me había reconocido. Lo saludé con una seca inclinación de cabeza.
-Idhún ha muerto -declaré con tono grave. Sabía que muchas cabezas estaban giradas hacia mí, pero la vergüenza escénica no era algo que hubiera poblado mis pesadillas con regularidad, y mi voz era fuerte y segura-. Ahora vivimos en un pedazo de tierra controlado por unos cuantos... -"miserables sin alma ni perdón", pensé con desprecio, pero dije:-traidores. Traidores a nuestro mundo, nuestra gente, nuestros dioses si seguimos a alguno. Deberíamos guardar luto por Idhún, y no mancharlo con más sangre... pero es cierto que ni la sangre ni la paz significan demasiado para nosotros.
Miré directamente al viajero de ojos grises.
-Me llamo Romanzha. Reconozco a uno de los nuestros cuando lo veo. Alguien perdido, olvidado, o sencillamente fugado... del mundo, de todo. Un viajero, un peregrino, un mercenario... cualquiera que no tenga hogar, ni patria. La guerra no va con apenas ninguno de nosotros, porque ya hemos renunciado a formar parte de este mundo, o nunca hemos estado dentro de él.
>>Pero esto es distinto. Nos da igual quién gobierne, sí, mientras tengamos nuestros caminos por delante para seguirlos hasta el final de nuestros días. Pero necesitamos nuestra libertad. En realidad es lo único que tenemos, y lo único que queremos. Vosotros habéis visto los caminos estos días tan bien como yo -me giré a Dondiego, y después a todos los viajeros que había en la posada-. Cada vez más agitados, con gente asustada, o que huye. Hay más guerreros de lo normal, y más bandidos, y más muerte... El mundo está cambiando; ya ha empezado a cambiar. Si no nos unimos ahora, no podremos luchar cuando nos quiten la libertad. Solos, no tendremos fuerza. No estaremos preparados.
>>No me gusta llevar compañía; prefiero viajar sola. Pero me he dado cuenta de lo que pasa, y no quiero seguir ignorando lo que va a ocurrir. Quiero conservar mi libertad, y es hora de que todos decidamos si queremos hacer lo mismo.
Miré a mi alrededor de nuevo. El hechizo de mi voz se rompió y respiré hondo; incluso yo había caído bajo la fuerza de mis palabras. Había varios viajeros poniéndose en pie, con mirada seria y honda.
-La niña tiene razón -ladró uno, a través de una tupida barba castaña-. Aquí estamos los de siempre, matándonos en los cruces como ratas en el reñidero, como si no pasara nada... pero yo ya he visto unos cuantos grupos a caballo que no son de por aquí, y muchos se pasan de la raya. Los rumores tienen alas. Hablan de señores que se reparten Idhún, de iglesias quemadas en Nandelt y en el Sur, y de estatuas de loss Seis con la cabeza cortada a la entrada de las aldeas. Ya sabemos todos como funcionan estas cosas. Al oeste hablan de caballeros colgando a bandidos en los senderos. Después vendrán a por nosotros, o nos dejarán morirnos de hambre lejos de sus ciudades y murallas...
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Re: Cuatro palabras de despedida.
Nada más oír el discurso de aquella chica me sentí identificada con ella. Yo tampoco pertenecía a ningún grupo ni me sentía atada a ningún lugar. Normalmente, con un par de dagas, una capa, un zurrón y la compañía de mi amigo ya era feliz, porqe era libre de hacer cualquier cosa y me limitaba a ir donde me llevase el viento. Pero aquellas palabras me habían abierto los ojos. Había dejado todo atrás por cambiar de vida. Había dejado lo poco que tenía, mi arte, mi música... Mi mundo. Y ahora que por fin había conseguido la libertad no iba a dejar que me la arrebatasen de nuevo. Gashor no volvería a ser el mismo, lo había perdido, pero aún me quedaban razones para para seguir luchando por vivir contracorriente. Era cierto que también había más bandidos en los caminos, yo misma los había visto escondida en la copa de un árbol sin que notasen mi presencia, pero los había visto al fin y al cabo. Y pensé que... Bueno, no era la primera vez que salía del bosque desde mi llegada a Idhún, y por un momento creí reconocer al mercenario de los ojos grises. Tal vez estaría entre los bandidos que había visto por los caminos. Aunque tampoco es que me importase, si total, ni siquiera me habría visto... Un hombre habló, pero no le presté atención. Estaba debatiéndome entre seguir ignorándolo todo y arriesgarme o hacer caso de la advertencia y arriesgarme igualmente. Lo único que tenía claro en aquel momento era que no quería quedarme de brazos cruzados, así que, fiel a mis principios, alcé la mirada hacia Romanzha y me levanté del taburete.
-Me uno a tu causa -dije, caminando a su lado -Me suele dar igual lo que pase en el mundo, pero no pienso dejar que me quiten mi libertad. Es lo único que tengo.
Me encogí de hombros. Me puse nerviosa al notar que todos me miraban y sentí que mis mejillas enrojecían, pero logré mantener la calma.
-Me uno a tu causa -dije, caminando a su lado -Me suele dar igual lo que pase en el mundo, pero no pienso dejar que me quiten mi libertad. Es lo único que tengo.
Me encogí de hombros. Me puse nerviosa al notar que todos me miraban y sentí que mis mejillas enrojecían, pero logré mantener la calma.
Invitado- Invitado
Re: Cuatro palabras de despedida.
Escuchó con atención las palabras de aquellas chica que se había levantado de su lugar para hablarles a los que allí se encontraban, en aquella pobre taberna. Lo que decía ciertamente era la pura verdad, aquel que conocían como su mundo había dejado de tratarse de Idhun, ahora solo era una sociedad que se derrumbaba poco a poco, agonizando mientras esperaba el triste final que la historia le depara a todos aquellos que dejan que la codicia les ciegue. Los caminos ya no son lo que eran antes, son peligrosos infectados de todo tipo de gentes y la mayoría de ellos con ninguna buena intención. Aún recuerda el mal rato que pudo haber pasado cuando iba hacia aquella posada, los soldados ya no eran como antes, en estos momento lo único que valía era la ley del mas fuerte. La sociedad se sumía en una ley de supervivencia en la que nada importaba. Los cosas mas complicadas se reducían a la nada, en cierto modo la agradaba puesto que adoraba los conceptos simples y fáciles, pero cuando estos se vuelven contra uno mismo ya no son de tanto agrado. Cuando la realidad empieza a deformarse por la simplicidad se torna molesta y agobiante.
-Aunque no suela dar la razón a la ligera a gente a la que no conozco, he de decir que Romanzha tiene bastante razón en lo que dice, Idhun lleva un tiempo cayéndose a pedazos y volviendo a lo mas básico. Por desgracia en esos principios básicos no se encuentra la libertad, y es lo único que puede importar a una persona-mentira, las personas les importa el honor o el dinero, incluso hay algunas que les importa únicamente sus posesiones, pero no es algo haya que decir, todo el mundo es consciente de lo que quiere-Aunque ir acompañando a alguien sea un estorbo y algo realmente molesto creo que iré solo por ver que acaba ocurriendo. Puede que el resultado sea algo interesante- su voz de niña dulce al fin se apagó. No había mentido en sus motivos, pero sabía que además de ellos podría encontrar a ese a quien con tanto afán busca por cada rincón que viaja, la vida daba muchas vueltas y podía ser una posibilidad interesante.
-Aunque no suela dar la razón a la ligera a gente a la que no conozco, he de decir que Romanzha tiene bastante razón en lo que dice, Idhun lleva un tiempo cayéndose a pedazos y volviendo a lo mas básico. Por desgracia en esos principios básicos no se encuentra la libertad, y es lo único que puede importar a una persona-mentira, las personas les importa el honor o el dinero, incluso hay algunas que les importa únicamente sus posesiones, pero no es algo haya que decir, todo el mundo es consciente de lo que quiere-Aunque ir acompañando a alguien sea un estorbo y algo realmente molesto creo que iré solo por ver que acaba ocurriendo. Puede que el resultado sea algo interesante- su voz de niña dulce al fin se apagó. No había mentido en sus motivos, pero sabía que además de ellos podría encontrar a ese a quien con tanto afán busca por cada rincón que viaja, la vida daba muchas vueltas y podía ser una posibilidad interesante.
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Re: Cuatro palabras de despedida.
Frío. Aquel fue el primer pensamiento que atravesó la mente de este músico, mientras extendía su mano con cuidado hacia el pomo de aquella triste taberna. Casi no prestó atensión al los chirridos que levantaba la puerta al abrirse, producto de unos engranajes oxidados que sin duda necesitaban sustituirse urgentemente. Nadando en las misteriosas aguas de su mente, casi era capaz de ver los ultimos vestigios de este mundo, destrozados a manos de aquellos que se hacen llamar los señores de Idhun, protegidos bajo la mano maldita de un dios tenebroso.
Sonrió, pero sin alegría. Su sonrisa de poeta poco a poco se fue difuminando asta convertirse en algo mucho más triste, indescriptible con las palabras. Pero allá donde las palabras eran incapaces de alcanzar, se contraba la música como diosa protectora de todo mal. Por desgracia para el joven, su laúd estaba rota... y con ella una parte de sí mismo.
Dedicó una mirada a todas aquellas personas, pensando quienes serían verdaderos protagonistas en las historias que se estaban por inventar. El nacimineto de las leyendas comenzaba aquí, donde el mundo era incapaz de mkirar; en las personas. En cada corazón se ocultaba un alma guerrera, dispuesta a luchar, pero en la mayoría de los casos nunca llegaba a alzarse. -Disculpen... ¿alguien sabe reparar instrumentos de cuerda?- Alza la voz por encima del murmullo de la posada, reflejando la ansiedad que llevaba acumulada durante días.
Sonrió, pero sin alegría. Su sonrisa de poeta poco a poco se fue difuminando asta convertirse en algo mucho más triste, indescriptible con las palabras. Pero allá donde las palabras eran incapaces de alcanzar, se contraba la música como diosa protectora de todo mal. Por desgracia para el joven, su laúd estaba rota... y con ella una parte de sí mismo.
Dedicó una mirada a todas aquellas personas, pensando quienes serían verdaderos protagonistas en las historias que se estaban por inventar. El nacimineto de las leyendas comenzaba aquí, donde el mundo era incapaz de mkirar; en las personas. En cada corazón se ocultaba un alma guerrera, dispuesta a luchar, pero en la mayoría de los casos nunca llegaba a alzarse. -Disculpen... ¿alguien sabe reparar instrumentos de cuerda?- Alza la voz por encima del murmullo de la posada, reflejando la ansiedad que llevaba acumulada durante días.
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Re: Cuatro palabras de despedida.
No llevaba ni un minuto dentro de la posada y ya estaba deseando hacerla arder por los cuatro costados. El pelirrojo me miraba ahora con rencor, pero estaba tan cansado que no tenía siquiera ganas de levantarme para partirle la cara. Por si fuera poco, de repente una muchacha varu empezó una revolución, y de pronto los gritos de guerra, las armas y los puños se levantaban por toda la sala.
Desenvainé la espada y la levanté con un gruñido, fulminando con la mirada a la horda de locos que me rodeaba.
-Aquí tengo mi libertad -dije señalándola-. Y es lo único que necesito para viajar. Que vengan los señores con sus carrozas y los caballeros con sus armaduras brillantes, no pienso correr por ahí plantándoles cara, ni tirándoles flores por encima de sus gordas barrigas. Los caminos son nuestros por aquí, y los míos no les tienen miedo, como yo tampoco lo tengo. Cuantos más vengan, más armas nos darán para revender, más se llenarán nuestras bolsas, y más viudas habrá en el mundo. Me trae sin cuidado cuántas estatuas quemen. Por mí pueden ponerle el nombre de los dioses a seis cerdos muertos de hambre.
Me encogí de hombros, aún con un deje de violencia.
-La libertad no se tiene ni se defiende. Se gana cada día. Si empezáis a matar a los guerreros que envíen aquí esos "señores de Idhún", sólo conseguiréis que vengan más. ¿Y qué es lo que vais a hacer al respecto? Os harán arrodillaros, os ahorcarán delante de vuestras casas, se llevarán a vuestras hijas, cogerán lo que les interese y quemarán lo que quede.
Se hizo el silencio a mi alrededor, aunque no duró mucho.
Desenvainé la espada y la levanté con un gruñido, fulminando con la mirada a la horda de locos que me rodeaba.
-Aquí tengo mi libertad -dije señalándola-. Y es lo único que necesito para viajar. Que vengan los señores con sus carrozas y los caballeros con sus armaduras brillantes, no pienso correr por ahí plantándoles cara, ni tirándoles flores por encima de sus gordas barrigas. Los caminos son nuestros por aquí, y los míos no les tienen miedo, como yo tampoco lo tengo. Cuantos más vengan, más armas nos darán para revender, más se llenarán nuestras bolsas, y más viudas habrá en el mundo. Me trae sin cuidado cuántas estatuas quemen. Por mí pueden ponerle el nombre de los dioses a seis cerdos muertos de hambre.
Me encogí de hombros, aún con un deje de violencia.
-La libertad no se tiene ni se defiende. Se gana cada día. Si empezáis a matar a los guerreros que envíen aquí esos "señores de Idhún", sólo conseguiréis que vengan más. ¿Y qué es lo que vais a hacer al respecto? Os harán arrodillaros, os ahorcarán delante de vuestras casas, se llevarán a vuestras hijas, cogerán lo que les interese y quemarán lo que quede.
Se hizo el silencio a mi alrededor, aunque no duró mucho.
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Re: Cuatro palabras de despedida.
-Disculpen... ¿alguien sabe reparar instrumentos de cuerda?
De todas las frases que podría haber esperado escuchar, aquella era sin duda la más alejada de mis pensamientos y de la realidad lógica. Me giré hacia la puerta, atónito, descubriendo a un joven que acababa de entrar sin que nadie, en el revuelo general, se percatara de ello.
-Yo podría intentarlo -sonreí, alzando las cejas. Era una entrada surrealista a una conversación que de por sí ya no era normal. A mi alrededor, en la posada, los montones de guerreros y peregrinos empezaron a formar grupos, hablando alto y creando un bullicio reconfortante. Las palabras de Romanzha llevaban fuerza, todo había que decirlo, y habían soltado las lenguas del resto, que ahora contaban sus experiencias de los últimos días, las anomalías que habían visto, lo que esperaban que sucediera... Era momento de alianzas, pero como yo bien sabía, las alianzas no tienen necesariamente que acabar bien. Volví mis pensamientos al recién llegado-. Hace mucho que no pongo las manos en un laúd, pero antes sabía repararlos y sacarles alguna canción melancólica. Déjame verlo -lo invité a sentarse cerca con un gesto, a la vez que miraba de medio lado lo que ocurría alrededor. Mis ojos se posaron de nuevo en el mercenario de ojos grises, y le dediqué una sonrisa socarrona.
-No doy mi nombre a cualquiera, así que puedes llamarme Dondiego. ¿A ti te pusieron nombre antes de que le robaras la bolsa a tu padre y saltaras por la ventana?
De todas las frases que podría haber esperado escuchar, aquella era sin duda la más alejada de mis pensamientos y de la realidad lógica. Me giré hacia la puerta, atónito, descubriendo a un joven que acababa de entrar sin que nadie, en el revuelo general, se percatara de ello.
-Yo podría intentarlo -sonreí, alzando las cejas. Era una entrada surrealista a una conversación que de por sí ya no era normal. A mi alrededor, en la posada, los montones de guerreros y peregrinos empezaron a formar grupos, hablando alto y creando un bullicio reconfortante. Las palabras de Romanzha llevaban fuerza, todo había que decirlo, y habían soltado las lenguas del resto, que ahora contaban sus experiencias de los últimos días, las anomalías que habían visto, lo que esperaban que sucediera... Era momento de alianzas, pero como yo bien sabía, las alianzas no tienen necesariamente que acabar bien. Volví mis pensamientos al recién llegado-. Hace mucho que no pongo las manos en un laúd, pero antes sabía repararlos y sacarles alguna canción melancólica. Déjame verlo -lo invité a sentarse cerca con un gesto, a la vez que miraba de medio lado lo que ocurría alrededor. Mis ojos se posaron de nuevo en el mercenario de ojos grises, y le dediqué una sonrisa socarrona.
-No doy mi nombre a cualquiera, así que puedes llamarme Dondiego. ¿A ti te pusieron nombre antes de que le robaras la bolsa a tu padre y saltaras por la ventana?
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Re: Cuatro palabras de despedida.
El revuelo se convirtió en alboroto, una riada de voces entrecruzadas, fuertes. Vi a varios hombres entrechocar los puños cerca de mí, y también a algunas mujeres de las lanzas unir sus armas a las de dos caballeros exiliados. Sonreí, y sentí la tentación de hincharme de orgullo. Todos sabían ya antes lo que estaba comenzando a ocurrir, pero jamás habrían intentado comenzar una alianza. A la hora de la verdad, nunca eran muchos los que cambiaban el mundo. Las ideas podían compartirlas millones de personas... pero sólo una, unas pocas, la llevaban verdaderamente a cabo.Y así cambiaban las cosas.
Ahora, cuando los hombres de los nuevos señores vinieran, no encontrarían un puñado de guerreros solitarios, enemistados y dispersos. Encontrarían alianzas, grupos organizados que se volverían en su contra. Encontrarían, aunque fuera una muy dispar y sin mucha moral... una resistencia.
"Una Resistencia" pensé para mí, y la palabra templó mi corazón. Tal vez no fueran más que sueños vanos.
-Me uno a tu causa -dijo una chica, acercándose a mí -Me suele dar igual lo que pase en el mundo, pero no pienso dejar que me quiten mi libertad. Es lo único que tengo.
Otra, algo más joven, se aproximó, diciendo:
-Aunque ir acompañando a alguien sea un estorbo y algo realmente molesto creo que iré solo por ver que acaba ocurriendo. Puede que el resultado sea algo interesante.
Les dirigí a ambas una sonrisa... y me giré hacia el viajero una vez más.
-Ven conmigo -le tendí la mano y clavé mis ojos en los suyos, seria-. He pasado mi vida en una posada. Los mercenarios habláis mucho, y habláis desde hace siglos. Conozco a tu compañía mejor que tú mismo. He oído más historias de tu padre de las que tú llegarías a escuchar. Los ojos grises y esa espada te delatan. Eres Bronn Warg.
>>De ti no sé mucho; sólo de tu padre, y ya son historias viejas. Pero puedo apostar a que no desdeñarás esta aventura... Mataremos caballeros, quemaremos compañías de guerreros, daremos un vuelco a aldeas, ciudades y senderos, y joderemos a esos señores bastardos donde más les duela, porque estas tierras tienen dueño, pero nosotros no -sonreí vagamente-. Te contaré todo lo que no has oído que dicen de Rahl Warg... y siempre podrás irte cuando deje de interesarte.
>>Ven conmigo a vengarte del mundo entero.
Ahora, cuando los hombres de los nuevos señores vinieran, no encontrarían un puñado de guerreros solitarios, enemistados y dispersos. Encontrarían alianzas, grupos organizados que se volverían en su contra. Encontrarían, aunque fuera una muy dispar y sin mucha moral... una resistencia.
"Una Resistencia" pensé para mí, y la palabra templó mi corazón. Tal vez no fueran más que sueños vanos.
-Me uno a tu causa -dijo una chica, acercándose a mí -Me suele dar igual lo que pase en el mundo, pero no pienso dejar que me quiten mi libertad. Es lo único que tengo.
Otra, algo más joven, se aproximó, diciendo:
-Aunque ir acompañando a alguien sea un estorbo y algo realmente molesto creo que iré solo por ver que acaba ocurriendo. Puede que el resultado sea algo interesante.
Les dirigí a ambas una sonrisa... y me giré hacia el viajero una vez más.
-Ven conmigo -le tendí la mano y clavé mis ojos en los suyos, seria-. He pasado mi vida en una posada. Los mercenarios habláis mucho, y habláis desde hace siglos. Conozco a tu compañía mejor que tú mismo. He oído más historias de tu padre de las que tú llegarías a escuchar. Los ojos grises y esa espada te delatan. Eres Bronn Warg.
>>De ti no sé mucho; sólo de tu padre, y ya son historias viejas. Pero puedo apostar a que no desdeñarás esta aventura... Mataremos caballeros, quemaremos compañías de guerreros, daremos un vuelco a aldeas, ciudades y senderos, y joderemos a esos señores bastardos donde más les duela, porque estas tierras tienen dueño, pero nosotros no -sonreí vagamente-. Te contaré todo lo que no has oído que dicen de Rahl Warg... y siempre podrás irte cuando deje de interesarte.
>>Ven conmigo a vengarte del mundo entero.
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Re: Cuatro palabras de despedida.
Si hubiera tenido un día mejor, probablemente me hubiera enamorado de aquella promesa, me habría casado con ella y la habría llevado en una bandera hasta el fin del mundo.
Pero había sido un mal día, y tenía los pies en la tierra. Por eso era plenamente consciente de que no era más que una promesa. Sería igual que jurar lealtad al humo.
Vengarme del mundo. Hacerles la vida imposible a un puñado de señoritos. Sonaba mejor que el vino.
Miré la mano de Romanzha. Levanté los ojos hacia su rostro. Parecía demasiado frío y serio para una chica joven. Había conocido a muchas como ella. Era mayor por dentro.
"¿Qué te ha hecho pensar que aceptaré"? pensé en decirle, pero sabía cuál sería su respuesta.
"Nada".
Las historias de Rahl Warg... No podía negarlo, quería oír hasta la última de ellas. Necesitaba oírlas. Para muchos, hablar de mí era hablar de mi padre, y viceversa. El mundo parecía considerarme una extensión de él tras su muerte, como si sencillamente se hubiera levantado con otro nombre, por cumplir las apariencias.
Skry se habría reído de mí, y con razón. No sé lo que habría dicho mi padre.
-De acuerdo, pequeña -arqueé las cejas y estreché la mano de Romanzha con fuerza, antes de levantarme y envainar la espada. Ella no dio ni un paso atrás, pero tuvo que levantar la mirada. Dioses. Era demasiado joven para hablar como lo hacía.
Me percaté del silencio. Se había hecho a mi alrededor a traición, sin darme la oportunidad de ser consciente de ello. Miré a las dos chicas que habían hablado con Romanzha, al chico que acababa de entrar y al pelirrojo con su sonrisa socarrona.
Después miré mi espada, y me imaginé que atravesaba con ella a una compañía entera de caballeros de la Orden.
-Larguémonos de aquí, quien quiera venir.
Le di la espalda a la posada y salí fuera. Seguía agotado, pero ya no lo notaba. La noche me cayó encima como una capa de plomo. Empezaba otro viaje. Como si fuera el primero. Como si fuera el último.
____________
Off: el último que abra nuevo tema.
Pero había sido un mal día, y tenía los pies en la tierra. Por eso era plenamente consciente de que no era más que una promesa. Sería igual que jurar lealtad al humo.
Vengarme del mundo. Hacerles la vida imposible a un puñado de señoritos. Sonaba mejor que el vino.
Miré la mano de Romanzha. Levanté los ojos hacia su rostro. Parecía demasiado frío y serio para una chica joven. Había conocido a muchas como ella. Era mayor por dentro.
"¿Qué te ha hecho pensar que aceptaré"? pensé en decirle, pero sabía cuál sería su respuesta.
"Nada".
Las historias de Rahl Warg... No podía negarlo, quería oír hasta la última de ellas. Necesitaba oírlas. Para muchos, hablar de mí era hablar de mi padre, y viceversa. El mundo parecía considerarme una extensión de él tras su muerte, como si sencillamente se hubiera levantado con otro nombre, por cumplir las apariencias.
Skry se habría reído de mí, y con razón. No sé lo que habría dicho mi padre.
-De acuerdo, pequeña -arqueé las cejas y estreché la mano de Romanzha con fuerza, antes de levantarme y envainar la espada. Ella no dio ni un paso atrás, pero tuvo que levantar la mirada. Dioses. Era demasiado joven para hablar como lo hacía.
Me percaté del silencio. Se había hecho a mi alrededor a traición, sin darme la oportunidad de ser consciente de ello. Miré a las dos chicas que habían hablado con Romanzha, al chico que acababa de entrar y al pelirrojo con su sonrisa socarrona.
Después miré mi espada, y me imaginé que atravesaba con ella a una compañía entera de caballeros de la Orden.
-Larguémonos de aquí, quien quiera venir.
Le di la espalda a la posada y salí fuera. Seguía agotado, pero ya no lo notaba. La noche me cayó encima como una capa de plomo. Empezaba otro viaje. Como si fuera el primero. Como si fuera el último.
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Off: el último que abra nuevo tema.
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Re: Cuatro palabras de despedida.
-Diablos, hagámoslo -reí, poniéndome en pie de un salto. Saludé burlonamente al susodicho Bronn Warg con una inclinación de cabeza-. Lo siento, Mercenario, pero vas a tener que aguantarme, porque me voy con ella -señalé a Romanzha con un gesto-. Tiene razón, y todos aquí sabemos que es así... pero ella dio un paso adelante. Es la única que lo ha hecho. Dentro de poco, habrá ejércitos en este juego, y los que no tengan bando no llegarán a ninguna parte. Estoy en el equipo.
Por fin empezaba a volver a la realidad. Había pasado ya un tiempo desde que salí del bosque, y las cosas habían cambiado. Rakael se desvanecía lentamente dando paso, una vez más, a Dondiego. Dondiego sabía cómo funcionaba el mundo, encajaba en él.
Caminé hacia la puerta siguiendo a Warg y eché la vista atrás, esperando a que el resto nos acompañara.
-Aguantará bien -dije al chico del laúd, y me eché afuera.
Por fin empezaba a volver a la realidad. Había pasado ya un tiempo desde que salí del bosque, y las cosas habían cambiado. Rakael se desvanecía lentamente dando paso, una vez más, a Dondiego. Dondiego sabía cómo funcionaba el mundo, encajaba en él.
Caminé hacia la puerta siguiendo a Warg y eché la vista atrás, esperando a que el resto nos acompañara.
-Aguantará bien -dije al chico del laúd, y me eché afuera.
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Re: Cuatro palabras de despedida.
-Él habría querido esto para ti -digo en voz baja, apoyando una mano en el hombro derecho de Bronn. Él me mira de medio lado, pero no me aparto, y le devuelvo la mirada. Lo conozco demasiado bien; es como si formara parte de mi mundo desde pequeña, igual que todos los viajeros de los que he oído hablar durante tantos, tantos años de mi infancia, cada día. Cada historia me acompaña.
Por eso soy diferente, o eso decía mi abuela. He escuchado muchas vidas. Tantas, y tantas veces, que es como si las hubiera vivido todas.
Este hombre también parece diferente... he visto algo en su forma de oír hablar de su padre. Pero es demasiado pronto como para definir lo que haya sido. Es como si ansiara ser él, pero lo temiera...
"Diferente" pienso sacudiendo la cabeza. Así es como mi abuela definía a los que teníamos dobleces en la mirada. Dondiego sale unos pasos a mi lado y compartimos una media sonrisa, recuperando el compañerismo de nuestro último viaje. Él también es diferente, tal vez mucho más que yo.
Veo que algunos más me han seguido, otros forman grupos distintos, y unos pocos solitarios se empecinan en seguir adelante por su propio pie. Les respeto. Caminar solos es la única opción real de muchos viajeros.
Me dirijo a todos cuando sonrío.
-Si queremos ser fuertes contra las fuerzas que se dirigirán hacia aquí -señalo el suelo bajo mis pies-, necesitamos varias cosas. Primero, necesitamos reunir carromatos, porque adivino que vamos a ser nómadas... Segundo, necesitamos armas. Tercero, una estrategia. Cuarto, repartirnos el trabajo que haya que hacer... y sí, habrá que organizarse, pero os aseguro que saldréis ganando. Os pido un poco de orden, pero si somos capaces de salir adelante, os prometo oro, tierra... libertad -río-. Y todo lo que podáis soñar, porque se lo quitaremos de las manos a los señores que intenten gobernarnos...
Sigo hablando, y pronto queda patente que los que se han quedado a mi lado de entre la muchedumbre están dispuestos a seguirme... no, a seguir nuestro ideal, nuestra bandera de resistencia y libertad. Sé que no son simples bárbaros, ni siquiera los más brutos, porque hay que tener cerebro para sobrevivir lo suficiente. Hay casi una veintena, ni más ni menos de los que esperaba. Veo miradas astutas y miradas sencillas, espadas y arcos, mujeres y hombres, ancianos y niños... pero más allá de eso, veo caminantes, veo almas rebeldes. Aliados. Casi hermanos... Me giro hacia Bronn Warg otra vez, con los ojos brillantes.
-Ya sabes lo que necesitamos... necesitamos a tu compañía.
Por eso soy diferente, o eso decía mi abuela. He escuchado muchas vidas. Tantas, y tantas veces, que es como si las hubiera vivido todas.
Este hombre también parece diferente... he visto algo en su forma de oír hablar de su padre. Pero es demasiado pronto como para definir lo que haya sido. Es como si ansiara ser él, pero lo temiera...
"Diferente" pienso sacudiendo la cabeza. Así es como mi abuela definía a los que teníamos dobleces en la mirada. Dondiego sale unos pasos a mi lado y compartimos una media sonrisa, recuperando el compañerismo de nuestro último viaje. Él también es diferente, tal vez mucho más que yo.
Veo que algunos más me han seguido, otros forman grupos distintos, y unos pocos solitarios se empecinan en seguir adelante por su propio pie. Les respeto. Caminar solos es la única opción real de muchos viajeros.
Me dirijo a todos cuando sonrío.
-Si queremos ser fuertes contra las fuerzas que se dirigirán hacia aquí -señalo el suelo bajo mis pies-, necesitamos varias cosas. Primero, necesitamos reunir carromatos, porque adivino que vamos a ser nómadas... Segundo, necesitamos armas. Tercero, una estrategia. Cuarto, repartirnos el trabajo que haya que hacer... y sí, habrá que organizarse, pero os aseguro que saldréis ganando. Os pido un poco de orden, pero si somos capaces de salir adelante, os prometo oro, tierra... libertad -río-. Y todo lo que podáis soñar, porque se lo quitaremos de las manos a los señores que intenten gobernarnos...
Sigo hablando, y pronto queda patente que los que se han quedado a mi lado de entre la muchedumbre están dispuestos a seguirme... no, a seguir nuestro ideal, nuestra bandera de resistencia y libertad. Sé que no son simples bárbaros, ni siquiera los más brutos, porque hay que tener cerebro para sobrevivir lo suficiente. Hay casi una veintena, ni más ni menos de los que esperaba. Veo miradas astutas y miradas sencillas, espadas y arcos, mujeres y hombres, ancianos y niños... pero más allá de eso, veo caminantes, veo almas rebeldes. Aliados. Casi hermanos... Me giro hacia Bronn Warg otra vez, con los ojos brillantes.
-Ya sabes lo que necesitamos... necesitamos a tu compañía.
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Re: Cuatro palabras de despedida.
Se escuchan relinchos de caballos a la lejanía, y los quehaceres del lugar se paralizan, mientras miran hacia el norte donde aparecen unos jinetes con el símbolo de nandelt, parecieron susurrar unas palabras y empezaron a bajar:
En nombre del señor de estas tierras el gran Kvothe hemos pasado a cobrar los impuestos, todo aquel que no pague sufrirá el castigo de nuestro señor. acto seguido desenvainaron sus espadas, una persona al ver eso saco un hacha y se lo lanzo al jinete, pero la espada desvió el hacha que se clavo en el suelo casi a los pies de Romanzha, después de una seña del jinete sufrido por el ataque empezaron a rodear al tipo y le atravesaron con sus espadas, luego miraron a su alrededor y la clavaron en el grupo de Romanzha: Tirar esas espadas y armas al suelo y no habrá represalias y pagar el impuesto para la seguridad del reino humano contra los ataques del aberrante sharei y el patético nigromante, lo hacemos por el pueblo
En nombre del señor de estas tierras el gran Kvothe hemos pasado a cobrar los impuestos, todo aquel que no pague sufrirá el castigo de nuestro señor. acto seguido desenvainaron sus espadas, una persona al ver eso saco un hacha y se lo lanzo al jinete, pero la espada desvió el hacha que se clavo en el suelo casi a los pies de Romanzha, después de una seña del jinete sufrido por el ataque empezaron a rodear al tipo y le atravesaron con sus espadas, luego miraron a su alrededor y la clavaron en el grupo de Romanzha: Tirar esas espadas y armas al suelo y no habrá represalias y pagar el impuesto para la seguridad del reino humano contra los ataques del aberrante sharei y el patético nigromante, lo hacemos por el pueblo
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Re: Cuatro palabras de despedida.
-¿Qué sabrás tu del pueblo, soldadito de pacotilla? -solté una risa ronca, y eché a andar hacia él. Sus ojos siguieron mis movimientos cautelosamente, esperando uno demasiado osado o demasiado brusco. El resto de jinetes no se movieron, pero pude ver que algunos vacilaban o enredaban las manos con fuerza en las riendas. Claro. Había novatos...
De verdad creían que llevan ventaja.
"De verdad piensan que van a salir vivos de aquí"
Mi mirada topó con un chaval que apenas llegaba a pasar por un hombre. Sin embargo, no apartó la vista, ni tampoco se movió. Era valiente, pero eso no le serviría. Me había encontrado ya con muchos como él, y a no más de un par había llegado a crecerles la barba.
"Lo siento por tu madre", pensé sin demasiado sentimiento. No era del todo mentira.
-Créeme, me encantaría matarte -escupió el líder-. Dame un motivo, mercenario, y ensuciaré el polvo con tu sangre.
No necesité escucharlo dos veces. Desenvainé a Aullido sin pensarlo, y antes de darme cuenta ya estaba corriendo. Uno de los jinetes me disparó una flecha que se clavó en el suelo. Yo ya estaba junto al líder, que intentó apartarse. Fue un grave error. Habría sido capaz de alcanzarme si hubiera atacado entonces, pero mi espada atravesó el cuello de su caballo y al sacarla el animal cayó desplomado al suelo. El jinete gritó y le quité la espada de la mano de una patada. Para ese entonces el resto de recaudadores, no mucho más rápidos de lo que yo había pensado, ya estaban casi sobre mí. Un arquero cayó muerto con una flecha en un ojo. El chaval que me había sostenido la mirada detuvo unas cuantas estocadas con cierta habilidad, y después un hacha se le clavó en el cráneo. El ejército improvisado que acababa de nacer a mis espaldas chocó como una marea de hierro y rabia contra los caballos. La batalla me cegó los pensamientos. Pronto, sólo quedó el sonido helador de Aullido, que cantaba como los lobos de las montañas mientras se teñía de sangre.
De verdad creían que llevan ventaja.
"De verdad piensan que van a salir vivos de aquí"
Mi mirada topó con un chaval que apenas llegaba a pasar por un hombre. Sin embargo, no apartó la vista, ni tampoco se movió. Era valiente, pero eso no le serviría. Me había encontrado ya con muchos como él, y a no más de un par había llegado a crecerles la barba.
"Lo siento por tu madre", pensé sin demasiado sentimiento. No era del todo mentira.
-Créeme, me encantaría matarte -escupió el líder-. Dame un motivo, mercenario, y ensuciaré el polvo con tu sangre.
No necesité escucharlo dos veces. Desenvainé a Aullido sin pensarlo, y antes de darme cuenta ya estaba corriendo. Uno de los jinetes me disparó una flecha que se clavó en el suelo. Yo ya estaba junto al líder, que intentó apartarse. Fue un grave error. Habría sido capaz de alcanzarme si hubiera atacado entonces, pero mi espada atravesó el cuello de su caballo y al sacarla el animal cayó desplomado al suelo. El jinete gritó y le quité la espada de la mano de una patada. Para ese entonces el resto de recaudadores, no mucho más rápidos de lo que yo había pensado, ya estaban casi sobre mí. Un arquero cayó muerto con una flecha en un ojo. El chaval que me había sostenido la mirada detuvo unas cuantas estocadas con cierta habilidad, y después un hacha se le clavó en el cráneo. El ejército improvisado que acababa de nacer a mis espaldas chocó como una marea de hierro y rabia contra los caballos. La batalla me cegó los pensamientos. Pronto, sólo quedó el sonido helador de Aullido, que cantaba como los lobos de las montañas mientras se teñía de sangre.
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Re: Cuatro palabras de despedida.
De repente, todos habían sacado las armas y los gritos de guerra se cruzaban en el aire. No tardaron en sustituirlos otros de rabia y agonía... y, por encima de todo, la canción de las espadas.
Yo me lancé al combate, riendo, tras lanzar a Romanzha una mirada de complicidad. Ganaríamos. No sabía en qué había pensado el líder de los recaudadores de Kvothe, pero sólo le había servido para ponernos en bandeja la primera victoria...
A pesar de que tenía armas, mi mejor táctica de combate siempre había sido derribar a los enemigos mediante las técnicas de combate cuerpo a cuerpo que había aprendido con el tiempo. Después de algunas fintas y golpes tácticos, a veces una llave o una patada colocada en un punto vital, no tenía más que rematar al oponente. Además, mi velocidad siempre me había ayudado, y era poco menos que vital a la hora de combatir. Un arma lenta sólo era peso inútil a menos que el enemigo estuviera borracho o moribundo.
Un jinete pasó justo a mi lado, y su espada pasó aún más cerca. Mi instinto me ordenó que me apartara de un salto, pero conseguí pensar rápido y agarré las riendas del caballo. Con un salto y el impulso de mis pies contra el suelo y después la pierna de mi contrincante, conseguí dar un giro en el aire y caer sobre el caballo, a espaldas del jinete. Lo oí soltar una maldición y noté que se revolvía, agarrando las riendas, tratando de tirarme al suelo... pero no fue capaz de acabar la maniobra. No tenía tiempo de intentar tirarlo del caballo, era más fuerte que yo. Lo agarré del pelo y le segué la garganta con mi daga. Antes de que empezara siquiera a brotar la sangre, yo ya estaba saltando al suelo.
Un enemigo menos. Miré a mi alrededor, con todos los sentidos alerta y los ojos brillantes. La batalla prácticamente había acabado. Los nuestros apenas tardarían unos momentos en masacrar a los pocos combatientes que nos hacían frente. El mercenario estaba limpiando su espada en el peto de un recaudador muerto. Busqué a Romanzha con la mirada y la vi peleando contra uno de los últimos enemigos, que en cuestión de segundos se convirtió en el último...
Yo me lancé al combate, riendo, tras lanzar a Romanzha una mirada de complicidad. Ganaríamos. No sabía en qué había pensado el líder de los recaudadores de Kvothe, pero sólo le había servido para ponernos en bandeja la primera victoria...
A pesar de que tenía armas, mi mejor táctica de combate siempre había sido derribar a los enemigos mediante las técnicas de combate cuerpo a cuerpo que había aprendido con el tiempo. Después de algunas fintas y golpes tácticos, a veces una llave o una patada colocada en un punto vital, no tenía más que rematar al oponente. Además, mi velocidad siempre me había ayudado, y era poco menos que vital a la hora de combatir. Un arma lenta sólo era peso inútil a menos que el enemigo estuviera borracho o moribundo.
Un jinete pasó justo a mi lado, y su espada pasó aún más cerca. Mi instinto me ordenó que me apartara de un salto, pero conseguí pensar rápido y agarré las riendas del caballo. Con un salto y el impulso de mis pies contra el suelo y después la pierna de mi contrincante, conseguí dar un giro en el aire y caer sobre el caballo, a espaldas del jinete. Lo oí soltar una maldición y noté que se revolvía, agarrando las riendas, tratando de tirarme al suelo... pero no fue capaz de acabar la maniobra. No tenía tiempo de intentar tirarlo del caballo, era más fuerte que yo. Lo agarré del pelo y le segué la garganta con mi daga. Antes de que empezara siquiera a brotar la sangre, yo ya estaba saltando al suelo.
Un enemigo menos. Miré a mi alrededor, con todos los sentidos alerta y los ojos brillantes. La batalla prácticamente había acabado. Los nuestros apenas tardarían unos momentos en masacrar a los pocos combatientes que nos hacían frente. El mercenario estaba limpiando su espada en el peto de un recaudador muerto. Busqué a Romanzha con la mirada y la vi peleando contra uno de los últimos enemigos, que en cuestión de segundos se convirtió en el último...
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Re: Cuatro palabras de despedida.
-Vas a morir, niña -murmuró mi contrincante, atravesándome con una mirada de odio. El corazón me latía con fuerza por la emoción del combate, pero mis ojos y mi rostro siguieron fríos, pétreos. El hombre levantó su espada una vez más, dispuesto a luchar, a pesar de estar sosteniéndose las tripas con la otra mano. No tenía ninguna oportunidad de salir con vida, y él lo sabía... pero nunca me atrevería a subestimar a un hombre a las puertas de la muerte. Allí, agotado y roto, jamás volvería a tener tanta fuerza de voluntad. Ya no tenía nada que perder.
Cuando se lanzó hacia mí, esquivé su ataque por los pelos. Mi velocidad de reacción siempre había dejado bastante que desear, y me juré a mí misma que mejoraría. Tendría que hacerlo.
-Tú ya estás muerto -le dije. Parecía un simple comentario. Él se giró hacia mí de nuevo e hizo un extraño gesto. Creí que iba a reírse, pero sólo emitió un gruñido gutural, parecido a un sollozo, y cayó de rodillas.
Por una vez, pude prever lo que ocurriría.
Me aparté de un salto, a tiempo. Su espada atravesó la sombra de mi movimiento. Un sólo instante más, y me habría clavado a la tierra desde el estómago. El hombre cerró los ojos y cayó al suelo.
Entonces me di cuenta de lo que ocurría a mi alrededor. Miré a mi ejército. Todos me miraban, expectantes, ebrios de gloria. Habíamos vencido. Había un enemigo vivo, el último, pero nadie se dirigía hacia nosotros. Me miraban a mí. Esperaban que lo rematara, que fuera yo quien pusiera punto final a aquella batalla.
Una sonrisa me templó el corazón con una calidez inusual, pero a pesar de todo no me llegó a los labios.
Me giré hacia el hombre al que había derrotado. Aún respiraba, con el dolor escrito en el rostro, extremadamente pálido. Me acerqué a él con paso seguro. Ya no podía moverse. Me miró, y pude ver que, en alguna parte dentro de su agonía, seguía luchando. No me tenía miedo.
Entonces, la aguja de un recuerdo se me clavó en la mente. Había visto morir a otros hombres, soldados con familia. Había oído hablar en la posada a los leñadores acerca del amigo que acababan de perder en un accidente en el bosque. Había visto llorar a mucha gente aquel día. Miré a mi alrededor, y vi que también había bajas entre nuestras filas. Habían pagado la victoria con la vida. Nunca debía olvidar aquel precio.
-Lo siento -susurré, y era cierto. Empuñé la espada con ambas manos y la clavé con fuerza en el corazón de mi enemigo. Se estremeció una vez, y murió.
Apenas habían pasado horas, todas ellas como si fueran meros segundos y, a la vez, siglos. Habíamos sacado un botín importante del cofre de los recaudadores; habían pasado por numerosas aldeas y enclaves antes de llegar allí. Ahora, reunidos en torno a unas cuantas hogueras para matar al frío, mientras otros tantos reunían carromatos, armas, aliados y provisiones, los rebeldes parecíamos conocernos desde la más tierna infancia.
-Me pregunto qué hará ese gran señor Kvothe cuando vea volar sus impuestos -rió un viejo guerrero cerca de mí.
-Si todos sus soldados son como esos -bostezó una mujer a mi derecha, jugueteando con varios cuchillos-, probablemente pierda el resto de sus bienes con cierta rapidez.
Yo esbocé una media sonrisa. Sabía que no sería tan fácil como ahora nos parecía, pero la alegría nunca estaba de más. Sabía que, llegado el momento, sabríamos no subestimar a nuestro enemigo.
Interrumpí mis pensamientos al avistar a Bronn algo más lejos, lejos del resto, hablando con otro mercenario. ¿Habría conseguido la ayuda de su vieja compañía? En cuanto el otro se alejó, me puse en pie de un salto y me dirigí hacia él. Esperaba que no hubiera cambiado de idea. Sabía por las historias que su lealtad era igual de variable que la luna.
Lo miré sin palabras, inquisitiva.
Cuando se lanzó hacia mí, esquivé su ataque por los pelos. Mi velocidad de reacción siempre había dejado bastante que desear, y me juré a mí misma que mejoraría. Tendría que hacerlo.
-Tú ya estás muerto -le dije. Parecía un simple comentario. Él se giró hacia mí de nuevo e hizo un extraño gesto. Creí que iba a reírse, pero sólo emitió un gruñido gutural, parecido a un sollozo, y cayó de rodillas.
Por una vez, pude prever lo que ocurriría.
Me aparté de un salto, a tiempo. Su espada atravesó la sombra de mi movimiento. Un sólo instante más, y me habría clavado a la tierra desde el estómago. El hombre cerró los ojos y cayó al suelo.
Entonces me di cuenta de lo que ocurría a mi alrededor. Miré a mi ejército. Todos me miraban, expectantes, ebrios de gloria. Habíamos vencido. Había un enemigo vivo, el último, pero nadie se dirigía hacia nosotros. Me miraban a mí. Esperaban que lo rematara, que fuera yo quien pusiera punto final a aquella batalla.
Una sonrisa me templó el corazón con una calidez inusual, pero a pesar de todo no me llegó a los labios.
Me giré hacia el hombre al que había derrotado. Aún respiraba, con el dolor escrito en el rostro, extremadamente pálido. Me acerqué a él con paso seguro. Ya no podía moverse. Me miró, y pude ver que, en alguna parte dentro de su agonía, seguía luchando. No me tenía miedo.
Entonces, la aguja de un recuerdo se me clavó en la mente. Había visto morir a otros hombres, soldados con familia. Había oído hablar en la posada a los leñadores acerca del amigo que acababan de perder en un accidente en el bosque. Había visto llorar a mucha gente aquel día. Miré a mi alrededor, y vi que también había bajas entre nuestras filas. Habían pagado la victoria con la vida. Nunca debía olvidar aquel precio.
-Lo siento -susurré, y era cierto. Empuñé la espada con ambas manos y la clavé con fuerza en el corazón de mi enemigo. Se estremeció una vez, y murió.
Apenas habían pasado horas, todas ellas como si fueran meros segundos y, a la vez, siglos. Habíamos sacado un botín importante del cofre de los recaudadores; habían pasado por numerosas aldeas y enclaves antes de llegar allí. Ahora, reunidos en torno a unas cuantas hogueras para matar al frío, mientras otros tantos reunían carromatos, armas, aliados y provisiones, los rebeldes parecíamos conocernos desde la más tierna infancia.
-Me pregunto qué hará ese gran señor Kvothe cuando vea volar sus impuestos -rió un viejo guerrero cerca de mí.
-Si todos sus soldados son como esos -bostezó una mujer a mi derecha, jugueteando con varios cuchillos-, probablemente pierda el resto de sus bienes con cierta rapidez.
Yo esbocé una media sonrisa. Sabía que no sería tan fácil como ahora nos parecía, pero la alegría nunca estaba de más. Sabía que, llegado el momento, sabríamos no subestimar a nuestro enemigo.
Interrumpí mis pensamientos al avistar a Bronn algo más lejos, lejos del resto, hablando con otro mercenario. ¿Habría conseguido la ayuda de su vieja compañía? En cuanto el otro se alejó, me puse en pie de un salto y me dirigí hacia él. Esperaba que no hubiera cambiado de idea. Sabía por las historias que su lealtad era igual de variable que la luna.
Lo miré sin palabras, inquisitiva.
Invitado- Invitado
Re: Cuatro palabras de despedida.
-Creía que estaríais conmigo -miré a Jadz acusadoramente, levantando las cejas. Ambos estábamos alerta, tratando de disimularlo cruzándonos de brazos. Él me sostuvo la mirada.
-Pelear está bien, pero no somos los perros guardianes de ninguna niña soñadora -dirigió una mirada cargada de significado hacia el fuego más cercano, donde estaba Romanzha-. Ya sabes cómo acaban siempre las rebeliones. Los sueños no dan de comer a un ejército, ni le compran armas.
-Esta tarde hemos hecho trizas a un escuadrón de recaudadores -bufé, divertido-. Si esa niña va a conseguirnos cofres llenos de oro y buenos caballos en cada escaramuza, vale la pena seguirle la corriente.
Jadz se rió, sacudiendo la cabeza.
-¿Qué vamos a sacar de todo esto, Warg?
-No tengo ni idea. Pero si llegamos a derrocar aunque sólo sea a un poderoso señor -yo también me reí-, tendremos lo que nos de la gana para el resto de mi vida. Y aunque no fuera así, déjame rebanarle el pescuezo a unos cuantos guardias y un señor estirado, y me daré por contento.
-Te creo.
Ambos cruzamos sonrisas divertidas, pero pronto la seriedad asoma a nuestras expresiones. Estamos hablando de guerra.
-Van a venir de todas maneras -digo con voz grave-. Nos perseguirán como a perros, cada uno se irá por su lado y seguramente la mitad acabemos muertos. Podríamos conseguirlo, y lo sabes. ¿Puedo contar con la compañía, o no?
Jadz me tiende la mano con un movimiento seguro.
-El resto estará de acuerdo. Puedes contar con nosotros.
Apenas se había marchado cuando vi que Romanzha se acercaba en silencio. Me miró sin decir una palabra, pero comprendí lo que decía.
-La compañía está de nuestra parte -afirmé, en cierta forma aliviado. Me alegraba que estuvieran conmigo. Al fin y al cabo, eran lo más parecido a una familia que me había rodeado, pensé con diversión. En fin.
-Ahora que no tienes que incitar la rebelión, ¿vas a hablarme de Rahl Warg? -suelto una risa seca.
-Pelear está bien, pero no somos los perros guardianes de ninguna niña soñadora -dirigió una mirada cargada de significado hacia el fuego más cercano, donde estaba Romanzha-. Ya sabes cómo acaban siempre las rebeliones. Los sueños no dan de comer a un ejército, ni le compran armas.
-Esta tarde hemos hecho trizas a un escuadrón de recaudadores -bufé, divertido-. Si esa niña va a conseguirnos cofres llenos de oro y buenos caballos en cada escaramuza, vale la pena seguirle la corriente.
Jadz se rió, sacudiendo la cabeza.
-¿Qué vamos a sacar de todo esto, Warg?
-No tengo ni idea. Pero si llegamos a derrocar aunque sólo sea a un poderoso señor -yo también me reí-, tendremos lo que nos de la gana para el resto de mi vida. Y aunque no fuera así, déjame rebanarle el pescuezo a unos cuantos guardias y un señor estirado, y me daré por contento.
-Te creo.
Ambos cruzamos sonrisas divertidas, pero pronto la seriedad asoma a nuestras expresiones. Estamos hablando de guerra.
-Van a venir de todas maneras -digo con voz grave-. Nos perseguirán como a perros, cada uno se irá por su lado y seguramente la mitad acabemos muertos. Podríamos conseguirlo, y lo sabes. ¿Puedo contar con la compañía, o no?
Jadz me tiende la mano con un movimiento seguro.
-El resto estará de acuerdo. Puedes contar con nosotros.
Apenas se había marchado cuando vi que Romanzha se acercaba en silencio. Me miró sin decir una palabra, pero comprendí lo que decía.
-La compañía está de nuestra parte -afirmé, en cierta forma aliviado. Me alegraba que estuvieran conmigo. Al fin y al cabo, eran lo más parecido a una familia que me había rodeado, pensé con diversión. En fin.
-Ahora que no tienes que incitar la rebelión, ¿vas a hablarme de Rahl Warg? -suelto una risa seca.
Invitado- Invitado
Re: Cuatro palabras de despedida.
Es mi primer viaje...
Sonrio con el corazón, es el mejor momento de mi vida. Mis alas golpean el viento nocturno con fuerza, no puedo evitar sentirme muy feliz.
"Mi primer viaje..." repito en mis pensamientos.
Entonces... algo aparece bajo mi sombra, casi invisible pues es de noche. ¿Un campamento? Extrañada, decido acercarme, hoy me siento más valiente que de costumbre. Veo muchas fogatas desde arriba, doy varios vuelos circulares, dando vueltas y de pronto no estoy segura de qué hacer. ¿Y si me acerco y todos huyen de mí? No sé lo que ocurrirá, siempre he vivido únicamente entre dragones, no sabré relacionarme con otras especies...
"Bueno, tendré que averiguarlo" digo finalmente, decidida, y bajo en picado. Bajo con menos velocidad al acercarme y veo que todos se asombran al verme. Veo a dos figuras más apartadas y aterrizo a su lado, esperando que no se alejen al verme.
"Hola..." intento sonreír, o algo parecido.
Sonrio con el corazón, es el mejor momento de mi vida. Mis alas golpean el viento nocturno con fuerza, no puedo evitar sentirme muy feliz.
"Mi primer viaje..." repito en mis pensamientos.
Entonces... algo aparece bajo mi sombra, casi invisible pues es de noche. ¿Un campamento? Extrañada, decido acercarme, hoy me siento más valiente que de costumbre. Veo muchas fogatas desde arriba, doy varios vuelos circulares, dando vueltas y de pronto no estoy segura de qué hacer. ¿Y si me acerco y todos huyen de mí? No sé lo que ocurrirá, siempre he vivido únicamente entre dragones, no sabré relacionarme con otras especies...
"Bueno, tendré que averiguarlo" digo finalmente, decidida, y bajo en picado. Bajo con menos velocidad al acercarme y veo que todos se asombran al verme. Veo a dos figuras más apartadas y aterrizo a su lado, esperando que no se alejen al verme.
"Hola..." intento sonreír, o algo parecido.
Invitado- Invitado
Re: Cuatro palabras de despedida.
Se caló la capucha con un espasmódico movimiento, que hizo al haai removerse inquieto en el sitio, alterado ante el súbito cambio en la actitud de su jinete, quien hasta entonces había mantenido una inusitada calma, observando desde lo alto de la loma como las horas marcaban su paso en el dia a dia del pueblo que observaba. Aira se inclinó sobre el animal, acariciandole el cuello con un movimiento seguro y confiado del que ya lo ha hecho muchas veces, serenándolo aunque ella misma estuviese cada vez mas tensa sobre su lomo, viendo que llegaba el momento de ponerse en marcha. Suspiró pesadamente antes de presionar con las rodillas los costados del pájaro, el que atendiendo su señal, despegó con un rápido aleteo sobre el cielo, confundiendose con el color de éste gracias a un sencillo hechizo de mimetización.
Con una larga mirada abarcó el paisaje que la rodeaba, las luces en el pueblo se iban apagando a la vez que los habitantes se iban retirando a dormir, a buen seguro despues de un dia de agotador trabajo, ¿y para qué? Para vivir con miedo. Un escalofrío le recorrió la espalda. No aprobaba esa forma tiránica de gobernar, y pensar que eran personas que ella conocía, tan cercanas que habían estado a ella, incluso ella misma... le producía una sensación de malestar que ya sentía desde hacía algun tiempo. Antes, Aira no era nadie, una huérfana sin tierra que se había hecho un hueco en el mundo de la magia, y sin embargo coexistía en paz con su conciencia. Ahora, era "gran señora" de unas tierras que eran tan suyas como negro era el sol, y cada noche recordaba que ella había sido una más de aquellos que cada día se mataban por un trozo de pan duro para comer. Había tenido muchas dificultades incluso cuando Idhún era tierra libre. ¿Cómo podrían estar hoy en día?
Sacudió la cabeza despejando su mente de esos pensamientos que únicamente la distraían de lo que debía hacer. Pasó superfluamente las casas medio dispersas del pueblo que tenía bajo sus pies y su mirada se detuvo en unas hogueras que iluminaban la noche, algo más alejadas. Eso era más interesante, y más cercano a lo que ella buscaba. Vió también descender un dragón hacia la especie de campamento, no iban tan mal como parecía, ¿no? Se mordió suavemente el labio, agarrandose a las plumas del haai, dudando si hacerlo descender o no. Si eso era el campamento de rebeldes que buscaba, ella precisamente no sería bien recibida entre ellos, siendo uno de los objetivos de su lucha. Acarició con parsimonia el pico del ave, que se volvió un momento clavando en ella su gran ojo que casi parecia relucir en la oscuridad, y volvió a fijarlo al frente, arrancando un vago resoplido de su pasajera. Habría que bajar.
Aira hizo descender al haai hasta quedar escondidos ambos en la oscuridad, y finalizó el hechizo que los ocultaba ante su vista, para mandar al pájaro que se quedara quieto en su sitio mientras ella intentaba... hablar. Se deshizo de la capucha de su capa y sacudió su larga melena castaña, en un vano intento de retrasar el momento. Nunca le había gustado hablar en público, y hablar ante un público hostil sería cuanto menos... complicado. No obstante, tampoco los consideraba bárbaros, seguro esperaban a dialogar primero. La experiencia del secuestro shek la había afectado mas de lo que quería reconocer, y ahora estaba neurótica ante esas situaciones. Inspiró hondo para tranquilizarse y con paso lento pero firme salió de su refugio de sombras, observando con una mirada circular a todos los presentes. Ladeó una sonrisa titubeante y se picó la mejilla, algo intimidada. - Eh... tengo una propuesta para vosotros. -No sabía que pintaba allí, entre mercenarios y rebeldes listos para plantar guerra, ella que parecía tan frágil y pequeña, y más que se sentía en ese momento. Se revolvió las manos, detrás de la capa. "Todo sea por el bien mayor..."
Con una larga mirada abarcó el paisaje que la rodeaba, las luces en el pueblo se iban apagando a la vez que los habitantes se iban retirando a dormir, a buen seguro despues de un dia de agotador trabajo, ¿y para qué? Para vivir con miedo. Un escalofrío le recorrió la espalda. No aprobaba esa forma tiránica de gobernar, y pensar que eran personas que ella conocía, tan cercanas que habían estado a ella, incluso ella misma... le producía una sensación de malestar que ya sentía desde hacía algun tiempo. Antes, Aira no era nadie, una huérfana sin tierra que se había hecho un hueco en el mundo de la magia, y sin embargo coexistía en paz con su conciencia. Ahora, era "gran señora" de unas tierras que eran tan suyas como negro era el sol, y cada noche recordaba que ella había sido una más de aquellos que cada día se mataban por un trozo de pan duro para comer. Había tenido muchas dificultades incluso cuando Idhún era tierra libre. ¿Cómo podrían estar hoy en día?
Sacudió la cabeza despejando su mente de esos pensamientos que únicamente la distraían de lo que debía hacer. Pasó superfluamente las casas medio dispersas del pueblo que tenía bajo sus pies y su mirada se detuvo en unas hogueras que iluminaban la noche, algo más alejadas. Eso era más interesante, y más cercano a lo que ella buscaba. Vió también descender un dragón hacia la especie de campamento, no iban tan mal como parecía, ¿no? Se mordió suavemente el labio, agarrandose a las plumas del haai, dudando si hacerlo descender o no. Si eso era el campamento de rebeldes que buscaba, ella precisamente no sería bien recibida entre ellos, siendo uno de los objetivos de su lucha. Acarició con parsimonia el pico del ave, que se volvió un momento clavando en ella su gran ojo que casi parecia relucir en la oscuridad, y volvió a fijarlo al frente, arrancando un vago resoplido de su pasajera. Habría que bajar.
Aira hizo descender al haai hasta quedar escondidos ambos en la oscuridad, y finalizó el hechizo que los ocultaba ante su vista, para mandar al pájaro que se quedara quieto en su sitio mientras ella intentaba... hablar. Se deshizo de la capucha de su capa y sacudió su larga melena castaña, en un vano intento de retrasar el momento. Nunca le había gustado hablar en público, y hablar ante un público hostil sería cuanto menos... complicado. No obstante, tampoco los consideraba bárbaros, seguro esperaban a dialogar primero. La experiencia del secuestro shek la había afectado mas de lo que quería reconocer, y ahora estaba neurótica ante esas situaciones. Inspiró hondo para tranquilizarse y con paso lento pero firme salió de su refugio de sombras, observando con una mirada circular a todos los presentes. Ladeó una sonrisa titubeante y se picó la mejilla, algo intimidada. - Eh... tengo una propuesta para vosotros. -No sabía que pintaba allí, entre mercenarios y rebeldes listos para plantar guerra, ella que parecía tan frágil y pequeña, y más que se sentía en ese momento. Se revolvió las manos, detrás de la capa. "Todo sea por el bien mayor..."
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Re: Cuatro palabras de despedida.
Todo pasó muy rápido, tanto que no pude evitar sonreír. De repente, en menos de unos minutos, nada menos que un dragón había bajado del cielo, provocando un gran revuelo entre los nuestros. Se detuvo a nuestro mismo lado, saludando con lo que, si no hubiera parecido tan sorprendente en una criatura fantástica como aquella, habría jurado que era timidez.
¡Un dragón! Mis pensamientos y mi imaginación volaron, libres. Lo que podríamos hacer con un dragón entre nuestras filas... sería un recurso increíble, casi inagotable. Nos convenía, y mucho. Además, otra parte de mí, menos estratega y más niña, daba saltos de emoción y alegría al ver por fin a una de las bestias magníficas de las que había escuchado cuentos e historias durante años.
Por si eso fuera poco, una chica apareció de la nada en el círculo de hoguera más grande, llamando la atención de todos... diciendo que tenía una propuesta. Y los que me rodeaban no tardaron en reconocerla como Aira, que había sido una de las principales aliadas del golpe del Séptimo para hacerse con Idhún.
Miré a Bronn, divertida, aunque con un gesto de disculpa.
-Parece que las historias tendrán que esperar.
Compartimos una mirada, y pude ver una vez más "aquello" dentro de sus ojos. ¿Qué le pasaba a aquel mercenario por el alma cada vez que pensaba en su padre? Ni siquiera yo podía discernirlo, pero sí que podía ver que era algo complejo e intenso, algo en lo que sería mejor no involucrarme. Si algo era asunto suyo, bien podía ser aquello.
Pero no había tiempo para aquello. Miré a Bronn y luego a Dondiego, que seguía entre los que rodeaban una de las hogueras. Asentí, hice un gesto hacia el dragón, y creo que me entendieron. Podía confiar en ellos para que se ganaran su confianza. Tal vez yo fuera la más indicada para hacerlo, lo sabía... pero, con un punto de egoísmo, no podía esperar un momento para oír lo que la recién llegada tenía que decir, y dialogar con ella si su propuesta era interesante.
-No te preocupes -sonreí al dragón cuando pasé a su lado, haciendo una suave inclinación de respeto. Realmente parecía nervioso... o nerviosa. Bien pensado, parecía una hembra. Sus ojos esmeralda brillaban con intensidad-. Nos encantaría tenerte entre nosotros, y estoy deseando hablar contigo, pero he de tratar con algo antes. Soy Romanzha. Hablaremos pronto, y no te arrepentirás de haber venido, lo prometo.
Después, sin dejar de andar, dirigí mis pasos hacia la recién llegada. ¿Aira? Todos se reunían a su alrededor, exceptuando a los que no podían evitar su admiración por el dragón. Me aseguré de quedarme en segunda fila de los espectadores: cerca, pero no demasiado. ¿A qué había venido? Sabía que algunos a su alrededor se levantaban o se removían, inseguros de cómo actuar hacia ella.
-Te escuchamos -levanté mi voz por encima del resto.
¡Un dragón! Mis pensamientos y mi imaginación volaron, libres. Lo que podríamos hacer con un dragón entre nuestras filas... sería un recurso increíble, casi inagotable. Nos convenía, y mucho. Además, otra parte de mí, menos estratega y más niña, daba saltos de emoción y alegría al ver por fin a una de las bestias magníficas de las que había escuchado cuentos e historias durante años.
Por si eso fuera poco, una chica apareció de la nada en el círculo de hoguera más grande, llamando la atención de todos... diciendo que tenía una propuesta. Y los que me rodeaban no tardaron en reconocerla como Aira, que había sido una de las principales aliadas del golpe del Séptimo para hacerse con Idhún.
Miré a Bronn, divertida, aunque con un gesto de disculpa.
-Parece que las historias tendrán que esperar.
Compartimos una mirada, y pude ver una vez más "aquello" dentro de sus ojos. ¿Qué le pasaba a aquel mercenario por el alma cada vez que pensaba en su padre? Ni siquiera yo podía discernirlo, pero sí que podía ver que era algo complejo e intenso, algo en lo que sería mejor no involucrarme. Si algo era asunto suyo, bien podía ser aquello.
Pero no había tiempo para aquello. Miré a Bronn y luego a Dondiego, que seguía entre los que rodeaban una de las hogueras. Asentí, hice un gesto hacia el dragón, y creo que me entendieron. Podía confiar en ellos para que se ganaran su confianza. Tal vez yo fuera la más indicada para hacerlo, lo sabía... pero, con un punto de egoísmo, no podía esperar un momento para oír lo que la recién llegada tenía que decir, y dialogar con ella si su propuesta era interesante.
-No te preocupes -sonreí al dragón cuando pasé a su lado, haciendo una suave inclinación de respeto. Realmente parecía nervioso... o nerviosa. Bien pensado, parecía una hembra. Sus ojos esmeralda brillaban con intensidad-. Nos encantaría tenerte entre nosotros, y estoy deseando hablar contigo, pero he de tratar con algo antes. Soy Romanzha. Hablaremos pronto, y no te arrepentirás de haber venido, lo prometo.
Después, sin dejar de andar, dirigí mis pasos hacia la recién llegada. ¿Aira? Todos se reunían a su alrededor, exceptuando a los que no podían evitar su admiración por el dragón. Me aseguré de quedarme en segunda fila de los espectadores: cerca, pero no demasiado. ¿A qué había venido? Sabía que algunos a su alrededor se levantaban o se removían, inseguros de cómo actuar hacia ella.
-Te escuchamos -levanté mi voz por encima del resto.
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